Había un hombre casado con su mujer, tuvieron tres hijas y cuando nacieron, sembraron tres palmas de coco. A merira que jovenciaban iban creciendo las palmitas, cuando se hicieron señoritas, caigaron las palmas. Dijo el papá que las niñas no eran para aguantar hambre, que se casarían con unos hombres que tuvieran de qué vivir, y hasta que aparecieran unos con diente de oro no se casaban. Las mayores se fueron con unos hombres, quedó la menor, la más simpática, y se descabecío.
No sabían quién se la había llevado. Apeló el hombre a un adivino que había en la ciurá, para que le dijera quién se había llevado las tres hijas. Dijo que por cien riales, hacía el trabajo. Le contestó el papá que era barbacha (objeto de poco valor) pa’ él pagar eso. La una, se la llevó un puerco jabalí; la otra el gigante; y la menor, la más simpática, la tiene el diablo. Pero allá donde están, están trabajadas (embrujadas). Apeló a un hombre que se llamaba Pedro Yimala, que si se comprometía le pagaría todo lo que él tuviera. Yimala dijo que se comprometía, pero estaban a dos mil metros de profundidá. Usted se va a conseguir un cable que tenga unos tres mil metros, que sobre y no que falte, pa’ pegarlo de un palo y lanzarse al abismo, me voy a peliar con el mismo diablo.
Le buscó el cable, dijo: espérela, me busca un hombre para que se quere encima. Tiró el cable, era un abismo, se veía solo fumasón. Dice al ayudante: este cable, cuando lo mueva de allá pa’ acá, lo cobrá (halar) que ahí vienen las príncipas, una por una. Se bajó. Terminando los dos mil metros ve un camino que se extendía más de mil de allí pa’ llá, además iba equipado con una pistola de veinticinco tiros y una gran espada.
El hombre corre, corre, corre, corre; llegó sudando a donde la tenía el gigante. ¡Ay buen hombre! ¿Usted qué viene a hacer acá, que el gigante lo mate? Le contestó: ¡el gigante es un hombre y yo también soy otro hombre! El gigante pidió: la cachimba (pipa). Cien riales de tabaco le cabían, la prendió. Mujer, dijo, ¡a caine humana me huele! A donde nosotros estamos qué caine humana. Ve, dijo, de la mujé no hay que fia, las mujeres engañan al hombre más entendido. Noo, aquí quién va a venir. Cuando lo vido, le dice: ajá, negro. ¿Vos sos el que venís a quitarme la mujé y a peliá conmigo? No veo el sucio que me caiga al ojo. ¿No ves el sucio que te caiga al ojo? Sí, ahora vamos a ve. Desenvaina su espada y vámonos, la jaló Pedrito, y se va inclinando, pim, pim, pim, pim, pim, pim, pim, pim. Le hace un lance a barrerle las patas, le destrozó una pielna, pum, pum, se fue de lado. Ajá, pendejo, vos sos el hombrecito, ¿no? Se fue de lado, ande se fue de lado, brincó y paj, a la otra. Y jaló la pistola peim, peim, peim, peim, peim, lo volvió un colador porque tenía la cintura gruesa.
Ahora sí, le dice a la príncipa, se acomoda que nos vamos. Pau la cogió de la mano, llegó al cabo, se lo menió al otro, la cobró, voy pa’ delante y corre y corre y corre, voltea a millas, sin camisa, llegó onde la muchacha que tenía puerco jabalí. ¡Ay buen hombre! ¿Usted qué viene a hacer acá, para que el puerco se lo coma? El puerco es un hombre, y yo también soy otro hombre. ¡Yo me he visto en troja (troza) y gorgojo no me ha comido! Yo me llamo Pedro Yimala, pa’ si se quiere aquí y en cualquier parte. Escóndase, venía él. Noo, aquí no estamos en bobera. Vea, páseme ese vasito que hay ahí. ¿Ese vaso para qué? Pásemelo, le digo. Se lo pasó, lo voltió y confió en Dios. Le sirvió comida al puerco, comió, y le dice: ¡mujé, a caine humana me huele! Qué caine humana va a venir acá, donde nosotros estamos. ¿Acá quién va a venir? ¿Por dónde viene gente acá?, dice. De mujé no hay que fiá, porque la mujer engaña al hombre más entendido. Y conversando estaba, cuando ra, le dice: vení gusanillo de la tierra. ¿Vos sos el hombre que vení a peliá conmigo, a quitarme la mujé? Yo soy el vil gusanillo de la tierra que vengo a peliá contigo. Abrite como querás, y cuando le dijo abrite como querás, ra, jaló la espada y se cogieron. En un descuido le botó una pata, pumdún, se fue de lado, brincó y pa. Le dijo: no es primei gallina que gavilán viene a pelá. Y le destrozó la otra, y jaló la pistola pam, pam, pam, pam, pam, pam, todas las que tenía se las echó. Nos vamos. Y pau, la cogió de la mano.
Llegó al cabo, lo menió y le dijo: se va a coger bien cogida, que son dos mil metros pa’ ncima. Cuando ya iba elevada bastante, arrancó a buscar la otra. Voy a peliá con el mismo diablo. Y fue llegando donde el colorado ese. Era la más bonita. ¡Que el sol se paraba por verla y la luna por mirarla! Era la menol, llegó, y la vido. Le dice: ¡ay, buen hombre! ¿Usted qué viene a hacer acá, que el diablo lo mate y se lo coma? Noo, contestó, el diablo es cosa fácil pa’ yo, es cosa fácil. Brinco y pau, la jaló de la mano y le dijo: siga que yo no voy a esperai al diablo. Y la echó adelante. Se va a coger, bien cogida. Se prendió bien prendida, y cuando vio que se cortó ese cable: caramba, aquí sí me terminé. ¿Por dónde subo yo?
Era una peña pelada, y se queró pensando; cuando bajaba una zorra. Tía Zorra venga. ¿Buen hombre, qué quiere? Tía Zorra, mire que yo he dejado un tipo allá encima, cuidándome las príncipas que estaban acá, que tenían el diablo, el gigante y el puerco, y apenas mandé la última, me botó el cable. Usted, ¿por qué no hace el favor de subirme allá? Si puede, yo le pago lo que no tengo. Le dice ella: buen hombre, ¿yo cómo lo subo allá? Vea, yo me cuelgo de su rabito, como una garrapatica, usted no siente ningún peso. Buen hombre, ¿y mi rabito no se me arranca? Nop, hombre, su rabo no se arranca, yo me pongo balsudito, de ahí no me desprendo. Bueno, buen hombre, camine pue, venga. Se prendió, dele pa’ ncima, de aquí va allá, de allá acá, y dele pa’ ncima, dele pa’ ncima, pegada en el peñasco. Cuando oyeron un te, te, atrás en el hueco, voltió a ve Pedro; en vez de ver humazón, salía era candelara.
Venía el diablo que botaba bombas de candela. Cuando lo vio allá, estuvo encima, le dice: ¡aaah!, so bandido. ¿Vos sos el que venís a peliá conmigo? ¿Vos sos el que vení a traer mi mujé? Yo no había encontrado un hombre que me quitara la mujé. ¿Vos sos el verraco? Sí, yo soy; yo me llamo Pedro Yimala. Pedro Yimala me llamo aquí y en cualquier parte, y vos, tu nombre es diablo y si queré, vení a peliá conmigo. ¡Ponela como querás! Y cuando le dijo así, Pedro le cortó una oreja. ¡Ay! ¡Pegame mi oreja, pegame mi oreja! Ahora no te la voy a pegá, de verraco no te la voy a pegá, para que vea ve. El diablo dijo: ¿qué vas a hacer? ¡Pegame mi oreja, pegame mi oreja! Noo, ahora me voy y te dejo así mocho, y se escondió.
En el castillo del papá de las príncipas, estaban todas ellas. Diego, el ayudante de Pedro Yimala, le informaba al rey que él las había rescatado, y por esa razón, acordó con él casarse con la más bonita, la última. Cuando arreglaron el trato, el rey mismo le dijo: usted tiene que conseguí el vestido que nunca se haiga visto en el mundo, que naide lo conozca en esta tierra.
Yimala estaba escondido; cuando Diego iba a conseguir el vestido, Yimala le pregunta: ¿y usted pa’ dónde es que va? Yo he hecho un arreglo con el rey, me voy a casá con su hija, la última; me ha pedido un vestido que nunca se haiga visto en la ciurá, le dice. Y vos, ¿qué vestido vas a conseguí? ¿A dónde vas a conseguir vos, esas telas? Si querés, ¡yo te consigo la tela! Pero te bajai el pantalón, y te descuero toda la naiga, toda te la descuero. ¿Sí querés, así? Bien, ahííí. Pedro piensa, voy a llamar al diablo, cuando él dijo: aquí toy. Si me conseguís la tela que nunca se haiga visto en el mundo para un matrimonio, te pego la oreja, y si no, no te la pego. Má se demoró en decí, y sua, estuvo la tela y naide la conocía. Diego, ¡si te dejás descuerar con la barbera, te entrego la tela! Sí, ya te dije. Bueno dijo, ra, ra, ra, ra, lo peló, jum, le dice. Ahora sí se fue con la tela. Cuando vieron esa tela, dijo el rey: este es el hombre pa’ mija; vea esta tela naide la conoce aquí, ni en ninguna ciurá. Le dice: eso veo.
Pedro, al otro día fue al castillo y le pregunta al rey: ¿usted me conoce? Las príncipas cuando lo vieron que llegó el hombrecito dijieron, este fue el que nos rescató. Le pregunta al rey: ¿usted me conoce? No lo conozco. ¡Ay! ¿Usted no me conoce? Yo soy Pedro Yimala, el que le fue a traer las príncipas. ¿No era este otro, Diego? No, rey, ustedes arreglaron que se casara con la menol, la última, la que le quité al diablo; usted a Diego le exigió una pieza de tela para el vestido de matrimonio, que en el mundo no se conociera. ¿Diego la trajo? Sí, aquí la trajo; esta tela naide la conoce ni en ninguna ciurá. Yimala le dice: esa tela yo se la conseguí. Venga le cuento, rescatando a la menol el diablo se me vino, Diego me trozó el cable, me dejó allá, y una zorra me subió; peleando con el diablo nos dimos unos esparazos y le corté una oreja. Así que cuando Diego fue a conseguir la tela, él no sabía dónde la iba a conseguí; le dije yo al diablo que me consiguiera esta tela, y le pegaba la oreja, y fue pa’ llá. Pa’ yo entregarle la tela, le hice bajar el pantalón a Diego y le descueré el culo, toda la naiga se la descueré con la barbera, y si quiere, ¡mándelo a desnudá!
Ahí mismo: hay que ver si es veldá. Llamaron al hombre, lo llevaron al cuarto a desnudá. Le fueron bajando el pantalón, ya tenía gusanos. ¡Ajáa, descuerado con la barbera! Me lo ponen en tres caballos chúcaros (salvajes), ordenó el rey. Al momento lo pusieron en tres caballos chúcaros y le dieron muerte. Así, la príncipa se casó con Pedrito Yimala.