El invierno, el verano y la primavera

En los tiempos antiguos vivían tres hermanos: Huya, Hóutareur y Iwa. Nacieron en la Sierra Nevada de Santa Marta. (Huya, significa lluvias fuertes, invierno; Bóutareur o báutareur, significa sequía o sea el verano que azota la península de fines de Diciembre a fines de Marzo. La palabra está probablemente relacionada con hóutai o háutai ‘viento’).

Un día supieron que en las pampas guajiras había escasez de agua y de comida, entonces Huya el mayor, dijo: “¡Bueno hermanos! yo me voy a recorrer la tierra donde dicen que hay escasez para ayudar a la gente con mi humedad” y salió.
Pero había salido demasiado tarde, cuando ya venía a mitad de la península, lo alcanzó el hambre y la escasez. Entonces el intenso calor lo evaporó y así se formó el Cerro de la Teta que es igual a la tierra que lo vio nacer, pues, tiene su cúpula blanca.

El segundo hermano, Hóutareur, al ver que Huya no regresaba dijo: “¡Qué será de mi hermano mayor!” y se fue a buscarlo.

Pero salió cuando terminaban las lluvias fuertes. Al acercarse al Cerro de la Teta exclamó: “¡Qué cosa tan bella! Con su cúpula blanca me recuerda el lugar donde nacimos”, pero siguió su camino sin reconocer a su hermano.

Vinieron los meses duros de la sequía y Hóutareur se insoló y se transformó en el Cerro de Hatets.

Pasaron los días y al fin llegó el tercero, aterrado por la nostalgia de tener sus hermanos mayores en la península y de no saber nada de ellos.
Salió temprano cuando empezaban las lloviznas y alcanzó a llegar hasta El Cabo de la Vela. Al llegar allí miró la hermosura del mar pero vino la noche y se detuvo para descansar y al amanecer cuando salió el sol, también se fundió y formó el Pilón de Azúcar.

Donde se quedó Huya hay menos hambre porque hay más frescura y humedad, donde se detuvo Hóutareur, hay mucha escasez y sequía y donde llegó Iwa hay menos, y también por esta razón después del Invierno viene el Verano y luego la Primavera.

 

Código: CLTC 366N

Año de recolección: 1953

Departamento: La Guajira

Municipio: Uribia

Tipo de obra narrativa: Mito

Informante:  Indígenas no aculturados de los alrededores de Uribia

Edad informante:

Recolector: Jean Caudmont

Fuente: Artículo de revista

Título de la publicación: Cuentos y leyendas de La Guajira

Año de publicación: 1953

 

 

Moloíyo: el Dios de las aguas

Cuando se oye el trueno, es que nuestro abuelo está borracho y está disparando y derramando agua sobre sus nietos.

Cuando quiere saber si sus nietos están padeciendo de sed o si por lo contrario tienen agua suficiente, se sirve de las mariposas o del caballo. Moloíyo manda primero las mariposas con las primeras aguas para ver si llueve bastante, pero todo el mundo sabe que las mariposas son mentirosas, entonces cuando regresan ante nuestro abuelo le dicen que los Guajiros están muy bien. Pero como Moloíyo sabe que son mentirosas no confía en ellas y para asegurarse manda el caballo que es muy rápido. Al regresar de la península le dice a nuestro abuelo: “el agua está ausente en las pampas y sus nietos todavía padecen mucho, bien puede derramar más agua”.

Es la razón por la cual después de las lluvias de primavera vienen las lluvias fuertes.

 

Código: CLTC 367N

Año de recolección: 1953

Departamento: La Guajira

Municipio: Uribia

Tipo de obra narrativa: Mito

Informante:  Indígenas no aculturados de los alrededores de Uribia

Edad informante:

Recolector: Jean Caudmont

Fuente: Artículo de revista

Título de la publicación: Cuentos y leyendas de La Guajira

Año de publicación: 1953

 

 

El Piache y Wanurú

Los intermediarios entre el Piache y los Wanurús, porque no hay uno solo, son los “guardianes” de los Piaches, son genios buenos.

El hombre malo cuando muere continúa persiguiendo la gente. Es él quien persigue el Piache y transmite las enfermedades y la muerte cuando alcanza a llevarse un alma. Tasayú, el genio bueno trata de proteger a las almas y sirve de intermediario con el piache para que éste diga a los familiares del enfermo lo que el wanurú exige para salvar el enfermo. “Si quieres salvar a quien quiero llevar, dice wanurú, debes pedir tal animal o traje o adorno”. Tasayú hace pues un pacto con el wanurú y el piache dice a la gente en qué consiste este pacto. Hay que buscar las cosas deseadas por el wanurú y que sean tal como las ha descrito, porque en la pelea entre el espíritu bueno y el espíritu malo éste ha sido el compromiso a favor del tasayú para que se salve el alma del enfermo y que el wanurú no se la lleve.

Cuando se muere el enfermo es que encontraron el animal o la cosa exigida cuando el espíritu malo estaba ya lejos con el alma y tasayú no pudo alcanzarlo a tiempo.

Ciertos signos provocados por el tasayú: sueños, ataques, indican a una persona que ha sido elegida para salvar a los demás seres. En este caso la persona no puede rehusar, tiene que ser Piache.

 

Código: CLTC 368N

Año de recolección: 1953

Departamento: La Guajira

Municipio: Uribia

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante:  Indígenas no aculturados de los alrededores de Uribia

Edad informante:

Recolector: Jean Caudmont

Fuente: Artículo de revista

Título de la publicación: Cuentos y leyendas de La Guajira

Año de publicación: 1953

 

 

El Indio Arhuaco

Los indios Arhuacos habitaban antiguamente en Taroa y en las montañas al nordeste, al sur y al oeste de Bahíahonda. Llegaron los Guajiros y desalojaron a los Arhuacos quienes huyeron hacia la Sierra Nevada. Por esta razón todos los años viene un Indio Arhuaco a la Península a reconocer su antigua tierra y a visitar una cueva donde hay agua, como una especie de catarata subterránea. Viene a visitar la cueva porque los Arhuacos tienen allí tesoros y restos de sus antepasados en terrados.

El Indio Arhuaco hace su viaje en invierno pasando de montaña a montaña desde los Montes de Oca hacia el norte. Siempre viene en invierno por miedo de la escasez de agua y de comida y siempre trae las pestes consigo para vengarse de los guajiros responsables de haber desalojado a los Arhuacos de su tierra.
Por eso vienen las plagas en época de invierno.

 

Código: CLTC 369N

Año de recolección: 1953

Departamento: La Guajira

Municipio: Uribia

Tipo de obra narrativa: Leyenda

Informante:  Indígenas no aculturados de los alrededores de Uribia

Edad informante:

Recolector: Jean Caudmont

Fuente: Artículo de revista

Título de la publicación: Cuentos y leyendas de La Guajira

Año de publicación: 1953

 

 

Los Indios Kusina

Los indios Kusina no formaron nunca una sola casta, sino varias como las siguientes: sulíyu, síhona, pícbiyu, erpuríyu, warilíyu, húnnayu, etc. Hoy día están muy reducidos en número o casi extinguidos.

Estos indios vivían primitivamente en las selvas del río Limón. De golpe fueron desalojados de sus selvas por otros indios que venían del sur y como tuvieron que abandonar todo lo que poseían, se alimentaban de los que los demás tenían, convirtiéndose en indios guerreros, cuyo valor los demás guajiros no podían tener porque saqueaban todo. Así se apoderaron de las alturas del norte de la península y vivían allí de rapiña y de asesinato. Fabricaban la flecha mágica que envenenaban con veneno de serpiente y sapo, este último para que se pudra la carne en el caso de que el veneno de serpiente no resulte mortal y así produce una herida que no se cura porque la carne muerta desaloja poco a poco a la carne viva.

Los indios guajiros se conjuraron varias veces contra ellos para aplastarlos. Los kusina eran muy belicosos, las mujeres peleaban al lado de los varones cuando buscaban en la península partes altas donde había agua y comida para esconderse. Sin embargo, ante las conjuraciones de todas las castas que quisieron pacificarles y aprovechar de los pastos y del agua de las montañas donde vivían, poco a poco desaparecieron los kusina.

Los que todavía existen han perdido su belicosidad con sus vecinos. Todos hablaban guajiro como los demás.

 

Código: CLTC 370N

Año de recolección: 1953

Departamento: La Guajira

Municipio: Uribia

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante:  Indígenas no aculturados de los alrededores de Uribia

Edad informante:

Recolector: Jean Caudmont

Fuente: Artículo de revista

Título de la publicación: Cuentos y leyendas de La Guajira

Año de publicación: 1953

 

 

Los dos hermanos

Había un matrimonio indígena que tenía dos hijos: un niño y una niña. Un día murió la madre y el padre se casó entonces con otra india; quedó así con sus hijos y la nueva mujer. Pero la madrastra no quería a los dos niños y les daba muy poquita comida, mientras al marido le servía raciones suficientes. Los dos niños le pedían entonces al papá cuando estaba comiendo, pero como a la madrastra no le gustara eso, resolvió esconderlos a las horas de comida de su marido. Al padre le dijo que los escondía porque ellos eran muy golosos, y viendo entonces el padre que no podía mantenerlos con la comida que llevaba a la casa, no hallaba qué hacer, hasta que cierto día, resolvió llevarlos al monte; antes de salir dio a cada uno de ellos un poco de maíz en una mochila.
-Vámonos al monte a buscar miel de abejas, dijo el padre a los hijos, y tomó un hacha y se fue con ellos. Cuando estaba ya bastante lejos encontró un árbol que tenía un panal de miel y lo cortó.
-Quédense aquí tomando la miel, mientras yo voy a buscar otro, y entonces les gritaré para que nos reunamos.
Pasaron las horas y viendo los niños que ya era tarde y su padre no los llamaba, comenzaron a gritar para ver si les contestaba, pero no oían nada.
El maíz que les echara el padre en las mochilas al salir de la casa, lo habían ido regando por el camino, como éste les dijo, para poder encontrar el regreso a su casa; pero las aves se comieron el maíz.
El varoncito, cuando ya se estaba oscureciendo, pues eran las cinco de la tarde y ellos no podían salir del monte, subió entonces a lo alto de un árbol muy grande. Desde allá gritaba fuertemente: ¡papá!, para ver si su padre le respondía; pero nadie contestaba. Bajó del árbol y dijo a su hermanita: -vámonos a coger el camino que señalamos con el maíz.
Tomaron el camino pero cuando iban un poco adelante no encontraron el maíz ni supieron cuál era el sendera que conducía a su casa, porque había varios.
-No podemos irnos de aquí sin saber cuál es el camino, dijo el niño.
Mientras tanto, el padre ya había llegado a la casa.
Los niños subieron otra vez al árbol y vieron como la luz de una candela por allá lejos.
-Por allá queda la casa, dijeron y se fueron y subieron más allá a otro árbol, y no vieron nada. Caminaron y subieron a otro árbol, y divisaron de nuevo la luz que habían visto antes, y siguieron entonces caminando hasta llegar a ella.
Cuando se acercaron, vieron que esa no era su casa, sino la de una vieja, y observaron que en el fogón había un caldero grande con “friche” (fritanga); entonces dijo el niño a la niña:
-Vámonos hasta el fogón que allá hay un caldero.
-¿Y esto qué será?, dijo la niña, y cogiendo una presa se la comió.
Continuaron comiendo, pero como el friche estaba muy caliente, tomaron un cucharón, que por descuido de los niños hizo ruido contra el caldero, y entonces la vieja dueña de la casa que era ciega y tenía un gato, pensando que era éste el que hacía el ruido con el caldero gritó:
-¡Zape gato!, ¿qué estás haciendo con lo que estoy cocinando en el caldero?
Y los niños reían, pero no podían soltar la risa porque entonces la vieja se daba cuenta de que eran ellos. Otra vez sonó el cucharón y la vieja gritó:
-¡Zape gato!
Ellos metieron otra vez el cucharón y sonó muy duro, entonces la vieja dijo -¡zape!, -y tiró una piedra y los niños se echaron a reír a carcajadas.
-Creíamos que la vieja nos veía, dijeron ellos. Y la vieja al oírlos:
-¡Ah llegaron mis nietecitos!, y los cogió. Los llevó adentro de la casa; los bañó en una batea; les restregó bien la mugre en poca agua y luego los obligó a tomar el agua en que se habían bañado, colocándolos después debajo de un tambor (tómpor, caneca de hierro) grande, y pronto llegaron los hijos de la vieja que se habían ido a cazar venados. Percibieron el olor de los niños y dijeron:
-Por aquí huele a melón.
La vieja les dijo que no había melón, que de dónde iba ella a sacarlo; que fueran a comer al caldero lo que ella había cocinado.
-Váyanse otra vez al monte a cazar venados, les dijo, y ellos obedecieron y se fueron.
Entonces la vieja lavó el caldero y le dijo a la niña:
-Vaya a aquella fuente a buscar agua y le mostró un sitio junto a unas rocas.
Cuando la niña estaba recogiendo el agua vio a una señora que tenía un niño en sus brazos, y que caminaba por encima del agua. La señora dirigiéndose a la niña le dijo:
-¿Qué estás haciendo? ¿Para qué quieres agua?
-La vieja chama la necesita. No sé qué irá a cocinar con ella respondió la niña.
-¿En qué lo va a cocinar?, preguntó la señora.
-En la casa tiene un caldero grande y en eso es en lo que va a echar el agua para cocinar.
-Pobrecita de ti, dijo la señora, tú estás inocente de lo que va a hacer contigo.
-¿Qué me va a hacer, si me quiere mucho?, dijo la niña.
Es que ella va a hervir el agua. Cuando esté hirviendo pondrá una escalera, y encima una rueda para que vosotros bailéis en ella, dijo la señora, y eso es para que os caigáis en el caldero, y entonces cocinaros para que os coman sus hijos que están en el monte.
La niña se puso muy triste, pero la señora la consoló diciéndole:
-No te pongas triste. Cuando os diga que bailéis, decidle vosotros que baile ella primero, y cuando lo haga, cogedle entonces la manta atrás, para que sea ella la que caiga entre el caldero.
-Así lo haremos, dijo la niña.
La señora entonces desapareció como había venido.
La niña trajo el agua a la casa y la vieja les dijo:
-Vayan, ahora, los dos, a buscar leña al monte.
Por el camino, la niña contó a su hermano lo que le había sucedido, y éste no le creyó, pero cuando estaban recogiendo la leña volvió a aparecérselos la señora y les preguntó:
-¿Qué queréis hacer con esa leña? ¿Qué váis a cocinar con ella?
La vieja chama nos mandó por ella pero no sabemos para qué es.
-Esa leña es para el fogón, para hervir el agua que llevó la niña, que es para cocinaros a vosotros, dijo la señora. Ya está arreglada la escalera y la rueda en que vosotros váis a bailar. Vosotros no debéis bailar, porque la vieja lo que quiere es mataros y comeros después. Si os dice: “Suban para bailar”, contestadle: “Es que no sabemos bailar; sube tú primero para que nos enseñes”, y ella entonces os hará caso. Vosotros tenéis que agarrarle entonces la pata para que se vaya al agua dentro del caldero, y echarle después bastante candela al fogón para que se cocine ligero. Cuando ya esté bien cocinada debéis cogerla, partirle la cabeza y los animales que tenga adentro, os los lleváis para vosotros y ahora, ¡marcháos!
Esa aparición era la Virgen.
Cuando estaba hirviendo el agua la vieja, tal como lo había anunciado la señora, dijo a los niños que subieran por la escalera y que bailaran en esa rueda que estaba encima del caldero.
-Baila tú primero, para ver si aprendemos, dijeron los niños.
-Tenéis que bailar así, dijo la vieja. Yo lo hago despacio, porque ya estoy muy anciana, pero vosotros tenéis que bailar ligerito.
-¿Cómo podemos hacerlo ligerito, si tú no lo haces? Hazlo ligero para nosotros poderlo hacer lo mismo, dijeron.
La vieja lo hizo, y cuando estaba bailando, los niños le cogieron una pierna y la vieja se fue al fondo del caldero; entonces ellos echaron bastante candela al fogón y cuando ya estaba bien cocida, le cogieron la cabeza, la partieron, y hallaron dentro de ella dos perros y dos huevos de gallina. Los tomaron y se fueron y cuando iban saliendo, llegaron los hijos de la vieja.
-¿Y la comida para nosotros?, preguntaron.
-Está dentro del caldero, contestaron los niños y se fueron.
Los hijos de la vieja comenzaron a comer y el gato habló entonces para decirles que lo que ellos estaban comiendo era a su mamá. Los hombres tomaron sus flechas y se fueron detrás de los niños para alcanzarlos y matarlos.
Camino adelante los alcanzaron, pero el niño tiró un huevo al ojo de uno de los hombres y la niña el otro huevo al ojo del otro hombre, y ambos quedaron ciegos y no pudieron perseguirlos más.
Andando, andando, llegaron los niños a un palacio de un rey. A este palacio llegaba siempre una culebra grande y fiera que devoraba a toda la gente, no quedando en él más que el rey y su hija. El rey recibió a los niños con cariño y los hizo entrar a la casa, con los dos perros grandes y hermosos que habían sacado de la cabeza de la chama y que los acompañaban.
-Estos perros deben ser buenos cazadores, dijo el rey.
-Sí lo son, respondió el muchacho.
-En la ciudad hay una culebra fiera que devora a toda la gente, y sólo falta mi hija por ser devorada. Si matas con tus perros la culebra, mi palacio será vuestro, y mi hija para ti, dijo al muchacho.
Al siguiente día vino la culebra como de costumbre y los niños al verla azuzaron a los perros y los mandaron a matarla. Los perros se tiraron encima de ella y la mataron.
El rey cumpliendo su palabra, les dio el palacio.
La hija del rey se casó con el muchacho.

 

Código: CLTC 288N

Año de recolección: 1947

Departamento: La Guajira

Municipio: Uribía

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante:  Clara Elisa Ortiz, niña mestiza del poblado de Nazareth, educada en el Orfelinato de la Sagrada Familia

Edad informante: 17

Recolector: Roberto Pineda Giraldo

Fuente: Artículo de revista

Título de la publicación: La chama, un mito guajiro

Año de publicación: 1947

 

 

La chama y el indio

Había un indio rico que quería mucho sus caballos, y por lo mismo los cuidaba con esmero. Un día que los estaba recogiendo, la chama, que se había enamorado de él, se le presentó en figura de una hermosa señorita. El indio le preguntó si había visto esos caballos y ella le contestó que por ahí cerca había visto uno. A su turno, ella le preguntó si había visto un burro y él le respondió que no. La chama, entonces, llamó a una compañera suya, y entrambas se llevaron al hombre a unas rocas que quedaban en una sierra, y que parecían una casa.
En esa cueva a donde llevaron al hombre había mucha gente más de la familia de la chama, que quería matar y comerse al indio.
-No me mates, dijo él a la chama. Pero los demás decían, comámonoslo.
El indio dije a la chama: -No me hagas nada. Si es que me quieres vayamos a mi casa que allá estaremos mejor.
La chama accedió, y se fueron. Tuvieron un niñito, pero después el indio se enamoró de otra mujer, y la chama, que era bruja, conoció sus pensamientos.
Un día se quitó toda la ropa que el indio le había dado; dejó todas las cosas que el marido le había conseguido para la casa; escogió un burro muy feo, lo esterilló con una esterilla tan fea como el burrito y se marchó, llevando consigo unas ollas tiznadas y rotas, y al hijo habido con el indio.
En el camino por donde ella pasaba había una “casimba” (excavación indígena para extraer agua) y ahí estaba el indio con la otra mujer, que le dijo:
-¡Mira!, ahí está tu mujer y se va a llevar a ro hijo.
-Qué -me importa, replicó el indio.
Pero era por decirlo, nada más, porque inmediatamente cogió un caballo, lo ensilló y se fue detrás de ella.
Gastó cinco días y cinco noches consecutivas caminando sin poder alcanzarla, hasta que se le cansó la bestia. Se bajó entonces de ella, y la dejó, junto con su rifle, con los arreos y con todas sus alhajas y se fue a pie.
La bruja convirtió entonces al burro feo que llevaba en otro gordo y lucido; las ollas tiznadas y rotas, en mochilas hermosas; la esterilla fea, se convirtió también en una nueva y bonita y la manta sucia, fea y rota con que había salido, en una roja, nueva, de las que usan las indias ricas.
El niño habló entonces a su madre y le dijo:
-Pára el burro. Pobrecito papá que viene cansado, y se bajó del burro. Ella lo cogió del brazo lo montó de nuevo en el burro y así lo llevó, siempre asegurado.
El hombre se fue, pues, a pie hasta la roca o cueva esa que era como casa y que ya había conocido antes. Al llegar allá, a la chama le dio lástima de él porque tenía los pies rajados de tanto caminar; lamió con cuidado sus pies y éstos quedaron curados en el acto porque ella lo quería. Y él estuvo allá como cuatro días.
Las otras gentes que eran como la familia de la chama, al tener noticia de la llegada del indio, salieron apresuradas a buscar leña y agua. La chama que conocía las intenciones de sus familiares, encerró a su marido en una especie de cuarto que había entre esas rocas, porque las otras gentes quedan era cogerlo para matarlo y comérselo. La mujer lo cuidaba mucho, porque sus hermanos también lo querían para comérselo.
Por las noches, el indio salía a una como sala que había en las piedras y la mujer se estaba allí para cuidarlo. Pero una noche ella se acostó en su chinchorro y se quedó dormida. Los cuñados se apoderaron entonces del indio, lo mataron, lo echaron en la olla que habían tenido hirviendo con la leña que consiguieron y se lo comieron. Al hijito de la chama y del indio también lo cocinaron y se lo comieron.
La bestia y las alhajas del indio se perdieron.

 

Código: CLTC 289N

Año de recolección: 1947

Departamento: La Guajira

Municipio: Uribía

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante:  Ana Isolina Ipuana, indígena de Jarara residente en Nazareth (narración en lengua guajira)

Edad informante:

Recolector: Roberto Pineda Giraldo

Fuente: Artículo de revista

Título de la publicación: La chama, un mito guajiro

Año de publicación: 1947

 

 

El tigre acorralado

Un indio se enamoró de una señorita, y resolvió comprarla para esposa. El hermano de esta señorita pidió por ella veinte reses y el hombre las entregó. Le otorgaron entonces la muchacha y él la llevó a su casa.

Cuatro hermanos de la mujer lIegaron un día a la casa donde vivía el matrimonio y le rogaron a ella que dejara que su esposo los acompañara a cazar, ya que tenía diez maravillosos perros de cacería.

El cuñado salió con ellos y en el monte se partieron; unos fueron a la derecha, otros a la izquierda y así… se regaron.

Al cabo de un rato uno de los cuñados comenzó a gritar:

-Ay cuñado, ahí va el venao, y después de que gritó eso se presentó un tigre y el indio, el marido de Ia muchacha gritaba:
-Ay cuñado, dónde estás que este animal me quiere comer.

Nadie le contestaba porque el tigre no era más que uno de los hermanos, de la muchacha, que había tomado esa figura de animal.

El tigre se abalanzó encima de él y se puso debajo de un árbol a descuartizarlo, y terminado esto hizo la misma operación con los perros, que sucumbieron entre las garras del tigre.

Por la noche, después de que había recobrado su figura de hombre, regresó a la casa y contó a su hermana que su marido se había embolatado en el monte y que por más que había buscado no los había visto ni a él ni a los perros.

La mujer se puso a llorar.

-Tú tienes la culpa, ¿para qué lo convidaste si él no conocía tan lejos? Tú tienes la culpa, porque lo invitaste y no lo buscaste cuando se perdió.

-Ah, yo lo busqué. No llores, quizá otro día lo encontraré, dijo el indio a su hermana. Durante tres días seguidos el hombre que se convertía en tigre hizo la farsa de buscarlo, y durante tres veces consecutivas, volvió donde su hermana diciendo que no lo había encontrado

La hermana, empezó entonces a maliciar:

-Él siempre llega lleno, lleno cuando sale a buscar a mi marido; ¿qué haría con él?
Resolvió entonces seguirle los pasos y atrasito, atrasito, atrasito, lo encontró durmiendo debajo de un árbol; cerca de él había una cocina extendida, que no era otra cosa que la carne de su marido y de los perros.

La mujer, entonces, volvió a la casa, buscó un machete y lo afiló para matar al hermano. Lloró mucho, recordando la cecina, que era su marido.

Con el machete bien afilado regresó al monte y de nuevo encontró a su hermano durmiendo debajo del árbol; alzó el arma, le cortó la cabeza y luego la partió en varias partes, vengando así la muerte de su marido.

(La muchacha que fue comprada por el hombre era chama porque su hermano comía gente. Explicación de las indias que hicieron el relato).

 

Código: CLTC 290N

Año de recolección: 1947

Departamento: La Guajira

Municipio: Uribía

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante:  Ana Isolina Ipuana (de Jarara) y Ana Ofelia Ortiz (indígena de Nazaret)

Edad informante:

Recolector: Roberto Pineda Giraldo

Fuente: Artículo de revista

Título de la publicación: La chama, un mito guajiro

Año de publicación: 1947

 

 

La zorra y el conejo

Había un conejo que tenía mucha hambre y andaba paseando, en busca de comida y no encontró nada.

Llegó, por fin, a la casa de una zorra que tenía diez hijos, la cual lo recibió y preguntó de dónde venía, a lo que el conejo respondió que venía de su casa en busca de qué comer:
-Yo vine aquí a ver si tú me das algo, dijo el conejo.
-Yo no tengo nada, dijo la zorra, pero si tú tienes tanta hambre quédate cuidando mis hijos mientras yo salgo a buscar iguaraya (fruto del cardón).

Bueno, dijo el conejo, yo me quedaré aquí meciendo tus hijos.

En efecto, el conejo quedó con los hijos de la zorra y ésta salió con una mochila a buscar las iguarayas.

Durante la ausencia de la zorra, el conejo mató a nueve de los hijos de ésta y no dejó sino uno. Los cocinó, comió hasta hartarse y dejó la mitad de los zorritos para que comiera la zorra cuando llegara.

La zorra llegó.

-¿Trajo bastante iguaraya?, preguntó el conejo.
-Sí, respondió la zorra. -¿Y mis hijos dónde están?

El conejo respondióle que todos estaban durmiendo en la otra pieza.

-Tráelos para darles de mamar, dijo la zorra.
-Te los voy a traer uno por uno, dijo el conejo. Y traía y llevaba cada vez al único zorrito que había dejado vivo.
-Pero están bien llenos, porque no quieren mamar, dijo la zorra.
-Es que yo preparé una sopa y les di caldo de una carne que me trajo mi tío, dijo el conejo. -Te la voy a traer para que tú comas también…

El conejo trajo la sopa de zorritos a la zorra, y se dispuso a marcharse. La zorra, inocente de lo que pasaba, trató de detenerlo, para que comieran las iguarayas:

-Es que yo quiero ir al monte a ensuciar, fue la excusa del conejo para poderse escapar.

Cuando ella terminó de comer entró a la pieza a buscar a los zorritos y no encontró sino uno y le gritó al conejo: – Tú eres muy malo conmigo. El conejo salió corriendo y la zorra no pudo alcanzarlo.

-Qué risa me da de la zorra que come a sus hijos sancochados por mí, dijo el conejo, cuando iba monte adentro.

Como la zorra no podía alcanzar al conejo pidió al alguacil (gallinazo de cabeza calva y colorada) que le ayudara a matar al conejo que le había sancochado a sus nueve zorritos y se los había hecho comer.

El alguacil, que resolvió ayudar a la zorra, le dijo al conejo:

-Mira amigo conejo, métete en este hoyo que yo te voy a esconder para que no te mate la zorra. Pero esto no era más que un engaño de que se valía el alguacil.

El conejo se metió en el hoyo, y mientras estaba allí escondido, el alguacil fue a llamar a la zorra.

-Estáte allá cuidando que yo voy a llevar una pala para taparlo, dijo la zorra al alguacil.

El alguacil regresó y tapó el hueco donde estaba el conejo, con ceniza caliente.

-Este me engañó, dijo el conejo; salió del hoyo donde estaba escondido y llamó la atención del alguacil:

-Mira amiguito mío qué lindo es esto.

El alguacil miró, y el conejo aprovechó la oportunidad para echarle la ceniza caliente en la cara y en la cabeza que se le quemaron, y salió corriendo. Desde entonces el alguacil tiene la cabeza pelada y colorada, porque antes la tenía negra y llena de plumas como los gallinazos.

Ni el alguacil ni la zorra pudieron con el conejo. Se quedaron burlados.

 

Código: CLTC 291N

Año de recolección: 1947

Departamento: La Guajira

Municipio: Uribía

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante:  Clara Elisa Ortiz, mestiza de Nazaret

Edad informante:

Recolector: Roberto Pineda Giraldo

Fuente: Artículo de revista

Título de la publicación: La chama, un mito guajiro

Año de publicación: 1947