El Chumbo

Otra vez, solito, por ahí a la una de la mañana, me tocaba pasar por una huecada feísima, más abajo de Yacuanquer, que llamaban los Encinos. Había allí una quebrada, y al filo del camino una gran posetota, para dar agua a los animales. Y yo que llego, bien fajado mi peinilla, y de pronto se me presenta un chumbo grandísimo, a no dejarme pasar. Si yo quería hacerlo por un lado, el chumbo allí; si trataba por otro, el chumbo allí: los aletazos que daba sacaban candela en el suelo. Yo le tiraba con la peinilla y el chumbo como si nada; la peinilla me rebotaba como al darle a una llanta; entonces me regresé y el chumbo seguía atrás dando aletazos hasta que llegué a un plan y desapareció. Por curioso volví a pasar por el mismo lugar y allí en la acequia estaba otra vez impidiéndome el paso. Me acordé de mi rosario y del escapulario, que nunca me faltaba; los amarré en la peinilla y la levanté para atacar al animal de un peinillazo, y, al hacerlo el chumbo desapareció. Al fin pude pasar, tenía que caminar como medio kilómetro, lo hice; cumplí con lo que tenía que hacer y regresé. A la vuelta creí que me volvería a salir, pero no lo hizo. Todos cuentan haber visto este animal pero nadie dice que los hubiera atajado; seguramente allí hay un entierro.

 

Código: CLTC 607N

Año de recolección: 1985

Departamento: Nariño

Municipio: Yacuanquer

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante: 

Edad informante:

Recolector: Julio Ernesto Salas Viteri

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuento popular andino. Colombia

Año de publicación: 1985

 

 

La huaca del padre Yepes

Hace 25 años, en una hacienda llamada “EL HOSPITAL”, uno de sus mayordomos vivió la más extraordinaria experiencia de su vida. La hacienda, años atrás perteneció al padre Yepes, quien tuvo el suficiente cuidado de dotarla de todas las comodidades habidas y por haber y de acumular grandes riquezas. Sin embargo, ni él, ni sus parientes —porque no los tuvo— lograron gozar de estas venturas. Decidió, entonces y antes de morir, enterrar todas sus pertenencias en tres lugares diferentes. Con el correr del tiempo y después de pasar por varias manos, esta hacienda fue comprada por unos pastusos. Fue durante esta época que sucedió lo que habría de suceder. Aquella noche, fue diferente a tantas otras en la finca; los perros alborotaron más que de costumbre; las gallinas, cacareando, saltaban del gallinero en el troje; ruidos extraños por todas partes. El mayordomo con los pelos de punta se hizo al valor necesario para salir a averiguar lo que pasaba. Bajo de un árbol de capulí vio a un sacerdote con sus ornamentos —de la cintura a los pies blanco y de la cintura a la cabeza negro— llamándole con señas; pero tal fue el miedo que le produjo esta aparición que sin resistirla se desmayó. A raíz de ésto, cuenta que en sueños, el sacerdote le mostró una “huaca”, la entrada cubierta por piedras planas, seguida de dos hileras de adobe, una capa de piedra pequeña y al final tres olletas de morrocotas. El padre tuvo buen cuidado de advertirle que de sacarla fuera solo, a las doce de la noche en punto; que llevara aguardiente y tabaco; y que oyera lo que oyera o sintiese lo que sintiese, no debería alzar a ver, porque de hacerlo moriría.

El mayordomo contó a su mujer de lo acontecido a raíz de que lo encontraron desmayado al pie del capulí y entre los dos convinieron en sacar la huaca pero acompañados de un compadre, para que les ayudara a cavar. Así decidido se dirigieron un día al lugar. Encontraron la capa de piedra plana tal como la había visto en sueños el mayordomo, continuaron hasta llegar al adobe, pero en este instante el mayordomo recibió tremendo fuetazo que lo desmayó. El compadre corrió a la casa a traer velas para poder sacar a su amigo. Cuando el mayordomo despertó contó que viendo el padre la desobediencia y la ambición del compadre, resolvió no dejar sacar la huaca y que, por otra parte, faltaba muy poco tiempo para que la huaca se condenara y así nadie pudiera sacarla.

Poco tiempo después, el mayordomo cambió de trabajo y no regresó jamás a la hacienda “EL HOSPITAL”. Unos cuantos vecinos que conocieron de lo sucedido contaron la historia a los nuevos dueños. Estos hicieron muchos intentos por encontrarla, pero todo fue en vano, la huaca se condenó.

 

Código: CLTC 604N

Año de recolección: 1985

Departamento: Nariño

Municipio: Cumbal

Tipo de obra narrativa: Leyenda

Informante:  Relato recogido de varias personas de avanzada edad, oriundas de Cumbal

Edad informante:

Recolector: Julio Ernesto Salas Viteri

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuento popular andino. Colombia

Año de publicación: 1985

 

 

El cura descabezado

Cuenta la Tía Leíto que, en los terrenos donde actualmente se levanta el Seminario de Ipiales, solía aparecer un cura que había muerto hace años. En cierta ocasión se sintieron ruidos extraños y el capataz de la finca se levantó, peinilla en mano, pensando que se estaban robando el rebaño o las gallinas, pero lo que vio lo dejó atónito; un hombre, con traje negro y largo como túnica avanzaba lentamente por entre la maleza y se dirigía a su encuentro, pero, cuál no sería su sorpresa al observar que no tenía cabeza y en su mano derecha portaba una rueda que despedía fuego, con la cual trataba de atraparlo.

José huyó despavorido hacia su vivienda, pero, desde entonces, siguió escuchando ruidos cada vez más insistentes; a veces sentía como si unos bultos muy pesados cayeran sobre la puerta de su casa; mirando por la ventana, veía al cura descabezado que lo llamaba insistentemente, mostrándole la rueda de fuego que estaba en la mano.

José no fue el único que lo vio, fueron muchas las personas que atestiguaron aquel hecho, absolutamente nadie podía pasar por allí después de las siete de la noche. Finalmente decidieron ofrecer una misa en su nombre, pero nada cambió, el cura siguió haciendo su aparición, noche tras noche, hasta que José se armó de valor, salió y le preguntó: ¿Qué quieres darme o que te dé?; el descabezado lo guio hacia una piedra inmensa que tapaba una cueva.

Al día siguiente, antes de medianoche, se reunieron varios hombres, apartaron la piedra y allí, encontraron los restos de un cadáver, seguramente de él, pero no encontraron la calavera, lo que hace suponer que lo decapitaron y lo enterraron en esa cueva, tal vez pagando una venganza a gentes sin escrúpulos. Pedía desesperadamente que sus restos descansaran en un lugar adecuado para que su alma también descansase en paz.

Fue sepultado con todas las de la ley y desde entonces ya no se ha vuelto a escuchar de su aparición.

 

Código: CLTC 605N

Año de recolección: 1985

Departamento: Nariño

Municipio: Ipiales

Tipo de obra narrativa: Leyenda

Informante:  Consuelo Montenegro, a partir de lo contado por la señora Leonila Bustos de Chavos, nacida en la ciudad de Ipiales, el 14 de mayo de 1918

Edad informante:

Recolector: Julio Ernesto Salas Viteri

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuento popular andino. Colombia

Año de publicación: 1985

 

 

El duende de La Chorrera

Suele contar mi abuelita que, en el chorro del Manzano, acostumbraba aparecer el duende, allí hay unas flores amarillas y pequeñas que tienen la forma de zapatitos; quien toca estas flores tiene que estar preparado porque puede quedar “enduendado”, en especial las mujeres. Pero si la persona mira primero al duende, escupiendo tres veces, este no podrá encantarla. Se trata de un hombre de baja estatura, con sombrero de copa y muy sonriente.

En cierta ocasión, una muchacha llamada Francisca que vivía en los Chilcos, fue a la Chorrera a lavar ropa ajena (este era su trabajo). Ella tenía una larga cabellera y era muy bonita, así como le gustan al duende, y ya muy entrada la tarde terminó su tarea y se dirigió a su vivienda. Caminaba tan cansada y distraída que no se dio cuenta que por ese lugar aparecía el duende.

Otras lavanderas, que estaban allí, se dieron cuenta que Francisca estaba tendida en el suelo, sin sentido. Corrieron a auxiliarla y encontraron estiércol de vaca en los bolsillos de su delantal, (esto hacía suponer que estaba enduendada). La llevaron a su casa y recuperada un poco, pedía a gritos que se largaran todos y la dejaran sola para poder atender a su amado que llegaría muy pronto, decía que era bonito y hermoso.

El duende le jugó a Francisca muchas malas pasadas y travesuras: de pronto aparecía la comida llena de tierra, con pelos de gato y cosas por el estilo; estaban sentados en el comedor y comenzaba a arder el mantel sin saber cómo ni porqué; los cuadros se caían solos, las camas saltaban, los vidrios se rompían.

Ahora Francisca es una anciana y le llaman la “pacha loca”. Anda por las calles, cargando cajas de cartón e insultando a todo el que le cae mal; se ha convertido en un personaje típico de la ciudad de Ipiales, objeto de burla de los chiquillos malcriados.

 

Código: CLTC 606N

Año de recolección: 1985

Departamento: Nariño

Municipio: Ipiales

Tipo de obra narrativa: Leyenda

Informante:  La abuela de Julio Ernesto Salas Viteri

Edad informante:

Recolector: Julio Ernesto Salas Viteri

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuento popular andino. Colombia

Año de publicación: 1985

 

 

El ahijaro de la muerte

Un hombre casado con su mujé, tuvieron viviendo, tuvieron viviendo. La señora no había tenido ni un solo hijo en la vida. Un buen día salió en embarazo, tuvo el niño, lo chumbó (le puso la faja), lo estaban adorando y besando. El marido dijo: mujé yo quisiera que mijo no se me muriera nunca, yo me he puesto a pensar pa’ que mi hijo no se muera, démoselo a cargar a la muerte. Ahí mismo se jue. ¡Servelina! —así se llamaba la muerte—, quiero que cargue mi hijo, me lo bautice pa’ que seamos compadres. Bueno, no tiene importancia, yo lo cargo. ¡Usted me dice cuándo!

Llegó el día, se fueron a la iglesia y le pusieron Berruguete. Hicieron la fiesta, bailaron y gozaron. Magrina: ¿usted, qué me va a dar? Yo no tengo nara que brindarle, lo único es que el señor Jesucristo me ha dado la piedra de no morir y la piedra de morir; le voy a dar la piedra de morir y de no morir, cuando caiga un enfermo, usted se enriquezca, va y lo medecina (receta) y coge esa plata. Cuando vea que yo esté en la cabecera puede hacer eso, y si estoy en los pie no lo haga, porque el señor me ha mandado que lleve esa alma. Bueno, magrina. ¡No vaya a hacer tal, ahijaro, de no cumplirme! Sí magrina.

Lo pusieron a estudiar, el muchacho estudió hasta que aprendió a leer, pero guardando el secreto porque no le había dicho al papá ni a la mamá. Verdad que mi magrina me dio estas piedras, cogió un vaso de cristal, las metió y puso un letrero en la puerta de la casa: «Curandero».

Un día, pun, pun, pun, ¿aquí vive el médico Berruguete? Sí, yo soy. El rey de esta ciurá está grave de muerte, ya pa’ rrancar el alma, que vaya a verlo. La mamá le dijo: ¿vos por qué decís que sos curandero? ¡Te van a matar! ¡A mí no me mata nadie! Cogió su vaso de agua, se fue, entró en la pieza: me dejan solo con el enfermo. Sí señor. Todo el mundo salió, puso su vaso de agua sobre la mesa, lo metió y todo eso, casi no tenía fuerza porque ya se iba. Dijo: ¿puede parar la cabeza? No le contestó. Le paró la cabeza, cogió el vaso y tus, tus, tus, tus cuando para. ¿Puede sentarse? Sí señor. Se sentó. Ya cogió su vaso ruan, al bolsillo y su plata ruan, a la relojera y vengan a ver el enfermo que ya lo impulcié (sané). ¡Ay! Este curandero lo mandó Jesucristo del cielo.

A los cinco meses dice Dios: señora Servelina, vaya tráigame a tal alma, que va a caer mal de muerte, y a ése yo lo necesito. Me lo trae porque si no me lo trae, usted me la paga. Sí señor Jesucristo. Se fue. Cuando alguien dijo: vayan a traer al curandero Berruguete que ese sí. Llegó allá, no le dio ni agua porque le había dicho la magrina que se lo tenía que llevar. Así que se murió, dijeron cuando el curandero Berruguete no pudo, y así se fue. Había personas que estaban ya pa’ rrancar el alma y volvían porque él llegaba, y les daba su agüita.

Tenían como año y pico de que no le llegaba un alma al cielo. El Señor dice: Servelina, ¿qué es lo que pasa que usted no me trae a nadie aquí? Yo necesito varias personas que vengan a darme cuenta y usted no me los ha traído. Sí Señor, mañana le traigo uno o dos. Y llega: ahijado, hágalo de por Dios, que el Señor me está atropellando, deme las piedras o póngala así, así, y así. Bueno magrina. Cuando se va la magrina. Dice Berruguete: mi magrina que busque su puesto, que yo no le voy a hacer caso a ella.

Dice la muerte a Berruguete: yo lo he querido y usted es mi ahijaro y yo lo quiero al alma, pero usted a mí no me ha querido porque usted no ha hecho esto, esto, esto que yo le dije. Yo se lo advertí. Sí magrina. Y, ¿po’ qué no lo ha hecho? Mañana ya me pongo de acuerdo con lo que usted me diga. Toda esa noche tomó, se emborrachó, bailó. Al otro día por la mañana, cuando llegó la muerte dijo: comadre. Señora. ¿Mi ahijaro? Está dormido. ¡Ay!, háblemele hombre, yo quiero hablar con él. Pero no le está diciendo a la mamá ni al papá qué pasaba. Berruguete, Berruguete tu magrina. ¡Ay! Mi magrina que no moleste. ¡Que mi magrina ya me está cansando demasiado! ¡Aaay! Que estoy dormido, dígale que venga más luego. El ahijaro está dormido que venga más tarde.

Comadre, yo le voy a tener que decir qué es lo que pasa. Vea comadre, yo he hecho con mi ahijaro esto, y esto y esto y esto y no me ha cumplido y el Señor me tiene a mí atropellada. Así es que yo voy a tener que pasar por la pena, pero lo voy a tener que matar. ¡Aaay Berruguete! Tu magrina me ha dicho que te va a matar por esto, por esto, por esto. ¿Y mi magrina con qué me mata? Cuando yo tengo las piedras aquí, ve, ¿con qué me mata? Que busque su puesto. ¡Ay! Berruguete vos sos… le decía la mamá. El papá no estaba oyendo. Por la noche se acostaron. Dice la mujer al marido: ¿vos querés saber qué es lo que tiene Berruguete? Tiene un compromiso con mi comadre Servelina y no le está cumpliendo. Y el Señor la tiene atropellada, mañana lo regaña.

Llegó al otro día. ¿Qué es lo que te pasa Berruguete? Tu magrina hizo eso porque te quería, ¿no cierto? No tenía plata que darte pero te dio las piedras. Ya se había enriquecido el tipo. Una noche estaba bailando en una cantina el muy, muy y llegó por la tarde la muerte. Buenas tardes comadre. Buenas tardes comadre. ¿Mi ahijaro? Su ahijaro aquí está. Ahijaro, venga que compromiso tenemos. No, no, no me moleste, no me moleste magrina, yo la respeto. ¡Pero no me moleste! Vengo a las seis de la tarde. A las seis de la tarde jue, pau la cogió. Usted me está molestando ya mucho magrina, yo no la estoy irrespetando pero venga pa’ cá. Cogió, la amarró, la metió al gallinero y la tapó.

El Señor espera la muerte, pero Servelina no aparece. Y ¿adónde pa’ aparecer? Al otro día amaneció la magrina todita encolcho (embadurnada) de sucio (excremento). Berruguete, ve, sacame de acá. ¡A usted nadita le está pasando! Cuando la mamá oyó, dijo: ¿quién es que habla? Tenía a la magrina bien encolcho de sucio de gallina. La comadre la lavó, bien lavada, la jabonó y la secó. Le dijo: comadre, no lo vaya a matar, yo le cubro los claros a mi hijo. Pero qué claro le cubría, y no le estaba dando la piedra, así es que al otro día por la noche estaba él bailando con una muchacha muy sabrosa. La muerte se convirtió en muchacha, una señorita bailando y llegó bien vestida con buenos tacos y emperfumada. Como él ya tenía plata y estaba soberbio, le dijo: sííí, siéntese aquí conmigo. ¿Qué va a tomar? Una botella de güisqui. Ahí mismo paas, se la pasó. La descorchó y empezó a tomar y se fueron a bailá y bailaba.

Le bailaba a las dos mil maravillas, lo que ninguna mujer le daba esos pases. ¡Señor mío Jesucristo! Y cuando dieron la vuelta, pau lo cogió y por acá atrás le dijo: ¡Yo soy su magrina! Alcanzó a oír y murió. El papá y la mamá lo fueron a alzar y le dijeron: Berruguete, ¿por qué estás ahí? Por tu mala suerte, le contestó el marido. Acabando, acabando, se acabó mi cuento, si es mentira o es verdad que se abra la tierra y se vuelva a cerrar.

 

Código: CLTC 561N

Año de recolección: 2010

Departamento: Nariño

Municipio: La Tola

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante:  Juan de la Cruz Arará

Edad informante: 85

Recolector: Baudilio Revelo Hurtado, Camilo Revelo González y Carolina Revelo González

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuentos para dormir a Isabela. Tradición oral afropacífica colombiana

Año de publicación: 2010

 

 

El Tío Venao y el Tío Tigre

El Tío Venao tenía su mujé y vivía en los arasqueitos (rastrojos) por ahí metido; la mujé le dijo: ¿sabe qué venao? Yo creo que te falta es destermina (decisión). ¿Por qué no se tira la parada (determinación) y se hace un ranchito pa’ que vivamos? Buena idea mujé, pero no es que yo lo haga, sino que lo hagamos. Sí, contestó, yo también ayudo en lo que pueda.

Se fue Tío Venao con un machetico a limpiá el lote, estuvo limpio medio lote. Al otro día fue, ya estaba el lote entero limpio, pensó: ¿dejé medio lote limpio y por qué ahora está todo limpio? Se fue al monte, cortó un horcón y lo colocó. Al otro día había dos horcones; así se fue, así se fue, hasta que la casa estuvo techada y empisada (con piso) pa’ tirarle paré. Siempre haciéndola en esas condiciones, cada uno su mitad, no sabiendo con quién. Hasta que llegó Tío Venao y tran, tran, ubicó unos palos pa’ una pieza. Al día siguiente había otros pa’ otra pieza. Tío Venao se metió a hacer un fogón, al otro día había otro.

Empezaron a cargar los chiros con la mujé. Sí señor, mi Tía Tigra con mi Tío Tigre también cargando los chiros. Ya mi Tío Venao dijo: ay mujé, aquí sucede una cosa, humm, yo no quisiera esta compañía que se nos ha agregado, mi Tío Tigre es muy bandido. Dijo la mujé: así será, pero estamos metidos porque hicimos el ranchito aunque en compañía. ¿Qué más podemos hacer? Tenemos que bregar a disfrutar de él.

Empezó mi Tío Tigre a hablarle a Tío Venao y Tío Venao a Tío Tigre: Sobrino Venao, aquí hay una cosa, usted va a buscar el plátano y yo voy a buscá la presa, porque a usted le queda adecuadamente facilidad pa’ l plátano y a mí más facilidad pa’ buscar la presa. Tío Venao: pues Tío Tigre, lo cierto es que también podíamos ponerla así, una semana busca el plátano y yo la presa, y otra semana busco el plátano y usted la presa. Tío Tigre: trato hecho.

El Tío Venao es miedoso, pero se le ocurrió algo en la cabeza. Se fue a unas plataneras, no era sino agobiar (tumbar) racimo y arrastra, agobiar racimo y arrastra. Por la tarde viene llegando Tío Tigre: uf, uf, uf, oí Sobrino Venao, ¿cómo e? ¿Cómo es qué? ¿Cómo le fue? A mí me fue bien y, ¿a usted? A mi más o menos. Fue subiendo Tío Tigre con un costaliao, bumm, lo tiró. Sobrino Venao, vaya pues al fogón a hacé algo, van destapando un venao. En la semana el Tío Tigre subió seis venaos sobre la casa; no encontraba otro animal sino venao. Tío Venao: carajo, ¿cómo será la semana que me toque a mí? ¿Yo cómo voy a hacer pa’ buscar, pa’ conseguir presa?, pensaba. Pasó esa semana y el venao y la venada no comieron, porque allí había caído el papá, el hermano, el hijo, toda la familia.

Después le tocó al venao. Po’ allá oyó un perro y un pum, pum, pum, y empieza a temblar. Sin embargo, al rato oyó plaamm. Fue el cazador que tiró al animal, y se le escapó. Va llegando más adelante, estaba un tigre herido. Para él había sido el disparo, ajáa y le agarra a patadas, ahora sí pé, pé, pé, pé y lo acaba de matar. Y, ¿cómo voy a hacer pa’ jalarlo? Buscó un bejuco, lo terció, amarró a Tío Tigre y lo jala, y lo jala y lo jala y lo jala. Cuando llegó allá adentrico: adiós Tío Tigre. Adiós Tío Venao. Por favor Tío Tigre venga, ayúeme con este animal que etá grande, yo casi no puedo con él. ¿Jum, mi Sobrino Venao lo encontró? Yo casi ni he podido encontrar plátano. Va bajando Tío Tigre, el papá. Dice Tío Tigre: mujé, el Sobrino Venao, ¿cómo que me va a salir adelante? Esta compañía ya no me está gustando. Lo subieron como pudieron pa’ comer, como también los otros habían comido.

Los seis días de la semana fueron seis tigres que subió, porque cuando los encontraba, estaban abaliados. En esos días inesperados llegó Tío Venao y se acostó: ay mujé estoy más cansao, me tocó peliá hoy con un tigre que me estaba saliendo más adelante que los otros, pero al fin lo dominé, y pam, se tiró patas arriba, bien comido de tigre, raaa, raaa, cuando jum, jum, jum, me dan unas ganas de matá tigre, jum, jum, jum, tengo unas ganas de matá tigre. ¡Sobrina Venaa! ¡Sobrina Venaa! Tío Tigre, ¿qué fue? Dígale a mi Sobrino Venao que se acueste de lado, que está con pesaílla. No, está soñando. Ay no, pero esos sueños son malo sobrina, yo creo que tiene pesaílla.

Y el venao en esa morisqueta (mueca), en esa morisqueta, en esa morisqueta. Tengo ganas de matar tigre, tengo ganas de matar tigre, lo voy a matar. Saltó y, pao, cogió el machetico y cuando tigre vio que venao cogió el machetico. No mujé, vos verés como te defendés, pero yo no estoy en eso. Y bam, bam, bam, bam, bam, bam, bam, fue llegando a un huaico (hueco) y luego la tigra también. Hasta ahí llegó la compañía, entre Tío Tigre y Tío Venao.

 

Código: CLTC 565N

Año de recolección: 2010

Departamento: Nariño

Municipio: Santa Bárbara (Iscuandé)

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante:  Telésforo Viáfara

Edad informante: 85

Recolector: Baudilio Revelo Hurtado, Camilo Revelo González y Carolina Revelo González

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuentos para dormir a Isabela. Tradición oral afropacífica colombiana

Año de publicación: 2010

 

 

Juancito y Juanita

Había un señor y una señora que tenían treinta hijos; eran pobres, no tenían mucho pastimento (comida) pa’ vivir y mantener los hijos. La señora le dijo al marido que fuera a perder quince hijos a la montaña. Llegaron a una montaña bastante adentro, el papá les dijo: espérenme aquí. Se quedaron los muchachos, el viejo regresó a la casa, eran las cinco de la tarde en adelante; los pelados empezaron a cruzá camino y cruzá camino, y cruzá camino, hasta que dijo uno: hermanitos, estamos perdidos, mi papá nos vino a perder pero yo venía picando un palo y yo venía regando ceniza, dicen Juancito y Juanita.

Dieron vuelta hasta que incontraron el camino, se jueron yendo, se jueron yendo, se jueron yendo, hasta que salieron a la casa. Dice la mamá al marido: ve, pasá el coquito de Juancito con Juanita pa’ que comás en él. Y cuando Juancito y Juanita dicen: mamita, mi coquito, aquí nosotros venimos. ¡Aaaaaay!, le dice la mujé al viejo, ¿y vos no perdiste esos muchachos bien perdidos en las montañas? El hombre se queda callado, suben los niños, comen.

Al otro día se va la señora a perder a los niños, se olvidan de la ceniza, pero Juancito se lleva el machetico, y caminan pa’ llá, caminan pa’ cá; no saben a dónde van, y se van yendo, se van yendo, hasta que les coge la noche. Juancito se trepa con Juanita encima de un árbol y se quedan los otros al pie del árbol. Viene por la noche un tigre, devora a los trece niños, se los come. Al otro día amanece, ven la sangreridad y siguen los dos hermanos, siguen adelante, siguen adelante, siguen adelante, hasta que les coge la noche. Le dice Juancito: Juanita, súbete al árbol y yo me quedo aguaitando (acechando) ese tigre que se comió a mis hermanos. Se sube Juanita arriba y se queda Juancito abajo al pie del árbol.

Allí estuvo, allí estuvo. A un rato oye que gruuuuurrr, viene el tigre, y cuando el tigre viene pa’ donde él, Juancito le va dando vueltas al árbol y por detrás lo coge, paaaaau un machetazo. Juancito da vuelta, le da vueltas hasta que mata al tigre. Amanece el día. Pa’ no alargar tanto el caso, llegan a la casa de una vieja y les dice: vengan mis hijitos, les doy de comé. Al otro día amanece y les dice: ¿ustedes saben subir escaleras?

Llega la Virgen y les dice: esta señora es bruja, es matona, ha matado a muchas personas; digan que no suben escaleras y cuando les empiece a enseñar le giran la escalera y cae a la olla hirviendo. Llega la vieja un día y les dice: ¿ustedes saben subir escaleras? No abuelita, nosotros desde que nacimos no hemos subido. ¿Y usted Juanita? Yo tampoco abuelita. Así se sube, así se baja, come marido. Así se sube, así se baja, come marido. Y llega Juancito y ruuuan le gira la escalera y cae en la paila hirviendo. Le dijo también la Virgen al muchacho que cuando la vieja cayera a la olla y muriera, le rajara la teta izquierda. Juancito saca la vieja de la paila, le raja la teta izquierda y salen tres perros grandes; el uno se llamaba Sorbeviento, Igongoi y Venganpormí.

Se quedan en la casa, trabajan y comienzan a disfrutar. El muchacho se iba al monte con sus tres perros y era a matar animal. Viene la mala suerte del muchacho, que sale un hombre y se enamora de la hermana. Le dice el hombre a Juanita que cómo hace pa’ enamorarla. Mi hermano no quiere que yo coja hombre, porque nosotros dos andamos y él no puede dejarme a mí, pero yo lo quiero a usted y usted también me quiere. Si nos queremos, entonces matémolo, le dijo el novio. La hermana dijo pues sí, y con esos tres perros, yo le hago un engaño a mi hermano y me quedo con los tres perros aquí en la casa.

Cuando llega el muchacho del trabajo ella le dice: hermanito te digo que aquí llegaron unos hombres a asaltarme, a quererme matar. Él le dijo: yo te dejo los tres perros hermanita. Y la hermana contestó: bueno. A lo que el hermano se jue al otro día al monte, le dejó los tres perros pero vino la hermana que había aprendido brujería, se arrancó tres pelos de la cabeza, amarró a los tres perros y cuando estuvo el muchacho en el monte trabajando, le salieron los hombres a matarlo, y jue tírale machete, y tírale, y él quítese. Gritan los perros, y gritan los perros, y esa gente encima de él y cuando un perro rompía el lazo, la hermana se arrancó un pelo y los pegaba, hasta que vino Sorbeviento rompió y salieron corriendo pe, pe, pe, pe, pe, pe, y van llegando y cogieron a los malos y los devoraron.

Y se viene el hermano pa’ juera, a lo que sale a la casa le dice: ¿hermana, tú hiciste eso conmigo, hacerme matar por un hombre? Mata a la hermana y se va, camina, camina con sus tres perros, camina, camina hasta que sale al borde de un mar inmenso, pero no se veía fin. Y él sale caminando por ese borde de ese mar, camina, camina, camina hasta que más adelante incuentra una princesa muy bonita y linda y le dice: ¿señorita, qué hace aquí?

Señor, haga el favor y váyase de aquí rápido porque aquí yo estoy esperando una serpiente que viene cada dos días. Ponen una princesa aquí porque si no un dragón del mar se traga esta ciurá. ¡Ah no!, le dice el muchacho, manténgase tranquila, sáqueme unos piojitos de la cabeza. Llega el muchacho y se arrecuesta y comienza la muchacha a sobarlo y se queda dormido; la muchacha ve que viene el mar subiéndose y con él la muerte. Se larga a llorar, le caen las gotas de lágrimas encima a Juan y se despierta asustado. ¿Qué le pasa? Ella: váyase, vea lo que viene atrás. Mira y viene la fiera con la boca abierta a tragarse la ciurá, a comerse la muchacha. Le dice él: váyase a la casa y déjeme a mí aquí que yo respondo por todo. Se va la niña; y cuando llega le dice: papá, un señor me mandó y yo me vine. Bueno mija.

Y la serpiente, ruuuun, se traga a Juan con los tres perros, y se da vuelta en el inmenso mar. Se sientan los perros cara con cara con el amo, unos a los otros. Le dice Sorbeviento: amo, ¿qué hacemos nosotros acá? Peliemos, usted con la espada y nosotros devoramos. Y comienzan craun, craun, craun, craun, craun, craun, cuando la serpiente va sintiéndo dolor de estómago y se vara en un bajo (playa cubierta por el mar) en esa playa, le dan, le dan, le dan hasta que salen afuera. Le dice Sorbeviento: amo tapéele (rómpale) la cabeza a la serpiente y sáquele las siete lenguas. Llega Juan pa, pa, pa, pa la tapea y saca las lenguas. Se las da unas a un perro y otras a otro perro y se van. Sigue, sigue Juan, hasta que llega a una casa solito.

Al otro día baja el cortaleña del rey y ve la serpiente muerta, y praaan, saca las siete raíces y se las lleva al rey, porque dicen en el pueblo que el que matara la serpiente se casaba con la hija del rey. Llega el cortaleña con las siete raíces y se las muestra a el rey. Te casás con la princesa, dijo el rey. Ya están en la boda. Dice Juan: vayan Sorbeviento y Igongoi a traerme la comida del novio y la novia. Se van los perros y van subiendo, pau los platos y los llevan. Siguen los animales de vuelta y se la comen, así hacen hasta que el rey dice: vayan a traé a ese señor. No, dice él, yo no voy a ir. Los de la escolta de soldados le informan al rey. Me lo traen. Se van y traen a Juan.

El rey: ¿usted por qué hace que vengan a llevarse la comida del novio y de la novia? Lo hago porque yo tengo derecho. ¿Cuál es el derecho que usted tiene? Sorbeviento, entrégueme lo que le di. Igongoi, entrégueme lo que le di y Venganpormí, lo que les di. Vaaaaaaas botan las siete lenguas fresquitas. Mire mi rey, yo maté la serpiente. Al cortaleña lo matan por mentiroso, y Juan se casa con la princesa.

Llega el rey y pone el muchacho en su casa, vive Juan muy bonito en la ciurá del rey con la hija, pero viene el tiempo, cae enfermo y muere. Lo entierran en el cementerio, van los tres perros y se sientan cada uno al lado mirándolo a él. Al rato ven a un pajarito que vuela pas, pas, vuela y se sienta y les dice: tu amo vive. Se miran los perros: tu amo vive. Igongoi a Sorbeviento: vos como sos el más bravo, si lo podés coger pa’ que nos digás con quién el amo de nosotros vive. Sorbeviento se queda, y cuando el pajarito da vueltas pau lo coge, y lo apreta. Si no me decís mi amo con quién vive, te matamos. No, no, arránqueme una plumita de la cabecita, otra del rabo y dos del ala, de cada una de las alas. Llegan los perros y pro, pro, las cogen, comienzan a covar y cuando ven que los perros están covando, manda el rey la escolta de soldados pa’ que no saquen el ataúd de Juan, pero los perros sacan el cuerpo de Juan y ra, ra, ra, le soban las plumitas, cuando se alevanta Juan: amo, hasta aquí lo acompañamos.

Le dicen los tres perros: nosotros somos ángeles del cielo y vinimos a acompañarlo porque usted era un hombre que podía tener mala suerte, pero Dios del cielo lo alumbró y como tiene un buen corazón… nosotros nos despedimos. Al rato ra, alas de ángeles y se jueron y se quedó Juan en la casa viviendo con la princesa, hasta que murió, y cuando murió lo esperaron los ángeles en el cielo.

 

Código: CLTC 570N

Año de recolección: 2010

Departamento: Nariño

Municipio: El Charco

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante:  Ramón Aragón Caicedo

Edad informante: 66

Recolector: Baudilio Revelo Hurtado, Camilo Revelo González y Carolina Revelo González

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuentos para dormir a Isabela. Tradición oral afropacífica colombiana

Año de publicación: 2010

 

 

El dios de la música

Era un señor que se llamaba Orfeo y la señora Eurice. Vivían felices en su hogar y no tenían hijos. Bajaron a dar un paseo y una serpiente le mordió el pie a la señora. No tuvo tiempo Orfeo de darle remedio y muere, se queda el hombre triste en la casa, vive, vive piensa en la mujé y piensa. Un día recordó, voy a ir al Adén, donde el rey que me entregue mi señora. Orfeo coge su lira y se va caminando y va tocando la lira, los vientos se paran y las olas también, el mar se para a escuchar la música, los árboles miran a ve, los animales también escuchan porque todo el mundo escucha a Orfeo, el dios de la música y se va yendo.

Llega a un camino y sigue por el camino que va al infierno, se va, se va, se va, camina y encuentra un perro, él con la lira le toca y el perro queda inmóvil. Le dice el perro a Orfeo que siguiera. Se va Orfeo, sigue, entra al infierno, buscando al rey del Adén, hasta que adelante se lo topa y le dice el rey: ¿qué buscás acá? ¿Qué buscás acá? Orfeo no le contesta y saca la lira y empieza a tocarla, a tocarla, toca, toca, y el rey del Adén se queda inmóvil. Después de tanto oír la música, le dice: andate, sigue tu camino que te voy a dar a tu mujé. Orfeo, le dijo el rey, no vayás a mirar a ve pa’ atrás.

Orfeo sigue caminando y el que va caminando pa’ lante, cuando oye los pasos de la mujé atrás, pras, pras, pras, y él camina, pero está dentro del infierno, camina, camina, y él oye los pasos de la mujé atrás, camina oye los pasos de la mujé atrás, ya cuando él ve la luz del día que sale del infierno sigue, sigue, pero ya no escucha más los pasos de la mujé, sigue.

Sigue con tanto amor que había visto la señora de él dentro del infierno y que el rey se la iba a entregar. Mira a ver pa’ trás y ve a la señora que va con el último adiós en la mano, diciéndole adiós Orfeo con una sonrisa, se despide. Sale Orfeo afuera del infierno, y muere de amor y despecho de la señora que vio por última vez.

 

Código: CLTC 580N

Año de recolección: 2010

Departamento: Nariño

Municipio: El Charco

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante:  Ramón Aragón Caicedo

Edad informante: 66

Recolector: Baudilio Revelo Hurtado, Camilo Revelo González y Carolina Revelo González

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuentos para dormir a Isabela. Tradición oral afropacífica colombiana

Año de publicación: 2010

 

 

El compadre rico y el compadre pobre

El compadre pobre tenía tres hijos; el compadre rico no tenía hijos, apenas su mujé. Todos los días mandaba el compadre pobre donde el compadre rico y lo que le daba era esa aguamasita, cascarita de banano. Le dice a la mujé: mi compadre siempre nos manda el aguamasa. Ay, mi compadre no es capaz de llevarnos al colino a cortar un racimo de plátano bien jecho.

Un día: tun, tun, tun. ¿Quién es? Yo soy, compadre. A la orden compadre, usted que nunca había venido aquí. ¿Qué será que me trae mi compadre? No compadre, vamos al colino. Se arregló el hombre y se jueron, le dio vuelta a la platanera, había maduro, pintón, rajado, mejor dicho de toda clase de plátano. Compadre, ¿corto este? No, no compadre, déjeme ese ahí, camine pa’ lante. Llegó donde estaba un plátano maduro. Compadre, ¿corto? No, no, vaya más adelante. Bueno, para no alargar el cuento, el hombre recorrió la platanera, llegó al último rinconcito donde había un cairito (caidito), flaquito, vichecito. Córtese ese racimo y se lo lleva pa’ su casa. Lo cortó, se lo echó al hombro y se jue. Compadre, ese racimo de plátano yo se lo di para que aprenda a trabajar, así como yo trabajo, usted es haragán.

El hombre se puso a pensar. El compadre pobre: ay mujé, fíjate lo que mi compadre dijo, mujé, yo mañana me voy a ir a caminar, no sé si vuelva o no vuelva, pero me voy. Él tenía una mochita de hacha, y se la echó al hombro y se jue «Que sea garcita, que sea garzón, por encima del palo se va el ratón». Le parecía que no andaba, pero andando mesmo iba y con el relámpago así con ese se mantenía. Vamos pa’ lante.

Llegó al borde de un río, había un palo bien bonito ¿Yo por qué no corto este palo? Y se puso, pen, pen, pen, le pegó tres hachazos y la hachita, tumbún, se le jue al agua. ¿Ay Dios mío, qué hago yo ahora? ¡Se me jue el hachita! Y tumbún por donde se clavó el hacha se clavo él. Se jue por debajo del agua, y cuando resolló (echar el aliento con ruido), vio un palacio donde vivía una señora que le dijo: oiga joven, ¿quién lo trajo po’ acá? Yo soy un hombre pobre, no tengo con qué comer, ni yo, ni mi mujé, ni mis hijos. Ando recorriendo el mundo. La señora: vea, cocine estos cuatro granos de arroz, come y le da a los perros. Cuando el hombre vio así, cuatro granos de arroz pa’ yo y pa’ los perros, los echó a la olla, les echó agua, sal, cebolla y tomate. Cuando el hombre jue a ver estaba esa olla llenita de arroz. Comió, le sirvió a los perros.

Le pregunta la señora: ¿quién lo trajo po’ acá por estos lados? Lo que hago po’ acá rodando es buscando una hachita, que yo estaba cortando un palo en el borde de un río y la hachita se me jue al agua y yo me clavé, y vine a dar acá. Venga. Había un depósito con toda clase de hachas; había de oro, de plata, de cobre, de marfil. Le sacó la de oro: ¿esta es su hacha? No señora, esta no es mi hacha. Sacó la de plata: ¿esta es su hacha? No señora, esa no es mi hacha. Sacó otra: ¿esta es su hacha? No señora, esa no es mi hacha. Llegó a todo el rinconcito y le sacó la mogocita (mohocita): ¿esta es su hacha? Esta es mi hacha señora. Tenga.

La señora le ha dado una cacerolita y una ramita; le dijo: vea, cuando llegue a su casa dele un guapitacito (golpecito) a esta cacerolita; le pide lo que quiera. Cuando le sirva, le pega otro guapitacito y le sirve lo que usted quiera. Cuando le sirva, vuelve y le pega, vuelve y le sirve lo que usted quiera. Tres guapitacitos, le sirve de todo lo que usted le pida.

Se vino el hombre corriendo: ¡mujé, mujé, mujé, me has dado una suerte mujé! ¿Qué, marido? Esa cacerolita que vos traés es la suerte, mujé esta es la suerte. Ahora verás mujé: cacerolita, cacerolita dame comida para yo y mis hijos. ¡Praass!, comida, de toda clase de comida. ¿Estás viendo mujé, estás viendo? Esto era lo que yo te decía.

Le pidió una casa para yo y mis hijos; ahí mismo un palacio. Después le pidió muebles; el palacio amoblado y todo, con embil (mechón hecho con hoja seca y brea) por todas partes.

El compadre rico estaba esperando que el compadre pobre juera por la cascarita; tres días no iba. Mujé, ¿a mi compadre qué jue lo qué le pasó? Apostemos que mi compadre se murió de hambre. Esos diablos se murieron de hambre. Ve, ve. Mandó a un hombre, vaya vea a mi compadre qué le pasó. Se jue. Va llegando. El compadre pobre ya no era pobre. Se regresa y le dice: su compadre está en un palacio y tiene de todo. ¿Cómo? Yo no creo eso, andá vos, andá a ver si es verdad, eso es mentira. Se jue la mujé también y: ¡ay marido! Sí, mi compadre está en un palacio. Esto que nosotros tenemos aquí es un cucarachero. Dejá eso mujé. Marido, andá ve.

De verdad se jue el hombre, cuando va llegando. Compadre, ¿usted dónde incontró esto? ¿Usted dónde incontró esto? Compadre, usted robó. Compadre, ¿a dónde robó? Esto es robado. No compadre, esta es la suerte que Dios me dio. Usted me dice cómo se incontró esto, si no, lo mato. Vea compadre, yo me jui a caminar, llegué al borde de una quebrada, me puse a tumbar un palo, la hachita se me jue al agua yo me sambuí, y cuando salí, salí a un palacio donde había una señora y la señora me ha preguntado que yo qué andaba haciendo y yo ya le expliqué cómo andaba y la señora me ha dado una suerte. Compadre, yo voy pa’ llá también, présteme esa hachita compadre. El hombre dijo: tenga el hacha.

Se jue el hombre, llegó al mismo lugar donde el hombre iba a tumbar el palo. Llegó pin pon, pin pon, pin pon. La hachita no se le jue al agua, tumbún, la tiró. Y por donde cayó el hacha también se tiró él. Al salir le preguntan: ¿usted qué anda buscando? Un hacha que se me ha perdido. Vaya a cogerla. Y cogió una grandísima, dejó la pequeñita. Trajo esa hacha, se paró y le dijieron: agarre tres granos de maíz, tres de arroz. Yo no necesito eso tres granos de maíz ni tres granos de arroz, pa’ qué, eso a mí no me llena. Hundió una olla y dijo: yo como es bastante arroz. Y echó todo eso al fogón, ese arroz quedó en los mismos tres granos que le estaban dando primero; y él dele a ese maíz y entre más quebraba, más poquito se le ponía, hasta que quedó en los mismos tres granos. Con esa fatiga estuvo, lo cocinó, lo bajó del fogón y pa, pa, pa, pa, se lo comió. Esos platos los arreó pa’ llá, se paró: dígame qué tengo que ir a hacer a mi casa. Le dice: vea, cuando llegue a su casa, así caigan piedras en la casa métase con su mujé al cuarto, y con el hacha.

Llevó todo ese poco de cosas y cuando el hombre dijo «caigan piedras en la casa», cayeron unas piedras en la casa, en la cabeza le caen unas piedrísimas, se cayeron las vigas y el hombre con esa postema (absceso supurado) y golpes en las ancas. A los ocho días jue el compadre pobre que había ido pa’ llá. Estaban los gallinazos comiéndose al compadre rico. Se acabó mi cuento, el que se lo sabe, que lo vuelva a echar.

 

Código: CLTC 539N

Año de recolección: 2010

Departamento: Nariño

Municipio: La Tola

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante:  Secundino Ocoró

Edad informante: 83

Recolector: Baudilio Revelo Hurtado, Camilo Revelo González y Carolina Revelo González

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuentos para dormir a Isabela. Tradición oral afropacífica colombiana

Año de publicación: 2010

 

 

¿Dónde vas, Alfonso XII?

– ¿Pa’ ónde vas, Alfonso López?,
¿Pa’ ónde vas, pobre de ti?
-Voy en busca de mi esposa
que hace un rato no la vi.-
-Pues tu mujer ya se ha muerto
muerta está que yo la ví;
cuatro hombres la llevaban
para el Morro desde aquí.
Los zapatos que llevaba
eran de un fino color,
regalados por Alfonso,
la noche que se casó.-
!Adios Mayita, cara de rosa,
tan niñita y fuiste esposa!
¡Adios Mayita, cara de pino,
tan chiquitica y tuviste un hijo!

 

Código: CLTC 462N

Año de recolección: 2010

Departamento: Nariño

Municipio: Tumaco

Tipo de obra narrativa: Romance

Informante:  Niñas de Colegio

Edad informante: 13

Recolector: Adrián Freja

Fuente: Trabajo de campo sin publicar

Título de la publicación:

Año de publicación: