El duende de La Chorrera

Suele contar mi abuelita que, en el chorro del Manzano, acostumbraba aparecer el duende, allí hay unas flores amarillas y pequeñas que tienen la forma de zapatitos; quien toca estas flores tiene que estar preparado porque puede quedar “enduendado”, en especial las mujeres. Pero si la persona mira primero al duende, escupiendo tres veces, este no podrá encantarla. Se trata de un hombre de baja estatura, con sombrero de copa y muy sonriente.

En cierta ocasión, una muchacha llamada Francisca que vivía en los Chilcos, fue a la Chorrera a lavar ropa ajena (este era su trabajo). Ella tenía una larga cabellera y era muy bonita, así como le gustan al duende, y ya muy entrada la tarde terminó su tarea y se dirigió a su vivienda. Caminaba tan cansada y distraída que no se dio cuenta que por ese lugar aparecía el duende.

Otras lavanderas, que estaban allí, se dieron cuenta que Francisca estaba tendida en el suelo, sin sentido. Corrieron a auxiliarla y encontraron estiércol de vaca en los bolsillos de su delantal, (esto hacía suponer que estaba enduendada). La llevaron a su casa y recuperada un poco, pedía a gritos que se largaran todos y la dejaran sola para poder atender a su amado que llegaría muy pronto, decía que era bonito y hermoso.

El duende le jugó a Francisca muchas malas pasadas y travesuras: de pronto aparecía la comida llena de tierra, con pelos de gato y cosas por el estilo; estaban sentados en el comedor y comenzaba a arder el mantel sin saber cómo ni porqué; los cuadros se caían solos, las camas saltaban, los vidrios se rompían.

Ahora Francisca es una anciana y le llaman la “pacha loca”. Anda por las calles, cargando cajas de cartón e insultando a todo el que le cae mal; se ha convertido en un personaje típico de la ciudad de Ipiales, objeto de burla de los chiquillos malcriados.

 

Código: CLTC 606N

Año de recolección: 1985

Departamento: Nariño

Municipio: Ipiales

Tipo de obra narrativa: Leyenda

Informante:  La abuela de Julio Ernesto Salas Viteri

Edad informante:

Recolector: Julio Ernesto Salas Viteri

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuento popular andino. Colombia

Año de publicación: 1985

 

 

La huaca del padre Yepes

Hace 25 años, en una hacienda llamada “EL HOSPITAL”, uno de sus mayordomos vivió la más extraordinaria experiencia de su vida. La hacienda, años atrás perteneció al padre Yepes, quien tuvo el suficiente cuidado de dotarla de todas las comodidades habidas y por haber y de acumular grandes riquezas. Sin embargo, ni él, ni sus parientes —porque no los tuvo— lograron gozar de estas venturas. Decidió, entonces y antes de morir, enterrar todas sus pertenencias en tres lugares diferentes. Con el correr del tiempo y después de pasar por varias manos, esta hacienda fue comprada por unos pastusos. Fue durante esta época que sucedió lo que habría de suceder. Aquella noche, fue diferente a tantas otras en la finca; los perros alborotaron más que de costumbre; las gallinas, cacareando, saltaban del gallinero en el troje; ruidos extraños por todas partes. El mayordomo con los pelos de punta se hizo al valor necesario para salir a averiguar lo que pasaba. Bajo de un árbol de capulí vio a un sacerdote con sus ornamentos —de la cintura a los pies blanco y de la cintura a la cabeza negro— llamándole con señas; pero tal fue el miedo que le produjo esta aparición que sin resistirla se desmayó. A raíz de ésto, cuenta que en sueños, el sacerdote le mostró una “huaca”, la entrada cubierta por piedras planas, seguida de dos hileras de adobe, una capa de piedra pequeña y al final tres olletas de morrocotas. El padre tuvo buen cuidado de advertirle que de sacarla fuera solo, a las doce de la noche en punto; que llevara aguardiente y tabaco; y que oyera lo que oyera o sintiese lo que sintiese, no debería alzar a ver, porque de hacerlo moriría.

El mayordomo contó a su mujer de lo acontecido a raíz de que lo encontraron desmayado al pie del capulí y entre los dos convinieron en sacar la huaca pero acompañados de un compadre, para que les ayudara a cavar. Así decidido se dirigieron un día al lugar. Encontraron la capa de piedra plana tal como la había visto en sueños el mayordomo, continuaron hasta llegar al adobe, pero en este instante el mayordomo recibió tremendo fuetazo que lo desmayó. El compadre corrió a la casa a traer velas para poder sacar a su amigo. Cuando el mayordomo despertó contó que viendo el padre la desobediencia y la ambición del compadre, resolvió no dejar sacar la huaca y que, por otra parte, faltaba muy poco tiempo para que la huaca se condenara y así nadie pudiera sacarla.

Poco tiempo después, el mayordomo cambió de trabajo y no regresó jamás a la hacienda “EL HOSPITAL”. Unos cuantos vecinos que conocieron de lo sucedido contaron la historia a los nuevos dueños. Estos hicieron muchos intentos por encontrarla, pero todo fue en vano, la huaca se condenó.

 

Código: CLTC 604N

Año de recolección: 1985

Departamento: Nariño

Municipio: Cumbal

Tipo de obra narrativa: Leyenda

Informante:  Relato recogido de varias personas de avanzada edad, oriundas de Cumbal

Edad informante:

Recolector: Julio Ernesto Salas Viteri

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuento popular andino. Colombia

Año de publicación: 1985

 

 

El cura descabezado

Cuenta la Tía Leíto que, en los terrenos donde actualmente se levanta el Seminario de Ipiales, solía aparecer un cura que había muerto hace años. En cierta ocasión se sintieron ruidos extraños y el capataz de la finca se levantó, peinilla en mano, pensando que se estaban robando el rebaño o las gallinas, pero lo que vio lo dejó atónito; un hombre, con traje negro y largo como túnica avanzaba lentamente por entre la maleza y se dirigía a su encuentro, pero, cuál no sería su sorpresa al observar que no tenía cabeza y en su mano derecha portaba una rueda que despedía fuego, con la cual trataba de atraparlo.

José huyó despavorido hacia su vivienda, pero, desde entonces, siguió escuchando ruidos cada vez más insistentes; a veces sentía como si unos bultos muy pesados cayeran sobre la puerta de su casa; mirando por la ventana, veía al cura descabezado que lo llamaba insistentemente, mostrándole la rueda de fuego que estaba en la mano.

José no fue el único que lo vio, fueron muchas las personas que atestiguaron aquel hecho, absolutamente nadie podía pasar por allí después de las siete de la noche. Finalmente decidieron ofrecer una misa en su nombre, pero nada cambió, el cura siguió haciendo su aparición, noche tras noche, hasta que José se armó de valor, salió y le preguntó: ¿Qué quieres darme o que te dé?; el descabezado lo guio hacia una piedra inmensa que tapaba una cueva.

Al día siguiente, antes de medianoche, se reunieron varios hombres, apartaron la piedra y allí, encontraron los restos de un cadáver, seguramente de él, pero no encontraron la calavera, lo que hace suponer que lo decapitaron y lo enterraron en esa cueva, tal vez pagando una venganza a gentes sin escrúpulos. Pedía desesperadamente que sus restos descansaran en un lugar adecuado para que su alma también descansase en paz.

Fue sepultado con todas las de la ley y desde entonces ya no se ha vuelto a escuchar de su aparición.

 

Código: CLTC 605N

Año de recolección: 1985

Departamento: Nariño

Municipio: Ipiales

Tipo de obra narrativa: Leyenda

Informante:  Consuelo Montenegro, a partir de lo contado por la señora Leonila Bustos de Chavos, nacida en la ciudad de Ipiales, el 14 de mayo de 1918

Edad informante:

Recolector: Julio Ernesto Salas Viteri

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuento popular andino. Colombia

Año de publicación: 1985

 

 

El secreto del tesoro pijao

Las aguerridas fuerzas ibéricas habían, ya conquistado los antes temidos y poderosos imperios de los chibchas, muzos y panches. Ahora dirigían sus miradas hacia los belicosos pijaos, que comandados por el valeroso cacique Tolimaca, se habían convertido en el azote de los pueblos vecinos y en especial de aquellos que en una u otra forma ayudaban a los peninsulares.

Cuando los hispanos se preparaban para atacar las tribus pijaos, éstas ya se aprestaban para la lucha, incluso para ir al encuentro de los españoles. Los valientes aborígenes pijaos hacían toda suerte de preparativos para el combate. El aguerrido cacique Tolimaca decide jugar el todo por el todo en la batalla contra el odiado invasor, así que empieza a tomar las medidas para un triunfo total o un suicidio colectivo. El suelo pijao se convierte en una máquina bélica. Todo está listo para el combate, para la batalla final.

Mientras tanto, el poderoso cacique convoca a sus más destacados consejeros que no eran otros que los más venerables ancianos de la tribu. Con ellos estaban, asimismo, los lugartenientes del cacique y el hechicero de la tribu, el mohán Buriló. El cacique Tolimaca les dice:

—Ustedes ya saben que los conquistadores blancos han dominado nuestras tribus vecinas y que ahora se preparan para atacarnos. Pero nosotros ya estamos listos para recibirlos con las armas en la mano. No habrá cuartel para ellos, ni lo pedimos para nosotros. La guerra será total y hasta la muerte. Mueren ellos, o morimos nosotros, no hay alternativa. Si la suerte nos es adversa, todo de nuestra parte está previsto para desaparecer de la faz de la tierra, porque todos debemos sacrificarnos, nadie quedará vivo para soportar la afrenta de la derrota y una esclavitud humillante para un pijao, que ha sido siempre libre como el cóndor. Ya todo esto está decidido y ustedes lo han aprobado.

El cacique hizo una pausa, para después continuar, así:

—Pero como nada habrá de dejarse al enemigo, también he decidido, con los demás guerreros, que si perdemos esta batalla, debemos destruir nuestros cultivos y nuestros bohíos. Nada, absolutamente nada debe quedar al enemigo. Ahora, dentro de este plan, propongo a ustedes una medida que aunque terrible y radical, no queda otro camino, pues, repito, nada debe quedar en pie para ayudar a los blancos, sí estos son victoriosos. Nuestro adversario es codicioso y gusta mucho del metal amarillo, uno de los motivos por los cuales han venido a saquear nuestras tierras. Nada más quisieran ellos que encontrarse con los grandes tesoros que esconden los sepulcros de nuestros antepasados. Y para quitarles esa tentación, he decidido que, antes que ellos, saquemos nosotros todas las riquezas que contienen las tumbas de nuestros mayores, para después de reunidas, esconderlas en un lugar donde jamás las encuentren, por mucho que recorran nuestro territorio por todos los rincones.

En este instante hubo conmoción y los venerables ancianos se miraban estupefactos, sin acertar responder palabra alguna. El cacique aprovecha el silencio para amonestar:

—Nuestros hombres son valientes y leales a su tierra, pero no faltará quien nos traicione si llegamos a perder esta guerra a muerte. Y, entonces, guiados por ese personaje maléfico, el enemigo romperá el silencio de las tumbas y tomará para sí todo el oro y cuanto es caro para nuestros antepasados en la vida eterna. A esto quiero anticiparme yo y por eso pido a ustedes la aprobación del plan que les he propuesto. Yo les respondo con mi palabra y mi vida que lo que saquemos de los sepulcros, será depositado en un lugar secreto, que nadie conocerá fuera de mí, porque yo tengo un plan infalible para conservar ese secreto. Yo les pido, jefes venerables de mi tribu, que aprueben lo propuesto y que procedamos de inmediato a sacar los tesoros de las tumbas y reunirlos para luego esconderlos, tal como lo he manifestado. No queda tiempo para dilatar una decisión, pues se acerca la hora de la gran batalla por nuestra libertad, por nuestra existencia.

Los ancianos de la tribu, quizá por el prestigio del gran cacique, pero con gran temor, aprueban el plan y facultan a Tolimaca para que lo ejecute a su buen entender. Terminó la reunión y el gran cacique procede a realizar el proyecto.

En esta forma, el cacique Tolimaca, en previsión de un revés de fortuna en las armas, manda a sacar los tesoros de las tumbas, sin dejar siquiera una que pudiera contener algo que mañana pudiese servir al conquistador peninsular. Manda a un millar de hábiles nativos para que fuesen desenterrando, uno a uno, los sagrados sepulcros de sus mayores. Y así como comenzaron a salir de las violadas tumbas, hermosísimos cetros, coronas, pectorales, narigueras, torzales, pulseras, zarcillos, cinturones, polainas, máscaras, amuletos y toda suerte de alhajas confeccionadas en oro por los más célebres y delicados orífices de todos los tiempos. Libra tras libra, arroba tras arroba, tonelada tras tonelada de maravillosas joyas de oro fueron acumulándose en un lugar secreto, que el cacique había indicado. El volumen y valor de este tesoro era incalculable, ya que varios bohíos se llenaron con las más raras y hermosas alhajas de la espléndida orfebrería pijao.

El tiempo apremiaba, por lo que el cacique Tolimaca ordena llevar, de noche, todo ese tesoro a otro lugar secreto, previamente escogido por él. Este nuevo escondite se hallaba en una caverna, en las estribaciones occidentales de la cordillera en medio de un espeso bosque. El célebre indígena era prácticamente el único que conocía el lugar, a no ser que el hechicero o mohán Buriló también lo conociera, ya que era un hombre ayudado por el diablo y estos secretos no lo eran tales para él. De todas maneras, el cacique llevó a dos de sus hombres de confianza y les muestra el lugar preseleccionado por él para depositar el cuantioso tesoro. Entre estos va el mohán Buriló, brujo o hechicero de la tribu, quien, desde luego, aparentaba no saber nada de ese lugar.

Más de cien fornidos aborígenes fueron escogidos para transportar y esconder la formidable riqueza. Se inició el traslado del inmenso tesoro y durante treinta noches, los cien indígenas llevaban el precioso cargamento al lugar de destino. Y precisamente tenía que ser transportado a esas horas nocturnas, pues nadie debería saber el sitio donde se depositaría el fabuloso tesoro. Así, cien indios, durante treinta noches, fueron necesarios para conducir y esconder esta incalculable riqueza pijao. Nadie, ni siquiera el mismo cacique Tolimaca, sabría cuánto oro llegó a la caverna y, mucho menos, podría tasar el valor en obras de arte laboradas por los más famosos orífices indígenas, confeccionadas a lo largo de incalculables generaciones. Pero, a no dudar, ese tesoro alcanzaría dimensiones muy grandes, quizá comparable al tesoro de los incas y aztecas, también escondidos para no dejarlos caer en manos de los conquistadores hispanos.

La caverna, larga y espaciosa, casi era insuficiente para contener tan voluminoso y rico tesoro como el que iban llevando los nativos para ser guardados por siglos sin fin, ocultos para los conquistadores de ayer, de hoy y de mañana.

Terminado el trabajo de ocultamiento del gran tesoro pijao, la boca de la caverna fue ingeniosamente tapada y disimulada. Ya todo oculto, los cien indígenas se preparan para retornar, pero debían presenciar, primero, las ceremonias de exorcismo del mohán, brujo o hechicero Buriló, quien quema plantas y resinas, no para ahuyentar el demonio, sino, más bien, para invocarlo, para suplicarle se hiciera custodio y protector eterno de esos tesoros de los antepasados. Así, en medio de complicadas liturgias y ceremonias, el hechicero ha llamado en su auxilio a una legión infernal. El lugar comienza a iluminarse; se sienten fuertes olores a azufre y unos rugidos que ponían pavor en los corazones de los presentes, anunciando el arribo de los hijos del averno. Todos quedaron como petrificados, al tanto que el brujo daba saltos y alaridos, para, luego, caer en éxtasis.

Poco a poco las cosas fueron aplacándose y todo retornó a su estado natural de sombras y silencio absolutos. La noche seguía cubriendo el espeso bosque. Una orden rompe el mutismo y hace que los indígenas se apresten a retornar a sus chozas. Inician la marcha. Habrían cubierto unos pocos kilómetros, cuando son sorprendidos en una emboscada y muertos todos. No tenían armas para defenderse, pues su misión era de paz, cual era la de esconder los tesoros de sus mayores, según instrucciones del gran cacique. Así que la obra de quienes perpetraron la emboscada, fue en extremo fácil. Había sido ésta una orden del mismo Cacique Tolimaca, que envió a exterminarlos para que ninguno fuera a revelar el secreto del escondite del tesoro. El brujo o hechicero Buriló tampoco debía quedar con vida, pues era él quien había comandado todo el enterramiento y mejor que nadie conocía todos los-secretos. Nada parecía haber quedado con vida. Ni siquiera había heridos, ya que los que no cayeron fulminados por las flechas certeras de los guerreros, fueron rematados. Todo quedó en silencio, tras la macabra emboscada.

Consumado este genocidio, los guerreros retornaron a la ciudadela aborigen. Su jefe se presentó de inmediato ante el gran cacique para rendir información del exterminio. Nadie había escapado a la masacre. Ya todo era un secreto, que tan sólo conocía el gran cacique Tolimaca, porque el mohán o brujo también habría desaparecido. El secreto sería guardado por toda la eternidad y los antepasados podrían descansar tranquilos, después de haber sido inquietados momentáneamente en su sueño milenario por órdenes del gran cacique, que arrebató sus tesoros de sus sepulcros, para ser depositados en lugar seguro. Ahora podrían retornar al sueño eterno, ya tranquilos, porque nadie los despojaría jamás de sus haberes, ya que estaban bien guardados, al abrigo de intrusos y ahora para siempre bajo la custodia de seres infernales, que velarían eternamente, protegiéndolos.

Ya el gran cacique Tolimaca podía emprender su marcha hacia el triunfo o la derrota, donde se jugaría el destino de su pueblo. No había más alternativa que la de triunfar o morir. El gran cacique marchó en busca del enemigo, del que tenía noticias que ya venía a atacar. El cacique salió a su encuentro, tomando así la iniciativa, mejor que esperar y defenderse.

Los ejércitos ibéricos y los indígenas lucharon por días. La batalla era indecisa, pues unas veces la suerte favorecía al conquistador español, mientras que en otras ocasiones terciaba al lado del aborigen. Pero, finalmente, cayó el cacique, vencido tras un lance con otro cacique enemigo, que lo había traicionado y se había puesto de parte de los hispanos.

La lucha cesó y con la batalla perdida se selló la negra suerte del gran pueblo pijao. Terminada la contienda, los principales guerreros pijaos fueron hechos prisioneros y luego ahorcados en los árboles, para escarmiento de los demás indígenas. Y mientras esto sucedía, las mujeres, los niños y los ancianos se suicidaron arrojándose por los precipicios. Centenares, millares, quizá, se lanzaron a los torrentosos ríos y se ahogaron. Hubo ríos que detuvieron su paso y se represaban por la cantidad de aborígenes que desde los peñascos se arrojaban para morir en las profundidades de sus lechos, antes que caer en manos de los crueles hispanos.

De esta manera quedaba decidida la suerte de los pijaos, que prefirieron el suicidio masivo, a caer prisioneros y hacerse esclavos de los dioses blancos de más allá del gran lago.

En esta forma el fabuloso tesoro de los pijaos quedaba en la profunda oscuridad, pues quienes lo depositaron en cavernas habían sido asesinados para que no tuvieran la tentación de revelar el secreto. Los guerreros que los habían liquidado, no tenían remota idea de dónde venían, ni que estaban haciendo aquellos, sino que tenían la orden que era la de emboscar y matar a otros indígenas, ya señalados por la negra suerte. Así, el único que conocía el secreto era el gran cacique Tolimaca y este acababa de caer en medio de la gloria de haber luchado hasta el fin, por la libertad de su pueblo. Quedaba, pues, el inmenso tesoro, la fabulosa riqueza, al amparo de las sombras eternas.

Sin embargo, como entre cielo y tierra no hay nada oculto —como reza el dicho popular— resulta que en la matanza de los indígenas que hicieron el enterramiento o, mejor, que realizaron el escondite del tesoro pijao, el mohán, hechicero o brujo Buriló, que se las sabía todas, adivinó lo que iba a suceder y fue entonces como durante la marcha para retornar a casa, fue apartándose más y más, hasta desligarse completamente del grupo. Vino la emboscada, pero él ya no estaba sino que había huido y se hallaba muy lejos. De esto no se percató el jefe que comandaba los guerreros indígenas que hicieron la emboscada, aunque llevaba instrucciones precisas de caerle al mohán o hechicero, ante todo. Por ninguna circunstancia éste debería quedar con vida. Pero el comandante de los guerreros no se detuvo en detalles, sino que se dedicó al tétrico exterminio de los indefensos indígenas.

El brujo al escaparse, comenzó a descender por la cordillera, al amparo de la oscuridad. Se dirigió hacia oriente, hasta que llegó a la parte plana, lo que alcanzó cuando ya habían aparecido los primeros rayos del amanecer.

El hechicero Buriló estaba, ahora, en tierras de los quimbayas, tribus que él conocía de nombre, pero con quienes nunca tuvo contacto alguno. Para él era difícil tratar con los quimbayas, porque éstos de inmediato adivinarían que era pijao por lo que de seguro no le darían abrigo, pues eran los pijaos hombres muy temidos, por su belicosidad y crueldad. Pero esto no era mayor problema para el mohán Buriló, pues se transformaba, a voluntad, en animal, en una roca, o en cosas parecidas. También podía convertirse en un indio quimbaya, o en un jefe de esta otra parcialidad, pues para eso era un hechicero o brujo, que tenía fuertes nexos con los personajes de las sombras.

Por algún tiempo, el brujo Buriló, bajo la identidad de un quimbaya, se paseó por todas partes, sin ser descubierto o siquiera haber sido objeto de sospecha, tal era perfecta su transformación. Sin embargo, a él le atormentaba el recuerdo de su raza desaparecida, pero más aún, el terrible secreto del tesoro pijao. Él era el único sobre la tierra que lo conocía y sobre él recaía toda la responsabilidad. Esto lo tenía como al borde del desespero, tal era la agobiadora carga que le impedía una vida tranquila. Muchas fueron las veces en que estuvo a punto de revelar el secreto, pero recordaba la maldición que había echado para quien revelara el escondite donde estaba el tesoro. Sin embargo, tampoco quería que quedase oculto hasta la eternidad. Alguien más debía compartir el secreto para que, cuando él desapareciera, no quedase aquél en el silencio eterno. Pero no se lo revelaría a nadie y más bien tomaría una determinación, que pensaría cuál podría ser, con el correr de los días.

El gran hechicero o brujo Buriló decidió dejar estampado en una roca el misterioso secreto del escondite del fabuloso tesoro. Sí, esto era lo que debía hacer, pues revelaba el secreto, pero en forma indirecta y así no recibiría el castigo de los seres infernales.

Una mañana, de esas tan hermosas que suelen acariciar las estribaciones de la cordillera de los quindos, el mohán o brujo Buriló tomaba un baño en un torrentoso río. En la mitad del cauce había una enorme piedra, muy apropiada para el fin que él quería, o sea el de dejar grabado el secreto del lugar en que se encontraba oculto el tesoro de los pijaos. Sí, allí lo haría. Fue entonces cuando valiéndose de sus mañas y artes hechiceras, se ingenió un instrumento más duro que la roca misma y comenzó a trazar misteriosas figuras para revelar el formidable secreto. Así fue como fueron apareciendo la figura del dios sol y de la madre luna, divinidades tutelares de todas las razas indígenas. Las dos divinidades miraban hacia el lugar donde se hallaba la caverna depositaría del fabuloso tesoro, protegiéndola de quienes trataran de penetrarla. El brujo Buriló, es cierto que era un personaje del más allá, propiamente de las legiones infernales, pero no por eso dejaba de creer también en las divinidades que desde la bóveda celeste protegían a la fanática indiada. Por eso fue por lo que primero encomendó a los seres del averno, guardar la entrada del misterioso escondite del tesoro, y ahora, pedía a los dioses tutelares de la raza que velaran, desde la distancia, el gran secreto.

Bien, luego de trazar profundamente las figuras del Sol y la Luna, encarnados en el hombre y la mujer, trazó una tercera figura detrás de esos dioses lares. Y a los lados de la piedra grabó una serie de jeroglíficos que anulaban las maldiciones, que él mismo había pedido cayeran sobre quienes violaran la gran tumba de sus antepasados, mejor, la caverna donde se habían depositado todos sus bienes terrenales, a órdenes del gran cacique Tolimaca. A espaldas de las figuras augustas de los dioses, en la parte posterior de la piedra, grabó un gran lagartijo, también animal sagrado, que serviría para ayudar en la protección del secreto. Buriló, el misterioso brujo Pijao, quedaba ya tranquilo, pues se había desahogado de tan terrible responsabilidad. Quedaba, entonces, interpretar el significado de los jeroglíficos y figuras humanas y zoomorfas que había estampado, a cincel, en la inmensa piedra del torrentoso río.

A este respecto, el brujo Buriló se decía a sí mismo:

Quien llegue a esta piedra verá dos figuras, una grande; pequeña la otra. La primera representa al dios Sol; la Luna, la menor. Estos miran eternamente hacia la cueva o caverna donde está oculto el tesoro. Pero para saber el punto exacto hacia donde están mirando, es necesario apostarse detrás de esas dos figuras, y por eso la razón de la tercera figura que está colocada como mirando por encima de ellos. Quien se sitúe en esa posición verá claramente el sitio o lugar donde está encerrado el tesoro pijao. Sin embargo, si esto se hace durante el día, no podrá verse el punto exacto. Primero —se repetía— hay que estar en la piedra en una noche de luna y cuando los rayos de ésta le den a su estampa grabada en la piedra, cuando entonces ésta expedirá una luz que irá a posarse a toda la entrada de la cueva donde está el tesoro. Así, hay que situarse detrás de las dos figuras, en una noche de luna y esperar la revelación del secreto, esto es, del punto exacto donde se encuentra. Allí estará la lucecita señalando el camino.

Y el brujo continuaba diciéndose:

Ya revelado el secreto, entonces al día siguiente, en las horas claras de la mañana, uno podrá apostarse detrás de la piedra y ver con exactitud el lugar preciso donde está el tesoro, porque las miradas de los dioses ya estarán fijas en el lugar. Pero, repito, es necesario, primero, descubrir el lugar, según las instrucciones, o sea en una noche de luna.

El hechicero o brujo grabó todo esto en esa piedra y ya quedaba tranquilo, porque la roca, símbolo de eternidad, también lo conocía y lo portaría hasta tiempo infinito. Pero, el brujo no sólo revelaba el secreto, sino que anuló la maldición que recaería sobre quien descubriera el tesoro. Ahora dejaba el secreto en manos de los dioses tutelares: el Sol y la Luna.

Durante varias ocasiones el brujo o hechicero pijao. Buriló, se cercioraba de que lo grabado en la piedra fuera exactamente como él lo quería decir, señalando el lugar preciso donde se encontraba el gran tesoro oculto. Todo era exacto, perfecto. Una noche en que estaba sobre la roca meditando sobre el tesoro, sobre su raza, sobre el destino que tendrían las opulentas riquezas de sus antepasados, un ruido sordo se sintió de súbito y una inmensa tromba de agua lo arrastró y sepultó en su oscuro y borrascoso lecho. Pero ya el brujo había revelado el secreto, el lugar exacto donde estaba oculto el fabuloso tesoro de los pijaos.

 

Código: CLTC 600N

Año de recolección: 1985

Departamento: Tolima

Municipio:

Tipo de obra narrativa: Leyenda

Informante: 

Edad informante:

Recolector: Jesús Arango Cano

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuento popular andino. Colombia

Año de publicación: 1985

 

 

Bochica

Don Heraclio Torres: Igualmente era lugar de adoración estos dos pueblos, pero luego eligen a Sogamoso como lugar adonde venía a dormir el sol, y por eso ahí hicieron la morada, la cama, la casa del Sol. Y luego se desplaza a Iza, qué lástima que no esté la piedra del cacique. Esta ceremonia era como un ser sagrado para lo que contábamos de las indígenas, o chibchas, de rapar, la huella del pie derecho para que tuvieran buen parto. Ahí concluye la historia de Bochica… Bochica su morada es Iza y en Iza desaparece, les enseña a los izanos la agricultura y ahí desaparece.

Daniel Ricardo Rodríguez: …Cuentan que Bochica venía volando en un dragón, dicen muchos que viajaba en un dragón, en los arcoíris y que viajaba por las rocas y que por eso dejaba las huellas marcadas. Entonces él llega y le regala una esmeralda a Moneta, Moneta era el sacerdote del Sol en Sogamoso, él se sentía muy preocupado porque en lo que hoy ocupa el Lago de Tota, decían los muiscas que había un dragón que se comía a la gente, que formaba tinieblas, entonces Moneta decide viajar con su hija que se llamaba Tota y era una de las mejores bailarinas de todo el centro muisca, entonces la llevan, y Tota llevaba un disco de oro para poder entretener al dragón, lanzarle el disco de oro y cortarle la cabeza, entonces hicieron ayunos, hicieron ceremonias y la bailarina empieza a danzarle al dragón, le baila y lo hipnotiza entonces ella saca su disco, se lo lanza y le quita la cabeza entonces empieza a brotar sangre del dragón, y Moneta tenía una esmeralda, entonces él la lanza y la esmeralda la había consagrado Bochica para el templo, entonces se empiezan a formar las aguas del Lago de Tota y por eso dicen que todavía se ven las manchas de sangre del dragón

Don Heraclio Torres: Y que el agua por eso tiene ese aspecto esmeraldífero, como de agua clarita, pura, por la razón de la esmeralda de aceite.

Daniel Ricardo Rodríguez: y que se ve a un… Dicen que de esa sangre surgió otro monstruo, y todavía dice la gente que se ve un monstruo, que se ve un monstruo que es como un toro, y que se ve salir de las aguas. Y que para el año de 1656 una señora estaba pescando y logró observar a un ser muy extraño que salía de la laguna, entonces dicen que la laguna tiene algo que la protege y que ese algo fue enviado por Bochica.

 

Código: CLTC 505N

Año de recolección: 2018

Departamento: Boyacá

Municipio: Iza

Tipo de obra narrativa: Leyenda

Informante:  Don Heraclio Torres y el niño Daniel Ricardo Rodríguez

Edad informante:

Recolector: Adrián Freja

Fuente: Trabajo de campo sin publicar

Título de la publicación:

Año de publicación:

 

 

La ciudad reflejada

Daniel Ricardo Rodríguez: El Lago de Tota es llamado en la cultura muisca Espejo del cosmos porque refleja el Cosmos, refleja la morada de Chiminigagua que es el universo, entonces los muiscas se conectan mucho con el universo o con la Madre Tierra, entonces el Lago de Tota tiene una marca, una conexión espiritual con el universo, entonces se ve el universo reflejado, y se ve una ciudad dicen algunos en la noche de menguante. (Chimigagua era el dios de la luz y dios de la creación, Chi significa “uno”, Mini significa “Luz” y Gagua significa “Fuerza del espíritu”). Dicen que en la noche de menguante se refleja en la Laguna de Tota se refleja una ciudad, muchos dicen que también se refleja al monstruo, que se refleja un matrimonio, entonces hay muchos mitos que vienen a raíz del Lago de Tota.

Don Heraclio Torres: Lo de la ciudad reflejada es por los niños a los que les prohibieron (porque según la leyenda eso era una planada), y los papás de unos dos niños madrugaron a ordeñar las vacas y entonces antes de irse les dijeron a los niños: “No vayan a echar esa agua, a derramarla”, eran dos vasitos, múcuras en ese entonces. Y los niños se pusieron a jugar y derramaron esa agua y se formó la Laguna de Tota, los niños quedaron constituidos en dos islas, una es La Niña y la otra El Niño. Pero era lugar sagrado de la civilización muisca o chibcha, porque ellos desde el alto de Vita allí en Iza hacían su adoración, aquí donde había los petroglifos que era lugar de asentamiento, dizque es todo eso donde hay un cementerio chibcha, ahí en seguida de “Comamos trucha”, y era también el lugar sagrado donde los chibchas en ese entonces que viajaban a ese entonces a la Laguna o Lago de Tota, anteriormente llamado Pueblo Viejo, hoy Aquitania, bueno así sucesivamente…

 

Código: CLTC 506N

Año de recolección: 2018

Departamento: Boyacá

Municipio: Iza

Tipo de obra narrativa: Leyenda

Informante:  Don Heraclio Torres y el niño Daniel Ricardo Rodríguez

Edad informante:

Recolector: Adrián Freja

Fuente: Trabajo de campo sin publicar

Título de la publicación:

Año de publicación:

 

 

Los petroglifos de Usamena

Profesora de Iza: Los petroglifos de Usamena como forma de marcar el territorio, forma de comunicación, de empoderamiento del territorio.

Daniel Rodríguez: Era la manera de decir que estaba poblado, otros abuelos hablan de que es la alineación de guerreros muiscas, de gueshas, que significaba muestra de poder de que había soldados, gente que pudiera defender los territorios, las piedras, son el camino, habla de los mensajeros que van de Bacatá a Hunza, de Hunza a Sogamoso, y ellos viajaban por las colinas, por las montañas, con sus caracolas, porque los mensajeros muiscas e incas estaban muy conectados, cargaban en sus mochilas coca para el camino, maíz, extractos de coca y todo lo necesario para viajar y llevar mensajes de diferentes lugares a otros. Ellos decían que cuando llegaban a un poblado, llevaban una caracola traída de mar y la debían tocar cuando llegaban a un poblado.

 

Código: CLTC 508N

Año de recolección: 2018

Departamento: Boyacá

Municipio: Iza

Tipo de obra narrativa: Leyenda

Informante:  Daniel Ricardo Rodríguez

Edad informante: 13

Recolector: Adrián Freja

Fuente: Trabajo de campo sin publicar

Título de la publicación:

Año de publicación:

 

 

El Templo del Sol

Daniel Rodríguez: El Templo del sol era un lugar sagrado, decían que se preparaban los sacerdotes en unos lugares que se llamaban cocas donde se les enseñaba a los caciques y a los nuevos sacerdotes del Sol. Dicen que con la llegada de los españoles, en el año 1537 aproximadamente, que venían buscando El Dorado, la Casa del Sol, Manoa, o sea lugares que a través de los mitos se decía que eran lugares llenos de oro, ellos venían buscando eso y llegaron al Templo del Sol y decían que había muchísimo oro, muchísimo, que todas las columnas se cubrían con placas repletas de oro y que cuando llegaron los españoles intentaron entrar al templo entonces abrieron y rompieron las rejas de oro que tenía el templo, y que estaba el sacerdote muisca en su oración y que se voltea y que los soldados españoles le miran los ojos brillar, le miran todas sus esmeraldas y toda su exuberancia y se asustan entonces botan su antorcha, la arrojan al suelo y como el suelo era de junco, y telas finas que eran traídas desde muchísimos lugares entonces todo se incendia.

Don Heraclio Torres: Es que mire para hacer ese Templo del Sol dicen que
esas vigas fueron traídas pro allá del Brasil, eso no tiene eucalipto, porque no sé cuánto tiempo de vida tenga una viga de eucalipto, pero esas fortificaciones, como el Templo del Sol con maderas muy finas. Me decía el doctor Silva Celis que eso lo habían traído del Brasil, imagínese cómo pesaría eso al hombro si lo trajeron de allá.

 

Código: CLTC 509N

Año de recolección: 2018

Departamento: Boyacá

Municipio: Iza

Tipo de obra narrativa: Leyenda

Informante:  Daniel Ricardo Rodríguez

Edad informante: 13

Recolector: Adrián Freja

Fuente: Trabajo de campo sin publicar

Título de la publicación:

Año de publicación:

 

 

El barrito de Tópaga

Aquí Villa de Leyva tiene muchas historias, aquí tiene el pozo de los Ángeles, que para colocar allá el pozo de los…, es una cosa muy angosta que hay para pasar de un lado a otro, y dicen quesque en un tiempo había un matrimonio por ahí cerca de Santa Sofía, eso queda, municipio de Santa Sofía, entonces peliaban mucho y el hombre se cansó de tanto peliar y todo eso y entonces un buen día sacó la señora, hay un abismo que es como a 1500 metros de profundidad, de donde hay que toca cruzar, una vaina así, pa poner el pie así y así pa poder pasar, y hay una bajada y eso sube pa subir pa Gachantivá, y entonces contaban los antiguos, porque eso sí no le costa a uno, contaban los antiguos que el señor cogió a la señora y la lanzó desde arriba abajo, se le apareció la santísima virgen y la cogió de los brazos y no la dejó morir. Ella fue a dar a un pueblito… La virgen hizo un túnel por debajo de tierra y fue a salir a la iglesia de Togüí [Monguí] como que se llama, más allá de Sogamoso, por allá al lado de Nobsa, Tópaga, allá fue a salir la Santísima Virgen, allá hay un aljibe de agua dentro de la iglesia, y todo el mundo va ahí a recoger barrito para cuando hay heridas de los pies o graves, van y traen ese barrito y se lo untan y con eso se mejora y así eso hay muchas, muchas historias…

 

Código: CLTC 518N

Año de recolección: 2018

Departamento: Boyacá

Municipio: Villa de Leyva

Tipo de obra narrativa: Leyenda

Informante:  Don Adán Pineda

Edad informante: 73

Recolector: Adrián Freja

Fuente: Trabajo de campo sin publicar

Título de la publicación:

Año de publicación:

 

 

Las luces

Bueno, hay otras cosas que por ejemplo cuando veían una luz anteriormente, todo esto contaba mi mamita, decían que cuando veían una luz habían tiempos de que, no sé si era en menguante, no sé, de pronto don Clímaco o aquí alguien se acuerda de cuando salía una luz y resulta que allí salió una luz por allí, allí en una cañada que era donde vivía don Aurelio Ñampira, y bajó una luz y mi mamita y otras hermanas las habían dejado por allá a recoger un poco de grano, que en ese tiempo trillaban el grano en eras y se pusieron a recoger el grano que eran habas y vieron una luz que bajaba por allá, por la cañada abajo, una luz pero resplandeciente, resplandeciente, y entonces esas chicas que tan pronto vieron la luz lo que hicieron fue meterse a la casa y no volver a mirar, y sí señor, ahí dizque iba el oro, porque era que más antes no tenía la gente donde… Como hoy en día que lleva la gente al banco a dejar la plata, entonces eso lo enterraban y en tiempos se esvolcanaba esa tierra y se llevaba el oro y eso se iba directamente a una quebrada y la quebrada se lo llevaba y eso llega al mar, yo creo que en el mar hay mucho oro, mucha cosa. Y así fue lo consiguiente. Y hay otros que decían que sí eran muy guapos, muy guapos verdaderamente, que cuando veían la luz decían: “¿Dios o el diablo?”, entonces ahí de pronto les podían decir dónde estaba la riqueza.

 

Código: CLTC 482N

Año de recolección: 2018

Departamento: Boyacá

Municipio: Ventaquemada

Tipo de obra narrativa: Leyenda

Informante:  Rosalía Porras de García

Edad informante: 80

Recolector: Adrián Freja

Fuente: Trabajo de campo sin publicar

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