El príncipe Tulicio

Este era un hombre casado con su mujer. Estuvieron viviendo, viviendo, pero no tenían hijos.
La casa de ellos quedaba cerquita del palacio del rey y eran gente muy pobre. Como no tenían hijos se valieron de una hechicera que a veces venía al pueblo y el hombre le pidió que le hiciera remedios a su mujer para que quedara preñada porque él quería un hijo que le ayudara en su vejez. Entonces la hechicera se encerró con la mujer en el cuarto y le hizo burundangas. Cuando salió, le dijo al hombre que su mujer quedaba lista para concebir un varón hermoso que sería como un príncipo y el hombre quedó contento con la diligencia y le pagó su plata.
Al poco tiempo la mujer quedó preñada y se alegraron tanto que a todos los vecinos les contaron la noticia y los convidaron para cuando fuera el alumbramiento. Llegó el día. iAy carajo! Ya vinieron los amigos y mataron un puerco que tenían engordando en la casa. Ya llamaron a la comadrona y se encerró en el cuarto con la parturienta.
Comían y bebían, comían y bebían. Y en eso oyeron el chillido de la criatura. ¡Nunca habían oído chillar a un recién nacido que llorara así, y la comadrona pega el grito, iAy cristiano!, la maldición ha caído sobre esta casa, esta mujer ha alumbrado a un lagarto. El papá entró a verlo y salió alunado. Ya se fueron yendo los invitados y la mamá de la criatura se puso echa maldiciones, echa maldiciones y no había quien la consolara.
El tulicio nació hablando y de mal genio. Pidió que le hicieran una poza en el patio para él vivir allí y que nadie fuera a molestarlo. Ese lagarto no salía para nada de su poza sino cuando se iba a calentar en el sol o le llevaban su comida. ¡Porque sí comía esa bestia! Pero cuando se enojaba salía como una maldición por toda esa casa dejándola batusita de barro. Barajo la maldicion, decía la mujer, pero más se enojaba el tulicio. Hasta que un día salió con los ojos bien colorados y le dijo a la mamá que fuera donde el rey a pedirle permiso porque el quería visitar a la mayor de las hijas.
El rey tenía cinco niñas, muy hermosas las criaturas. “Pero cómo hijo, si vos sos un tulicio, ¿cómo es que te atrevés a pedir permiso para entrar al palacio de su sacarrial majestá?, ¿cuándo se ha visto? Y se enojó ese lagarto y comenzó a tronar y esa casa se sacudía y la mamá no tuvo más remedio que ir donde el rey y llevarle la razón que le mandaba su hijo el tulicio. El rey se molestó porque cómo un lagarto barrialoso se atrevía a poner sus patas asquerosas en su palacio, no, eso ni muerto. Pero ahí fue la rabia del animal y encomenzó la tronamenta y rayos y centellas y el rey se asustó tanto que no tuvo más remedio que consentir que ese demonio viniera a visitar a su hija.
Así es que llegó don tulicio batusito de barro, cran, cran fue subiendo la escalera y ese palacio iba quedando peor que la poza donde él vivía. Se sentó a esperar a la príncipa en la sala, y mandando: ihey! rápido, que él no iba a hacerle nada. Vino la príncipa y muerta del susto se sentó al lado del tulicio, pero cuando él quería acercársele, ella se corría más para allá porque ese diablo apestaba y ella no quería llenarse su cuerpo de barro. El tulicio se enojó y le pegó un golpe con esa cola y ahí mismo quedó muerta la príncipa.
El rey que oye el estruendo y viene gritando que ese maldito lagarto le había matado a su muchacha y se formó el coge-coge en ese palacio. Los papás del tulicio no se consolaban, ese maldito les había traído la desgracia. Y el tulicio apenas asomaba la trompa y decía que quién la había mandado, que eso era para que lo respetaran. Tiempo va, tiempo viene y le dice don lagarto a la mamá que quería visitar a la segunda hija del rey y la mamá le dijo “¡¿cómo?!, si ya mataste a la primera, ¡cómo vas a matar a la segunda!”. ¡Que vaya donde el rey, le digo! Y empezaron a caer rayos y centellas y la mamá fue llorando a los pies del rey a decirle que su hijo el tulicio iba a venir a visitar a la segunda hija, pero el rey dijo que no. Entonces aumentó la tronamenta, ese palacio se sacudía como si fuera hamaca, hasta que el rey dijo que viniera pues ese maldito tulicio. Esta vez trajo más barro. Cran, cran fue subiendo esa escalera y el rey y la reina y todo el mundo llorando. Ha venido pues la príncipa y se ha sentado, pero cuando el tulicio quería abrazarla con esas garras ella se corría, ¡hasta que el lagarto se enojó y sacó la cola y ipam!, la mató. La enterraron con todo el pueblo llorando y él decía que por culpa de ellas, quién las mandaba ser malcriadas. Pasó el tiempo y dijo el tulicio que iba a visitar a la última hija del rey y ahí sí fue el llanto de la mamá porque esa era la niña de los ojos del rey y cómo iba a matar también a semejante pimpollo de la tierra. Otra vez la tronamenta y los rayos. La mamá se fue llorando donde el rey y su sacarrial majestá se desmayó pero dijo que ya que había matado a las dos mayores que viniera también por la niña de sus ojos. iAhora sí trajo barro el tulicio! ¡Vino lleno de porquería hasta los ojos y subió icran, cran! las escaleras y se sentó con las patas cruzadas a esperarla.
La última príncipa no era ninguna pendeja. Se consiguió como cien pañuelos y llegó saludándolo: “buenos días, don Tulicio”, “buenos días, señorita, siéntese que si se porta como es no le hago daño”. Y se ha sentado la príncipa y eso era hágale mimos y con los pañuelos le limpiaba el barro y se le acercaba, pero ahora era el tulicio el que le decía: no se me acerque mucho que le ensucio el vestido y la príncipa más se le acercaba. Estaban pues todos esperando que el animal ese matara también a la príncipa, pero cuando los vieron conversando como buenos amigos se han alegrado el rey la reina y los sirvientes y todo el mundo volvió a su juicio. “Usté es una señorita muy educada”, le decía el tulicio y más coqueterías le hacía la principa. Entonces el tulicio le dijo que con el permiso de ella se iba a quedar durmiendo en su cuarto y que se iba por la madrugada, que no tuviera miedo, que él no pensaba perjudicarla y por eso iba a dormir debajo de la cama, pero que ella no fuera a acercársele. La príncipa le llevó la corriente y le dijo que le iba a arreglar una cama al lado; que no, dijo el lagarto, que iba a dormir en el suelo. Así acordaron y la príncipa lo llevó a su cuarto a escondidas y lo metió bajo la cama. iY en eso, ¡pum!, llega la maldita hechicera! Viene y dice que quiere hablar con la príncipa algo muy importante para la vida de ella.
A esa hechicera la querían porque curaba a la gente, nadie sabía que era una bruja malvada. Ahí mismo llamaron a la príncipa y se la llevó aparte y le dijo que ese lagarto que tenía escondido bajo la cama era un príncipo de verdad, el hombre más hermoso de la tierra, sino que pasaba que estaba encanta’o y para desencantarlo había que alumbrarlo con la vela y dejarle caer tres gotas de esperma en el ombligo y entonces vería semejante príncipo, digno de casarse con ella. iQué le han dicho! Ya le entró la curiosidad a esa niña, engatusada con las palabras de la bruja y ahora sí, espere la noche, mujer al fin, pues, espere la noche para conocer a ese príncipe.
Llegó la noche y ella entró en su cuarto y encomenzó a decirle que le iba a pasar unas cobijas; que no, que lo dejara tranquilo. Que se iba a acostar ahí con él; que no, que él no quería perjudicarla. Así estuvieron hasta que ella oyó roncando al lagarto. Roncaba como un bajo. Se bajó de la cama y encendió una vela, alumbró debajo de la cama y vio a ese lagarto durmiendo y le echó tres gotas de esperma en el ombligo. Ahí mismo se sacudió ese lagarto como si lo hubiera tocado el Diablo y no fue cuento que se convirtió en un príncipo, en un hombre hermoso que dejó maravillada a la señorita. IAy muchacha, me perdiste y perdiste a tus hermanas! Me mandaste a un limbo. Ya me faltaba un día para desencantarme; tus hermanas también están encantadas. Zapaticos de oro te va a costar encontrarme”. El príncipo desapareció. La príncipa se ha puesto llore y llore, porque había perdido a semejante príncipe, hasta que le dijo al rey ya la reina: Papá y mamá, échenme la bendición y denme la parte de mi herencia que me voy a recorrer el mundo en busca de mi príncipo Tulicio”.
Se dolieron mucho, pero le dieron su parte de la herencia y le echaron la bendición y se ha hecho la príncipa camina a andar, camina a andar y entre más caminaba más andaba y le parecía que no andaba, pero andando iba. Llegó a la casa de la Luna, tocó ¡tun, tun! Abrió la puerta la mamá de la Luna. “iAy gusanito de la tierra!, ¿qué has venido a hacer a estas alturas por donde no camina la gente? La príncipa le dijo que andaba buscando al príncipo Tulicio, la mamá de la Luna le dijo que jamás había oído hablar de ningún tulicio, pero que aguardara que llegara el día para que hablara con su hija, la Luna, pues ella andaba mucho y podía darle noticias. “Y escóndase bien porque mi hija, la Luna, llega con mucha hambre y de pronto se la come”. Por la madrugada llegó la Luna diciendo:
A carne humana me huele
mis narices no me engañan
si no me la dan por las buenas
me la darán por las malas.
iAy!”, dijo la mamá, “lo que tengo aquí es una Criatura hermosa, no me le vas a hacer daño”. “Mostrámela”, dijo la Luna y cuando la vio le dijo: ¡ay gusanito de la tierra!, ¿qué andás buscando por estas ásperas tierras? Ando buscando al príncipo Tulicio el hombre más hermoso de la tierra que lo tiene encantado una hechicera”. La Luna le dijo que ella jamás había oído hablar de ningún tulicio pero la iba a llevar donde el Sol, que comprara unos cincuenta novillos porque el viaje iba a ser muy largo y le iba a dar mucha hambre.
Así lo hizo la príncipa y cogieron camino, casí se muere de frío pero se arropó bien. Llegaron a la casa del Sol, ahí la dejó Luna y le pidió que se cuidara bien, ella, la Luna, se iba muy triste. ¡Tocó, tun, tun! y le abrió la mamá del Sol. iAy gusanito de la tierra!, ¿qué has venido a hacer por estas tierras?” La príncipa le contó en qué diligencia andaba y la mamá del Sol le dijo que no tenía noticias de ese príncipo Tulicio, que por lo visto tenía que ser un hombre muy principal para que una criatura tan hermosa y tan delicada llegara hasta ahí buscándolo; que esperara que fuera de noche y llegara el Sol, como él alumbra toda la Tierra le podía dar noticias. “Escóndase en un canasto porque el Sol llega con mucha hambre y de pronto se la come”. Por la noche llego el Sol resoplando, esa casa se sacudió. “A carne humana me huele, mis narices no me engañan. iHay traición en esta casa! “iAy no!”, dijo la mamá del Sol, es una criaturita de la Tierra que ha venido a buscarte para que le des noticias del príncipo Tulicio que lo tiene encantado una bruja”. Ya el Sol se aplacó y le dijo que se la mostrara, que no le haría daño y salió la príncipa y el Sol se maravilló de esa hermosura y le dijo que él alumbraba todos los rincones de la tierra pero que jamás había oído hablar de ese príncipo y que la llevaría donde el Viento que andaba más bajito que él por toda la Tierra. El Sol le dijo que comprara unos cien novillos y unos cien cántaros de agua porque el viaje era largo.
Cogieron camino bien temprano y el Sol la dejó en una montaña donde quedaba la casa del Viento. “Me voy con guayabo de usté”, dijo el Sol. Allá venía el viento tumbando loma, tumbando raíces de todo palo que veía. ¡Virgen santísima! La mamá del Viento le abrió la puerta a la príncipa. Llegó el Viento. “Mamá, a carne humana me huele, mis narices no me engañan. iHay traición en esta casa!” “No mijo, no hay traición”. “Y si no me la como a usté”. Ya le dijo la mamá al Viento que se bajara, que ahí estaba su comida. Se largó un lambú de comida y un tanque de agua. Y le dijo la mamá: si vieras un gusanito de la tierra, ¿qué le harías?” “No mamita, no le haría nada”. Y le dijo que ahí estaba una príncipa que andaba en una misión muy grave y ella la nabla detenido porque como él se llama Viento, socorre más que el Sol y la Luna, “vos le podés dar una noticia sobre el príncipo Lagarto. Estoy invitado para la boda del príncipo Lagarto que está de matrimonio con la hija de las brujas. Ahí salió la señorita, “estrecho su mano señor Viento”. “Ay manjar, venga manjar. La abrazó y le dijo que estaba invitado a la boda del príncipo Lagarto para el día de mañana. “De aquí de donde vivo yo hasta allá hay varias horas, si hay plata yo la llevo sin problemas”. “Plata hay”, dijo la señorita y le cogió terremoto cuando supo que se casaba el príncipo.
Pero esas viejas [las brujas que obligaban a casarse a Tulicio con una de sus hijas] criaron un hijo al que le enseñaron todo y él les ganó en inteligencia porque él ponía aparatos y ellas no lo veían a él, sabía más que ellas. Se llamaba el hombre Amor Caballo y era un hijo adoptivo. Amor Caballo se había enamorado de una de las príncipas encantadas, que por eso mismo las brujas habían encantado a su novia. Amor Caballo dijo: Viene una señorita, mi cuñada. Se arregló el mundo. Yo pensaba llegar donde ella, pero ya que mi cuñada llega, me salvé yo y se salvó ella con su novio también. Ya tienen todo arreglado, pero yo no dejo casar a mi hermana de crianza porque la novia del príncipo es mi cuñada”.
El Viento venía dele pa’rriba dale pa’rriba y como la vio con frío la arropó. Y le dijo: “Cuando sienta bastante calor también me avisa”. Dele pa’rriba, dele pa’rriba, dele pa’rriba. Vamos a bajar ahora sí”. Ya llevaban un solo galón de agua. Ya va bajando el viento y va bajando y ipas! cayó a la carretera. Por aquí por esta carretera se queda. Es muy peligrosa. No se vaya a dejar matar. Pero no puedo hacer más. Por allá está su cuñado, él ya debe haberla visto porque ese hombre es muy hábil, él sabe”. Cuando ya llegó a la carretera, apareció allí el cuñado. “Venga acá cuñada que aquí estoy, le dijo Amor Caballo. “Esto está bastante lejos y yo no sé cómo usté ha dado acá. Pero la felicito, cuñada, eso esperaba de usté. Vamos a estar bastante pendientes porque esas brujas son las diablas. Yo sé bastante pero no voy a poder y de pronto pierde usté a su novio y pierdo yo a mi novia.
Allá tienen esa torombollota, pero pueda que de un tiro se desquite el que no tenga miedo. Ahora que ellas la vean a uste, ya saben a qué va. Pero estése tranquila que yo la voy cuidando, váyase donde la primera”. Se fue la señorita tras, tras, tras por la carretera y Amor Caballo iba allí junto pero invisible. “¡Ay carajo!”-dijo la bruja- “¿Así es que mujer por marido viene hasta acá? En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, este es el Diablo que ha llegado acá. iAy cristiano!, ¿por hombre venir hasta acá? Pero nosotras somos, heimanitas, el mundo está tranquilo”.
Buenos días”, dijo la señorita. Buenos días”, contestó la bruja. Barajo que uste es bastante puta. ¿Y usté por hombre se viene hasta acá a pasar miles de trabajos con zapaticos de oro? Pero a usté no le interesa, señora, usté sabe que yo no vengo ni por hombre ni por nada”.
Entonces la bruja le dijo que entrara para dentro y le llenara un tanque inmediatamente. Era un tanque de agua que cabía como tres mil damajuanas de agua y tenía que llenarlo por gotas y si no le llenaba el tanque de agua, pena de la vida. Amor Caballo le dijo al oído que tranquila y como a él no lo veían llenó ese tanque en un bendito.
iMaidito Amoi Caballo, ya se metió ese maidito!, como no podemos ve’ al maidecido, ese tanque lo llenó esa peidición de nosotros. Ese tanque lo llenó Amoi Caballo”.
“¿Cuál Amor Caballo?”, dijo la príncipa, yo no conozco ningún Amor Caballo; ¿ese come gente? ¡Sí, sí, come gente, come gente!”, decía la bruja por asustarla. Ya vino Amor Caballo y le dijo que al otro día la iban a mandar donde las otras brujas que comían muerto; matan y comen a la gente. Le van a dar una toronjonita y una toronjonota, esa toronjonita tiene que cogerla bien agarrada porque si se le sale de las manos, le cae encima y la mata. iAy cuñada no la vaya a largar porque ahí está el peligro de su vida! Le va a coger rasquiña en la mano pero aguántese. Ellas le van a decir que las venidas son quedadas, entonces usté va a decir que las venidas son idas. No se vaya a olvidar: aquí le manda la señora una toronjonita y una toronjonota y que las venidas son idas, así va a decir usté”
Entonces vino la bruja y le dijo: “Usté va ir donde mi heimanita. Se lleva esta toronjonita y esta toronjonota, que ahí le mando yo y dígale que las venidas son quedadas. ¿Cómo es que va a decir?”. “Que las venidas son quedadas”, respondió la señorita y la bruja se alegró y le decía que ella era una mujer muy inteligente. “No le diga más”, le dijo la otra hermana, “porque esa es muchacha inteligente y el inteligente no habla tanto”. “Cierto, la inteligencia es cosa bonita, esa muchacha se aprendió eso al instante. ¿Que las venidas son…? “quedadas”, volvió a decir la príncipa y otra vez se alegraron las brujas porque el recado iba a llegar bien llegado. Pero la mayor de las brujas empezó a gritarle a Amor Caballo que no le fuera a transmitir mal las cosas y Amor Caballo le dijo al oído: “Cuidado Cuñada, las venidas son idas” y la señorita le dijo que no tuviera preocupación.
Se va la príncipa y le coge una rasquiña en la mano que llevaba la toronjonita y por aquí y por acá no aguantaba esa manito tan débil y se le salió y Amor Caballo brincó y pau la cogió y se la puso en la mano vuelta. Cuando la vieron las otras brujas brincaban en una sola pata, ay que mujer por hombre se vuelve la misma diabla, ay no cristiano el gusanito de la tierra, nosotras somos, heimanitas, tranquilas que el mundo está salvao.
“Aquí le mandó la señora su hermana esta toronjonita y esta toronjonota y que las venidas eran idas”
“¿Cómo? -dijo una de las brujas- no me diga eso, usté se olvidó, no me diga esas cosas. Diga otra vez, que estamos conociendo que usté es una muchacha estudiada”.
“No señora, ella me dijo que las venidas eran idas”
“Recordate que vos sos hija de gente grande, una mujer tan inteligente como vos no tiene por qué olvidarse”.
“No señora, ella me dijo que las venidas eran idas”.
Entonces se enfureció la bruja y le dijo:
“¿Ellas tenían su caido allá, no?”
“Yo no sé caldo qué cosa es”, dijo la príncipa.
“Ellas se tendrán que entrevistá conmigo”, dijo la bruja”
“Coja su encargo y hasta luego”, dijo la señorita.
Amor Caballo se le juntó de nuevo y le dijo que esa noche era la boda. Las brujas habían matado puerco, gallinas, iban a hacer un convite entre ellas. Cuando se juntaron todas, preguntó la que vivía en la otra casa:
“Heimanita, ¿qué razón me mandaste a decir con la señorita?
“Que las venidas eran quedadas”.
“Ella me dijo fue que las venidas eran idas”.
Y maldijeron la vida de Amor Caballo porque lo habían criado para la perdición de ellas. Cargaron un naranjero, un cañón viejo que ellas tenían, para matar a la señorita. Amor Caballo se le acercó y le dijo: “Oiga bien, a las doce de la noche van a sacar al príncipo para el matrimonio con esa torombollota que está ahí. Una culona grandota. Ahí está el peligro de nosotros. Ahí no la puedo favorecer. La van a mandá a usté a sentar frente a la puerta y la boca del cañón va a estar apuntándole. Ellas van a sacar a la torombollota y usté a las once y media en punto le va a decir que la reemplace en ese puesto porque no puede estar solo. Si ella dice que no, yo la obligo. A las doce en punto descargan el cañon para volverla polvo a usté. Mire bien su reló”.
Vinieron las brujas y le dijeron que se sentara en la puerta a vigilar a los que llegaban pero no se fuera a levantar ni un momento, y si se levantaba, pena de su vida. Llegaron las once y media en punto y la señorita llamó a la torombollota. “Señora, haga el favor y me reemplaza porque este puesto no puede quedar solo”.
La torombollota dijo que no y ahí vino Amor Caballo y le dijo que le hiciera el favor a la dama que estaba cansada. La torombollota se ha sentado y a las doce en punto dijeron las brujas que era hora de disparar el cañón y ipum! Cuando vieron lo que habían hecho se llevaron las manos a la cabeza. iAy! Matamos a la hija de nosotros. iMaidito Amor Caballo!” Amor Caballo le dijo a la muchacha: “Cuñada, cuando yo coja a la bruja usté brinca y le quita el mazo de llaves”. “Tranquilo”, dijo ella. Así lo hicieron y la muchacha le quitó el mazo de llaves y se fueron los dos corriendo y la muchacha azotó a las que se le atravesaron. Amor Caballo le pidió las llaves y abrió la puerta del cuarto donde estaba el príncipo Lagarto. Allá adentro estaba un verrugoso grandísimo y una de las brujas se abotó con una peinilla para matar al lagarto pero Amor Caballo la detuvo y la echó a un lado. Cuando en eso apareció la belleza de hombre que había en la concha del tulicio. “iMe conseguiste! “, dijo el príncipo.
Y se togaron esas dos almas, se quedaron ahí abrazados como el largo de un rosario y aparecieron también las hermanas de la señorita, así que Amor Caballo también cogió su hembra. “Zapaticos de oro me costó encontrarte”, dijo la príncipa. Amanecieron en la casa del rey y cuando el rey vio a sus hijas hizo llamar a los padres del tulicio. Él les dijo: “Padre y madre, yo era el tulicio”, y cuando el hombre vio esa belleza de hijo se enloquecieron todos, el rey contrató quinientos hombres para tirar los tiros y el papá sacó todo la que tenía y bailaron como quince días y quince noches y Amor Caballo también se casó y el mundo volvió a lo mismo.
Termina’o el cuento.

 

Código: CLTC 635N

Año de recolección: 1986

Departamento: Cauca

Municipio: Guapi

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante:  José Montaño Ruiz

Edad informante:

Recolector: Alfredo Vanín

Fuente: Libro

Título de la publicación: El príncipe Tulicio

Año de publicación: 2010

 

 

La ciudad de Iré y No Volveré

En una ciurá había un castillo romano, donde vivía la príncipa del sur, hija del rey Charomo. Era una señorita nunca vista, bien bonita, hermosa, él estaba engreído con esa hija. En eso llegó un príncipe y le dice: ¡usted tiene una belleza y yo necesito casarme con ella! Le contesta: oooooh, gusanillo de la tierra, vo no sos capaz de casarte con mi hija, no te va a querer. Yo no soy un mendigo, dice él, yo soy un noble, lo mismo que es usted. Pero no somos iguales, le contestó el rey, eso se hablará despacio.

Pasa día, pasa día, pasa día, pasa día, pasa día, pasa día. Un buen día estaban en la mesa almorzando la reina, el rey y la príncipa. El príncipe le dijo que quería casarse con ella. Dijo: yo hago lo que el rey diga, cuando iba bajando el castillo incontró una tarjeta bañada en oro y ahí estaba su nombre. Le dijo el papá: ese que te escribió, ¿qué te dijo? No me dijo cosa mala sino que me quería, que yo merecía un matrimonio.

Pasa día, pasa día, pasa día, pasa día, pasa día, pasa día, pasa día, la reina estaba tranquila, no pensaba en nada, pero claro la tarjeta que le dio jue de oro. Cuando a los ocho meses llegó una señora y dice: mi rey, quiero hablar con la príncipa un minutico. ¿Qué es lo que quiere con ella? Que me dé una limosnita. Vaya pues, hable con ella. Buenos días, mi niña. Buenos días señora, ¿cómo está? Bien, yo quiero que me dé una limosna. Bueno, un momentico. ¿Usted habló con mi papá? Sí, yo le dije que necesitaba una limosna y no me dio. Yo le doy, cogió y le dio un rial. Yo no vengo a pedir limosna, yo vengo a decirle que el príncipe le manda a decir que le mande la contesta que le dejó en la tarjeta. Dígale que yo le contesto, pero no le vaya a decir a mi papá. Pero usted tampoco le vaya a decir nada a él, porque, después yo vengo a pedir limosna y no me deja subir. Bueno.

Días van, días vienen, días van, días vienen, días van, días vienen. Un día, llegó el príncipe. Él no tenía mamá, papá sí, y le dijo: vea mi rey, yo ya vengo preparado pa’ casarme con la niña y yo no voy a vivir aquí. Yo voy a vivir en mi palacio. ¿Dónde lo tenés? En la tierra de Iré y No Volveré, allá está mi castillo. ¡Aaaaah sí! ¿El que se va pa’ llá no vuelve? Noooo, vuelve, sino que es el nombre de mi tierra. Voy a hacerla bajar. Bueno ya viene lista aquí a casarse el señor, el príncipe con usted, pero no va a vivir aquí, va a vivir en la ciurá de Iré y No Volveré, porque es allá donde él tiene su castillo. Le dijo: me voy a casar porque ya me crié, estoy joven, necesito tener mi matrimonio y mis niños. Por eso no hay problema y el casamiento se hace mañana. Al otro día arreglaron el palacio a las dos mil maravillas, se casó, tenía dos coronas, una delante de la frente y otra en el medio de la cabeza, una era corona del matrimonio y la otra corona de reina. Bailaron quince días y quince noches, comieron, festejaron.

Días van y días vienen, días van y días vienen, días van y días vienen. Después de tener dos meses de casados, oyeron pin, pin, pin, una campanilla grandísima. Dijo el rey: ¿qué suena? Una música muy linda, y venía la gente de la ciurá de Iré y No Volveré. Venían en fila y en medio cinco caballos de oro, el primero era el de la novia con el novio, con el nombre de ella y de él, atrás venía la música y atrás de la música, los disparos. Se asomó el rey. Mija venga vea eso tan bonito. ¿Eso qué es? ¿Procesión de santo que viene o qué? No papito, son unos caballos, tan divinos. Dijo el príncipe, venga suegro, eso es mío y vienen a recibirme a mí con la princesa que nos vamos pa’ la ciurá de Iré y No Volveré. ¡Ay puuuuun! Cayó privado el suegro y dijo: usted es más rico que mí y más rey, porque yo no tengo todo eso y yo le agradezco que se haya casado con mi hija. No nos olvide, nos vamos todos pa’ celebrá la segunda boda. Se jueron y música, y baile por aquí y baile por acá, tenían más de cinco casetas y en todas estaban bailando en homenaje a ellos.

Cuando llegaron, estaba esa casa que era un paraíso, comida de todo lo que usted quería. Dijo el suegro: esto se llama la ciudad de Iré y No Volveré, esto no má es el nombre de Iré y No Volveré. Esta ciurá está encantada por mí, y su hija me vino a desencantar porque en un sueño que tuve me dijo que fuera a la otra ciurá y me casara con la primera príncipa linda que hubiera, y eso lo hice y desencanté esta ciurá y a todos los acompañantes que me acompañan. Bailaron otros quince días y otras quince noches hasta que el último día cogieron dos caballos uno de ella y otro de él, y jueron a dejar los suegros a su casa donde los sacaron. Acabando, acabando, se acabó mi cuento, sea mentira o sea verdad, que se abra la tierra y se vuelva a cerrar.

 

Código: CLTC 581N

Año de recolección: 2010

Departamento: Cauca

Municipio: Guapi

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante:  Diomedes Portocarrero

Edad informante: 80

Recolector: Baudilio Revelo Hurtado, Camilo Revelo González y Carolina Revelo González

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuentos para dormir a Isabela. Tradición oral afropacífica colombiana

Año de publicación: 2010

 

 

El príncipe encantao

Este era un hombre casado con su mujé, tuvieron viviendo, tuvieron viviendo, tuvieron viviendo y tuvieron tres hijas. El padre andaba embarcado y cada vez que llegaba de viaje les traía regalitos. Yo veo que una de mis hijas no me pide. Todas ellas decían: papá, tráigame un par de zapatos, un par de medias; tráigame un vestido, tráigame mejor dicho. Pero la última no le pedía nada. Él se iba y regresaba. ¿Por qué mi hija no me pedía nada? En seis viajes que hizo. El papá le dijo: mija, ¿usted no me va a pedir nada? Nada, nada, que todo lo que yo he andado, usted no me pide nada, todas me piden. Le dice: papá, ¿sabe que le voy a pedir? Tráigame una rosa blanca. Le contesta: ¿mija, una rosa blanca? ¿Qué tanto puede valer una rosa blanca? La que yo le pido es distinta, está en el fondo del mar. Mija pero, ¿yo cómo voy a sacar esa flor? ¡Sí papá, la saca! Llegó y se jue, y era ojo al agua del mar. Los ojos se le iban a salir a ese pobre señor. Llegó a la otra ciurá y no encontró esa rosa.

Cuando venía regresando, ojo, ojo y dele pa’ llá, dele pa’ cá, los ojos se le iban a salir, cuando ve que a lo lejos, del fondo del mar, sube una rosa. Es la que mi hija necesita. Eche pa’ llá el buque, llegó y praaaan arrancó la rosa y escuchó: me tiene que traer a la hija última, aquí, donde me arrancó la rosa. ¡Ay! Ese señor se iba a morir. Dios mío. ¿Cómo, Dios mío, yo voy a traer mi hija? ¡Al regreso del barco me tiene que traer la niña! Se jue él pensativo, pensativo. Le entregó la rosa, ella feliz y dichosa. Las hermanas se reían: ¡ay, isque una rosa, isque una rosa, vela, isque pide rosa! Él afligido, afligido y afligido. Le dice la esposa: mijo qué tiene, ¿po qué no quiere comer? Le contestó: no mija, estese tranquila, déjeme, déjeme. ¿Usted no sabe lo que yo estoy sintiendo? Dígame, ¿sabe que mañana salgo en el barco y tengo que llevar a mi hija? Pero, ¿por qué tenés que llevar a mi hija? Ella me pidió una rosa del fondo del mar, surgió la rosa y me dijieron que tenía que llevarla. ¡Aaaay, Dios mío! Esa señora fue un mar de lágrimas.

Se llevó la niña. Al llegar había un castillo tan, tan, tan, la subió, una voz le preguntó: ¿cómo se llama la niña? Pero no veían a nadie. Mariquita María, Mariquita María. ¡Entre! Sí señor o señora, pero no veía a nadie únicamente la voz que le decía ¿Mariquita María, tenés hambre? Sí señor o señora. Cuando iba estaba la mesa servida. Cuando vino la noche. ¿Tiene sueño? Sí señor o señora.

Estaba el cuarto bien arreglado. Ella decía: ¿quién será Dios mío? Con miedo, decía: ¿quién será Dios mío? De noche oía ruidos, pasos, oía que la llamaban: ¿Mariquita María, tenés miedo? No señor o señora. Ella creí pue, ¿es hombre o mujé? De mañanita ¿Mariquita María te vas a bañar? Sí señor o señora. Ahí está el baño.

Un día le dijo: Mariquita María, su mamá está grave, mañana se va pero no se me vaya a demorar. Sí señor o señora. En el mar ya camino, así que salió, llegó allá y vio a la mamá. Al otro día se iba, poque le habían dicho que no se podía demorar, tenía que estar a las doce del día. Salió corriendo por ese mismo camino, se encontró con una vieja: Mariquita allá, más allá hay una hoguera, coja este calabazo y le echa agua y la apaga, rápido. Así se jue ella, paaaaaaaa caminando rápido y se le hacía que no. Llegó a la hoguera y paaaas la apagó. Mariquita, le dijo, tenés que llegar a las doce del día. Llegó, raaaaaaaan, la muchacha caminaba pa’ llá y pa’ cá, le daba y le daba y como que si no andaba y andando iba, cuando a las doce: Mariquita María llegaste a las doce del día, puntualmente.

Le dijo por la noche: Mariquita María, ¿tenés sueño? Sí señor o señora. Se acostó, pero ella con un miedo porque no veía a nadie; incontraba comida, incontraba de todo. Oye un ruido que venía subiendo las gradas, y ella con ese miedo, cuando oyó ese ruido. ¡Aaaay! Dios mío, decía. ¡Ay! ¿Quién será? ¡Ay! Mi madrecita, ¿será mi madrecita, que se está muriendo? Mariquita María, mire pa’ juera. Sí señor o señora. Llegó paaaaass puso su espalda para juera. Mariquita María, ¿tenés miedo? Sí señor o señora. ¡Aaaah, no señor o señora! No tengo miedo. Sintió que ruuuuan, se le acostaron en la cama.

Mariquita María, mire pa’ trás. Un príncipe. ¡Aaaaay, qué tremendo príncipe, qué tremendo príncipe! Cuando ella lo miró, temerosa, él le dice: no tenga miedo, mañana nos vamos pa’ la casa de su mamá con su papá, voy a pedirle la mano, nos vamos a casá. Se jueron. Cuando el príncipe ya estaba, cantaba el gallo, gallina cacaraquiaba, gente encantada, encantada toda esa gente. Subieron toda esa gente y salieron con ella, eso jue un desfile. Caballo pa’ qué, se dice. Llegaron y se jueron allá, le pidió la mano a la mamá con el papá y se casaron. Le dijo que querían que se jueran al castillo, que se jueran todos al castillo y fue muy feliz viviendo junto con ellos. Acabando, acabando se acabó mi cuento, sea mentira o sea verdad.

 

Código: CLTC 582N

Año de recolección: 2010

Departamento: Cauca

Municipio: Guapi

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante:  Juanita Angulo

Edad informante: 73

Recolector: Baudilio Revelo Hurtado, Camilo Revelo González y Carolina Revelo González

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuentos para dormir a Isabela. Tradición oral afropacífica colombiana

Año de publicación: 2010

 

 

El Tío Conejo y los tres hermanitos cazadores de fortuna

Este era una vez un hombre casado con una mujé, tuvieron viviendo, tuvieron viviendo, hasta que tuvieron tres hijos. El uno se llamaba Juan, el otro Pedro y el tercero Diego. Un buen día los tres hijos con el papá, se jueron a echar maíz. Diego era como medio perezoso, no le gustaba mucho el trabajo, vivía todo el tiempo metido debajo del fogón, entonces los papás le pusieron Huevo en ceniza. Pedro y Juan eran muchachos más atentos a su trabajo, vivían pendientes de que algún día iban a ir a buscar cómo ser ricos.

Cuando jue el tiempo de coger la rosa (cosecha) de maíz, mandaron a Pedro el mayor al maizal, con su comida que le cocinó su mamá; hizo una fogata, asó unos choclos, y se echó a dormir en una hamaca. Llegó conejo y comió todo el maíz que pudo, cuando entró el papá lo encontró dormido y maíz comido. Vo no servís pa’ nada, sos una porquería, no valés ni lo que te comés, sal de aquí. Llegó peliando con el hijo a la casa. Al otro día le tocaba al segundo, porque era una gran rosa de maíz; se jue Juan, llegó la mamá le cocinó su fiambre, entró al monte, colgó su maca, prendió su fogata, comió, asó choclo, y se echó a dormir. Llegó conejo y arrasó con lo que más pudo, entró el papá a las cuatro, lo encontró bien dormido en hamaca, maíz comido.

Todos son una parranda de inútiles no sirven pa’ nada, qué clase de hijos tuve, ustedes no son sino parásitos, no sirven pa’ nada. Salieron peliando hasta la casa. A Huevo en ceniza, Diego, nadie le hacía caso porque según decían no iba a servir nunca pa’ nada. A los tres días se levantó Huevo en ceniza de su fogón, todo lleno de ceniza, se bañó y dijo: mamá, papá, échenme la bendición que voy a cuidar la rosa de maíz. Vo, Juan, ni Pedro pudieron, no cuidaron nada, si a ellos comieron maíz, a vo comen maíz y te comen a vos, porque sos más inútil, más sin servicio que ellos. Mamá diga lo que quiera, pero yo me voy. No pidió ni fiambre, no pidió nada.

Se jue Diego pa’ su monte. Cuando llegó prendió una fogata, recorrió todo el monte, cortó todas las cañas que estaban sin maíz, paró (preparó) su comida, cogió un cabo, hizo un lazo especial para matar, para agarrar conejos, se quedó en su maca. Cuando sintió al conejo traaaan sacó el cabo, agarró a conejo, a las tres de la tarde salió corriendo a la casa. Mamá, mamá, mamá, pare la olla que aquí traigo al conejo que agarré comiéndose el maíz, mamá, mamá, mamá.

Así jue que Diego llevó el conejo comedor de maíz a la casa. Cuando llegó a la casa iba el conejo vivo, a lo que se lo pasó a la mamá, se soltó el conejo y arrancó a correr, pero ya el conejo no comió más maíz. Los hermanos Pedro y Juan le cogieron rabia a Diego porque él, que era tan inútil, había cogido al conejo. A los tres días dijo Pedro: papá y mamá, échenme la bendición que voy a recorrer el mundo, a buscar novia y riqueza. Mijo, váyase. Se jue. Años van, años vienen, nunca apareció Pedro. Al año se jue Juan, nadie supo si vive Juan.

Diego: bueno, mamá y papá, échenme la bendición que voy a buscar fortuna y a mis hermanos. Se jue Diego camina va, camina andaba, camina andaba, se hacía que no caminaba y andando iba, meses van y meses vienen y camina Diego, camina Diego, hasta que un día en una loma bastante alta se incontró con los dos hermanos que no podían ni subirla ni bajarla. Les dijo: hermanitos, ¿cuánto tiempo tienen de estar aquí? Hermanitos ahora mismo nos vamos pa’ la ciurá. Tenía que bajar unos cerros altísimos pa’ pasarse a la otra ciurá. Cogió Diego y tiró su cabo pa’ bajarse y bajar a los hermanos, bajó a los hermanos y les dijo: de último bajo yo. Y los hermanos cuando ya Diego los había bajado, cogieron y trozaron el cabo para que Diego se matara. Desapareció Diego; según ellos habían matado a Diego.

Cuando llegaron a la ciurá jueron a jugar cartas, a jugar toda clase de juegos, a peliar, a robar en esa ciurá, a volverse los mismos Satanás y a Diego no lo habían incontrado porque ellos dijieron que a Diego lo habían matado, después de que el hermanito Diego los había salvado. Cuando Diego iba cayendo al abismo donde lo habían tirado los hermanos, se le apareció el conejo que se había escapado de las manos de Diego y lo agarró en el aire y le dijo: Diego, cada vez que estés en peligro no más di Dios. Y el conejito, así jue que Diego se salvó.

Llegó a la ciurá, a la casa de un rey, le dieron trabajo, aprendió a curar con yerbas. El hijo del rey tenía una enfermedad que nadie en el mundo se la había curado, no había curandero que el rey no hubiera contratado pa’ curar ese hijo. Diego le dijo: rey yo le puedo curar a su hijo. ¿Y vo cuándo aprendiste a curá? Vo no sabes nada, no más asiar pisos. Yo le aliento su hijo, le doy mi vida si no se lo aliento. ¿Qué necesitás? Lo único que necesito es un racimo de uvas moradas. Ahí mismo le consiguieron el racimo de uvas moradas. Alentó Diego al hijo del rey que había nacido enfermo. Tenía diecisiete años, lo alentó y dende ese momento se convirtió en el hombre más rico de ese pueblo, ya no era más sirviente, ya era un señor rico, pero él a pesar de que los hermanos intentaron matarlo quería incontrarlos para compartir con ellos la riqueza que tenía y buscar a sus padres.

Un buen día llegaron y oyó decir que tenían a dos hombres presos por criminales, estafadores, jugadores, mejor dicho. Así que Diego inmediatamente jue a salvar a sus hermanos. Los sacó, los llevó a trabajar, pero como eran malos, cogieron y empezaron a hacer maldades en ese pueblo, a echarle la culpa a Diego, pa’ que todo mundo le cogiera rabia y hace, y hace maldad en el pueblo. No se acordaban que los padres existían, solamente Diego decía: Señor, dame licencia pa’ volver a ver a mis padres. Metieron preso a Diego, ellos le robaron todo, duró cinco años en la cárcel pagando delitos que habían cometido Juan y Pedro.

A los cinco años apareció de nuevo el conejito, lo sacó de la cárcel, lo llevó de nuevo al lugar donde él vivía y le dijo: cada vez que me necesités tenés que invocarme. ¿Por qué no me habías llamado? Creí que no era necesario. Total, Diego se enamoró de la hija de un rey cuando salió de la cárcel y el hermano se metió a ese palacio a matar al rey, al papá de esa muchacha. Se metieron los dos hermanos robaron, así que lo iban a matar a él también después de casao y ya le habían puesto alfileres envenenados y todo para que Diego muriera en la cama, y en la almohada para matar a la esposa de Diego, al suegro, a la suegra. Habían hecho un desastre en ese palacio. En esas invocó al conejo y llegó el conejo y sacó todo ese peligro. Le dijo: tus hermanos quieren matarte, nunca te han querido desde que eras Huevo en ceniza, te odian, no quieren ni a tu madre ni a tu padre, ni a la esposa, pero vo sos un hombre muy bueno y por eso Dios te ha premiado.

Tenés tu esposa, tu madre y tu padre que ahora mismo llegarán contigo y tus suegros que te amarán siempre y te darán todo lo que ellos tienen. Los hermanos quedaron en la cárcel, nunca más volvieron a ver a los papás, y hasta hoy Diego es feliz con su esposa, sus suegros, sus padres. Y contando, contando se acabó mi cuento.

 

Código: CLTC 583N

Año de recolección: 2010

Departamento: Cauca

Municipio: Guapi

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante:  Faustina Orobio Solís

Edad informante: 70

Recolector: Baudilio Revelo Hurtado, Camilo Revelo González y Carolina Revelo González

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuentos para dormir a Isabela. Tradición oral afropacífica colombiana

Año de publicación: 2010

 

 

El Tío Conejo y la Tía Tigra

La Tía Tigra parió cinco tigritos y el Tío Conejo la atendía. Al acabarse la comida el Tío Conejo pensó: qué le doy de comer a esa familia, porque de lo contrario me mata, ¿qué hago? ¿Qué hago? Paúun, le echó mano a un tigrecito, lo mató, peló destripó, enterró los pelitos y las tripas. Le colocó la comida a la tigra. Ay, Tío Conejo, qué comida tan sabrosa, no sabiendo que era su propio hijo.

Al otro día: Tío Conejo, traeme los hijitos pa’ darles de mamar. El Tío Conejo llevaba el uno, repitiéndoselo hasta que completaba de nuevo los cinco. Finalmente le pregunta: Tío Conejo, ¿dónde están mis hijos? Aaaaah, le dice, eso que te has estado comiendo han sido tus hijos. ¡Aaaaaaay! Dios mío qué jue lo que le vino a decir. Te comistes tus hijos. Se colocó Tía Tigra orejona. ¿Tío Conejo, por qué me decís que comiste tus hijos? Lo que te has estado comiendo han sido a tus hijos. Entonces corre que te alcanzo, corre que te alcanzo y dele, y Tío Conejo con esas patísimas, como es tan astuto, corre, y corre, y corre, y atrás corría la tigra bravísima que si lo cogía, lo volvía peor que una cucaracha.

Y corre, y corre, hasta que encontró Tío Conejo una cueva, y puuunn se tiró a meter. Tía Tigra le alcanzó a agarrar la pata, la tuvo sostenía, entonces le dice Tío Conejo: ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, Tía Tigra es bastante pendeja, cree que me agarró una pata y agarró una raíz. Cuando ella oyó así, le larga la pata y coge en realidad la raíz. Ahí sí jue cierto, se profundizó bastante. Tía Tigra miró que esa ya no era la pata.

En eso viene el Tío Sapo, el talentoso y crúa. ¿Qué estás haciendo? Nada; hagamos un contrato. Vea, Tío Conejo me ha dado a comer toditos mis hijos pero hoy lo mato. Quedáteme aquí en la puertica de la cueva, quedate aquí y apenas lo veás, lo agarrás. El Tío Sapo se quedó cuidando a Tío Conejo, pero como él está oyendo lo que le está diciendo Tía Tigra a Tío Sapo, le dice: Tío Sapo. Crúa. Abrí los ojos grandísimos que me voy a salir. Llegó el Tío Sapo ni corto ni perezoso abrió los ojos y a lo que los abrió, ya había colado un poco de barro y saca Tío Conejo esa pelota de barro y puuuun, ahí si jue, lo tapó y mientras empezó a destapar esos ojos, Tío Conejo salió corriendo por todo su monte.

Al rato viene llegando la señora tigra. Tío Sapo. Crúa. ¿Dónde está Tío Conejo? Le explicó. Más braveza para Tía Tigra. ¡Ay vergajo! Vas a ver lo que te va a pasar. Y trooooooon lo agarró y se lo ha llevado. Agarró dos piedras grandes y las colocó. Ahora vas a ver sapo como es que te voy a matá. ¡Ay! No Tía Tigra no me matés, así no. ¿Cómo querés que te mate? Lo mejor es que me coja de una patica y cuuuuuuin me tire al agua, ahí va a ver. Así lo hizo, lo agarró y punnnn lo tiró al agua, huuuy quedó la tigra contenta y sabrosa, se ahogó y como estaba bien brava. Cuando huuuy como a la hora le dice Tío Sapo: ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, esta es mi casa donde yo vivo ja, ja, ja, ja, y se le rió y ahí sí jue. Dios mío, y esa mujé ahora sí todos se le burlaban, esta mujé se quería despedazar, berriaba y brincaba Tía Tigra.

Venía toda enojada y pensó: ¿cómo hago pa’ yo matar a ese Tío Conejo? Ay yo, ¿cómo es que hago? Así es que se inventó una fiesta en el cielo. Iban todos los animales menos la culebra, todos iban, bien pintados, disfrazados. El Tío Conejo, como sabía lo que había hecho, apenas supo, se colocó de mil maravillas, ya jueron subiendo. La Tía Tigra esta noche sí lo mata, mata a Tío Conejo.

Suben animales disfrazados, y suben animales disfrazados y no lo conoció, y en eso llegó Tío Conejo, subió. Tía Tigra le tenía el lance a Tío Conejo y a Tío Sapo, a uno de los dos como le habían echo la jugada. A Tío Sapo lo subió la araña, como la araña bota su hebra, llevaron a la fiesta, cununo, guasá, marimba. Se jueron emborrachando y decía Tía Tigra: ¿dónde está Tío Conejo pa’ matarlo? Cuando jue la hora que terminó la fiesta, iba a cerrar san Pedro, el jefe de los animales su puerta, y Tío Conejo dijo: ¿esa que está allá, no es Tía Tigra? Y como tiene esa pata tan larga, puuuun acá cayó. Ese jue el primero que se tiró del cielo al agua; en eso san pin, pin, rin, pin, pin, empezó también el Tío Sapo, ya borracho a cantar:

(Canto) Ay comadre araña, casó con cabuya, comadre araña, casó con cabuya.

Y le decía Tía Araña:
(Canto) Ay compadre sapo capó esta fuga, ay compadre sapo capó esta fuga.

Que cambiara la canción le decían, y el borracho con esa boquísima. Tía Araña se llenó de rabia. Allá es que lo voy a hacer matar, porque no va a saber bajar. Se bajaron todos los animales que se podían venir ramiando. Ahora sí, ¡ay! Tía Araña bájeme. ¿Quién te baja? Vos empezaste a decirme que yo era casado con cabuya. Yo te decía: ¡ay! Compadre sapo. ¡Ay! Compadre sapo.

Y cante, cante, y vos te las picaste que estabas borracho y vos no estabas ningún borracho, no. Entonces no sé cómo te vas a bajar, y se puso a llorar Tío Sapo allá arriba. Todo el mundo se bajó, y jueron bajando y se jueron bajando, y al Tío Sapo le tocó que tirarse, taaaaaas a lo que cae quedó apenas ceniza, se acabó Tío Sapo y todo mundo pa’ su casa y Tía Tigra no pudo coger a Tío Conejo.

 

Código: CLTC 584N

Año de recolección: 2010

Departamento: Cauca

Municipio: Guapi

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante:  Lucelia Montoya Montaño

Edad informante: 40

Recolector: Baudilio Revelo Hurtado, Camilo Revelo González y Carolina Revelo González

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuentos para dormir a Isabela. Tradición oral afropacífica colombiana

Año de publicación: 2010

 

 

Los tres hermanos y la príncipa

Un hombre casado con su mujé tuvieron viviendo, tuvieron viviendo, hasta que tuvieron tres hijos, al primero le pusieron Juan, al otro Pedro y al otro Diego. Juan dijo un día: papá y mamá, échenme la bendición que me voy a buscar la vida y mujé con quien casá. Se fue caminando, y entre más caminaba más andaba y se hacía que no andaba, y andando iba; camine, camine y entre más caminaba más andaba y se hacía que no andaba, y andando iba.

Llegó donde un viejito: ¿usted qué anda buscando, joven? Yo voy a buscar la vida y mujé con quien casá. Dijo el viejito: usted va a encontrar primero un dragón y lucha con ese dragón, y si gana, va a buscar la hija del rey que le están buscando marido. Iban todos los jóvenes a ver si los aceptaba el rey. Y el tipo camine, camine, y entre más caminaba, más andaba y se le hacía que no andaba, y andando iba. Llegó donde estaba el dragón. Apenas llegó empezó a peliar pero el dragón ganó.

El segundo, viendo que el hermano no volvía dijo: papá y mamá, échenme la bendición que voy a buscar la vida y mujé con quien casá. Le dijo el papá: pero ya tu hermano se fue, ¿y vos Pedro, te vas a ir? Sí, yo me voy. Así es que se fue. Llegó donde el viejito que le dijo: vea, yo le voy a dar este polvo; usted va a llegar donde un dragón a peliar con él, cuando el dragón le vaya a tirar candela le echa el polvo, y pasa. Si usted no le tira el polvo antes —eso mismo le había dicho al hermano mayor— pierde. Así que él iba camine, camine, y entre más caminaba y se le hacía que no andaba y andando iba, cuando ram, el dragón, y el muchacho ram, le sopló el polvo y el dragón quedó dormido, pasó.

Se fue por allá, y se encontró con otro viejito, que le dijo: ¿y usted pa’ dónde va? Yo voy a buscá la vida y mujé con quien casá. Ya usted le ganó al dragón, ahora se va a encontrar con una viejita, no vaya a comer lo que le da, porque lo va a envenenar. Se fue, camine, camine, camine y andar, y entre más caminaba, más andaba y se le hacía que no andaba, y andando iba, cuando llegó con hambre a la casa de la viejita. ¿Quiubo sobrino? Eche pa’ cá, ese buen mozo que ha llegado. Se acordó que el viejito le dijo que no fuera a comer. Pero si no es esta la viejita, de pronto es otra. De tanto la viejita rogarle, le sirvió la mesa, el muchacho comió, y la viejita lo
transformó en un sapo, y lo tiró a una laguna.

El último de los hermanos pensaba: ¿qué hago? Tengo que ir a buscar a mis hermanos. Papá y mamá, échenme la bendición, me voy a buscar la vida, a mis hermanos y mujé con quien casá. Se fue, se fue, llegó donde el viejito, le dio el polvo para el dragón, al arrimar donde la viejita, el muchacho había reservado su comida. Cuando le sirvió la mesa, el muchacho, ram, sacó su comida y pa, pa, pa y se guardó la comida de la viejita.

Caminó y se encontró con un viejito que le preguntó: ¿usted pa’ dónde va mijo? Yo voy a buscar a mis hermanos. Por aquí pasó su hermano mayor y el otro. Cuando llegó donde el otro viejito, le dijo, por aquí pasó, y cuando llegó al labrador, le dijo: usted, va a llegar con mucha sed, no vaya a tomar agua, porque se pierde. Llegó el muchacho que tenía tres perros, Cancaniji, Arrancafierro, Sorbetealviento y se los llevó. Pasó por donde el dragón, por donde la viejita con sus perros, y llegó donde el labrador. El muchacho se descuidó y el labrador le cogió los perros, y se los amarró. El muchacho se fue, y esa sed que sentía.

Cuando llegó se tomó el agua, pero no toda, quedó consciente, y sentía que se le vinieron un poco de tanques de agua y quería salir, hasta que empezó a gritar: ¡Cancaniji, Arrancafierro, Sorbetealviento, vengan acá! Cuando los perros oyeron la voz del amo, ese Arrancafierro rompió las cadenas que tenían los otros dos, y se han ido. Ese Sorbetealviento era el que iba adelante, dirigiendo. Llegaron allá, y busque, y busque, y busque, cuando Cancaniji encontró al muchacho que lo habían metido en un estanque, y empezaron esos perros a luchar, hasta que lo sacaron del estanque, y lo salvaron.

Después el muchacho se presentó al rey, y le dijo: vengo a pedir la mano de su hija. ¿Y usted de dónde viene? Vengo de lejos. Donde vivía el rey se llamaba la ciurá de Iré y No Volveré. El Rey se puso a pensar: ¿qué hago? Además, su sacareal majestad, mis hermanos se vinieron también a ver cómo conseguían la mano de su hija, y perecieron. Yo sí tengo una hija, pero si usted pasa la prueba.

El joven se imaginaba una reina bien linda. De pronto vio una muchacha leprosa, peada. Empezó la muchacha: quiero anchá, quiero anchá, quiero anchá. ¿Con quién querés anchá? Con ese buen joven que ha llegado. El muchacho: ay Dios mío. Muchacha: quiero anchá, quiero anchá. ¿Qué es anchá? No le contestó. Váyase conmigo. La muchacha así, toda chandosa, se fue, y era que quería ensuciar. Entonces, el joven la acompañó y le dijo: la voy a bañar. Y la bañó, y como había el este (se sabía) de que los perros lambían las llagas y sanaban, la muchacha le dijo que la regresaran a casa. Al llegar el muchacho dijo: mamá, ¿por qué no permite que los perros la sanen? La señora dijo: no hay problema. Los perros le lambieron las heridas.

Cuando fue a dormir: aquí no hay otra cama, le toca dormir con ella. ¡O duerma en un cucho! No hay problema. Arropó a la muchacha, no la podía tocar por ningún lado, y se acostó. Al otro día se despierta. Amaneció en una cama y una belleza al lado. ¿Cuando yo me acosté, la cama era una chuza? Estaba el muchacho levantándose cuando entró el rey: ¡usted es el que se va a casar con mija! Han venido jóvenes, y nadie había hecho lo que usted hizo. Se casaron, bailaron, gozaron, bebieron y todavía son felices.

 

Código: CLTC 585N

Año de recolección: 2010

Departamento: Cauca

Municipio: Guapi

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante:  Maura Orejuela de Caldas

Edad informante: 65

Recolector: Baudilio Revelo Hurtado, Camilo Revelo González y Carolina Revelo González

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuentos para dormir a Isabela. Tradición oral afropacífica colombiana

Año de publicación: 2010

 

 

El pescado cusumbí

Había un señor pescador, tenía su esposa, más o menos unos diez años de casados y no habían tenido hijos, y él era loco, loquito por tener su hijo. La llevaba a los curanderos que le hicieran tratamiento a su mujé pa’ que le diera un hijo, pero la esposa tenía un mozo, y cada vez que él se iba a pescar ella quedaba encerrada con su mozo, le mataba los mejores capones. Eso era un festín que formaban.

Un día le dijo: mijo vengo del curandero y me dijo que tenía que comer un pescado que se llama cusumbí. ¡Uuuuuuuh! Que ese lo incontraba en el fondo del mar, allá en lo lejos de los encantos. Ay no mujé, por eso no, porque yo ahora mismo me embarco y voy a pescarte, a traerte el cusumbí, el pescaro. Por un pescaro mujé no vas a dejar de tener nuestro hijo. Se jue el pobre señor, tira canalete, eche mar ajuera, tira canalete, eche mar ajuera, y ella bien recreada con su mozo, así que cuando él comía, se ponía en la cama contento a cantar:

No me toquen las braguetas, ni me arranquen los botones, porque estoy erojigado (lleno) de gallina y de capones.

Contestaba ella con toda alegría y gallardería: Mi marido se jue a un viaje a buscarme el cusumbí, que se vaya y que no vuelva yo estoy con mi rey aquí.

Días van, días vienen y el pobre señor perdido en lo lejos de los encantos. La comadre vecina de ellos no más escuchaba. ¡Ay pobrecito mi compadre! Cuánta mala vida no está pasando en la mar y vea esa huaricha,3 ahí encerrada, acabando de matar al pobre pendejo de mi compadre. Se unió con los otros vecinos y les dijo: tenemos que hacer algo, y los llevó a escuchar a la pareja que cantaba.

Él: no me toquen las braguetas, ni me arranquen los botones, porque estoy erojigado de gallina y de capones. Ella: mi marido se jue a un viaje, a buscarme el cusumbí, que se vaya y que no vuelva yo estoy con mi rey aquí.

Días van, días vienen, perdido el pobre señor, hasta que la vecina salió con otros vecinos a buscarlo. Lo incontraron como al mes, lo trajo la vecina y lo metió dentro de una maleta y debajo de la cama. Así que ellos bien contentos mataron un capón y subió la vecina y les dice: ay pero qué bonito que viven ustedes aquí, así es que yo quisiera que todas las parejas vivieran. ¡Ay! Yo quiero que vuelvan a cantar, con esa misma alegría y ese mismo gusto, qué dulzura. Canten mis hijos, canten. El hombre estaba oyendo debajo de la cama, pues ya la vecina lo había traído. Cuando empieza el mozo:

No me toquen las braguetas, ni me arranquen los botones, porque estoy erojigado de gallina y de capones. Mi marido se jue a un viaje, a buscarme el cusumbí, que se vaya y que no vuelva, yo estoy con mi rey aquí.

Entonces dice la vecina:

Vo que estás allí metido como caine chiriquí (carne salada), fijate por debajito cómo es que se vive aquí.

Aaaaaaaah, canten mis hijitos, canten, no se asusten por favor, quiero seguirlos oyendo cantar con esa misma alegría, les dice, canten mis hijitos, canten con la misma alegría que han estado cantando todo estos días.

Él: no me toquen las braguetas, ni me arranquen los botones, porque estoy erojigado de gallina y de capones.
Ella: mi marido se jue a un viaje, a buscarme el cusumbí, que se vaya y que no vuelva, yo estoy con mi rey aquí.
Vo que estás allí metido como caine chiriquí, fijate por debajito cómo es que se vive aquí.
Yo me jui a buscar el pescado a lo lejos de los encantos, y si yo me hubiera ahogado era por quererte tanto.

Y pruuuun se destapó la maleta, machete corrido pa’ la pareja cachona (infiel) y jueron saliendo machetiados, hasta hoy nadie supo del par de traidores.

 

Código: CLTC 562N

Año de recolección: 2010

Departamento: Cauca

Municipio: Guapi

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante:  Faustina Orobio Solís

Edad informante: 70

Recolector: Baudilio Revelo Hurtado, Camilo Revelo González y Carolina Revelo González

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuentos para dormir a Isabela. Tradición oral afropacífica colombiana

Año de publicación: 2010

 

 

Doña Casandra

Era una muchacha que los padres querían mucho. Y cuando tuvo unos quince años le salían muchos novios y al papá con la mamá les gustaba la simpatía. Y ella decía: no papá, no mamá, hasta que no me salga uno con dientes que todo sea oro, no me caso. Había un tipo muy excelente, se le ve la formación, su modo de ser. Este sí lo queremos. No papá, mamá, solo lo quieren ustedes, yo no lo quiero, porque vea, tuvimos una charla y se rió y ni un solo diente de oro. Ya el duende puso oído y dijo: tengo que ser yo.

Cuando llegó a la casa y se presentó donde los padres, se puso a conversar con la muchacha. Se sonrió y ella dijo: ¡aaaay! este es mi novio. Papá y mamá, me caso, que con este sí me caso. ¡Ay, mija! No papá, si no me caso con este señor me mato. Celebraron ese matrimonio, estaban en el baile y decía la mamá. Voy a bailar con mi yerno y cuando daba vuelta le salía una llama de candela por detrás. Decía un bobo: ve, ese hombre cuando da la vuelta tiene un rabote y por ahí saca una llama de candela. Déjame bailar con mi yerno andá pa’ tu cucho (rincón). La suegra regañe a ese niño, aaaah váyase pa’ su cucho, que mi yerno está contento, y así se estuvieron, así se estuvieron.

Cuando la fiesta se terminó, dijo el novio: nosotros tenemos que ir pa’ la tierra mía. Salieron ellos dos, cada kilómetro se iba quitando una mecha. Doña Casandra, quítese eso que lleva en el pescuezo, bote eso ahí mismo. A tanto a tanto botó todo, hasta que se quedó ella no más, y ahí mismo llegó y pa, y pa, sacó un costal y una falda, se golpió una pierna, vino una falda y se golpió la otra. Vino él, sacó. Esto es lo que usted se merece doña Casandra. Llegaron a la cueva, estaban las culebras, háganse pa’ llá, háganse pa’ llá, les jue diciendo el duende, háganse pa’ llá, se echó entre su maca y ella lo estaba meciendo, y el cántico era:

Chin, chirín, chin, chin, chirín, chan, chin, chirín, chin, chin, chirín, chan.

Cuando ella se cansaba, apure ligero, siga meciando: Chin, chirín, chin, chin, chirín, chan.

Así hasta que se quedaba dormida pero envolvida en el rabo de él, era el canto pa’ dormirlo, el canto de arrullo. Al otro día se iba pa’ l monte a traer sus culebras, ella no comía nada. Un buen día jue una palomita a avisarles a los papás que la príncipa estaba que una aguja la pasaba y ya dijieron los otros: ¿cómo hacemos? Tienen que irse pa’ donde un buen adivino que la vea, jueron pa’ donde el buen adivino y les dijo: esa mujé está pa’ morirse, tienen que buscar un castillo, un flechero, un sobador y sacala sin sentir y un pegador, porque el flechero la volvía nada. Llevaron al buen adivino, él iba adivinando por acá le está cantando a él, la tiene envuelta en el rabo pero el señor no se había dormido, ahora sí se durmió.

Apenas se durmió la sacan sin sentido y la montan al castillo. El buen adivino les iba diciendo: el duende estaba dormido, seguían adelante y dele pa’ delante. ¿Bueno adivino, cómo está el duende? ¡Uuuuuuh, ha pasado la mano por la cabeza! Y estos, dele andar y caminar, dele andar y caminar, porque iban por el aire. Y, adivino, ¿cómo está el duende? ¡Uuuuuuh! Ya está sentado y esa nube negra que viene allá es él. Venía el duende: depolyor, depolyor, depolyor, denme mi mujé que todos somos hombres. ¡Ay, mujecita querida! Tanto que nos habemos querido y nos habimos amado, amostrame la puntica de tu cabello, y ahí mismo ella le mostraba la punta del cabello y llegaba el flechero envolvía y puun.

El uno, que acá está el corazón, acá está el hígado, la cabeza, las manos, el pie, bueno y la iban pegando, la iban pegando, la iban pegando, y el duende se pegaba él solo. Adivino, ¿cómo está? El duende, pues ya se ha hecho el cuerpo. Y dele, dele, llegaron a la casa, trajieron a un sacerdote pa’ que hiciera la misa. La confesó, el duende se hizo haceador de una casa vecina, le soplaron a la reina que él era el que se había llevado la hija.

Ella, un día se jue a lavar a una quebrada y cuando viene bajando un botellón. Un niño que estaba bañando dijo: aaaaaaah qué bonito botelloncito, ay allá viene mi botellón, ay allá viene mi botellón. Llegó y ruuuua lo agarró, lo destapó. Cuando suuuuua, como una sombra salió de ese botellón el duende, ya se hizo haceador de otra casa vecina. La señora llega, convidó a todos los muchachos de la población, y que vinieran cantando de diferentes partes, porque él estaba ubicado en una parte exacta; les dijo: se vienen de allá y ahí donde él está, se ondean (paran) a cantarle. Ya venían los muchachos cantando:

Corrontón, corrontón, corrontón, corrontón. ¡Allá viene mi suegra con el botellón!

Y venían todos esos muchachos con esa caja:

Parrán pan, parrán pan, pan parrán, pan parrán, pan, pan. Corrontón, corrontón, corrontón, corrontón. ¡Allá viene mi suegra con el botellón!

Y como él pasó tanto trabajo en ese botellón tapado, cuando ya iban a llegar donde ellos, esos muchachos:

Corrontón, corrontón, corrontón, corrontón. ¡Allá viene mi suegra con el botellón!

No los vio: muchachos caripelados qué son lo que dicen. Ahí lo dijieron más duro: Corrontón, corrontón, corrontón, corrontón. ¡Allá viene mi suegra con el botellón!

Dice el duende: ¿conque se viene con el botellón? Aunque me vuelva oro, plata, nunca llegaré a los pies de ella. Ahora sí llego y tis, se aventó. Por un huaico. Ahora sí a la muchacha la llevaron a un curandero, la tuvieron así, parecía un esqueleto, y se jue recuperando. Le salió un novio verdaderamente, que ese no tenía dientes de oro y dijo que sí lo quería. Se casaron, hicieron una fiesta muy bonita. Yo también bailé bastante, y se acabó este cuento. Que sea mentira, que sea verdad y que el viento se lo llevará y que otro lo pueda echar.

 

Código: CLTC 564N

Año de recolección: 2010

Departamento: Cauca

Municipio: Guapi

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante:  Rito Erasmo Cuero

Edad informante: 75

Recolector: Baudilio Revelo Hurtado, Camilo Revelo González y Carolina Revelo González

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuentos para dormir a Isabela. Tradición oral afropacífica colombiana

Año de publicación: 2010

 

 

Catalina y Genovés

Eran unos esposos, tuvieron dos hijos y no tenían recursos pa’ vivir. Le dijo el marido a la mujé: Catalina, yo me voy a ir pa’ España, porque allá me va mejor. Bueno marido, lo que tú hagas, yo me quedo al cuido de los muchachos y hago todo lo posible. Se despidieron y él se jue. A los veintiocho, veintinueve, treinta años espere, espere, espere; el hijo varón lo regaló y la mujercita se la dio a un convento. A los treinta años cumplidos, como una sorpresa, llega Genovés, haciéndose pasar por mensajero, cantando:

Catalina, lina, lina, blanca flor de Genovés, blanca flor de Genovés, para España yo me voy y mandá lo que querés y mandá lo que querés.

Le contestaba ella:
El hijo varón que tuve, al rey se lo regalé, al rey se lo regalé, la hija mujé que tengo y al convento la echaré, al convento la echaré.

No conojco a tu marido, ni tampoco sé quien es, ni tampoco sé quién es el cuerpo y le habla muy cortés, y le habla muy cortés, el caballito que carga pecho de palomo es, pecho de palomo es.

Dice ella:
Salude a mi marido, salude si me lo ve, salude si me lo ve, treinta años lo eché esperando y treinta lo esperaré, y treinta le esperaré, si a los treinta años no viene tengo yo que irlo a ve, tengo yo que irlo a ve.

Le contesta el dueño del mensaje:
Por la seña que me dan, tu marido muerto e, tu marido muerto e, en un juego de billar, mataron a Genovés, mataron a Genovés.

Genovés se hace pasar como amigo, que le envía ese mensaje a ella y es el mismo Genovés. Ella se pone llore, llore, llore, porque lo han matado, él mismo le va a cantar:
No llores por tu marido, que presente lo tenés, que presente lo tenés.

¿Que presente está mi marido? ¿Y ese no es el que me está cantando? Y ahí mismo abraza a su marido, y esa gente no sabía qué hacían. Ahí mismo el hijo que había regalado con papel y todo, jue a traer su hijo y a la del convento, y ya ahora sí. Genovés respondió por su mujé y sus hijos y quedaron viviendo hasta el día de hoy. A esa gente no les falta nada, viven cómodamente, porque su mujé se volvió un baúl como que hubiera quedado lleno de ropa y él se hubiera llevado la llave, porque treinta años esperando a un hombre y la mujé sin seguir ningún camino, solamente lo que hizo jue entregar los hijos y volvió Genovés a abrir su puerta porque estaba cerrada, hasta el día de hoy están viviendo muy bonito.

 

Código: CLTC 566N

Año de recolección: 2010

Departamento: Cauca

Municipio: Guapi

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante:  Rito Erasmo Cuero y Pedro Caicedo

Edad informante: 70

Recolector: Baudilio Revelo Hurtado, Camilo Revelo González y Carolina Revelo González

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuentos para dormir a Isabela. Tradición oral afropacífica colombiana

Año de publicación: 2010

 

 

Un pescador en la playa

Este era un hombre casado con su mujé, tuvieron viviendo, tuvieron viviendo, eran pobres en todo, menos en la gracia de Dios. Todos los días pasaban trabajos, iban donde el compadre que les diera la lavacita (sobra). Un buen día dijo Marino, que era el marido: ¿nosotros así como estamos, es que vamos a pasar Semana Santa? ¿No vamos a comer? ¡Nos vamos a morir de hambre! La mujé contestó: yo estoy amañada en mi pobreza, pue. Eche la mocha (canoa rota en la proa), lleve la olla y el agua. Eso voy a hacer mujé.

Días van, días vienen, días van, días vienen, hasta que un día, se jue. Ya venía la Semana Santa cuando se dijo, Domingo de Ramo. ¡Nosotros aquí nos vamos a morir! Jue a donde el compadre: ay compadre, ¿qué nos va a dar pa’ nosotros pasar la fiesta? Compadre, yo no tengo nada que da, porque lo que tengo aquí es pa’ comer mi mujé, mis hijos y yo. Así que yo no puedo darle, sino después que cocinen, le den el desperdicio mañana, a ver qué quedó pa’ darle. Por la noche se puso a llorar su pobreza, a pedir que Dios le diera la limosna pa’ no rogarle al compadre.

Al otro día, a las cinco de la mañana, deschaspisó (deshilachó) su estopa, prendió su brasero, lo echó a la mocha, cogió su atarraya, el cabo y se jue. Va saliendo a la bocana, estaba ese mar inmenso, bien limpio, despejado. ¿Qué es lo que voy a hacer, Señor? Voy a echar mi boya en esta bocana pa’ que mi Dios se acuerde de mí, porque mañana es Lunes Santo y no tengo nada qué comer. ¡Ay esta pobreza que tengo! Atravesó el canalete en el potro (canoa pequeña) y se sentó. Cogió la atarraya, la abrió al lado del estero y la tiró, no cogió nada, nada, ni un camarón. Se puso a llorar. Ay mi mujé me va a dejar porque yo no le doy comida, y tiene razón, porque mi mujé a pesar de estar amañada con la pobreza, me dijo que si no le daba de comer se iba de mi junta.

Cuando ve que las boyas se las llevan para la mitad, y quedó templado, pensó: ese es un pescado, pero qué hago en esta mocha. Otra vez templaron, decía juera, pa’ dentro la boya, y se vino, se vino, se vino. ¡Ay! Que venga la boya más pa’ cá, pa’ yo cogerla. Cuando llegó al potrillo, pa, la templó, no la podía levantar. ¡Ay! Yo me voy a tener que irme yendo pa’ la orilla pa’ que esta boya vaya llegando a lo seco, pa’ yo poderla levantar. Y la jue cogiendo con la mano y la otra cogía la boya, y se jue yendo pa’ la orilla, y se jue yendo pa’ la orilla, y se jue yendo, hasta que por fin cogió un tulicio (caimán pequeño) grandote; un tulicio, nadaba entre aguado y lo miraba a los ojos y él con ganas de meterle el machetazo. Cuando él que levanta el machete pa’ darle en la cabeza, y el tullicio le dice: ay no me matés, no me matés, dejame vivo, subime a la canoa. Así es que ahí mismo. Y, ¿cómo te subo si no puedo con vos? Yo voy a brincá. Jaló el anzuelo pa’ arriba y brincó el tulicio. Le dice: ve, ve, yo no soy tulicio, no soy pecao, soy alma, como vo, Jesucristo me mandó porque tu mujé y vos han lidiado mucho la pobreza con amor a Dios, así es que me voy ahora, pero vengo el Viernes Santo. Aquí te guardo la limosna que andás buscando, sí señor.

Cuando llegó donde la mujé, esta le dice: ay marido, ¿vo venís es vacío? Sin nada que comé, ¿no conseguiste ni un camarón? No conseguí nada, pero mañana, el Viernes Santo, sí traigo la comida pa’ que comamos. Ve, ve, si vo nos traés comida pa’ Viernes Santo y Domingo de Pascua, yo me voy de aquí, no vengo nunca ma pa’ tu casa.

Ya el hombre estaba contento porque le había hablado el tulicio; así jue, el Viernes Santo de mañanita. ¿Vo qué vas a hacer día de Semana Santa? Porque mi Dios no es como nosotros; ese día no me dio, pueda que hoy me dé. Pero él estaba sabiendo lo que había hablado con el tulicio. Se jue, boga que boga, boga que boga, boga que boga, sale a la bocana, ve una playa al lado de acá y dijo: ¿esta playa? ¿Desde cuándo esta playa? Porque aquí no hay playa. Y se jue viendo la costa pa’ el lado de la playa, se jue yendo. Al llegar encontró una mesa con chontaduro, carne, plátano, piacuil (ostra), ostión, camarón, calamar, todo eso. ¿Esto de quién será? ¿Es que hay gente que va a comé aquí? Cuando en eso piensa: yo me voy, y siquiera pasaran y me dieran cualquier cosa qué comé, que no he desayunado. Va pasando cuando le dice: vení, esto es tuyo, arrecójalo, échelo en el canasto que iba a echar el pecao y se lo lleva pa’ su casa, y el tulicio que lo esperés aquí.

El hombre se moría de la alegría. Ay, yo quiero agradecerle al tulicio, si él ya viene lo espero. Cuando llegó el tullicio le dijo: ve, ve, yo no soy tulicio, yo soy un ángel del cielo que mandó Jesús porque vos has lidiado esa pobreza con mucho amor, no has pensado robá, matá, no has pensado nada. Me mandó Jesús del cielo, que te viniera a dar esa limosna y que cuando te murieras tenías las puertas del cielo abiertas esperándote. ¿Quiere decir que ya me voy a morir? No, todavía no te vas a morir, sino que yo te estoy es diciendo lo que Jesucristo me dijo. Y abrió la mano, allí tenía una bolsa de puras monedas de plata.

Llegó a su casa: mujé, mujé. Qué jue. Venga, venga ayúdeme a saltar (salir del río) que venimos con las limosnas. ¿Vo qué es que traés ahí? Cójalo con las dos manos, vea, esta es la limosna que Jesucristo nos mandó. Mija, estese aquí, comamos de todo lo que hay, y esto pa’ que compremos ropita. Señora, ¿vo te vas a ir o no te vas a ir? No me voy a ir, no. Si fuera pa’ irme ya me había ido, pero sí pensé irme de aquí, porque vo no me dabas nada. Fue el hombre más justo que hubo en la vida, él creía en Dios y cuando le sucedió, más y más siguió creyendo en Jesucristo.

La mujé salió en embarazo y tuvo un hijo; le dijo: mijo, yo soy hijo de Dios y nieto de María. Cuando crezca le aconsejaba: no vaya a creer en embolate de mujé y nada, sino que cásese. Si le gusta una muchacha se casa, porque aquí no me va a salir con cosas, porque usted es hijo de Dios y nieto de María. El hombre estuvo con su mujé en su casa y su hijo gozando de cabal salud y la limosna que Dios le dio, y hasta el tiempo que tuvieron gozando su riqueza. Acabando, acabando, se acabó mi cuento, sea mentira sea verdad, que se abra la tierra y se vuelva a cerrá.

 

Código: CLTC 567N

Año de recolección: 2010

Departamento: Cauca

Municipio: Guapi

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante:  Diomedes Portocarrero

Edad informante: 80

Recolector: Baudilio Revelo Hurtado, Camilo Revelo González y Carolina Revelo González

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuentos para dormir a Isabela. Tradición oral afropacífica colombiana

Año de publicación: 2010