Señas del esposo

–Catalina, Catalina
la del quinto genovés,
mañana me voy pa’ Francia,
qué mandás o qué querés.
–Una carta tengo escrita
que a mi marido llevés.
–No conozco a tu marido,
ni tampoco sé quién es.
–Mi marido alto y delgado,
tiene tipo de francés,
caballero en su caballo,
y una palomita es.
–Por las señas que me das
tu marido muerto es,
en el balcón de una dama
lo mató un aragonés.
–No lo permita mi Dios,
ni el glorioso San José,
que si mi marido es muerto
yo viva me enterraré.
Dos hijas mujeres tengo
y a monja las meteré;
y un hijo varón que tengo
al rey se lo entregaré.
–Catalina, Catalina,
la del quinto genovés,
mujer como Catalina
yo nunca la olvidaré.
Catalina, Catalina,
yo nunca te olvidaré,
tu marido no está muerto,
estás hablando con él.

 

Código: CLTC 634N

Año de recolección: 2006

Departamento: Chocó

Municipio: Quibdó

Tipo de obra narrativa: Romance

Informante:  Madolia de Diego Parra

Edad informante: 77

Recolector: Alejandro Tobón

Fuente: Libro

Título de la publicación: Romances de Gualí

Año de publicación: 2015

 

 

Los dos compadres

En cierta ciudad vivían dos compadres. El uno era muy rico y el otro pobrísimo y cargado de hijos. Tal era la miseria, que para no perecer de hambre iba diariamente a la casa del rico que, caritativamente, le daba sobras de alimento, huesos pelados y cocidos para que los volviera a hervir, sopas de las que se hacían a los perros, carne engusanada, moho de queso, plátano biche, maíz puyado, sangre de cerdo, caldo avinagrado, y muchas otras cosas que botaban al agua. Con estos residuos se alimentaba el infeliz con su familia numerosa.

Un día que el pobre estaba enfermo, mandó a su hijo mayor a recoger los desperdicios. Mientras el muchacho hacía el mandado, él, como pudo, lavó los platos de palo y los trinchetes (tenedores) de chonta, y esperó con ansia la llegada del emisario. En la cocina ardía el fogón, las ollas esperaban, había leña abundante y agua en los calabazos. Al abrir el paquete se halló con un montón de sucio (excremento) y con la razón de que trabajara si deseaba vivir.

Con chontaduros por avío, nuestro pobre se fue a caminar tierras, a probar suerte. Andando iba, cuando columbró un cordón de hormigas arrieras que, en lugar de hojas, llevaban a la espalda granos de oro en polvo. Con ansiedad siguió los animalitos, y al final dio con una cueva llena de oro. Para llegar a ésta caminó veinte años sin dormir ni comer, con sed y rajados los pies, y los vestidos deshilachados. Se cargó de oro y regresó a su casa convertido en uno de los hombres más ricos del mundo.

El rico, al ver que ya ninguno de los pobres se asomaba por su casa a pedir limosna, resolvió visitar a los antiguos pordioseros. Cumplido el saludo, tomado el chocolate, oído música de grafonola, preguntó el rico a su compadre el lugar en donde había hallado tanto oro. El otro le informó, comprometiéndose a llevarlo al lugar donde él había apañado su riqueza.

Para bajar a la gruta donde el oro estaba choto (en este caso, abundante), discutieron largo tiempo. Al fin, bajó el antiguo pobre agarrado de una cuerda. Después de haber sacado metal para cargar veinte mulas, el compadre rico trozó la cuerda para que su vecino muriera en la cueva. Ante esta felonía, el del hueco dijo:

-Como he de morir aquí, le ruego bautizar al hijo que en mi casa va a nacer. El nombre que deseo le ponga es el de “Para Dios no hay imposible”.

Conforme lo había prometido, el rico cristianó la criatura con el nombre indicado. Al terminar el bautismo, el niño, con el asombro de todos, preguntó al padrino por el lugar donde éste había dejado a su padre. El rico, titubeando, dijo que se había quedado sacando oro en la montaña. Para que no le tuvieran desconfianza, se comprometió a ir con el ahijado al sitio del hallazgo.

Con un ataúd donde cabían dos cadáveres, padrino y ahijado subieron al monte donde apareció ahogado el compadre pobre. Enérgico, el muchacho obligó a su enemigo a sacar el cadáver y colocarlo en la caja. Con esta carga volvió al pueblo. Después de humillarlo largo rato, hizo que se acostara junto con su padre, y ordenó a cuatro hombres que lo enterraran así vivo.

Cumplido todo esto, el joven reveló quién era: un ángel del cielo enviado por Dios para castigar la injusticia humana. Convertido en paloma blanca, se elevó a la vista de la concurrencia, que rezaba atemorizada.

 

Código: CLTC 421N

Año de recolección: 1960

Departamento: Chocó

Municipio: Quibdó

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante: 

Edad informante:

Recolector: Rogerio Velásquez M.

Fuente: Artículo de revista

Título de la publicación: Leyendas y cuentos de la raza negra

Año de publicación: 1960

 

 

Las arquillas

Esta era una vieja que tenía una hija y una hijastra, huérfana de padre y madre, a la que odiaba ciegamente. Si en la casa había un plátano, era para la hija, que estaba obligada a comérselo y a botar al río lo que no le cupiera. Si hacía frío, la huérfana se arrimaba al fogón para calentarse, en tanto que la otra se regodeaba entre mantas finas y pesadas. Los oficios caseros más bajos y las ocupaciones más rudas estaban encomendadas a la huérfana. La otra disponía de tiempo para hablar de la vida ajena, pintarse las uñas, aprender canciones, conversar con su novio, ir al cine, pasear, montar carro, y dormir a pierna suelta hasta las once o doce del día.

Una vez la vieja se ingenió la manera de salir de la huerfanita. Para ello, les dio a las niñas, al borde de un pozo profundo, una aguja a cada una para que cosieran un paño que el rey necesitaba. Las agujas habían sido enhebradas de la siguiente manera: la de la hija, con hilo resistente y fino que no se reventaba, y la de la otra, con un cordel fácil de romper. La vieja advirtió que a la primera que se le partiera la hebra la arrojaría al pozo que tenían a sus pies.

Como es de suponer, la fibra de la huérfana se rompió, y fue arrojada al hoyo. Dentro del hueco había un camino largo, largo, largo, que tuvo que seguir, hasta que, cansada y con hambre, se detuvo en un horno que botaba panes. No vio al panadero que fabricaba los bollos de harina, ni supo por dónde los introducían al fuego, ni vio a nadie recibiéndolos, ni adivinó el destino que les daban. Sin atemorizarla, el horno le brindó su alimento, indicándole que llevara las migajas para los gatos que hallaría más adelante. Así lo hizo, y continuó andando, andando, andando…

Muy adelante tuvo sed. Al tocar la pared del socavón, saltó el agua fresca. Con un jarro de plata que encontró en un rincón, tomó hasta saciarse. Al día siguiente llegó a la vivienda de una vieja que le dio posada. Había caminado mil años, y estaba todavía como cuando había salido de la casa de su madrastra.

La dueña de la posada quiso probarla. La obligó a regar maíz, a tumbar árboles, a trabajar como sirvienta. Un día en que estaba cansada, aparecieron unos muchachos que dijeron tener hambre. Sin molestarse fue a la cocina y les hizo un churí (rata salvaje) que había en el humo (barbacoa que recibe el humo del fogón), y, como si nada hubiera pasado, continuó su trabajo. Otro día fueron unos gatos los que le pidieron las migajas del pan que había comido en el camino. Ya casi olvidada de éstas, las buscó pacientemente y se las dio en su propia mano.

La vieja la sometió a nuevas pruebas. Una de ellas estribó en llevarle agua en una susunga. Afligida, se fue al río, pues no sabía la manera de cumplir esta orden. Los gatos se presentaron entonces, y, con ceniza en el fondo del cernidor, llevó el agua que su patrona necesitaba. Otra vez la vieja la mandó a lavar una madeja de hilo negro en el mar, hasta que se volviera blanca. En esta ocasión los muchachos que había alimentado, le indicaron el sitio donde debiera restregar el hilo para que alcanzara el color de la nieve. La patrona quedó maravillada de la sabiduría de la niña.

Para recompensarla, la vieja –que era una maga de la cueva de Salamanca (campo de encuentro de los brujos y brujas)- la puso en un cuarto donde había una cantidad de arquillas, para que escogiera la que le gustara. Los gatos le aconsejaron tomar la más sucia y gorobeteada (arqueada, desvencijada). La vieja, admirada de la prudencia de la joven, la puso en libertad, muy cerca de su antigua casa, de donde había salido hacía marras (mucho tiempo).

En la casa de su madrastra le dieron para dormir un cuarto del gallinero. Allí abrió la arquilla para ver qué contenía. Con el brillo de las monedas de oro, piedras preciosas y joyas, la noche se iluminó y se puso como el día. La vieja, al ver esto, envió a su hija a la cueva para que regresara más rica que la chucha muerta (sin gracia) de su hijastra.

La ambiciosa partió. Al llegar al horno echando baba de cansancio, comió de los panes que le brindaron, pero no tuvo el cuidado de guardar las migas que le sobraron. Cuando tuvo sed, tomó agua, sin que colocara después el jarro de plata en el sitio que tenía que dejarlo. En lugar de echarse al bolsillo a los muchachos, les negó la comida, intratándolos (tratándolos mal) con ajos (groserías) y otros improperios. Echando candela recibió a los gatos, quienes la amenazaron por no darles las sobras del pan que había engullido en el camino. La muchacha estaba pendiente del oro, nada más que del oro, y de la salida de la cueva.

Sometida a las pruebas, no dio bola (fracasó en sus intentos). Los gatos no le dieron la arena para cubrir el cedazo, ni los muchachos le indicaron dónde debía lavar el manojo de hilo, ni tampoco le indicaron la arquilla que debería tomar. Se atabanó (enfrentarse) con la caja más grande, la más brillante y con piedras relumbrosas en la tapa. La maga la dejó ir, colocándola también muy cerca de su posada.

Ya en su cuarto, con las puertas bien cerradas, madre e hija abrieron el baúl. En lugar de riquezas salió una enorme culebra que las envolvió por el cuello, ahogándolas para siempre.

Así terminaron las malvadas. La pobre huérfana, jurando ser mejor cada día con los hombres y los animales, se casó con un príncipe rubio que venía de España. Tuvo muchos hijos bonitos, y fue feliz con su marido hasta hace pocos días.

 

Código: CLTC 422N

Año de recolección: 1960

Departamento: Chocó

Municipio: Sipí

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante: 

Edad informante:

Recolector: Rogerio Velásquez M.

Fuente: Artículo de revista

Título de la publicación: Leyendas y cuentos de la raza negra

Año de publicación: 1960

 

 

Juan sin miedo

Este era un hombre casado con su mujer, y la mujer casada con su marido. Al cabo del tiempo tuvieron un hijo que llamaron Juan. Para criarlo, se lo entregaron a pariente que era sacerdote. Mal dirigido, sostenido ovachonamente (sin oficio), se volvió travieso, un hurga la vida (molestoso, patán, travieso), por lo que el cura se lo quería quitar de encima, es decir, zafarse ese pereque (molestia). Mas como el muchacho era cariduro (sin vergüenza, cínico) no se iba de la casa cural.

Una noche de los fieles difuntos, le dijo el tío que fuera al cementerio a traerle un libro que se había olvidado. Más presto que volando, Juan tomó el camino del camposanto, que distaba del caserío muchas varas. Camina andar, camina andar, le parecía que no andaba, y andando estaba. Al fin llegó al cementerio.
Como las ánimas estaban recibiendo el fresco de la noche sobre las sepulturas, el muchacho, con la luna que hacía, vio cómo un muerto le pasaba el libro a otro que lo abría, a otro que lo fojeaba, a otro que lo pesaba, a otro que se lo acercaba al oído, a otro que lo llevaba a la cabeza, al pecho, o se lo metía debajo del brazo.

Juan, sin miedo de ninguna clase, vio hacer todo esto escondido detrás de unos árboles. Amenazando con un lazo que había llevado, indicó a las ánimas que había ido por el libro que pertenecía a su tío. Los muertos entregaron el misal. Para no hacer el viaje ñanga (inútil), determinó Juan llevar a su tío unas cuantas almas de esas, suponiendo que al sacerdote le agradaría ver caras conocidas.

Así lo pensó, y así lo hizo. Las amarró de las manos y las fue hurriando (empujando) hasta la casa de su padrino. Esta gracia no le cuadró al cura, quien, temblando de miedo, ordenó llevarlas de nuevo al camposanto. Pero Juan, que estaba cansado, las amarró en un guayabo que estaba en la plaza del pueblo, y se echó a dormir.

Con este pasaje, el sacerdote juró hacer morir al sobrino. Para ello lo mandó a la casa de un rico que había muerto hacía muchos años, dejando la plata enterrada en los cuartos de su habitación. Todos decían que a la posada esa no se podía arrimar ni de día ni de noche, puesto que el espíritu del dueño vagaba por allí arrastrando cadenas, dando gritos, llamando, maldiciendo, llorando, hablando lenguaradas que no se entendían. Los que habían oído estas cosas habían muerto. Por esta razón, Juan debía dormir en el castillo hasta el otro día.

Colocado en la casa abandonada, Juan se instaló en la cocina. Encendió candela, hizo de comer, y esperó fumando a que fuera más tarde para cenar y acostarse. Sentado estaba, cuando oyó una voz que decía: “¿Caigo, Juan?” El cojonudo (valeroso, fuerte) del muchacho dijo que sí, pero que como los alimentos preparados eran escasos, no había parte para él. El ánima dejó caer primero la cabeza, después las otras partes del cuerpo que se iban soldando en donde tenían que ir. Juan comía y veía esto, como quien oye llover.

Mucha gracia le hizo al visitante ver cómo la lengua se metía en la boca, los brazos buscaban los hombros, que el cabello se adhiriera a la cabeza, que los ojos buscaran la frente para hundirse en las cejas, que la carne temblando se echara sobre los huesos, que las venas se fueran engordando con la sangre como rellena de puerco. Le llamó la atención todo lo de este fantasma, que se vestía con ruido, ajustándose sobre la nariz unas antiparras viejas y gruesas que le tapaban los ojos.

Cuando estuvo completo el espanto, comenzó la lucha por saber cuál de los dos debía quedarse en el castillo. Juan sacó un rejo de vaca que mojaba en agua bendita y golpeaba al espíritu, y éste daba a Juan con una espada larga y mohosa. De esta forma se pasaron la noche. Al cantar los gallos, hora en que los muertos vuelven a sus tumbas, dijo el esqueleto:

-Vencido estoy, Juan. Con el castigo que me has dado, puedo, ahora, ver la cara de Dios. En el mundo estuve engolfado (creído, engreído), y fui mal hijo. Me dejé llevar de la riqueza, y le negué a mis padres lo que les correspondía. Te dejo esta casa con todo lo que tiene. Aquí están las llaves. En el cuarto más grande hallarás riquezas, y en la cocina y los patios hay oro enterrado.
Dicho esto, el fantasma desapareció.

Juan hizo trasladar al castillo a sus padres y hermanos. Vivieron felices muchos años, sirviéndole a los pobres.

 

Código: CLTC 423N

Año de recolección: 1960

Departamento: Chocó

Municipio: Itsmina

Tipo de obra narrativa: Leyenda

Informante: 

Edad informante:

Recolector: Rogerio Velásquez M.

Fuente: Artículo de revista

Título de la publicación: Leyendas y cuentos de la raza negra

Año de publicación: 1960

 

 

El adivino

Este era un hombre casado con una mujer. Estuvieron viviendo por aquí y por allá, arriba y abajo, hasta que al cabo del tiempo se llenaron de hijos. Sin dinero, la vida se les hizo dura, el pan escaso, poca la ropa, y abultadas las deudas. Para evitar las cobranzas, salían temprano del rancho que les servía de albergue, y volvían a él tarde de la noche, cuando los vecinos ya iban en la mitad del primer sueño.

A tanto llegó la cosa, que el marido decidió irse a caminar tierras para ver si mejoraba la situación. Como para toda mujer su marido es haragán, la de este matrimonio consideró que su hombre se marchaba por dejarla encartada con los compromisos, en tanto que él iba a echar bueno por esas tierras extrañas. Al preguntarle ella qué ocupación iba a tomar, le respondió que haría el oficio de adivino. Nada de trabajos materiales que dañan la mano, cansan el cuerpo, cortan la carne y hacen salir canas antes de la hora. Si engañaba, lo haría a esos blancos que estaban por allá ricos, gordos, quebrando botines y haciendo política. Si fracasaba, dejaría sus huesos en el presidio o su cabeza en una horca.

La respuesta de la mujer fue hiriente. “Adivino de mierda, serás”. Y sin darle importancia lo vio arreglar su fiambre, su mudita de ropa y otros embelecos de hombre. Sin decir adiós, salió una mañana con rumbo a la capital. Andando, andando, durmiendo bajo los árboles, comiendo frutas, bebiendo agua en las manos, llegó a las afueras de una ciudad como Medellín. Allí se quedó en casa de una vieja.

La posadera interrogó mucho al viajero. Le llamaba la atención el matalotaje que traía, el bastón de caminante sin pulir, las abarcas, el no fumar tabaco sino pipa, la franela manchada que vestía, la pampanilla, su mismo parecido a un correísta de esos que viajaban de Nóvita a Cartago. Después de darle una taza de caldo, le manifestó que lo ayudaría con el rey, que era su amigo.

El tipo no dijo nada, pero creyó que la vieja era una de tantas pajudas (charlatanas) del lugar. Con todo, se acostó y durmió como un bendito. Al otro día se encontró con las tropas del rey, que lo obligaron a seguir a palacio, porque se sabía ya que era adivino. Por el camino, los que tocaban un churo (cuerno de cacería) hacían apartar la muchedumbre, diciendo:

-¡Abran paso, que aquí va el adivino!

Ante el rey, se creía perdido. Temblándole la voz, dándole vueltas a un sombrero de paja que llevaba, manifestó que estaba recién llegado, que buscaba trabajo, que no lo mataran. A esto respondió el monarca:

-Como eres adivino, te hemos mandado traer para probarte. Si no resultas, te haré cortar la cabeza.

Y mostrándole una vara alta, agregó:

-Encima de esa guadua hay un vaso con un polvo. Tienes que decir el nombre de la cosa que está dentro del vaso, o de lo contrario, te hago decapitar. Ya sabes que palabra de rey no puede faltar.

Con lágrimas en los ojos, se acordó de lo que le había dicho su mujer. Y, sin más ni más, jugando la vida, y con la cabeza entambulucada (revuelta, desordenada) dijo:

-¡Bien me dijo mi mujer que adivino de mierda debía ser!

-¡Adivinó! ¡Adivinó!, fueron las palabras de los que lo rodeaban. Como premio le dieron mil pesos que llevó a guardar a casa de la vieja. Quedó, sin embargo, con la obligación de volver a palacio, ya que el rey tenía interés en presentarlo en otra oportunidad.

El día de la otra prueba, hubo mucha gente. Blancos vestidos de gala, ministros y caballeros, la reina y sus princesas, el rey y su corte, el pueblo, todos estaban alegres esperando el momento del espectáculo. El ensayo era severo. Su sacra real majestad con deseos de tirarse (causarle daño) al montañero, había metido él mismo una lechona de color rucio en un baúl, y colocada a distancia para que no se oyera el gruñido del animal, le solicitó al adivino lo que contenía esa caja. Nuestro hombre, pasándose las manos por la cabeza, respondió:

-¡Aquí fue donde la puerca rucia torció el rabo!

No bien había hablado, la concurrencia prorrumpió en “¡adivinó!, ¡adivinó!” De esta manera el viajero obtuvo una gran recompensa en dinero, con lo que pudo pasar con su familia días felices.

 

Código: CLTC 424N

Año de recolección: 1960

Departamento: Chocó

Municipio: Quibdó

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante: 

Edad informante:

Recolector: Rogerio Velásquez M.

Fuente: Artículo de revista

Título de la publicación: Leyendas y cuentos de la raza negra

Año de publicación: 1960

 

 

Piel de asno

Esta era una niña cuyo padre la requería para matrimonio. Como ella había oído decir que a los padres se les obedecía en todo, menos en lo que fuera pecado, se dirigió adonde la madrina y le contó todo lo que le estaba pasando. La vieja, que era una maga hechicera, le dijo que no volviera a su casa. Para indicarle lo que tenía que hacer en lo sucesivo, le dio una vara misteriosa y tres vestidos: uno color de sol; otro color de luna, y el más importante, una bonita chambra (chaqueta de uso femenino) del color de las estrellas.

La adquirida (nombre que se le aplica a la bruja en Río Atrato) al facilitarle estas cosas, le hizo saber que para encontrar el camino que debía seguir, tenía que arrojar al suelo la vara, que era seca y delgada. Esta saldría caminando, y Piel de Asno detrás hasta donde la varilla se detuviera. Por las noches, ocurrido el trabajo diario que hallaría, se mudaría con uno de los vestidos hasta que llegara el día de su casamiento. Le echó la bendición, y la muchacha salió a la carretera.

Como se le había ordenado, Piel de Asno azotó la vara, que comenzó a moverse sola. Se salió de la vía y empezó a trepar una loma altísima. Camina que camina, anda que anda, la niña siguió tras de la rama cinco años completos. Al fin llegó a un pueblo. La guía se detuvo en una casa que resultó ser el palacio del rey de la ciudad. Para despistar a la gente, Piel de Asno, que iba con una túnica de piel de burro, dada también por su madrina, pidió posada.

Mucho tuvo que hacer para que la admitieran. Se comprometió a lavar el piso, tender las camas, ver las gallinas, darle de comer a los puercos, encender el fogón, lavar platos y ropa, limpiar el polvo, hacer mandados, cargar los niños, y muchas cosas más. Con todo esto, tuvo que contar su historia para poder ser recibida. Para dormir le dieron un cuarto cerca del gallinero.

Muy temprano se levantaba a sus oficios. Cuando los dueños iban a la cocina, ya estaba preparado el café y el agua de panela de los muchachos, limpias las ollas, la barbacoa arreglada, y ella peinada y compuesta para salir a hacer las compras. Como en ese tiempo no había zapatos para los pobres, sus pies estaban sin mugre, las uñas recortadas, bien compuesta su túnica, que permanecía como recién sacada del agua.

El rey tenía un hijo, que era cazador. Todas las tardes, al volver de sus tareas, se hallaba con la muchacha, sin importarle su presencia. Pero una noche, al ir a la paleadera (tendido de madera donde se colocan los tanques para recoger el agua de lluvia) a coger un poco de agua, logró ver a la joven con el vestido color de sol. El príncipe, olvidando sus fatigas, cayó de sus pies, y se enamoró de Piel de Asno con alma, vida y sombrero.

De esa fecha en adelante, comenzó a rogarle que se casara con él. Ante las negativas, el príncipe dejó de comer, de cazar, de ir a fiestas, hasta que cayó gravemente enfermo de melancolía. Para reponerse, dijo un día que necesitaba de un pastel preparado por la sirvienta Piel de Asno. Los padres quedaron asombrados del gusto de su hijo, pero se hizo el pastel. En la mitad de la torta, la joven colocó un anillo de oro que había traído como recuerdo de su madrina.
Esta prueba de amor, y las preguntas de los reyes, hicieron confesar al muchacho el amor que profesaba a la infeliz. Al oír esto, los padres del príncipe se enfurecieron con la niña. La castigaron y le hicieron saber que era una recogida. El joven logró convencer a los viejos, haciéndoles saber que si no se casaba con ella, se moriría. Ante esta decisión, se arregló el matrimonio, que se celebró con toda la pompa necesaria. Para ese día vistió Piel de Asno el vestido color de las estrellas, que maravilló a la comitiva.

Así se efectuó el mejor casamiento que se haya hecho en mil siglos. Los casados fueron felices toda la vida, con una descendencia numerosa que pobló toda la tierra.

 

Código: CLTC 425N

Año de recolección: 1960

Departamento: Chocó

Municipio: Quibdó

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante: 

Edad informante:

Recolector: Rogerio Velásquez M.

Fuente: Artículo de revista

Título de la publicación: Leyendas y cuentos de la raza negra

Año de publicación: 1960

 

 

El casamiento de tío tigre

Al decir de las malas lenguas, Conejo mantenía jorro (fastidiado, cansado) al caserío con sus robos y hurtos permanentes. Como se las daba de filipichín y no se encorvaba en el trabajo, se había convertido en un uñón (ratero, pícaro) de tantos que abundaban en el pueblo. Con el fin de brecarlo (detenerlo) y cogerle la maturranga (engaño, trampa), los perjudicados idearon cazarlo con un muñeco de brea. Allí caería. Tendría que brujulear (buscar insistentemente) mucho para zafarse de esa trampa que ya había sido probada muchas veces con Rata, Chucha, y el endiablado Caimán, que tanto daño había proporcionado al vecindario. Al conocerse la noticia de lo que pensaban hacer, comentó Gallina:

-Muy buena la medida. A mí, por ejemplo, me mantiene asiquilada (acorralada, afligida). Se me come las maticas de maíz, las hojas de perejil y de cilantro. En cuanto a las crías, no sé qué hacer. Se lleva los huevos del nido, hace tapado (caldo que se hace tapando la olla con hoja de plátano) con los pollos más gordos y se bebe el caldito de mi barbacoa… ¡Ni Chucha que fuera!

Chucha, que la oía, respingó: -¡Cuidado, Gallina! ¡Conmigo sí no te las das de importante! Vas a tener que probarme ese cargo en el Juzgado. ¡Yo no soy igual a vos, limpia casa… escarbata… tierra!

Hecha la trampa, como estaba previsto, Conejo cayó en ella. Todo forcejeo que intentaba lo aprisionaba más a cada instante. Cogido estaba de manos y pies, de los brazos y el pecho, de la cabeza y las piernas, cuando lo vio Hormiga que iba al pueblo con unos atados de hoja para vender en el mercado. Acercándose al detenido, le dijo socarronamente:

-Creo que ahora me honrarías con tu cariño para que te quitara de ese banco. Fíjate, Conejo, las vueltas que da la vida. Yo que hubiera podido servirte, que hasta estaba decidida a creer en tu palabra… no merecí de ti sino burlas y desprecios. Nunca he sido soplona, pero hoy, por vengarme de ti, le contaré al Alcalde que te vi pegado al muñeco de brea que te hace tanta gracia.

Ida la Hormiga, pasó Tigre. Como buen labrador, llevaba al mercado un joto de cachos (batea pequeña con la que se saca el cascajo en los canelones) y muchas betadoras (batea más grande que tiene muchos usos en la minería). Condolido de su sobrino, preguntó la causa de su prisión. Conejo, llorando, respondió:

-Porque no me quiero casar con la hija del rey.

-¿Qué dices, majadero? ¿Sabes lo que te proponen? ¿Tienes idea de lo que es tener mujer bonita, rica y envidiada por los hombres? ¿Comprendes qué es estar al lado del rey, impartiendo justicia sentado en la silla, recibiendo regalos y lambonerías y oyendo bochinches? Ahora comprendo que no eres de los nuestros. ¿Dónde están tus aspiraciones, muchacho? Se ve que deseas ser un pasacantando (persona sin fundamento) de tantos que hay por aquí. Pues, si tú no te casas, yo sí. Es mi oportunidad. Un poco viejo, es verdad, pero es mi oportunidad…

Y arrebatándoselo a la brea de varias manotadas, concluyó:

-¡Imbécil! ¡Imbécil! Alma de cántaro (tonto, majadero). Quita de ahí, vete adonde nadie te conozca. ¡Tirabeque! Lárgate de aquí… La miel no se ha hecho, en verdad, para la boca del asno…

Conejo no respondió ante las injurias, pero ayudó a colocar en la trampa a su tío, que comenzó a decir a todo gañote:

-¡Yo sí me caso con la hija del rey!

Conejo, escondido, esperó la llegada de los alguaciles, curiosos y comadres que arrimaron al cepo, comentando:

-¡Cayó Conejo! ¡Al fin perdió con ases!

Sin fijarse quién era el preso, tía Tigra, ardida con su sobrino por los amores que le había propuesto en el último baile, calentó una barra, y, con ella al ñáfaro (al rojo vivo), se la empujó al infeliz hasta las tripas. Conejo, listo para emprender la carrera, gritó desde lejos:

-¡Up! ¡Por el pecho no, tía Tigra! No sea mala… Fíjese, en otra ocasión, a quién le quema las posaderas… Si ese es tío Tigre que deseaba casarse con la hija del rey…

 

Código: CLTC 426N

Año de recolección: 1960

Departamento: Chocó

Municipio: Condoto

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante: 

Edad informante:

Recolector: Rogerio Velásquez M.

Fuente: Artículo de revista

Título de la publicación: Leyendas y cuentos de la raza negra

Año de publicación: 1960

 

 

El ayuno de semana santa

Cierta vez Tigre convidó a sus amigos a una cacería. En la faena se cazó una ardilla que no alcanzaba para los que habían ido a la montaña a gastar tanto tiempo atisbando, hundiéndose en los pantaneros, subiendo y bajando lomas, y sintiendo en carne viva la picadura de tábanos y moscos.

Tigre, dueño de la iniciativa, dividió el animalito en tres partes, y, con ellas en la mano, dijo con arrogancia:

-Esta parte de la cabeza hasta el pecho, me toca a mí por haberla derribado con dificultades y sudores; los perniles también los cojo, porque me gustan mucho y soy el más fuerte entre ustedes; y esta tercera parte la entrego a aquel que pueda vencerme en lucha franca y sin guapuchas (sistema de pelea entre los negros, que consiste en cruzar un brazo sobre el cuello del contendor, doblándole la cabeza bajo las axilas del que trenza.) traicioneras. ¿Estamos, amigos?

Ante esta resolución, los cazadores se miraron entre sí, y comenzaron a murmurar:

-¡Tan agalludo el desgraciado! No darse cuenta de que si lo acompañamos en esta aventura fue pensando en un agua chirle (caldo sin sustancia), aunque fuera… ¡Y salirnos con esta el avariento…!

-El mono sabe en qué palo trepa -dijo Guacuco-. Si no fuera por esta corre-tras-della (diarrea) que mantengo, lo enchicharía (encolerizaría), y en presencia de ustedes lo embotellaba. La muenda (paliza) me la queda debiendo. Como hay más días que longaniza…

-Así paga el diablo al que bien le sirve, emparejó Rana. Pero no nos pongamos a llorar. Intentemos algo. Tal vez con una grilla (pandilla, asonada)…

-Por la fuerza, no, dijo la Guagua. Más vale maña que fuerza. En guerra abierta nos aplancha (nos vence), porque es más fornido que nosotros. Con maña y astucia…

-Sí, con maña y astucia, concluyó Lombriz. Ese hambriento tiene mucha polenta (fuerza) en el cuerpo, y mucha mastría en la cabeza para cortarle el hipo a su enemigo…

Se inventaron muchas fórmulas, y muchas se descartaron. Lo que pareció más acertado fue IIamar a Conejo para que interviniera con su astucia. Conejo, sabiendo que su tío era un beato que no salía de la iglesia, comenzó diciendo:

-Para cada cual su alma es su palma (cada cual es hijo de sus propias acciones).

Tigre, después de oír esta sentencia muchas veces, preguntó sobreexaltado:

-¿Qué dice, sobrino?

-Que para cada persona su alma es su palma. Estamos en Semana Santa, tío, y no se puede comer carne. Así dice la Iglesia. Sus amigos están satisfechos por haber ayudado a cazar la ardilla y de ver que sólo usted va a quebrantar el ayuno. Si no le han dicho nada es porque como usted es tan garañón (regañón)…

– ¿Es decir, sobrino, que me dejan llevar la presa para que me condene yo solo?
¡Ah!, malvados. Pues no será así. Mi alma, antes que todo. Jesús creo. Ahora mismo divido este animalito y obligo a todos a que lleven a sus casas lo que les pertenece…

De esta manera Tigre repartió la ardilla sin robar a sus compañeros.

 

Código: CLTC 427N

Año de recolección: 1960

Departamento: Chocó

Municipio: Condoto

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante: 

Edad informante:

Recolector: Rogerio Velásquez M.

Fuente: Artículo de revista

Título de la publicación: Leyendas y cuentos de la raza negra

Año de publicación: 1960

 

 

El fin del mundo

Un día Tigre dispuso que ninguno de sus vecinos cortara leña en los bosques de su propiedad, pues necesitaba los árboles para volverlos carbón que le pagaban bien en el poblado. Los animales, oído este bando, empezaron a pasar trabajo para cocinar, en tanto que Conejo tenía grandes almacenes para vender al menudeo.

Una tarde Tigre sorprendió a Conejo con la mano sobre la masa. Sin dar tiempo a que hablara el dueño del bosque, principió Conejo:

-Ver a mi tío en estos momentos, es una dicha para mí. Llega oportunamente. El viento que hace y el sofoco que se siente, indican que tendremos tempestad. Como está escrito, esta será la del acabose. Así lo predicó el sacerdote el último domingo.

Y llorando, agregó:

-Amárreme a uno de estos carboneros con los bejucos que estoy buscando, para ver si sobrevivo. No quiero morir todavía. Morir en la flor de la vida, cuando me va a nacer mi primer hijo, eso nunca. No quiero morir ahora que tengo un penco (hermosa) de hembra, y una casa que puede codearse con las mejores del rey… Mejor me hubiera muerto con el gálico (pian avanzado) que me tuvo postrado varios años, o con la terciana (fiebre palúdica) que me horroriza todavía…

Tigre se puso chisparoso (inquieto, en ascuas). ¿Diría verdad este Conejo de los diablos? ¿Serían chicanas (mentiras, embustes) de este ladrón que se enriquecía con los árboles de su rastrojo? Mas como el sobrino prosiguiera dando ayes y pegándose con las ramas que tenía al frente, el mojano (mohano, astuto. Entre los indios noanamáes existe la creencia de que el indio que ha sido brujo se convierte, al morir, en tigre, para seguir matando a sus enemigos. Para evitar esto, lo aseguran en la sepultura con chontas que le atraviesan el pecho, las manos, las piernas, el vientre, etc.) replicó:

-Baje, sobrino, de esa altura. El que debe sobrevivir soy yo. Baje y líeme a este majaguo. Tengo hijos y muchos compromisos. ¡Virgen del agarradero! Si muero hoy sin confesión, me voy derecho a las tabernas (infierno). Con lo de anoche…

Conejo sujetó a Tigre y siguió cortando su leña. Cuando estaba para marcharse, volvió a su tío y le dijo al oído:

-Debiera caparlo por pendejo. Cada día que pasa usted se emboba más. Se ve que le está haciendo tiro el agua de Torotonto (ciertas quebradas cuyas aguas embrutecen) que le dan sus amistades. Pero mejor pa nosotros. Al fin va a morir. Para salvarse de ésta tiene que prometer dejar cortar la leña que necesitarnos, pues, de lo contrario, sus huesos irán a parar a la loma colorada (cementerio).

Tigre prometió lo que se le pedía, pero antes amenazó a su sobrino con los siguientes versos:

“Quien espera, desespera,
dice el oro en la balanza;
el que espera con paciencia,
tarde que temprano alcanza”.

 

Código: CLTC 428N

Año de recolección: 1960

Departamento: Chocó

Municipio: Istmina

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante: 

Edad informante:

Recolector: Rogerio Velásquez M.

Fuente: Artículo de revista

Título de la publicación: Leyendas y cuentos de la raza negra

Año de publicación: 1960

 

 

La muerte de la tigrilla

Para el “terremoto grande” (nombre que se le aplica en Chocó al maremoto de 1906) Conejo perdió su casa. Triste por no tener posada segura, llegó donde Tigre que, al ofrecerle alojamiento, le dijo con zalamería:

-Mi casa está a sus órdenes, sobrino. No faltaba más. Me dolió mucho cuando supe que había perdido la suya, hecha con tanto esmero, tan bien dispuesta y mejor adornada. Pero benditas sean las disposiciones de Nuestro Señor. Al fin puedo servirle en algo. Pero éntrese para adentro, que su prima está esperándolo.

Pero Tigre no era sincero. Deseaba comerse a Conejo desde hacía varios días. Con la llegada del sobrino tenía la oportunidad. Para engatusarlo (engañarlo) sacó una botella de aguardiente, comentando:

-Tomémonos esto, sobrino, mientras está la merienda. Con estos fríos que hacen, no nos sentará mal. Puesto que usted ya me conoce, la cena será pobre, pero la doy con gusto. Este traguito me sobró de la confirmación de esa brinca pal cielo (juguetona, traviesa) que tanto da que hacer en este rancho.

A la hora de la comida, volvió Tigre a decir:

-La sopita de hoy es una guache (sopa de arroz, con carne o queso, salmón, sardinas, etc.) de carne palito (carne de res seca al sol) traída de Cartagena. Me hubiera alegrado darle una cosita mejor, pero no tenía idea de su llegada. Con lo esquivo que se ha puesto… Pero para ajustar he dado orden que hagan unas majajas (arepa de maíz seco) para que no se sienta desfraudado. Con el hambre que debe tener…

Pasada la cena vinieron los recuerdos. Aparecieron las escenas de los años mozos, la historia de la guerra civil, los viajes a Panamá en buques contrabandistas, las minas de San Pablo Adentro, las conquistas amorosas. Cansado Conejo, preguntó dónde iba a dormir. Para ser más claro, agregó:
-Con usted no ha de ser, tío. Usted gusta dormir encaramado, y yo, francamente, como estoy de molido, no sirvo para talanquera (cuerda o palos cruzados donde se pone a secar la ropa). ¡Tan mal enseñado que lo dejó mi tía!

-¡Ángela María! (exclamación que indica asentimiento), respondió Tigre. Usted adivina muchas cosas, sobrino. Pero no se preocupe. Usted dormirá con mi hija. Se la entrego por esta noche, ya que lo sé respetuoso. Por algo han dicho que perro no come perro. Esa es su propia sangre. Sólo que es costumbre en mi casa amarrarle la cabeza a mi hija con un pañuelo blanco, siempre que va a dormir con un extraño, y ponerla en el rincón de la tarima. Precauciones son estas, sobrino, que vienen de mis abuelos y que todavía yo conservo.

Así se hizo. Sin embargo, Conejo, una vez se durmió la Tigrilla, le desató el pañuelo y se lo colocó él, pasándose luego al rincón de la cama.

Al primer gallo, Tigre se levantó a punta de uñas a matar a Conejo. Tocó la cabeza de los que dormían y dio un manotazo sobre su propia hija, creyendo que era su sobrino. Con el golpe, despertó Conejo que, de un barquinazo (brinco de emoción o de susto) se puso de pies, se ajustó la pampanilla y anunció que se iba a dar parte a la policía para que prendiera a su tío. Aturdido Tigre por lo sucedido, respondió llorando:

-Deje de ser bocón, sobrino. No me denuncie. Pago su silencio con el orito que tengo, con este rancho, con tres puercos, con el maizal de la isla, con el bongo (canoa grande) de jenené que me trajeron ayer por haber salado (dañado por medio de brujería) la casa de Cucaracha. Yo no quise cometer este crimen intencionalmente. Deseaba espantarles los chimbilacos (cierta clase de murciélagos, abundante en los ríos del Chocó) que aquí no dejan dormir bien. Como el berrenchín (olor fuerte a orines) atrae a esos malditos, tenía que proceder de esta manera. Arrieros somos, sobrino. No me haga ir a la guandoca (cárcel) por esta marimacha (mujer parecida a hombre) que ni mija sería…

Conejo, espantado por lo sucedido, salió huyendo en busca de las autoridades.

 

Código: CLTC 429N

Año de recolección: 1960

Departamento: Chocó

Municipio: Río Iró

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante: 

Edad informante:

Recolector: Rogerio Velásquez M.

Fuente: Artículo de revista

Título de la publicación: Leyendas y cuentos de la raza negra

Año de publicación: 1960