Juan de las gracias

Era un hombre casado con su mujer; tuvieron un hijo que se llamó Juan de las Gracias. Fue creciendo hasta que tuvo edad de diez años. Le dijo: “papá y mamá; écheme la bendición que me voy a caminar”. Se fue diendo, se fue diendo hasta que llegó a una casa. No tenía gente. Y él dijo: “aquí me quedo”. El que taba leyendo y cuando vio que taba la mesa puesta. Vino la tarde, estaba la cama tendida. Él que se taba durmiendo cuando sintió como que lo abrazaban, lo besaban. Al otro día se fue pa donde la mamá y le dijo: “papá y mamá. He encontrado una casa que ni usté me sirve así;” y le dijo que se iba y no volvía. La mamá le dio un cabo’e vela y una cajetilla’e fósforos. Y le dijo: mamá, me voy porque ya debe de estar la mesa puesta. Cuando llegó ya estaba servida la mesa. Vino la tarde y se acostó; a media noche como que lo abrazaban y lo besaban; entonces cogió y rayó un palo’e fósforo y prendió la vela y el chorriao de la vea le cayó a la príncipa. Y ese muchacho fue a amanecer a un lagunal. Al otro día se fue por un camino. Caminaba y caminaba y le parecía que no andaba, y andando iba. Le preguntó la viejita: “qué anda buscando” y él le dijo: “ando buscando dos príncipas que hasta lo cual no las he encontrado;” ella le preguntó: “cómo se llaman”; “la una se llama Leonor y la otra Agraciada”; él se fue cantando:

“Y Agraciada con Leonor,
se me cayó el ventecatro (retrato de la príncipa)
que el Rey me quita la vida
si no presiento el retrato”.

Entonces le dijo Leonor: “Agraciada, Juan de las Gracias está pasando trabajos por nosotras”; entonces le dijo: “tírale el último retrato que tenés bajo el fogón”. Y ella le dijo: “mi retrato no se lo tiro porque me quemó en mi cara”. Y el Rey lo bajó. Se fue por un camino largo. Caminaba y caminaba y le parecía que no andaba y, andando iba. Hasta que se encontró con un cholito bailando y le dijo: “¿dónde vas compáe?” Y él le dijo: “Yo ando en busca de dos príncipas que hasta lo cual no las he encontrado”; y él le dijo: “Si me haces bailar una manito con tu tiplecito, te digo ónde están las príncipas”. Y él se puso a tocale:

“Tocando mi tiplecito
debo pasar mi quebrada,
a ver si encuentro noticia
de Leonor con Agraciada”.

Y el cholito escribió una carta y se la mandó a Águila, su hermana. Y llegó allá y le dijo: “Águila, aquí te mando tu hermano”— y l’águila lo cogió y lo leyó y le dijo: “Vení te subo”. Y cuando el águila lo cogió y lo puso al camino, ese día estaba la príncipa de casamiento y iba una señora con una batea de pan. Y le dijo: “Haga el favor de regalame un pan”. Y ella le dijo: “Mi pan no es como para caminante sino para uso en la casa”. Y él se fue:

“Y Agraciada con Leonor
llevando mi retajila
por un pedacito’e pan”.

Hasta que llegó al palacio del Rey y dijo al Rey: “Ya que el señor ha venido pasando trabajos por mis hijas que se case una con él”. El novio de la príncipa quedó de rajaleña y la reina de cocinera y fue matrimonio de quince días y quince noches. Contando, contando se acabó mi cuento.

 

Código: CLTC 603N

Año de recolección: 1985

Departamento: Valle del Cauca

Municipio: Buenaventura

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante:  Eudosia Mosquera

Edad informante: 13

Recolector: Guillermo Abadía

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuento popular andino. Colombia

Año de publicación: 1985

 

 

El bagre en la bocana

Este isque era un mareño (pescador de mar) que vivía en una playa. Por la noche chinchiorraba y por el día pescaba. Un buen día se jue a la bocana, echó un cabo en el plan del agua; oía unos quejidos, y dijo: ¿qué será? Será el canto o alguna cosa. Y quejaba, y quejaba, y quejaba. Como el agua del mar es bien clara se quedó, y se quedó mirando cuando vio la mancha (banco de peces) de bagres bastante grandes, y los quejidos apuraban. Dijo: el bagre se queja en la mar, en el agua, y ellos andaban bastante, bastante, pero, no voy a poder coger uno porque este cabo no me aguanta, mañana por la mañana voy a traer un cabo bien potente pa’ coger unos tres.

Cuando venía de regreso pa’ la casa, se encontró con la corvina y le dice corvina: señor, ¿de dónde venís? Bañando que estoy y buscando algo que comer. ¿No habés conseguido nada? No, es que yo no me meto mar ajuera, no ve que me comen los grandes, yo me voy es por las orillitas chupando mis camarones, que apenas consiga camarón ese sí me alimenta. Dele pa’ llá, dele pa’ cá, el hombre boga que boga, boga que boga, boga que boga, boga que boga, hasta que por fin llegó a la casa.

Le dice: mujé, subite al soberao (altillo de una casa) y pásame ese cabo negro que está allá y la piola. Le contesta: la piola la tengo en el potrillo. Así es que armó su cabo y ahora sí se jue. Boga que boga, boga que boga, al mismo punto donde había visto los bagres, y llegó, atravesó su canalete y empezó a arreglar el cabo, cuando vio que le dieron un barcanazo (golpe) al potrillo y lo bañaron de aguasal. Qué grosería, qué pescao eee. Yo soy el berrugate. ¿Ay berrugate, vo por qué estás tan orgulloso? Porque a mí no me mata nadie, por el día me aparezco y por la noche alumbro el mar.

Siguió el hombre arreglando su cabo y lo tiró, puso quince anzuelos y le pegaron quince bagres y cuando él vio que la boya la llevaban pa’ un punto y pa’ al otro punto, pegó a la orilla del barrial (barrizal) y empezó a jalar. Dele, dele, dele, dele, dele pa’ delante, dele pa’ delante, hasta que por fin jueron varando, se jueron varando en el barrial los bagres y ahora sí, llegó a sacar. Le dice uno: a mí no me matés hombre, soltame pa’ yo traerte más. ¿Y a quién me vas a traer? Voy a traerte al jurel que también anda la mancha, tenemos un compromiso en el mar. Sí, entonces te suelto pa’ que me traigás el jurel. Lo soltó. Cuando lo soltó le dice: piga mareño, yo soy el repunjel que me baño en el jurel. ¡Ah sí, sí aaaaaaah!

El pez liberado al encontrarse con el berrugate le dice. Me encontré con un mareño que había matao los bagres, pero bagre ha quedado, porque la mar es tan grande y todo no morimos y allá está, lo engañé. ¿Qué le dijiste? Que le iba a llevar al jurel, que iba a llevar a la corvina, que iba llevar al machetajo. Yo no voy a llevar a nadie, porque yo no soy bobo, cada cual que se rebusque, porque nosotros no nos podemos entregar, si nos entregamos la gente nos mata a todos.

Ahora sí se jue el hombre pa’ la casa con todo su potrillo de bagres, que apenitas bogaba porque el pocillón no le aguantaba, llegó. La mujé: ¿qué jue marido? Ayúdame a subir, ve. No vamos a subirlos, abramos esos bagres acá, cada uno con su machete. Y empezó a abrir; sacaron arroba y media de manteca de esos pescados. Le decía la mujé: no tienen buche sino empella. Sáquela callada la boca hombre. Los pusieron a secar, en esos días no salió a la mar, así es que estaban bailando entre jurel, corvina y machetajo, tenían una fiesta en el plan del mar, cuando en eso se va asomando el caimán y dice: ¡Ay! ¿Ustedes están de fiesta? Sí. Pero no me habían convidao, les dijo. No, no lo hemos convidao porque esta fiesta no es larga, esta es cosa de nosotros, porque estamos aquí celebrando. ¡Ay hombre! Déjese de eso, a compañero se invita. ¡Ah bueno! Entonces, ya estás invitado; caminá vengamos a bailar y busque su aguardiente pa’ que bebamos. ¡Ah bueno!

Así es que empezaron esa fiesta, cuando en eso venía la zangara (ostra). ¿Aquí están de fiesta, por qué no me habían invitado? Le dice: no porque esto no es fiesta larga que nosotros estamos haciendo, sino que nos estamos divirtiendo. Como se divierte la gente tenemos que divertirnos nosotros los animales. ¡Ah! Claro, es que nosotros nos hemos alimentado y alimentamos a la gente. ¡Ah! Claro, vos como sos chiquitica, estese tranquila, yo soy más alimento que ustedes. ¿Por qué? Porque tengo la carne más dura y me lambo (lamo) lo mejor del mar. ¿Qué es lo que te lambés? La zangara: agua y arena. ¡Aaaah, bueno! Y dele a la fiesta, y dele a la fiesta, y dele a la fiesta, y dele a la fiesta.

En eso venía el calamar bañando solo, dándole pa’ llá, dándole pa’ cá. ¿Qué pasa aquí? ¡La fiesta de los pescados! ¿Puedo entrar? ¡Si gusta! Entró también, ahora sí se jueron reuniendo todos ellos, dele esa fiesta, dele esa fiesta, dele esa fiesta, dele esa fiesta. Vino la noche. Nos vamos a salir. Veían una luz en todo el mar, a medida que subían las olas y bajaban, iba una luz. Dele pa’ llá, iba una luz. Dice uno: yo juera a ver quién es que viene con esa luz. ¿Será barco o qué? Dice el otro: no, esa no es luz de barco porque es chiquitica, parece ojos de pescado. ¿Será? Sí. Venía, y venía, y venía, y venía. Dijo: es otro caimán que viene allá. Sí, sí ese es el caimán, vámonos, abrámonos. Así es que se abrieron, se desintegró la fiesta, se abrieron el uno pa’ llá y el otro pa’ cá. El caimán se quedó porque él ya se estaba emborrachando. Dice el calamar: ¡ay! No mi gente, al caimán no lo dejemos, pa’ que nos vaya mostrando la boca del estero, porque pa’ cá hay un estero y pa’ cá hay otro. Lo llamaron y lo llevaron.

Días van y días vienen, días van y días vienen, días van y vienen. Al señor se le acabaron todos los bagres que había cogido. Dijo: mujé, me hacés mi bracero con estopa y me ponés mi boya. Todo listo que mañana voy a pescar porque ya se nos acabó. Imaginate desde que yo cogí todo esos bagres comiendo, eso ya se acabó. Así es marido. Se levantó, cogió los bananos, empezó a pelarlos y le hizo su tapao (comida típica), la última presa que tenía se la echó. A las cuatro de la mañana se jue el hombre a la mar, dele pa’ llá, bógale, bógale, bógale, bógale. Ve, no salgás tan afuera. No, yo me voy es costerito por donde están los bagres. Dele, y dele, y dele, y dele, y dele, y dele, y dele, para salir afuera de la bocana, dele, y dele, y dele, y dele, y el hombre bogando, hasta que por fin encontró al otro mareño.

Oye amigo, ¿ya va saliendo? Sí señor, le dice el otro compadre. ¿Usted fue el rey de los bagres? Pue, sí señor, yo cogí catorce bagres. ¡Ay! Compadre, usted sí fue malamente, no jue capaz de darnos una presa. Es que comimos y vendimos. No alcanzó, pero déjelo que si hoy cojo le regalo uno entero. ¡Ah, bueno! Vámonos junto. Y se jue esa gente conversando y bogando, conversando y bogando, cuando llegó al punto donde cogió los bagres, armó el cabo y lo tiró, prendió su cachimba, sopló su grasero y se quedó, esperando, y esperando, y esperando, y esperando, y nada que le jalaba el cabo, esperando, esperando, esperando, esperando, y nada que le jalaba el cabo, hasta que por fin templó una vez. Aquí como que cogí uno. Templó, se vino, se vino jalando, lo vino jalando, cuando va saliendo el alguacil (pez). Le dice: alguacil, ¿vo era el que me jalabas así tan duro? Yo creí que era bagre. Te amañaste, le contestó el alguacil, yo también tengo derecho. No lo mató, lo tiró al potrillo, le sacó el anzuelo de la trompa. Volvelo a tirá, le dijo el peje. Así que tiró el anzuelo, esperó que le jalara, dijo: ahora cojo más. Y espere que le jalara, y espere que le jalara y adónde que le jalaba, hasta que por fin, ta le jaló un ñato. Dijo: ese pescado es placereño, ese se coge en el placer del mar. No voy a pescar más porque estoy cansao, viene la noche y yo aquí lo que he cogido son dos pescaditos, pa, pa. Los mató y se jue pa’ su casa.

Le pregunta la mujé: ¿hoy llegaste vacío? Hoy día no cogí nada, estos docitos, pa’ que hagamos la comida, pero sin embargo mándale a mi compadre la cabeza de uno, del más pequeño le mandás la cabeza, porque yo le ofrecí una presa de bagre, pero como no cogí bagre. La mujé partió el pescado con tripa y todo, y lo mandó al amigo. Le dice compadre, a usted sí le jue mal por mezquino porque me hubiera dado un bagrecito me lo hubiera comido y hubiera vendido.

El hombre ya se jue desintegrando de la mar, se jue desintegrando: yo no voy a ir por más. ¡Ay! Hombre, andá marido, andá echá el anzuelito o cogé el chinchorro a ver si cogés algún gualajo. Ve. Yo no voy a salir más pa’ mar porque materialmente no cojo nada, ya estoy aburrido, todos los días con estos anzuelos en el agua y no cojo nada. Cogió la tarraya y se jue bravo, porque la mujé lo estaba gobernando, que juera pa’ la mar a buscar comida, que no tenía nada que comer. Así que cogió la tarraya y se jue, tira tarraya, tira tarraya, tira tarraya, no cogía nada, tira tarraya, hasta que por fin tiró la tarraya, cogió un gualajo y una palometa. Le dice el gualajo cuando vio que alzó el machete: no me matés. Hombe, que no tengo nada en mi casa qué comer. Ya mataste la palometa, comete la palometa. Ve, yo te voy a decir una cosa, a mí me llaman gualajo y mi apellido es podrido, a mí me sacan del agua pero me comen podrido, cuando llegués a tu casa, no me comés, comés es hueso porque ya me podrí. No lo voy a soltar, voy a ver si es verdad o es mentira.

No lo mató y cuando llegó a la casa, le dijo la mujé: uuuuh, hueles hediondo, hombre. ¿Este pescado jue cogido de ahora o lo cogiste muerto? No, jue muerto, lo cogí en la tarraya, si no el gualajo me dijo esto, esto y esto, y se murió. Bótelo. Lo botó, cuando botó el podrido al agua: hasta luego compadre Dios le pague. Acabando, acabando, se acabó mi cuento, sea mentira o sea verdad, que se abra la tierra y se vuelva a cerrar.

 

Código: CLTC 575N

Año de recolección: 2010

Departamento: Valle del Cauca

Municipio: Buenaventura

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante:  Anselmo Lucumí

Edad informante: 90

Recolector: Baudilio Revelo Hurtado, Camilo Revelo González y Carolina Revelo González

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuentos para dormir a Isabela. Tradición oral afropacífica colombiana

Año de publicación: 2010

 

 

El Tío León, rey de la Tierra y de la selva

Cuando el león era rey de la selva y de la Tierra, oyó que no iba a ser el rey de la Tierra má, que había llegado un elemento llamarse hombre. ¿Cómo hiciera pa’ conocé qué elemento es ese que trae título de rey? Si aquí no puede haber otro rey; yo he sido señalado como rey en la Tierra y como monarca de los bosques. Empezó entre los animales preguntando al uno, al otro: ¿tú conoces el rey, el llamado ser hombre, que viene como rey de la Tierra? El uno, no lo conojco; el otro, no lo conojco; no lo conojco, hasta que llegó donde la zorra.

Sobrina: ¿usted conoce al llamado ser hombre, que viene a la Tierra como rey? No, rey león, yo sí tengo idea, pero prefiero mostrárselo porque ese elemento llamado hombre, es el má peligroso que ha producido la Tierra. Además, se ha hecho aliado del perro y también tiene una cosa larga, ese palo grita y da candela y mete unas espinas muy peligrosas, está bien respaldado, pue. No, Sobrina Zorra, mostrámelo no má, no te dé miedo. Vea Tío León, como rey de la Tierra le voy a mostrar al hombre pero de muy lejos, de mucha distancia, apenas que usted alcance a llegar donde está él, porque yo no voy, no. No importa, que así sea. Vamos pue.

Y arrancaron, paj, paj, paj, paj. Habían caminado por ahí dos horas cuando venía un pelaíto, quizás de nueve años. Carajo, es una figura que yo no había visto, dijo el león: ¿será ese el rey de la Tierra, el llamado ser hombre? Sí, ese va a ser el llamado ser hombre, pero no lo es toavía. Pero, ¿por qué no lo e? Porque es menor de edá, todavía no tiene el título. Se fueron paj, paj, paj, paj, paj. Venía otro con un bordoncito que la cumbamba (quijada) le tocaba la tierra; dijo el león: carajo, hoy sí que estamos viendo cosas raras, ¿ese será el rey, llamado ser hombre? Ese fue, el llamado ser hombre, pero ya no lo es. ¿Por qué no lo es má? Porque ya está muy anciano. Usted sabe que cuando uno llega a anciano ya no tiene la contundencia cuando joven. Así es, dijo el león y se fueron, se fueron, se fueron.

Cuando llegaron, como de aquí a Llano bajo, y como era destampañao, dijo la zorra: vea, Tío León, yo de aquí no voy a pasá. Esa cosa que usted ve allá, como especie de un paraguas, como quien coge un árbol y lo taja, ¿usted lo ve? Sí, dijo el león. Esa es la casa del llamado ser hombre; de manera y juerte que allí vive, pero vaya con mucha cautela porque sus aliados desde lejos lo olfatean. Bueno, Sobrina Zorra, te debo esta muestreda. No, no, no, pa’ la tragedia que usted va a pasá no me debe nara, dijo la zorra y za, za, za, dio la vueltita po’ allá y se arrugó en un palito.

Fue llegando el león, pra, pra, pra, con ese caminao sondiao (pausado, elegante) que se gasta y pra, pra, pra, para. Ve el perro mmirrrrrr mmirrrrrr y el león pra, pra, pra, no para bola; salían los perros se le arrean: guau, guau, guau, guau, y el león bien plantao, no se mosquiaba; ende que el animal o quien sea no se mosquee, él no comete. Y guau, guau, guau, guau, y no se mosquiaba, bien serio ahí. Yo los manejé a ustedes, y los manejo todavía, porque yo soy el rey. El hombre de tanto oír la latición, ve el pedazo de palo, ese que es hueco y da candela, salió y alcanzó a distinguir al león. Aaah, conque vos sos el que venís ahí, ¿no? Me estaba dando cuenta que están noticiando. ¿Quién es el rey de la Tierra? El rey de la Tierra soy yo, no sos vos. Y hoy es que nos vamos a entender de frente. Dijo el león: esato a eso vengo. El hombre dijo: buscame el perro, y cuando dijo así, el perro se le aventó al león, el más agresivo, y booo, lo cogió de las güevitas, y el león jala por aquí, y lo van cogiendo los otros a muela y jala, jala, y pandangón, revolcó y se enderezó. Pero cómo así, ¡carajo! Si yo soy el rey de la Tierra, era el rey de la Tierra. El león se enderezó, dio la vuelta pa’ llá y lo coge el hombre por un muslo y pam; está la zorra muerta de la risa, arriba en un palo. Cuando vio que arrancó en huida, llegó, za, za, za, za.

Y, ¡cómo que me huele a mi Sobrina Zorra! Sí, Tío León, lo estoy esperando, no me he movido. ¿Cómo le fue? ¡Ay!, Sobrina Zorra, esa cosa llamada ser hombre, verdá, trae el título de Rey de la Tierra. Mirá, vengo todo espinado porque salió de ese hueco que tú me dijiste con el cogollo negro, y me flojó una llamarada de candela y un grito en el oído, que casi me mata. Mire, las espinas. Uuuuh Tío León, usted está es muerto, vamos a buscar un curandero inmediatamente porque si no se las saca le cae gusano. Pero, ¿cómo hacemos pa’ un curandero?; y ¿cómo hacemos? Ahí mismo donde la cigüeña. Penetró el pico jalando una por una, y botando las balas, hasta que se las sacó todas colocándolas en una catanga (cesta). Ya el león se sintió mejor. Ahora sí, quedó convencido que el hombre era el rey de la Tierra, y él, monarca del bosque.

 

Código: CLTC 537N

Año de recolección: 2010

Departamento: Valle del Cauca

Municipio: Buenaventura

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante:  Aquino Cundumí

Edad informante: 80

Recolector: Baudilio Revelo Hurtado, Camilo Revelo González y Carolina Revelo González

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuentos para dormir a Isabela. Tradición oral afropacífica colombiana

Año de publicación: 2010

 

 

Los tres hermanitos

Este era un hombre con una mujé, llegaron a tener tres hijos, el uno llamarse Pedro, el otro llamarse Juan y el otro llamarse Revuélcate en la Ceniza. Antonces dijo Pedro: mamá, écheme la bendición que voy a caminar. Hijo, qué bobada vas a traer. Yo me voy, le dijo, mamá, aquí dejo esta matica de albajaquita, si florece es voz de vida, si marchita es voz de muerte. Se jue, se ha ido, camino arandar, camino arandar, camino arandar, camino arandar, camino arandar, cuando llegó a una quebradita encontró un viejito que venía todo caltao (revolcado, sucio). ¿Niño, usted qué lleva por ahí? Señor, yo no llevo nada.

A ese hombre le volaba la mosca y todo el cuerpito tenía un poco de llagas. Ay, niño, ¿usted qué lleva aquí? Señor, yo no llevo nada. Mijo, siga. Se jue el muchacho, dele viento, dele pata, dele viento, dele pata y encontró dos caminos: me juera por aquí, pero me voy a ir por acá, poque ese camino estaba tan limpio que si caía una aguja se encontraba, hiiiiiiii. Cuando llegó él a esa piedra, hiiiiiii, un hombre con una marimba, pin, pin, pin, pin, pin. Se preguntó: ¿esa marimba? ¡Ay carajo! Llegaron los diablos, lo ataron, lo metieron debajo de esa tina, y le aplastaron la cabeza.

Dice Juan: ay mamá, se murió la mata de albaca, se murió mi hermano Pedro. Mamá, máteme un capón (gallo grande) y me corta un racimo de plátano, que se murió mi hermano Pedro. Aquí dejo esta matica de hierbabuena, si florece es voz de vida, si marchita es voz de muerte.

Se jue, y dele viento, dele pata, dele viento, dele pata, dele viento, dele pata, hasta que llegó a la misma quebrada y incontró al mismo viejito, estaba que le volaba la mosca. Mijo, ¿usted qué lleva por ahí? No señor, yo no llevo nada. Yo qué le voy a dar mi comida a ese que tiene tanta llaga. ¡Mijo, váyase! ¡Dios le pague! Y se ha ido, dele viento, dele pata, dele viento, dele pata, dele viento, dele pata, dele viento, dele pata, hasta que llegó a los dos caminos: yo me voy a ir por el camino que está bien limpio, y salieron los diablos y chaaaaun lo mataron.

Dijo Revuelca Ceniza: ay mamá, se murió mi hermano Juan. Y vos Revuelca Ceniza, ¿qué vas a hacer allá? Los demás ya se perdieron, ¿y vos creés que te voy a dejar ir? Máteme mi capón. Le mató su capón, le cortó su racimo de plátano, le hizo su comida, buscó una mano de jabón y se bañó bien bañado. Esa agua quedó blanca de la ceniza. Y se ha ido Revuelca Ceniza. Mamá, écheme la bendición, aquí le dejo esta matica de sulán, si florece es voz de vida, y si marchita voz de muerte.

Se ha ido, dele viento, dele pata, dele viento, dele pata, dele viento, dele pata, dele viento, dele pata, hasta que llegó a la misma quebrada, se incontró el viejo. Buenos días señor. Buenos días mijo, ¿cómo está? Regular, ¿y usted? ¿Usted qué lleva por aquí? Aquí llevo buena comida, comamos. Así que se sentaron en el borde de la quebradita, en una playita, y se puso a comer con el viejo; comía, comía, comía. Señor coma. Yo estoy comiendo. Comieron, vació la aguapanela, tomaron.

Dios le pague y me le dé el cielo, cuando llega a una piedra grande hay dos caminos, no se vaya por el camino rosado; váyase por un camino que tiene un montecillo, por ahí se va. En esa piedra grande, ahí están sus dos hermanos que los mató Luzbel. Se ha ido, dele viento, dele pata, dele viento, dele pata, dele viento, hasta que llegó a la misma piedra. Aquí es la piedra que el señor me dijo, aquí están Juan y Pedro. Yo me voy por este camino. Y se metió por ese camino, dele viento, dele pata, ¿pero qué camino?

Cuando salió había dos palacios. ¡Pero qué palacios tan bonitos! Llegó y incontró un hombre con un bastón, ese bastón todo lo que amarrillaba era puro oro. Le dice: buenos días señor. Buenos días mijo, ¿cómo está? Regular, ¿y usted? Bien, muchas gracias. ¿En qué misión viene? Buscando trabajo señor, pero yo desde que salí de mi casa salí con determino (determinación) de irme al infierno. Mijo, vea, usted estaba en el camino incontró un señor que estaba todo leprosito con llagas, y le dio de comer. ¿Y por qué no va a traer a su mamita de la otra ciurá, y se queda con este palacio, gozando con su mamá y su papito? Señor, ¿usted sabe quién le habla? Usted es nuestro Señor Jesucristo, pero desde que salí de mi casa, salí pa’ irme al infierno y tengo que irme al infierno. Y el señor le neciaba que se quedara y el niño que no señor. Ay niño espérese, ve, más allá está la Virgen.

Y se jue. Hasta luego Señor. Dios lo lleva con bien. Amén Señor. Cuando la Madre santísima salió cayéndose, levantándose pa’ ver si el muchacho: niño espéreme. ¡Madre santísima! Voy directo al infierno, y tengo que ir al infierno. Ay niño, yo lo llevo. Heeeey. Mandó al niñito porque ella se estaba vistiendo.

Niño, le mandó a decir la Madre santísima, que la espere que quiere conversar con usted. ¿Yo qué tengo que conversar con la Madre Santísima? Yo desde que salí de mi casa salí pa’ irme al infierno y tengo que ir; no quiero que se me atraviese en mi camino. Pero el muchacho esperó a la Madre santísima. ¿Ay niño, usted por qué no goza el palacio de la Virgen y de nuestro Señor Jesucristo? Dos cosas, que a usted no le va mal con su mamá, y gozan que nosotros ya nos vamos de aquí. Madre santísima, desde que salí es pa’ irme al infierno, tengo que irme al infierno porque con ese destino salí.

Se jue la Madre santísima. Él siguió, cayéndose alevantándose, cayéndose, hasta que llegó a un profundo. Vea mijo, aquí es el infierno, vea ve, cuando usted caiga al infierno hay una paila en el fogón, y ahí es donde, si usted no sabe meniar el trapiche, queda con las muelas achichadas (molidas) para hacer mote. Aquí le doy esta varita de acero por unos favores que hizo en el camino. Cuando usted le dé vuelta al trapiche y mete la varita y mata todos los diablos. Y cuando dijo: Dios y mi varita. Metió la varita de acero y todos los diablos se murieron, quedaron en esa paila chillao (muertos).

Después regresó a vivir en el palacio con la Virgen santísima, Jesucristo y su mamá, y a comer de todo. Les di carne chiricana (salada) que tanto les gustaba, y así que se acabó mi mentira, mi verdad, palabra de rey, que no puede faltar.

 

Código: CLTC 542N

Año de recolección: 2010

Departamento: Valle del Cauca

Municipio: Buenaventura

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante:  Rubén Torres

Edad informante: 80

Recolector: Baudilio Revelo Hurtado, Camilo Revelo González y Carolina Revelo González

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuentos para dormir a Isabela. Tradición oral afropacífica colombiana

Año de publicación: 2010

 

 

El gigante encantao y el Tío Conejo

El gigante era el dueño de la ciurá y su mujé una ciempiesa grandota, quien vivía debajo de una piedra. Cuando la necesitaba la levantaba de ahí y la llevaba donde él estaba, y otra vez la traía y la metía. Días van, días vienen, y conejo recorriendo, recorriendo colinos. Un buen día, le dice el Tío Tigre: oiga, Tío Conejo, usted va a acabar la vida porque el gigante lo va a matar, ¿qué es lo que va a hacer ahora? No, yo no hago nada, yo recorro todo este monte encantado.

El monte eran casas. Tío Conejo se fue, se fue, se fue, en cada casa había un vigilante. En esas llegó mi Tío Conejo y decía: hombre, déjame entrar por favor que yo voy a pasar. No puedo darle paso, porque mi tío el gigante me ha dicho que no le dé paso a nadie, porque nos mata a nosotros. Tío Conejo pensó: yo no voy a morir aquí, voy a hacer una cueva pa’ yo pasar. Así se puso, cova, cova, y sacaba la cabeza. Todavía no he llegado a ninguna parte, cova, cova, sacó la cabeza. Ya había pasado una puerta, seguía covando, días van, días vienen y siguió. Cuando sacó la cabeza, llegó a la otra puerta, ahí en medio taba mi Tía Ciempiesa al lado de allá.

Le dice: gusanito de la tierra, ¿vos qué has venido a hacer aquí? Es que el gigante me rijo que entrara a ayudarle a trabajar, y sin embargo no lo he encontrao. Vení te llevo. Y se fue moviendo, y se fue moviendo, y a lo que ella se movió alevantó una piedra y praaaan, se la puso en la barriga y del viaje (inmediatamente) le sacó las tripas, ¡y va pa’ delante! Le dice el vigilante: Tío Conejo, usted hizo una cosa buena porque allá están cantando los gallos, las gallinas, los perros, los sapos, brincan, dele pa’ delante.

Hasta que llegó a la otra puerta y encontró a mi Tío Sapo: ¿ay tío sapo, usted qué hace aquí? Me tiene el gigante detenido, no puedo salir, no puedo pasar, nos da la comidita poquito por poquito. Sí, espéreme aquí. Se fue pa’ llá, cogió un pedazo de tachuela, hizo un chuzo y lo levantó, tun se lo metió, quedo frío. Se fue, se fue, se fue cuando encontró otro vigilante. Vea, el rey le mandó a decir que me dé permiso para pasar. Bueno siga. Allá en la casa había perros, gatos, de todo. Eran gente cristianos, pero él los tenía encantados y Tío Conejo entraba a esos colinos (mata de plátano), se comía el plátano, el arroz, todo lo que topaba. Cuando llegó el gigante a la casa, dice: ¡A carne humana me huele, mis narices no me engañan! Aquí hay alguien.

El rey me dijo que cogiera una rosa, pero no la voy a coger. Le dijo la sirvienta: señor, ¿aquí quién va a llegar? No. ¿Aquí hay alguien? Cuando le dice: buenas tardes. ¿Cómo está? ¿Qué querés aquí? Tío Conejo, ¿que querés aquí? Yo vengo a que me dé trabajo, porque estoy sin trabajo y sin un rial (centavo antiguo). Bueno, covame todo eso que está allá y me lo dejás limpio. Y le dio la pala. Se fue. Tío Conejo, cova, cova, cova, cova, cova, y decía: hoy tengo que matarlo. Cova, cova, y lo miraba cova y cova. Decía: tengo hambre. Suba pa’ que coma. A la cocinera le ordenaron dale una changuaina (sobra, desperdicio) al Tío Conejo pa’ que almuerce. Le sacaron un plato de arroz con todo revuelto y empezó a comer.

Dígame una cosa gigante, a mí me han dicho que usted se vuelve rana, se vuelve ciempiés, se vuelve de todo. Sí, yo soy peligroso, yo me vuelvo de toda clase de animales. Ese era una cosa que estaba sentada y ocupaba media casa. ¡Yo me vuelvo de todo! ¡Vuélvase perro! Cuando vio semejante perro dijo: Ay no, no, ay no, no. ¡Vuélvase un gato! Ahí mismo, cuando vieron el gato con semejante rabo: ¡ay no, no, noooo! ¡Vuélvase una perdiz! ¡Ahí mismo vieron la perdiz! Tío Conejo que era astuto, le dijo: le voy a hacer una pregunta. ¿Mosca, usted si no se vuelve? ¡Uuyy! El perro estaba en la mitad de la casa junto con él. Le repitió: pero mosca si no se vuelve. Uuuuy yo me vuelvo mosca y cogió y se hizo una mosca y se levantó el perro y crauuun, lo masticó. ¡Se acabó el gigante!

Cuando vieron la mata de rosa que presentó una belleza de mujer nunca vista en palacio. El Tío Conejo dijo: esto es mío, ya el gigante no manda, ya murió, esto es mío, esto es mío. Se hizo dueño de toda esa ciurá, estaba feliz, destapaba los baúles, todo lo que había lo cogía, era propio y señor. Dijo: vea señorita —a la que había sido la mata de rosa— nos vamos a casá. Ahí mismo arreglaron matrimonio, se casaron, y pusieron dos filas de todos los músicos de la ciurá, y desencantó a todos los que estaban encantados. Así que Tío Conejo triunfó y el gigante se murió. Acabando, acabando, se acabó mi cuento, sea mentira o sea verdad que vuelva la tierra a cerrá.

 

Código: CLTC 550N

Año de recolección: 2010

Departamento: Valle del Cauca

Municipio: Buenaventura

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante:  Teófilo Zape

Edad informante: 78

Recolector: Baudilio Revelo Hurtado, Camilo Revelo González y Carolina Revelo González

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuentos para dormir a Isabela. Tradición oral afropacífica colombiana

Año de publicación: 2010

 

 

Las deudas del Tío Conejo

Los animales del monte para celebrar el aniversario del león como rey de la selva, buscaron al hombre más inteligente y astuto, el conejo. Hizo la lista, pero como nadie puso plata le faltaban las monedas y no tenía cómo comprar bebidas y todas esas cosas.

Se fue pues donde la cucaracha y le dijo: présteme cien riales que yo mañana al medio día se los pago, yo eta noche recolecto la plata entre los que no me han dado. Vea tío, yo tengo una platica guardada, pero eso sí, con la condición que mañana me la da. Yo se la doy, respondió. La cucaracha entregó los cien riales.

Se fue hacia donde la gallina: sobrina, présteme cien riales que mañana yo se los doy a punto de medio día, así quedamos. La gallina los dio con gusto y no le puso ninguna condición. En esas pasó la zorra: sobrina, présteme cien riales que los necesito, estoy reuniendo la plata para mañana. Vea tío, yo tengo una plata ahí, pero esa es de los muchachos, y yo con esa plata no me gusta. ¡Pero ya que usted dice! Eso sí, a punto del medio día me la da, porque si no… No, no, no, no es problema, se los doy.

En esas venía el tigre. Vea, tío, usted sabe que entre nosotros la relación no ha sido buena, pero como mañana es la fiesta de nuestro rey y vamos a celebrarla, yo tengo el problema de una plata. ¿Cuánto sería? Cien riales, yo mañana cumplo, al medio día se la entrego. El tigre le prestó la plata de su comida, ya sabe que si no me la da, ¡me lo como!

Se formó la fiesta y la parranda y ta, ta, ta. Al otro día, ¿cómo iba a arreglar ese problema? Llamó al mico, y le dijo: vamos a hacer un arreglo tú y yo, que hemos sido buenos amigos, me vas a ayudar porque no voy a poder pagar esta plata y sobre todo a mi tío tigre, y si no le pago, este me mata. Así es, yo tengo un palo de caimito, velo, que está bien cargado. Mañana te vas al punto de las doce, te subís, comés todos los caimitos, todos los que querás, solo que ponés el ojo y cuando veás que uno viene, me avisás, no má.

Al otro día llegó el mico, agarró a comer caimito y a brincar de rama en rama, cuando ya, al punto del mediodía le dice: tío, allá viene uno. ¿Quién será, tío de mi alma? Es mi Sobrina Cucaracha. El mico se escondió y el conejo se puso a hacer la comida, sople y sople y sople el fogón, cuando la cucaracha dijo: Avemaría sin pecado concebida. Suba pa’ arriba, sobrina, yo le tengo su platica, solo que por agradecimiento quiero que almorcemos juntos, quérese un ratico, que ahora que esté el bocadito comemos. Yo le pago y usted se va. Bueno.

Dice el mico: tío, allá viene uno. ¿Quién será tío de mi alma? Se parece a mi Sobrina Gallina. Dice la cucaracha: vea tío yo me voy, porque yo con la gallina no me gusta, deme lo mío que me voy. No, no sobrina, cómo se le ocurre, si aquí en mi casa no le pasa nara, usted no haga sino que métase aquí atrasito en la rejita, y estese ahí, que ahora que la gallina venga yo la despacho, a lo mejor no la dejo subir, yo mando aquí. ¡Usted no se preocupe!

La gallina: ¡Avemaría, sin pecado concebida! Suba pa’arriba. Tío vengo por la platica. Ya voy a bajar la ollita para que comamos, y yo como la sé atender no se me vaya, venga. ¿A usted le gusta la cucaracha? ¡Claro, ese es mi plato! Aquí está una cosita que le estoy guardando. Destape ahí. Así es que destapó, se comió la cucaracha.

Estaba sobándose su pancita, su buchecito, cuando dice el mico: tío, allá viene uno. ¿Quién será tio de mi alma? ¡La zorra! De pronto dice la gallina: huele a zorra, ay, bendito sea Dios, Dios mío. ¿Esta jedentina qué e? Yo no sé, poque yo aquí no recibo visitas, yo como soy hombre solo, para que no me vayan a achacar gente que no tiene que ver conmigo, yo no recibo visita, vea ve.

Dice la Sobrina Zorra: Tío Conejo yo vengo, como usted me citó a esta hora. Sííí, no faltaba má, aquí está su platica completica, y como lo prometido es deuda, yo ahí le tengo. Vea, destape ese cajón de ahí, le tengo su guisado. Así es que al destapar se comió a la gallina.

La zorra estaba pavoneándose, cuando el mico de nuevo: piss, piss, piss, piss, tío, allá viene uno. ¿Quién será, tío de mi alma? Es mi Tío Tigre. Sobrina zorra, ¡escóndase! Yo le pago al Tío Tigre, lo despacho y seguimos conversando.

Aquí está la plata Tío Tigre, usted siempre tan buena gente, vea que no me puso problema, vea que no me dijo que no y yo le tengo sus realitos, toiticos juntos, y también le tengo aquí, vea ve, una cosita.

Tun, tun, tun, asómese ahí. Apenas vio a la zorra se la comió, pero luego al llegar el león, ahí sí ya era asunto entre pesos pesados. Así es, se agarraron, y el león estaba arriba y al ratico el tigre arriba y gritos no má. Tío Conejo estaba a la expectativa de que se encendieran de gravedad y para que los dos se murieran, llamó al cazador, porque estaban atemorizando la selva.

Aquí no queda más remedio que matar a esos animales, de pronto quedan heridos, se curan y vuelve y hay otro problema, qué se va a hacer. Primero le disparó al Tío Tigre matándolo y luego al Tío León, quien elevándose herido cayó encima del Tío Conejo, que estaba vigiando y lo aplastó.

 

Código: CLTC 553N

Año de recolección: 2010

Departamento: Valle del Cauca

Municipio: Buenaventura

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante:  Etelbina Arana

Edad informante: 75

Recolector: Baudilio Revelo Hurtado, Camilo Revelo González y Carolina Revelo González

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuentos para dormir a Isabela. Tradición oral afropacífica colombiana

Año de publicación: 2010

 

 

El ahijaro y el pagrino

Había un hombre casado con su mujé, tuvieron viviendo, tuvieron viviendo hasta que tuvo barriga, fue andando con la barriga, a los poquitos días dio a luz un hijo varón. La mujer le dijo al marido que lo llevaran a bautizar. El marido dijo: sí. El padre les preguntó cómo lo iban a poné, le dijeron: Así. Pusieron Así al niño.

Andando con ese niño hasta que no lo podían aguantar. Hacía daño po’ aquí, que po’ acá, ya los papás se fueron aburriendo, se fueron aburriendo, hasta que el marido le dijo a la mujé: démoselo al pagrino. Mandaron a llamar al pagrino, y le dijeron si quería coger al ahijaro. Bueno. Lo llevó para su casa.

Por la mañana se levantó el pagrino, hizo el desayuno; como se iba a trabajá, le dijo: ahijaro, se queda en la casa cuidándola. Bueno pagrino. A lo que él dio la vuelta, con una caucherita se bajó a apañar un poco de piedras y como andaban unos pollos se cogió, tenga esos pollos y tenga, mata pollo, mata pollo. Cuando llegó el pagrino, los vecinos pasaron a ponerle quejas, que el niño había matado varios pollos y valían tanto. Ya dijo el pagrino: ay ahijaro, ¿yo no le dije que no fuera a hacer daño? Pagrino, para qué se pasaron de allá de su casa, a vení a molestar acá; yo por eso los fui matando. Le dijo el pagrino: ahijaro, yo le dije a usted que no hiciera daño. ¡Ahora lo castigo! Venga. Bueno pagrino. Tiéndase ahí. Se tendió, pau alzó el rejo. ¡Alto pagrino! ¿Usted ha oído contá que un hombre le iba a pegá a un niño y a lo que alzó el rejo la mano le quedó alzada y no le bajó ma? Sí ahijaro. Ahí el pagrino no lo castigó.

Al otro día le dijo: no vaya a hacer daño. Bueno pagrino. Le dejaba comida y los trastes guardados. Usted es dueño de la llave. Cuando el pagrino dio la vuelta dejó la comida que le habían servido, sacó un perazo de queso, comió, y le tiraba a las gallinas. Cuando llegó el pagrino estaba la casa blanca de ese queso que había regado: ahijaro, ¿esto qué e? Pagrino, el queso que usted dejó adentro. Ahijaro, ¿usted no lo había dejaro pa’ comé? Yo comí lo que pude, y lo demás lo eché a las gallinas. ¿Por eso sería que mi compagre me dio ete niño? ¡Por dañino! Ahijaro no haga más daño que lo voy a castigá. Bueno pagrino.

Al otro día un señor tenía un gatito y apenas dio el pagrino la vuelta, ahí mismo cogió la caucherita y pe, mató ese gatico, cuando llegó. ¡A pagar ese gato! Y dijo el pagrino, yo no tengo más que hacé, ascribo una carta y lo mando por este camino adentro, para que el diablo lo coja y se lo lleve. Ahijaro vaya, déjeme esta cartica por allá adentro. Por este camino hay una casa, y necesito mandá esta boletica. Bueno pagrino, yo se la llevo.

En la mañanitica, pau la cogió, fue llegando a la casa, tocó la puerta, salió el diablo, ahí mismo llevaba la tenaza, pau lo prendió y lo vino jalando, jalando, lo menea. Se escucharon tronamenta, tempestad, y él jalando al diablo, fue llegando pam, pam. Dios mío, ¿por qué esta tronamenta, esta tempestad? ¿Esto qué e? Cuando: pagrino, aquí lo llevo al lado. ¿Qué? Pagrino, ¿usted me mandó adonde el diablo? Aquí se lo traigo. ¿Pa’ qué me lo mandó a traé? ¿Usted no me mandó para que se viniera conmigo? Ahijaro, no, debió dejar el papel. Pagrino, yo se lo traigo. El pagrino pensó: ¿qué hago con este muchacho pa’ despacharlo?

Por la tarde le dijo: ahijaro, yo tuve en el camposanto haciendo una misa y se me quedó el libro allá, ahora a las seis de la tarde me lo va a traer. Bueno pagrino, dijo. A ver si las ánimas lo cogen, lo asustan y lo matan. Así que cuando llegaron las seis y meria: ahijaro, vaya tráigame el libro. Bueno, pagrino, pero me da veinte centavos para yo comprar mecatico para ir comiendo por el camino. Bueno, ahijaro, aquí en la mano tenga veinte. Pau, los cogió. Compró unos anzuelos, unos pabilos (cuerdas de pescar), pam, ensartó los anzuelos y se fue; cuando llegó al camposanto estaba eso que blanquiaba de almas. Ahí mismo las fue cogiendo pa, pa, pa, pa, las enganchó, las palió y las vino jalando y esas ánimas que renegaban po’ aquí, po’ acá y él jala. Y reniegan esas ánimas, refunfuñaban y él jala, cuando fue llegando a la pampa (lugar plano al frente de la casa) de la casa. El pagrino estaba asustado, se alevantó temblando. Ahijaro, ¿eso qué es? Las ánimas que usted me mandó a traer del camposanto, yo no topé libro, sino eso. Ahijaro, ¡largue eso! Pagrino, yo voy para la casa, usted me dijo que se lo trajiera, usted me ha dicho que le vaya a traer un libro, yo he buscado un libro y he topado eto, ahí blanco como libro, yo se lo traigo. Ahijaro largue eso, deje las ánimas en paz. De tanto rogarle las largó.

El pagrino piensa po’ aquí, piensa po’ acá. ¿Cómo iba a hacer para sacarse ese niño de encima? Porque ya no podía llevárselo má a los compadres, hasta que dijo: po’ aquí es. Se fue para el pueblo, se encontró con un señor, le rijo: vea, si usted quiere yo le pago tanto pa’ que me mate ese muchacho, ahora a las seis de la tarde. Aquí hay una caja, usted se mete adentro y yo lo ajusto, lo voy a mandar, que es un muerto, para que él lo venga a velá. A lo que él se quede dormío, lo mata y lo bota por cualquier parte que ya estoy aburrido con él. Dijo el hombre: así es. Arreglaron esa caja, se metió el hombre, lo tapó con mañita. Pero eso sí, buen hombre, yo le voy a pagar la plata pero es pa’ que me lo mate. Dende que él llegue aquí, ¡esté seguro!

Llegó a la casa. Ahijaro. Pagrino. En la iglesia hay un muerto que se ha muerto y no hay quién lo vele; si usted quiere vaya vélelo y mañana le pago tanto. Bueno pagrino. Llegaron las siete de la noche. Ahijaro, ya es hora. Me da plata para yo comprá mecatico pa’ comé poque uno en el velorio le ra hambre y pa’ que no le dé sueño uno come. Llegó el pagrino sacó plata y le dio, compró arrocito, pan; llegó a la iglesia, bajó por donde estaba el cajón, tenían una Virgen, un san Antonio, los bajó, los partió. Hizo un fogón del uno y del otro, ahora sí, en una ollita puso su comida, sopla su ollita, sopla su ollita, sopla su ollita, cuando blom, dice: ¿muerto pee? Muerto no pee, y este muerto ¿por qué pee? Al otro rato crum. ¿Muerto se menea? Muerto no menea. Sopla su ollita. Cuando ya estuvo su comida, comió, se reposó, fue al cajón. Mi pagrino me ha mandado a velá muerto, alevantó la tapa, se quedó viendo y dijo: este muerto que pee, se menea, ¿ete no etá e vivo? Llegó poom, lo mató y se sentó a velá.

Venía el pagrino a las cuatro de la mañana, cuando: buen hombre, buen hombre ¿cómo fue? Pagrino, hace rato lo aseguré. Ahijaro, ¿cómo? Pagrino, hace rato lo aseguré. Ahijaro, ¿usted mató ese hombre? Pagrino, usted me ha mandao a velá muerto y como ese muerto estaba pellendo, estaba vivo, yo lo maté. Dijo el pagrino: bendito sea el Señó, ahí mismo a enterrá ese muerto.

Calladito el pagrino pa’ la casa. Yo qué hago con este muchacho. Se fue a la calle y habló a un poco de gente, les dijo que había una poza que tenía una de pescado, camarón, una loma encima y una piedra grandísima. Yo lo voy a mandá con un canastico a cogé camarón, aquí, pa’ comé, y a lo que se agache a cogé camarón, ustedes empujan la piedra, la mandan que ahí cae y queda muerto.

Por la tarde le dijo: ahijaro. Pagrino. ¿Usté sabe coger camarón? Sí, pagrino. Allá hay una poza con camarón. Si usté quiere mañana por la mañanita lleva el canastico y vaya coja, porque no hay pa’ lmorzar. Bueno pagrino. Cuando amaneció: ¿pagrino, dónde está el canastico? Aquí está ahijaro, váyase. Cogió su olla, su machetico, su canastico y se fue.

Cuando llegó a la poza, tam el pescado; dijo: el pagrino está bien pendejo, él me viene mandando pa’ cá a eta piedra que está encima, me la echan para matame. Se paró ahí, pao cogió el canastico, hizo como que se iba a agachar, cuando la gente mandan esa piedra, entonces dijo: devuélvase piedra y acaba con toros esa gentil que mi pagrino ha mandao pa’ cá. Ahí mismo se regresó la piedra y no dejó ni uno vivo. Cogió su canasto, atajó su poco de camarón, llegó a la casa.

Estaba el pagrino dormido, puso su camarón, cogió un lápiz y píntale la cara al pagrino; toda la cara se la pintó, después que se la pintó, cocinó su comida, comió, se levantó.

Vino despetando el pagrino y vio ese poco de conchas de camarón dijo: afortino (apuesto) que esta gente no mataron a mi ahijaro y se brincó a preguntar: ¿ustedes me han visto a Así pasá po’ aquí? Nosotros nunca lo hemos visto así a usté. Pasaba por la otra casa, ¿ustedes me han visto a Así? Nunca lo hemos visto así. Pasaba por la otra casa, ¿ustedes me han visto a Así? Nunca lo hemos visto así. Hasta que él recorrió el pueblito entero. Donde preguntaba le decían así: ¿oye, por qué me dicen que no me habían visto así? ¿Y yo estoy preguntando por Así, mi ahijaro? Se fue para la casa, va llegando, coge un espejo se ve. Mandó pereque (malaya sea), por eso es que la gente me decía que no me habían visto así, porque el ahijaro fue el que me pintó la cara. Ahí mismo a lavarse y Así se volvió humo hasta hoy.

 

Código: CLTC 554N

Año de recolección: 2010

Departamento: Valle del Cauca

Municipio: Buenaventura

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante:  Remigio Mina

Edad informante: 85

Recolector: Baudilio Revelo Hurtado, Camilo Revelo González y Carolina Revelo González

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuentos para dormir a Isabela. Tradición oral afropacífica colombiana

Año de publicación: 2010

 

 

Las tres príncipas

Había un hombre casado con su mujer, tuvieron tres hijas y cuando nacieron, sembraron tres palmas de coco. A merira que jovenciaban iban creciendo las palmitas, cuando se hicieron señoritas, caigaron las palmas. Dijo el papá que las niñas no eran para aguantar hambre, que se casarían con unos hombres que tuvieran de qué vivir, y hasta que aparecieran unos con diente de oro no se casaban. Las mayores se fueron con unos hombres, quedó la menor, la más simpática, y se descabecío.

No sabían quién se la había llevado. Apeló el hombre a un adivino que había en la ciurá, para que le dijera quién se había llevado las tres hijas. Dijo que por cien riales, hacía el trabajo. Le contestó el papá que era barbacha (objeto de poco valor) pa’ él pagar eso. La una, se la llevó un puerco jabalí; la otra el gigante; y la menor, la más simpática, la tiene el diablo. Pero allá donde están, están trabajadas (embrujadas). Apeló a un hombre que se llamaba Pedro Yimala, que si se comprometía le pagaría todo lo que él tuviera. Yimala dijo que se comprometía, pero estaban a dos mil metros de profundidá. Usted se va a conseguir un cable que tenga unos tres mil metros, que sobre y no que falte, pa’ pegarlo de un palo y lanzarse al abismo, me voy a peliar con el mismo diablo.

Le buscó el cable, dijo: espérela, me busca un hombre para que se quere encima. Tiró el cable, era un abismo, se veía solo fumasón. Dice al ayudante: este cable, cuando lo mueva de allá pa’ acá, lo cobrá (halar) que ahí vienen las príncipas, una por una. Se bajó. Terminando los dos mil metros ve un camino que se extendía más de mil de allí pa’ llá, además iba equipado con una pistola de veinticinco tiros y una gran espada.

El hombre corre, corre, corre, corre; llegó sudando a donde la tenía el gigante. ¡Ay buen hombre! ¿Usted qué viene a hacer acá, que el gigante lo mate? Le contestó: ¡el gigante es un hombre y yo también soy otro hombre! El gigante pidió: la cachimba (pipa). Cien riales de tabaco le cabían, la prendió. Mujer, dijo, ¡a caine humana me huele! A donde nosotros estamos qué caine humana. Ve, dijo, de la mujé no hay que fia, las mujeres engañan al hombre más entendido. Noo, aquí quién va a venir. Cuando lo vido, le dice: ajá, negro. ¿Vos sos el que venís a quitarme la mujé y a peliá conmigo? No veo el sucio que me caiga al ojo. ¿No ves el sucio que te caiga al ojo? Sí, ahora vamos a ve. Desenvaina su espada y vámonos, la jaló Pedrito, y se va inclinando, pim, pim, pim, pim, pim, pim, pim, pim. Le hace un lance a barrerle las patas, le destrozó una pielna, pum, pum, se fue de lado. Ajá, pendejo, vos sos el hombrecito, ¿no? Se fue de lado, ande se fue de lado, brincó y paj, a la otra. Y jaló la pistola peim, peim, peim, peim, peim, lo volvió un colador porque tenía la cintura gruesa.

Ahora sí, le dice a la príncipa, se acomoda que nos vamos. Pau la cogió de la mano, llegó al cabo, se lo menió al otro, la cobró, voy pa’ delante y corre y corre y corre, voltea a millas, sin camisa, llegó onde la muchacha que tenía puerco jabalí. ¡Ay buen hombre! ¿Usted qué viene a hacer acá, para que el puerco se lo coma? El puerco es un hombre, y yo también soy otro hombre. ¡Yo me he visto en troja (troza) y gorgojo no me ha comido! Yo me llamo Pedro Yimala, pa’ si se quiere aquí y en cualquier parte. Escóndase, venía él. Noo, aquí no estamos en bobera. Vea, páseme ese vasito que hay ahí. ¿Ese vaso para qué? Pásemelo, le digo. Se lo pasó, lo voltió y confió en Dios. Le sirvió comida al puerco, comió, y le dice: ¡mujé, a caine humana me huele! Qué caine humana va a venir acá, donde nosotros estamos. ¿Acá quién va a venir? ¿Por dónde viene gente acá?, dice. De mujé no hay que fiá, porque la mujer engaña al hombre más entendido. Y conversando estaba, cuando ra, le dice: vení gusanillo de la tierra. ¿Vos sos el hombre que vení a peliá conmigo, a quitarme la mujé? Yo soy el vil gusanillo de la tierra que vengo a peliá contigo. Abrite como querás, y cuando le dijo abrite como querás, ra, jaló la espada y se cogieron. En un descuido le botó una pata, pumdún, se fue de lado, brincó y pa. Le dijo: no es primei gallina que gavilán viene a pelá. Y le destrozó la otra, y jaló la pistola pam, pam, pam, pam, pam, pam, todas las que tenía se las echó. Nos vamos. Y pau, la cogió de la mano.

Llegó al cabo, lo menió y le dijo: se va a coger bien cogida, que son dos mil metros pa’ ncima. Cuando ya iba elevada bastante, arrancó a buscar la otra. Voy a peliá con el mismo diablo. Y fue llegando donde el colorado ese. Era la más bonita. ¡Que el sol se paraba por verla y la luna por mirarla! Era la menol, llegó, y la vido. Le dice: ¡ay, buen hombre! ¿Usted qué viene a hacer acá, que el diablo lo mate y se lo coma? Noo, contestó, el diablo es cosa fácil pa’ yo, es cosa fácil. Brinco y pau, la jaló de la mano y le dijo: siga que yo no voy a esperai al diablo. Y la echó adelante. Se va a coger, bien cogida. Se prendió bien prendida, y cuando vio que se cortó ese cable: caramba, aquí sí me terminé. ¿Por dónde subo yo?

Era una peña pelada, y se queró pensando; cuando bajaba una zorra. Tía Zorra venga. ¿Buen hombre, qué quiere? Tía Zorra, mire que yo he dejado un tipo allá encima, cuidándome las príncipas que estaban acá, que tenían el diablo, el gigante y el puerco, y apenas mandé la última, me botó el cable. Usted, ¿por qué no hace el favor de subirme allá? Si puede, yo le pago lo que no tengo. Le dice ella: buen hombre, ¿yo cómo lo subo allá? Vea, yo me cuelgo de su rabito, como una garrapatica, usted no siente ningún peso. Buen hombre, ¿y mi rabito no se me arranca? Nop, hombre, su rabo no se arranca, yo me pongo balsudito, de ahí no me desprendo. Bueno, buen hombre, camine pue, venga. Se prendió, dele pa’ ncima, de aquí va allá, de allá acá, y dele pa’ ncima, dele pa’ ncima, pegada en el peñasco. Cuando oyeron un te, te, atrás en el hueco, voltió a ve Pedro; en vez de ver humazón, salía era candelara.

Venía el diablo que botaba bombas de candela. Cuando lo vio allá, estuvo encima, le dice: ¡aaah!, so bandido. ¿Vos sos el que venís a peliá conmigo? ¿Vos sos el que vení a traer mi mujé? Yo no había encontrado un hombre que me quitara la mujé. ¿Vos sos el verraco? Sí, yo soy; yo me llamo Pedro Yimala. Pedro Yimala me llamo aquí y en cualquier parte, y vos, tu nombre es diablo y si queré, vení a peliá conmigo. ¡Ponela como querás! Y cuando le dijo así, Pedro le cortó una oreja. ¡Ay! ¡Pegame mi oreja, pegame mi oreja! Ahora no te la voy a pegá, de verraco no te la voy a pegá, para que vea ve. El diablo dijo: ¿qué vas a hacer? ¡Pegame mi oreja, pegame mi oreja! Noo, ahora me voy y te dejo así mocho, y se escondió.

En el castillo del papá de las príncipas, estaban todas ellas. Diego, el ayudante de Pedro Yimala, le informaba al rey que él las había rescatado, y por esa razón, acordó con él casarse con la más bonita, la última. Cuando arreglaron el trato, el rey mismo le dijo: usted tiene que conseguí el vestido que nunca se haiga visto en el mundo, que naide lo conozca en esta tierra.

Yimala estaba escondido; cuando Diego iba a conseguir el vestido, Yimala le pregunta: ¿y usted pa’ dónde es que va? Yo he hecho un arreglo con el rey, me voy a casá con su hija, la última; me ha pedido un vestido que nunca se haiga visto en la ciurá, le dice. Y vos, ¿qué vestido vas a conseguí? ¿A dónde vas a conseguir vos, esas telas? Si querés, ¡yo te consigo la tela! Pero te bajai el pantalón, y te descuero toda la naiga, toda te la descuero. ¿Sí querés, así? Bien, ahííí. Pedro piensa, voy a llamar al diablo, cuando él dijo: aquí toy. Si me conseguís la tela que nunca se haiga visto en el mundo para un matrimonio, te pego la oreja, y si no, no te la pego. Má se demoró en decí, y sua, estuvo la tela y naide la conocía. Diego, ¡si te dejás descuerar con la barbera, te entrego la tela! Sí, ya te dije. Bueno dijo, ra, ra, ra, ra, lo peló, jum, le dice. Ahora sí se fue con la tela. Cuando vieron esa tela, dijo el rey: este es el hombre pa’ mija; vea esta tela naide la conoce aquí, ni en ninguna ciurá. Le dice: eso veo.

Pedro, al otro día fue al castillo y le pregunta al rey: ¿usted me conoce? Las príncipas cuando lo vieron que llegó el hombrecito dijieron, este fue el que nos rescató. Le pregunta al rey: ¿usted me conoce? No lo conozco. ¡Ay! ¿Usted no me conoce? Yo soy Pedro Yimala, el que le fue a traer las príncipas. ¿No era este otro, Diego? No, rey, ustedes arreglaron que se casara con la menol, la última, la que le quité al diablo; usted a Diego le exigió una pieza de tela para el vestido de matrimonio, que en el mundo no se conociera. ¿Diego la trajo? Sí, aquí la trajo; esta tela naide la conoce ni en ninguna ciurá. Yimala le dice: esa tela yo se la conseguí. Venga le cuento, rescatando a la menol el diablo se me vino, Diego me trozó el cable, me dejó allá, y una zorra me subió; peleando con el diablo nos dimos unos esparazos y le corté una oreja. Así que cuando Diego fue a conseguir la tela, él no sabía dónde la iba a conseguí; le dije yo al diablo que me consiguiera esta tela, y le pegaba la oreja, y fue pa’ llá. Pa’ yo entregarle la tela, le hice bajar el pantalón a Diego y le descueré el culo, toda la naiga se la descueré con la barbera, y si quiere, ¡mándelo a desnudá!

Ahí mismo: hay que ver si es veldá. Llamaron al hombre, lo llevaron al cuarto a desnudá. Le fueron bajando el pantalón, ya tenía gusanos. ¡Ajáa, descuerado con la barbera! Me lo ponen en tres caballos chúcaros (salvajes), ordenó el rey. Al momento lo pusieron en tres caballos chúcaros y le dieron muerte. Así, la príncipa se casó con Pedrito Yimala.

 

Código: CLTC 555N

Año de recolección: 2010

Departamento: Valle del Cauca

Municipio: Buenaventura

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante:  Tieter Ocoró

Edad informante: 70

Recolector: Baudilio Revelo Hurtado, Camilo Revelo González y Carolina Revelo González

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuentos para dormir a Isabela. Tradición oral afropacífica colombiana

Año de publicación: 2010

 

 

El milagro de San Buenaventura

El catorce de julio es el día de Buenaventura. Celébrase entonces, entre candelas de pedreros y vuelos de campanas, murgas y chirimías locales, la fiesta tradicional del santo que le dio nombre, gracias al viejo fundador del puerto, Don Juan de Ladrilleros, cristianísimo ejemplar de la Conquista.

Justo es el regocijo. Por la loma del Continente se rompe el ritmo habitual, y la cumbia crece y se multiplica. Por abajo, en la marea, las marimbas oscilan con el zangoloteo de los negros. Escanciado el anís, los vinos de contrabando y los rones, surge el vinete de caña, traído de Anchicayá y El Raposo. Es la hora en que, apagada la moral, el hombre enciende su lujuria con besos y con vicios.
Mas si por todas partes arde la alegría, no será sólo por beber y descansar del muelle, por evadir el carguío de los fardos, por dejar la reventa de los mercados, por libertarse del peonaje. Tampoco se hace por soltar los anzuelos y las atarrayas o por hundir el corazón y el espíritu en el agua soñolienta que entra en la bahía. Por encima de todo esto va la preocupación de agradar al que amordazó al peje malo que buscaba, con branquias y aletas, con barbas y cola de gigante, echar a perder la isla de los nativos, la novia de siempre, la comarca superlativa de cien razas que piensan.

Por este homenaje sale el negro de sus habitaciones de lata y mugre, de hojas de palma y troncos de barrigona. Si por la derecha se tiran a la calle los niños sin escuela oficial, pendencieros y pintorescos en el habla y en el ropaje, por la otra banda, confundidos con los pliegues de las mariposas, brillan los vestidos de las muchachas del Dagua, de Bazán y Juan Chaco. Los mismos gringos viajeros, con camisas pintadas, corren trasladando al lienzo de los negativos el regocijo de la tierra.

Bien se lo merece San Buenaventura. Haber detenido una catástrofe como la que amenazaba a la ciudad, es obra que merece gratitud inalterable. Permitir que los bosques sigan siendo bosques, que los plantíos y hatos crezcan callados en las márgenes de los arroyos, es empresa digna de recordarse. Y se hace la evocación cantando cosas amorosas, exaltando la fidelidad, la virtud, los goces simples del conglomerado. Si hasta el tren, el tren mismo, ese bruto de hierro que enlaza montes con aldeas, baja del Piñal bufando más alegre, soltando por el espinazo un humo blanco como los grumos de algodón.

Tiene que ser así, porque lo que iba a suceder al poblado era algo sin precedentes. ¡Ni porque allí se hubieran inventado los siete pecados capitales! Se iban a hundir las casitas blancas de La Pilota, los hornos de la machina, los almacenes, el esfuerzo de los pobres. Se tragaría el monstruo las voces de los soldados, el resplandor de los hogares. Después vendría el vacío, el golpe de las corrientes saladas sobre la costa que se desmorona.

Dios no lo quiso, y encarnó su poder en el báculo y las palabras del afortunado de Toscana. Se hizo presente la Suma Bondad en el influjo del Doctor Seráfico, en el nudo de su anillo, en sus manos, en el consuelo de sus ojos. Por la sangre del Cardenal, por su pecho, cruzó la Omnipotencia. Los tiempos milagrosos renacieron, y las riberas que huían entre las fauces del demonio, continuaron como antes, firmes y quietas, fértiles en sus espigas y sus esperanzas.

La tradición cuenta que San Buenaventura bajó al piélago anchuroso por la cresta de los mangles. ¿Lo haría una mañana o una tarde, a la hora en que la naturaleza carece de olor? Nadie lo sabe. Sólo se dice que se meció sobre las olas y llamó al pez, que se acercó compungido. Conminado por sus intentos malignos, maldecido por sus depredaciones y algaras, le cerró la trompa con un candado de oro. Después de empujarlo a bastonazos, lo confinó a vivir entre el escollo de Los Negritos y la isla de La Magdalena, obligándolo a cazar algas y cardúmenes para su engorde en el destierro.

El nombre de la fiera no está determinado. Lenguado o volador, rémora o tiburón, sierra o golondrina, hipocampo o atún, caballo o torpedo, esturión o lamprea, araña o gato, cualquiera que sea, está preso definitivamente. Por semejante labor, bueno es que el catorce de julio, Buenaventura, la solitaria del Pacífico, tizne la boca de sus mujeres con coloretes encendidos, partan el aire las faldas chillonas, bailen los machos cabríos y el tren baje silbando en busca del horizonte de las ondas tibias y azulencas.

 

Código: CLTC 414N

Año de recolección: 1960

Departamento: Valle del Cauca

Municipio: Buenaventura

Tipo de obra narrativa: Leyenda

Informante: 

Edad informante:

Recolector: Rogerio Velásquez M.

Fuente: Artículo de revista

Título de la publicación: Leyendas y cuentos de la raza negra

Año de publicación: 1960