San Lorenzo.
Hasta no hace muchos años que se llamaba así esta villa aparentemente remansada. Un afán de modernidad celerosa impuso un nuevo nombre: Armero. Pues es allí. Digo mal; no es exactamente ahí, sino en eso que en habla golillesca llaman jurisdicción. En eso sí.
Es una mancha de blancura, techos encinados, puesta entre pastizales -y labranzas. Desde Ambalema, un poco más abajo, hasta Honda, el río de la Magdalena ha renunciado al valle, o el valle al río. (¿Quién podrá saberlo?). Han puesto de por medio una teoría de colinas y montañas, y el valle se ha acogido a la cordillera de los Andes Centrales” cosiéndosele manso. San Lorenzo es cálido. En la quietud del horizonte la luz vidría, hirviente, y ofusca la mirada.
Por la mañanita, la luz se viene oblicua, sobrepasa las sierras entre el valle y el río, y va a incidir de frente contra la fortaleza de los Andes. Hacia el Norte y el Sur, es en vano buscarle apoyo a la distancia. Convéngase en que es aquel poblado un indefenso contra estos puntos cardinales. Por el costado sur, un riachuelo le sirve de abanico. El Lagunilla ha hecho un viaje largo, desde el nevado del Ruiz, y hélo ahí sosegado, encandilado con el verde caliente de este valle. Desde Armero hasta el Ruiz hay tres jornadas a caballo, trepando siempre, como quien va hacia el cielo. Pero hasta el pie de la pendiente, apenas si se van unos minutos.
Y será por ahí por donde haya de salirse para ir a Juan Díaz.
Con Gabriel.
Gabriel es todo un personaje. Per0 no de los que suele dibujar la fantasía literaria. El posee los secretos de más de media vida en esta tierra. Habla calmosamente, con dejillo entre antioqueño y tolimense, entre “cordilleruno” y “planuno”.
-Yo me iamo Gabriel, pero casi todos me dicen “el zoco Grabiel”. Nos confiesa con absoluto desempacho.
-¿Y a qué hora salimos?
-Di-ac’ún ratico. Tuavía falta buscar los animales. Y endespués hay qu’ensillarlos. Si nos coge el medio día será mejor salir con la resolan’e por la tarde. Porque hace calorcito de aquí pa’arriba. Sépalo.Con toda la paciencia nos ha esperado un discursillo. Luego se va a buscar los animales. Han pasado las “horas. ¿Dos? ¿Cinco? Eso no se sabe a ciencia cierta. El tiempo no corre por allí. Está parado, esperando que alguna reforma del almanaque vuelva por él hasta donde quedó na se sabe hace cuánto.
En marcha.
Por fin ha comenzado la resolana de la tarde, como dijo “el zoco Grabiel”. Mientras ensilla las cabalgaduras se le sale un sonecillo que dice:Vamos a ver cómo canta Grabiel;
si canta bonito, nos vamos con él.-Bueno -nos dice finalmente- si nos vamos… -y agrega un gesto con la cabeza, indicando el caballo, mientras se quita el sombrero. Hemos puesto pies a la vía, que es un camino llano, toldado casi de matarratones hasta el pie de la cuesta.
A la distancia, un ruido.
Es el Laguniya, nos explica Gabriel. A lado y lado del camellón, pastizales de ceba y de levante. El oro del pasto india se menea de brisa, al mismo tiempo que el viajero siente el o-reo refrescante, casi caricioso. La marcha se ha iniciado alegremente. No se ve a nadie, pero estamos en diálogo callado con las cosas y ‘los interrogantes. Súbitamente nos encontramos cruzando el último riachuelo; el .que deslinda bruscamente el planada y la subida. Por entre el túnel de ramas, el silencio; y por entre el silencio, otra vez aquel ruido intermitente.
-Es el Laguniya, vuelve a explicar el guía.
Y ha empezado el ascenso. Hay que repechar mucho para llegar hasta Juan Díaz.
•-¿Y usté dice que no va sino hasta Juan Díaz?, inquiere “el zoco”.
-Pues así parece.
-Pero ái no puede quedarse, replica Gabriel.
-No importa. Donde se pueda.
El vaquiano se inclina y calla. La ascensión es muy pina para entablar discusiones sin valor.El camino se hace eses hasta perder la cuenta. El piso es disparejo, reseco, pedregoso. A veces gris, a veces amarillo, y en ocasiones de un terroso negruzco. Se va de curva a curva. Barranco a la derecha, y a la izquierda un aprendiz de rodadero; barranco a la izquierda, y a la derecha un monte achaparrado; barranco a mano y mano; desgalgadero a lado y lado. Baches y reventones, oteros y bajadas; trechos pinos, recodos, bajones y gollizos. A lo lejos y cerca, vegetación canija, polvosa, inexcitante, rala. No hay que mirar atrás: da desconsuelo. Y hace falta trepar, trepar sin miramientos. Entretanto, calor de todo lado; cansancio de la silla; sol aún; modorra.
De pronto se ve el primer cerro perfilado. Y hay distancia por fin hacia los lados. Espinazos de sierras ascienden tercamente. ¿Cuándo llegaremos allá, a ese cerro?, nos preguntamos sin decirlo, para no molestar al “zoco”, que como dice él mismo, uva echando la gota”.
Un ruidillo nos viene de nuevo.
– Es el Laguniya que se oye por todo esto, explica él.
¿Ha pasado una hora? Eso dice el reló. Pero evidentemente no es una sino muchas. Cada falda que subimos se lleva horas de espera. Menos mal que el caballo no repara en cosas tamañas, y sigue cabizbajo, afirmando cada paso y resoplando.Empiezan ya los pajares. El sal, en su caída, baja raspando las crestas de las serranías, y aduraznando el valle y los lo mi tos de las colinas en la distancia. El camino prefiere irse por los filos. A veces se desmonta y echa escapaditas a lado y lado. Por la izquierda se patentiza un declive casi vertical. Un rumor de agua en pela viene hasta el camino.
-Es el Laguniya, que corre po’allá ‘bajo, responde el “zoco”.
Es inquietante ese recato ante la vista y tanta insistencia ante el oído, del tan mentado Lagunilla.
-Allá arribita se lo voy a mostrar, añade Gabriel.
Ha sonado un pito remoto.
-No jeñor. No es una fábrica. Ej el misto.
-¿EI misto?
-Jmm. El tren de pasajeros y de carga. Como po’aquí no hay relojes, los peones saben cuándo salen porque pita el misto, dice Gabriel con su pausa ordinaria y su acento cansino.
-¡El misto!Del misto hay que volver al ruidajo de cada momento. Ya sabemos de memoria que es el Lagunilla. Desmayadamente se miran los pajares, zurcidos de guijos y pedregón en cantidades. A todo lado un mar de pajonales empedrados hechos filo de sierra y vertientes timoratas. Pero a la izquierda, el pedregal con paja entreverada, desciende sin retallos, y abajo, en el fondo., la fuente de aquel ruido…
Ha habido una parada… El zoco Grabier’ le quita el freno a la cabalgadura para que beba en el pozuelo de aguas zarcas. Hemos dado pie a tierra para hurtarnos el cansancio de la silla. -Aquí ya principian las tierras de Juan Díaz. Todo esto era dél; y aquéllo por allá; y todo aquello; hasta abajo hasta el río. . . Y lo que sigue de aquí para adelante, hasta donde le voy a mostrar cuando ieguemos. (Un silencio, y luego:) -¿Ve allá ‘bajo? -ha reañadido el “‘zoco” –Eso es el Laguniya. Está muy hondo, sí señor.
-¿Y tanto ruido para eso?, preguntamos.
-Así es; sí señor.
-¿Y al otro lado?
-Es el otro lao ‘el faldón.
-¿Faldón, ha dicho usted?
-Jmm. Es una bajada muy parada. Como este del Laguniya. Allá al otro láo es menos paráo que acá; pero siempre es paráo. Ai se suda la gota subiendo.
-Bueno. ¿De modo que ya casi llegamos a Juan Díaz?, preguntamos impacientes de lo paciente y despacioso que es Gabriel.
-Yo le aviso cuando ieguemos.
Talvez hayan huído ya dos horas. Ya el tiempo no se suma al transcurrido; se sumerge en él.
Los pajares no ceden aún. Ha disminuido, sí, el guijerío.
-Mire. Esto es lo que se iama el “Alto de Juan Díaz'”, ha dicho el vaquiano, parándo de rondón.
-¿Y cuánto hace que murió?
-¿Juan Díaz?
-Sí, hombre.
-Él no se ha muerto. Tuaví’está vivo; pero no aquí.
-¿Entonces?
-Dicen que ‘stá en el Salto de Tequendama, aduce el “zoco”-
-Aver, hombre, cuente, cuente.
-¿Se fija que pu’ aquí no’ive nadie?
-Eso veo.
-Pues es por eso, replica Gabriel, perfectamente convencido.
-¿Por Juan Díaz?
-Eso mijmito; sí jeñor. Y después de uno de sus silencios: ¿Ve? Mire toiticu eso. Dijen que hasta pu’allá junto al Placer,… y hast’abajo hast’el plan,… y por l’oriy’el río, too eso eran tierras de Juan Díaz.
-¿Esos sequizos?
-Pues así será, sí señor, porque de deveras que fue que se lo quiso él mismo,… Y como riba diciendo, eran tierras de labranza… Muy buenas… Pero ahora no son sino peladeros… ái sí que no da ni rabia… Y antes dicen, qu’ ez que daba gusto po’aqui… No era sino sembrar y se daba. (Otro de los silencios del “zoco” Gabriel). -¿Ve al otro lao?, dice, despué que ha reparado en que quiere anochecer. Ayá las tierras del faldón son buenas. Mire; hay caña, y café, y yuca, y plátano; jm, de todo. Eso aiá es pero bueno p’ agricultar. En esta parte ‘ez-qu’era mejor toa vía. Y… ahm, se meolvidaba ‘ecirle que la cas’e Juan Díaz ‘ez-qu’era po’aquí, en estos medios ond’estamos ‘horita. Cuentan que era un palacio, y que Juan Díaz tenía de too… Muchas bestias… y ganáo… y tantas riquezas que no tenía más tierras porque no le daba la gana. ¡Jm! Si ‘ez-que las hormigas le traían el oro hasta la ‘espens’e la casa. Cómo sería, que hasta las piedras que trancaban las puertas eran de oro. Y ta loza y los vasos… y la cama… y too. Pero si ‘ez-que hasta los frenos de los cabaios, y los estribos, y las hebiyas… y las ollas en que cocinaban… ¡Ave María!
-¿Ah sí? Y… Bueno; ¿qué pasó con todo eso?
-Nada. Que una noche llegó un limosnero… y Juan Díaz estaba borracho… Y el pobrecito ‘ez-que le pidió posada… Y Juan Díaz le contestó que en su casa no se hospedaban sino reyes… Entonces el pordiosero le ‘ijo que ya que no le ‘aba ‘ormida que le diera algo qué comer… y Juan Díaz le contestó que él no tenía nada que le pudiera gustar. Entonces el hombrecito le pidió que le diera algo pa beber que tráia mucha sé… y Juan Días mandó traer un vino sumamente finísimo y no lo echó en un vaso ni en una copa sino que lo sirvió en una coyabra desas en que se le da I’aguamasa a los puercos,… y cuando el hombrecito se lo fue a recebir, cogió Juan Díaz se lo tiró por la cara y por encima de la ropa y lo lavó completamente.
-¿Así, hombre?
-Jm aguárdes’ y verá… Entonces el hombrecito se convirtió en un Padre.
-¿En un padre?
-En un Padre; sí señor. Y entonces Juan Díaz le largó la carcajada y le dijo: “¡Ajá! ¿Conque cura? ¿Pero luego no venía de limosnero? A ver. Decí quién sos. Y si no me lo decís te hago hasta tragar tierra.”- Entonces el Padre se le fue retirando y le dijo que porqué hacía él tan mal uso de las riquezas que le había dao Dios. Y Juan Díaz le contestó que porque no se las había dao Dios sino él mismo, con su trabajo. El Padre, entonces, le dijo que si él creía que las hormigas que le traían el oro lo hacían por el trabajo de él mismo. Y Juan Díaz le dijo que “¿Bueno, y qué?”; que supieran que era pacto con el diablo; que a quién le importaba. Entonces el Padre le dijo que no dijera diablo delante de él, y que Dios lo podía castigar. ‘”¡Va! ¿Y cómo?” fue lo que le dijo a esto Juan Díaz. “Quitándole todo lo que tiene”, le dijo el “Padre. Y Juan Díaz contestó que ni Dios con too su poder podía quitarle too lo que tenía; que toa la región era de él; que ni Dios se la podía llevar de ‘onde ‘staba; que to’el oro que había debajo de to’esto era también de él, y que ni Dios se lo podía llevar de ái; “toas las hormigas arrieras me traen el oro, y si se mueren ái quedaban las de los vecinos; y por sobretedamente, que esos vecinos s’iban a tener que largar porque ya le debían la tierra en que estaban viviendo y que él las necesitaba. ”Usté no las necesita” le dijo entonces el Padre, y que por lo menos hiciera ese bien, que no los echara de ái, que eran pobres y no tenían más de qué vivir ni a’ónde irsen. Pero Juan Díaz dijo que lo que era los echaba po’encima ‘e quien fuera, de Dios o del diablo, y que, a’emás “¿quién sos vos pa venir a meterte en lo mío?”, le dijo al Padre. Y el Padre le dijo que “yo vengo es a rogarte que seás bueno, Juan Díaz, porque usté debe mirar que Dios Nuestro Señor lo puede castigar…” Mientras to’esto Juan Díaz no hacía sino tomar y tomar, hasta que por fin lo atajó al Padre con un grito: “A predicar a otra parte que aquí no es la iglesia” y d’en seguida cogió y le tiró al Padre una tazad’e licor del qué estaba bebiendo.
-¿Y…?
-Y el Padre se salió y Juan Díaz se quedó ái dormidito ‘e la borrachera… Ah, pero se me había olvidáo contarle qu’ez-que Juan Díaz no comía porqu’ez-que no tenía por ‘onde hacer del cuerpo… Pero en esto dicen tantas cosas que ni an se sabe al fin qu’era lo que le pasaba. Los viejos de antes decían qu’ez-qu’era porque cuando ‘estaba pobre, de tanto aguantar l’hambre como que se le dañó todo. Pero en esto, como le digo, no se sabe nada a ciencia cierta.
-Bueno. Y entonces qué pasó. ¿Amaneció? o no.
– Ah, de verdá que le iba contando… Pues no, señor; no amaneció así no más; porque en después de que el Padre se fue, iegó esa misma noche una pareja de viajeros. Eran el papá y la mamá de Juan Díaz. Hacía mucho tiempo que no lo habían visto; como no sabían ‘onde estaba… Y ellos de deveras venían por aquí sin saber que ái vivía su hijo. Y como no sabían que él vivía en esa casa, y como la vieron tan sumamente lindísima, entraron: y se pusieron a golpiar. Y como Juan Díaz estab’ái dormido de la borrachera junto a la puerta, se dispertó y abrió la puerta. Los viejitos no llevaban más luz que un mechito de espelma. Pero con la luz de adentro lo reconocieron a Juan Díaz. Se le fueron encima y lo abrazaron y el hombre como no los reconocía y como estaba toavía dormido, entonces ellos le dijeron que ellos eran sus padres. Pero Juan Díaz, muy borrachito, y muy orgulloso de su poder no los quiso reconocer, y antes de que se dieran cuenta los sirvientes, que tenía más de cien, quiénes eran sus padres… unos pobrecitos viejos ái, y infelices… los echó de la casa y los amenazó con ucharles los perros. Entonces los viejitos se fueron a ir, pero antes d’irsen le pidieron una ayuda para llegar hast’onde iban. Juan Diaz sacó del bolsillo una moneda de oro y se la jondió al papá por la cara; pero como él se quitó, la moneda le pegó a la mamá, y cayó al suelo. Ella, toda llorando la fue a recoger y entonces el papá no la quiso dejar que la recogiera porque dijo que “ese oro es maldito, y aquí no ha de amanecer nada”.
-¿Y…?
-Y se fueron, y Juan Díaz se volvió a echar a dormir. Pero no pudo dormir. L’entró una insatisfación horrible por to’el cuerpo, y no podía estar. Prencipió a llamar a to’los sirvientes y a pedirles agua y de todo, y a gritalos y insultalos. Y como no le quitaban el mal les tiraba con lo que topaba. Eios le aguantaron al principio con paciencia. Pero endespués, como él veía que no le hadan nada para esa intranquilidá, se puso a buscar los revólveres y escopetas que tenía. Ya los sirvientes se habían palabreáo, y que si sacaba los revólveres ellos se iban de la casa. Y así fue, porque Juan Diaz de verdá dio con los “popos”, y quiso tirales. Pero ellos se fueron desfilando. Y uno dellos dijo que como no le podían cobrar l’última paga, que se ievaran los caballos. Los demás convinieron y por ái misma se fueron a los potreros, ái a puras tientas fueron cogiendo cad’uno lo que pudo. Algunos lo que cogieron fueron madrinos, y ¡claro!, los otros caballos… las demás bestias cogieron detrás de los madrinos. Los que no toparon bestias le echaron la soga a tal cual vaquita por ái, y con las vacas se fueron los becerros y los toretes. En fin de cuentas, lo que fue animales no quedaron casi ni pa la muestra en las mangas de Juan Díaz.
-Lo dejaron barrido, ¿no?
-Tanto como en la pur’ inopia no, porque como lo venía contando, eso no era así no más. To’los animales no era nada pa Juan Díaz. Pero con el alboroto que armaron los sirvientes se dispertaron los vecinos y to’los que vivían en los caminos de par aquí junto. Cad’ uno preguntaba la causa de ta’ese revuelo, y cuando se lo decían s’iba aprestando pa’irse. Y más que muchos dellos habían visto en sueños lo que había pasáo entre Juan Díaz y los padres, tal y como si hubieran está o presentes.
-¿Así es la cosa?
-Tal cualito; sí jeñor. Y entonces se regó el cuento como pólvora. En eso Juan Díaz estaba hecho una fiera en su casa, renegando com’un desesperáo y echando plomo, y desafiando a Dios y al diablo a que le quitaran to’lo que tenía, y haciendo hasta pa vender. La noche se había puesto oscurita, oscurita. Eso era que no se veía ni p’hablar. Y cuando ya los sirvientes y los vecinos estaban lejos, ese hombre estaba com’un azogue; y como eso era que tomaba y tomaba, pues siempre estaba más y más borrachito.
-¿Y…?
-Y ái sí que se puso feo. Prencipiaron a caer rayos y centellas y se vino la tempestá más espantosa que usté tenga idea. No, si eso era que los rayos llovían casi por todas partes. Y los truenos y relámpagos era pa dar y pa convidar. Lueguito prencipió a temblar. Y como temblaba tanto to’esto se fue desvolcanando, y con tanto volcán deste láo’el río se atrancó el agua ‘el Laguniya, y s’hiz’un charco pero enorme. La cos’el charco ez-que fue po’allá ‘rriba. Y por supuesto el agua atrancada subió hasta que ya no se pudo atrancar más. Entonces se reventó la presa, y el agua se vino toitica par’este láo. Eso hizo un ruido que lo sintieron hasta sumamente lejos. Lo pior principió a media noche. Y todo se acabó antes de que amanecer. Dicen qu’ez-que en medio de toa la tormenta lo único que se oía eran los alaridos de Juan Díaz.
-¿Y se ahogó?
-Eso qué. No, señor. Se convirtió en muán.
-¿En mohán?
-Jmm. Lo cierto es que al otro día to’esto eran peladeros, así como los ve ahorita. Dicen que el castigo de Juan Díaz fue que lo pusieron de muán en el Salto ‘el Tequendama; y que cuando el Salto buja y hace tanto ruido que Juan Díaz ‘ta bravo.
-Conque así… ¿Y, qué fue de los criados?
-Eso- sí no lo sabe ninguno. En después to’esto quédó solo. En durante mucho tiempo no vino a vivir nadie en tod’esta jurisdicción de San Pedro, y El Placer, y Partidas, y La Calera. En todo esto. Luego esto vino a ser parte de una hacienda que como no tenía dueño era del gobierno, hasta que poco a poco fueron viniendo gentes de varias partes a poblar la región. Pero eso ya fueron colonos, y eso es otro cuento.
-¿Cuento?
-Psii. Cuento. Pero cuento de verdá.
-¿Y allá abajo, el valle no se inundó?
-Naturalmente que s’inundó. Pero fue que todo eso no fue sino castigo pa Juan Díaz. ¿No ve que al otro láo ‘el faldón no pasó nadiquitica? Allá siguen buenas las tierras. Y abajo, en el plan… pues allá fue ‘onde quedó tóa la tierra buena que la creciente se yevó de aquí cuando se rompió la presa. Y si no, pregunte y verá cómo la tierra buena -¡y qu’es buena de verdál- no es sino de Guayabal p’arriba hasta cerca a Beltrancito. No es ‘ino que pregunte pa que vea que lo que le cuento es la purita verdá.
____________________– Bueno, Gabriel. ¿Seguimos?
-Usté dirá. Yo por lo menos voy a buscar posada po’allá arriba. Pero si usté ya resolvió seguir, pues echemos a ver si llegamos antes que se acabe la merienda en las fondas.
Código: CLTC 287N
Año de recolección: 1947
Departamento: Tolima
Municipio: Armero
Tipo de obra narrativa: Cuento
Informante: El zoco Grabiel
Edad informante:
Recolector: Aristóbulo Pardo
Fuente: Artículo de revista
Título de la publicación: La leyenda de Juan Díaz o El mohan del Tequendama
Año de publicación: 1947