El conejo y el gigante

El padre del conejo tenía un marrano muy grande y muy bonito. Y un día el conejo le dijo al padre:

—Papá, déme ese marranito que tiene usté…

— ¿Pa qué, m’hijo?

—Es que yo he resuelto ime a recorrer… Y pá no ime sin nada… Al fin de mucho ruego, el padre accedió que sí y dejó ir al conejo con el marrano. Y salió a despedilo.

En fin, qu’el conejo cogió a andar y andar, arriando su marranito. Hasta que por allá llegó a una casa onde vivía un gigante que robaba y mataba. Pero el conejo no tenía ni malicia d’eso y llegó muy tranquilo izque a pedir posada.

—Demás —le dijo la mujer del gigante, que le abrió la puerta.

—Dentre, bien pueda.

—Pero es que ando con este marranito…

—Eso no. Déjelo allá en el chiquero con aquellos otros. Allá él tiene de comer y encuentra agüita pa que beba. Resulta qu’el gigante tenía nueve marranos gordos. La señora del gigante le preguntó al conejo:

—Dígame qué marca tiene su marranito.

—Uno y dos.

—Bueno. Déjelo allá pues…

Le sirvieron la comida al conejo y después de que comió le mostraron la cama onde tenía que dormir. El conejo si acostó, pero al ratico se le ocurrió volver a levantase a cualquier diligencia que se le había olvidao hacer antes di acostase y oyó por allá runrunes en el cuarto del gigante, que planiaba matar al conejo pa robale. El conejo lo que hizo fue llevase el pilón pal cuarto. Lo acostó en la cama, lo acobijó bien y él se acurrucó debajo.

Cuando… a la media noche, se da cuenta de que venía el gigante. Ai mismo se puso a roncar, haciéndose el dormido. Llegó el gigante, con mañita… y levanta esa manota: ¡Guape! Su macho de pescozón! “Ai lo maté”, pensó el gigante. Cuando va saliendo el conejo y dice:

—¿Ej? ¿Aquí es que hay cucarachas o qué? ¿Qué fue ese ruidito qui oí? El gigante ai mismo salió y se fué. Entonces el conejo volvió a poner el pilón en la cocina y se trajo la piedr’e moler: una piedra coca, grande. La acomodó encim’e la cama y él se guareció debajo.

—¿Lo mataste? —pregunta a todas estas la mujer del gigante. ¿Más harto?

¡Si esi hombre es más duro qu’el diablo! Casi me quiebro la mano y — él ni siquiera se mosquió. Creyó qu’eran las cucarachas…

¡No te creo! ¡Imposible…! ¡Ij…! ¡Bala le vas a tener qu’echar, entonces! Ve: — Alli’stá tu escopeta.

Cogió el gigante esa casinada d’escopeta que tenía y se puso a preparala. L’echó medio cañón de pólvora, la taquió con cabuya y di ai l’acabó de llenar con unos perdigones que parecían corozos di árbol. Salió en puntillas y s’entró al cuarto del conejo. Y, este, quizque roncando… El gigante tendió l’escopeta, midió bien y ¡¡pum!! Tembló la tierra y las puertas traquiaron. Cuando va saliendo el conejo, todavía silbándole los oídos y dice:

¡Fo… Fooo..! ¡Quién fue el cochino que entró aquí a tirase un peo? ¡Gas! — ¿Qué moda de pensión es esta, pues, que ni dejan dormir a uno tranquilo? Ya mismito me voy..! Y mira al gigante ai parao al pi’e la cama, que no salía del asombro, y le dice:

—¡Andá!… andá, langaruto: hacé levantar esa asquerosa de tu mujer pa que mi haga café, que ya me voy. ¡Corre ligerito, tuntuniento! El conejo estaba tan caliente cuando fue al chiquero por su marranito, que resolvió arriar con los diez marranos qui había, de un viaje. Según decía, todos tenían la marca uno y dos.

Llegó muy temprano a la feria y los vendió todos breve, breve.

Con la plata de los marranos se compró una muda nueva y botó la que tenía. Se compró su buen carrielito amalfitano y… plata sobró.

Andando por ai en el pueblo, luciéndose, supo que la mama del gigante se llamaba Tomancia y que vivía en Francia.

Ya de regreso pa la casa, bien vestido y con plata, volvió a cogelo la noche en la mitá del camino, cerquita de la casa del gigante. Entró.

—Por estos laos nu hay más onde posar qu’en este rancho. ¡Qué remedio! Una mala noche se pasa de cualquier manera.

—Prosiga, señor… —le dice la mujer del gigante.

— ¡Pis… será! Entró derecho pal cuarto y se tiró en la cama a descansar mientras le preparaban la comida. Cuando, a poquito, va entrando el gigante y comienza: que usté de aond’es, que usté qué trabaja, qué esto y lo otro, qué lo de más acá y lo de más allá… En fin. Que acabaron charlando. Y, de golpe, el gigante le pregunta:

—Dígame una cosa: usté es muy recorrido, ¿no?

—Algo, señor… Me conozco casi tod’Antioquia.

—Y… cuénteme: ¿sabe de juego di armas?

—Me sé todas las paradas qui hay, más una que no la sabe nadie.

—¿De veras?

—Como l’oye.

—Ah… pues, si quiere, démole una repasaíta al juego di armas, mientras está la comida.

Y el conejo, que nunca había cogido un arma en la vida, responde muy campante:

—¡Apure!

—Entonces suba al zarzo y baje l’espada. Allá hay una pa usté. Suba.

—Yo, no.

—Suba, suba.

—Nnnn. Suba usté adelante.

Subió el gigante y bajo l’espada. Se la dio al conejo y le dijo:

—¡Juego di armas!

—¡Aguárdi a ver! ¡Nu acose!

—¡Juego di armas! —grita el gigante.

Entonces el conejo pegó un brinco pal medio, hizo revolar l’espada que sacaba chispas del suelo y grito:

—Espada lanza:

¡Aandate pa Francia,
le pegás a misiá Tomancia
en la panza
y te volvés p’acá!

—¡Ak-á! —dice el gigante.

—¡Con mi mama, no!

—Es que pienso acabar con toda la generación di ustedes, —dice el conejo.

—Nu hay pelea. ¡Mm! ¡Nu hay pelea!

—Entonces, guarde l’espadita esa y ¡déjese de carajadas con yo!

—Está bien.

En esas entró la giganta y dijo que la comida estaba lista. Se fueron a comer juntos y… ¡amigos hasta el sol di hoy…!

 

Código: CLTC 608N

Año de recolección: 1985

Departamento: Antioquia

Municipio:

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante: 

Edad informante:

Recolector: Agustín Jaramillo Londoño

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuento popular andino. Colombia

Año de publicación: 1985

 

 

El niño José Julián

Como había sido el único hijo, se le había seguido llamando izque el niño José Julián, pero ya no era ningún niño, sino un hombre hecho y derecho y sobre todo lo primero.

El viejo, el padre, lo seguía mimando como a muchacho chiquito; y es qu’el viejo ya estaba muy chonchito el pobre, valga la verdá. Era muy rico. Tenía más de veinte fincas.

El niño José Julián manejaba l’arriería de tres rebaños de mulas, pero como era hombre muy inteligente, aprendió a mágico en los raticos que le quedaban por ai. Aprendió a mágico y podía retratar a las más lindas en sueños.

Don Mariano, que así era la gracia del taita del niño José Julián, era un hombre muy guapo y nunca había llorao por nada, pero una noche cogió a llorar y a llorar, tan duro, que ispertó a los piones. Y ninguno sabía por qué lloraba.

Esa noche estaba el niño José Julián en una de las fincas más lejos, a tres estados de distancia, pero, como era mágico, ispertó también.

Los arrieros sí le preguntaron que qué le pasaba, pero él no dijo nada. Ensilló y se vino. ¡A la carrerita! Onde se le cansaba un caballo ai lo dejaba y compraba otro pa seguir.

Cuando llegó incontró el pobre viejo hincao de rodillas al pie del Santocristo, emperraíto llorando.

—¿Qué le pasa a usté papa? ¿Por qué está llorando?

—Estoy muy triste, m’hijo. Pienso que ya casi me voy a morir y sin velo a usté casao ¡y quién sabe qué mujer le tocará en la vida!

—¡Deje de ser pendejo, papa! ¿Usté sí qu’es bien bobo, no? —Uno no sabe, m’hijo.

—No se preocupe por eso, que esta misma noche le muestro el retrato de la que ha de ser su nuera.

Don Mariano se consoló alguito con esto y esperó hasta que fuera de noche.

El niño preparó un pedacito de lienzo bien blanco y lo pegó en la paré. A golpe de las doce, él hizo sus cosas ai de magia y fue apareciendo poco a poco el retrato de una mujer con la firma d’ella. Una mujer tan linda como no se conocía. Diolgina Soez llamaba.

El niño José Julián arrimó al viejo y le puso los antiojos pa que la viera bien. Don Mariano s’entusiasmó mucho y s’encantó con la muchacha:

—¡No, no, no, m’hijo! ¡Yo sí que sería bien feliz si usté contrajiera con una mujer tan linda y tan distinguida!

—Yo sí me caso con ella, papá. ¡Es ya que me voy a buscala! Pero, eso sí: le alvierto qu’está a siete estados de lejo. ¿Usté sí me dá platica pal viaje?

—Yo sí, m’hijo. Demás. Madrúguese mañana a herrar ocho mulas pa llevar la plata del viaje.

Madrugó el hombre, hizo todos los preparativos y se fue.

* * *

Cada que llegaba a un pueblo preguntaba por Diolgina Soéz y mostraba el retrato d’ella, pero en ninguna parte le daban razón.

Hasta que ya iba muy lejo, muy lejo, y ya había gastao la mita de la plata, y nada.

A lo último llegó a un pueblo onde estaban comenzando unos carnavales de nueve días. Así que llegó, vio en la plaza dos cambullones de cachacos y entonces se arrimó a uno d’ellos:

—Buenas tardes, señores.

—Buenas tardes —le respondieron de lo más edúcaos.

—Tengan la bondá di atendemen dos palabras: a ver si alguno de ustedes me dá razón de esta señorita… —y mostró el retrato.

Los cachacos, así que la miraron bien, dijeron:

—Sí, la conocemos. Esa es Diolgina Soéz, la mujer más linda qui ha’bido por estos laos.

—¿Y aonde la puedo encontrar?

—Vea, señor: ¿ve aquella joyería que hay allí? Esa es la joyería de don Santiago.

—Don Santiago era el mejor platero del pueblo y trabajaba la herrería, la sastrería, la zapatería, ¡todo, todo! Pero lo que mejor trabajaba sí era la joyería. La joyería la trabajaba mucho mejor que en la estranjería… Y los cachacos le dijeron: —Allá encuentra usté un hombre alto y rosao: ese es don Santiago, el marido de Diolgina Soéz.

—¡No me lo digan, señores! ¿Es casada?

—Desde hace ya tres días. Imagínesen vustedes el despecho que sentiría el niño José Julián. Pero, ¿se volvió pa la casa? ¡no! Aguárdesen y verán, que ahora viene lo bueno.

Se puso a averiguase todo lo más que pudo en un librito de mágico que él llevaba siempre y supo que don Santiago estaba pensando pasar su luna de miel en “La Linda”, una finquita que tenía cerca del pueblo, pero que como no se quería ir hasta que pasaran los carnavales, había dejao a Diolgina encerrada debajo de llave y no li había dao todavía ni un piquito tansiquiera, por no ájala. Hasta que se fueran pa La Linda.

***

En ese tiempo no habían como ahora casas de balcón. Don Santiago tenía encerrada a la mujer en una casa qu’estaba encaramada arriba di una barranquita.

Entonces se fue el niño José Julián y buscó piones: —¿Ustedes quieren ganasen una plata?

—Claro… Ajá.

—Bueno, ¿Por cuánto mi hacen un suterránio?

—Pis… por treinta pesos.

Que por treinta pesos. ¡Eso era mucha plata en esa época!

—Bueno —dijo el niño José Julián—. Les voy a dar los treinta pesos, pero me lo hacen de afán. ¡Y cuidaito con ile a decir una palabra a nadie!

—Muy bien —respondieron los piones— Dénos una palita bien cortante y una barrita bien costante.

Él se las dio y di ai les indicó onde li hacían el suterránio, que llegara preciso debaju’e la cama de Diolgina, que no fuera sino levantar un ladrillo pa poder entrar. Los piones dijieron que así lo harían. Entonces el niño José Julián se fue muy tranquilo a tomase unos aguardienticos, mientras tanto.

***

Al día siguiente fueron a buscalo los piones pa decile queya’staba listo el suterránio, y él entonces les pagó los treinta pesos que habían convenido y les encimó seis por lo bien hecho qu’estaba, y lo ligero.

—Y no se pierdan muchachos —les dijo— que todavía me tienen que ganar más plata.

—A la orden…

Así que salieron los piones, llegó el niño José Julián y levantó los ladrillos con mañitica.

Apenas ella lo vio aparecer pegó un grito y se puso a hacer qué escándalo creyendo que podía ser un ladrón, un bandido o hasta el diablo.

¡Podía ser el Diablo! Pero el niño la calmó:

—No se preocupe, señora, que no tiene nada que temer —le dijo— Yo no vengo a nada malo. Yo soy Fulano de Tal, que vengo desde siete estados de lejo, no más que a conocela a usté. Mi papá es muy rico: tiene más de viente fincas… Y yo vine no más que a conocela pa casame con usté.

—¡Ay, señor! Pero es que yo soy casada…

—Eso no tiene chiste, señora.

—¡Ay, señor! Y si mi marido llega a saber…

—Él no tiene por qué saber… ¡Aja!… desde que usté no le diga nada. Si usté va y le dice cualquier cosa, claro qu’el si se noja y arriesga a que nos mate a los dos… pero si usté no le dice nada… ¡Aja! Bien pueda esté tranquilita…

—Señor… es que usté no sabe lo bravo qu’es Santiago…

—No se le dé nada…

Yo le digo que conmigo no tiene nada que temer. Entonces le dijo qu’el era mágico y que por eso era qu’el había venido a vela sin conocela y le mostró el retrato d’ella:

—Mire que no le miento.

—Sí, señor: ese es mi retrato y esa es mi firma.

—Entonces ¡nu hay más que hablar! Porque lo qu’es usté se casa conmigo. Déjeme a mí, que yo sé hacer las cosas muy bien hechas… ¡Avemaria, hombre! Uno con una mujer así de linda, así de bella, así d’hermosa, porqu’es más hermosa qui un atardecer en el río Cauca, y déjala izque encerrada por estar trabajando por ganar más plata. ¿Teniendo? ¡Eso es pecao! Vea: hágame el bien y me presta su anuncial.

—¡Qué tal! ¿Y si va y llega mi marido y me ve sin él?

—Préstemelo que no se lo demoro. Ya le digo que yo soy mágico.

Ella se le fue sacando y se lo entregó; entonces él le pidió también la ilusión, la ilusión que se ponen las ricas en el dedo pa pisar el anuncial…

—Le voy a mandar hacer otros iguales.

—Ay, ¡pero no vaya a ir onde Santiago!

—Aja? ¿Y por qué no? A mí me han dicho qu’es el mejor joyero di aquí.

—Eso es verdá, pero… él mismo hizo ese anuncial y esa ilusión con la firma del. Apenas los vea los reconoce y ¿aonde me meto yo?.

—Eso no tiene chiste. Un diablo se parece a otro diablo.

***

Salió el niño José Julián, acomodó los ladrillos lo mejor que pudo, y se fue pa la joyería de don Santiago.

El viejo estaba muy ocupao porque en esos días de carnavales s’estaba casando mucha gente y él era el que hacía los anuncíales y los ajuares de las novias. Y estaba ganando mucha plata. Montones. Tanta, que allá en el fondo tenía una lacena taquiaíta de monedas di oro. Por eso era que no se quería ir pa La Linda hasta que no terminaran los carnavales.

A lo qu’entró el niño José Julián a la joyería, se quedó abismao viendo todo lo que tenía don Santiago pa vender y las cosas tan hermosas que hacía: “¡Este hombre siempre es que trabaja muy lindo!”, pensaba.

—Yo vengo a ver si puede haceme un anuncial y una ilusión igualitos a estos pero con la firma mía.

—A ver… —dijo don Santiago. Y así que los vio, abrió tamañas pepas di ojos.

—¿Y estos por qué llevan la firma mía y son igualitos a los que yo te di a mi mujer? ¿Ah?

—Eso no tiene chiste, señor. Un diablo se parece a otro diablo y habemos gentes de muchos nombres.

—¿Y a usté aonde le hicieron estas alhajas?

—En Cali.

—¿En Cali? Vea, ¡como si hay gente que trabaje igual a yo!

—Bueno, pero diga pues si usté sí me los va a hacer endividuales a estos… El mismo pesor di oro, el mismo estilo y las mismas piedras.

Porque esa ilusión era toda llena de piedras de todos los colores; llena de diamantes y rubises que, a la luz de la vela se veía un ramo d’estrellas.

—Hombre, yo sí te las hago. ¡Pero te valen mil seiscientos pesos!

—Está bien. Pero me las hace pa mañana.

—Venite por ellas, a las diez.

Así que don Santiago midió bien las alahajas, el niño Julián se las guardó en el carriel envuelticas en el pañuelo y salió silbando muy disimulao. Apenitas trastornó l’esqüina, ¡ábrase a correr! Llegó onde Diolgina y le puso el anuncial y la ilusión… aprovechando pa acaricíale esa manito más linda y más suave qu’el pecho di un pajarito fino.

Cuando, a nada, tun, tun. Golpiando la puerta. Y entra don Santiago:

—A ver, m’hija, sus anillos.

—Aquí’stán, m’hijo. Pero… ¿qué le pasa, que viene todo sofocao?

—No. Nada. Que acaba de ir un hombre, con un par igualito…

—Eso no tiene chiste, m’hijo. Un diablo se parece a otro diablo…

—Pero es que eran igualitos, igualitos… Y por un momento pensé…

—¿Qué?

—¡No… Nada!

—Vea, m’hijo: usté lo que tiene que hacer es dejar de trabajar tanto, día y noche. Mi Dios hizo la noche pa descansar y usté la gasta trabajando…

—Hasta razón tendres, m’hija. Pero ya se van a acabar los carnavales pa que nos vamos a descansar a La Linda… a dormir harto, a levántanos bien tarde…

Y volvió a salir a trabajar, porque tenía que entregar los anillos del niño José Julián.

***

Al día siguiente llegó éste a reclámalos y los pagó. Fue y se los llevó a Diolgina y ai mismo le dijo:

—Usté me va a tener que hacer otro favor: présteme sus candongas.

— ¡Ay, por Dios! ¿Usté qué va a hacer?

—Yo sabré…

Ella le prestó las candongas y él se fue a llevalas onde don Santiago.

—Don Santiago —le dijo—. Yo quedé muy contento con su trabajo y aquí le traigo otra cosita pa que mi haga.

—A ver, hombre, qué traes. Mostrá…

—Estas candonguitas…

—Y las fue sacando del carriel. A don Santiago, así que las vio, se le salieron los ojos de la cara, como a sabaleta pescada con taco, y apenas se rascaba la cabeza y decía que eran igualitas a las que él había hecho pa la mujer. Al niño José Julián no se le daba nada y decía que un diablo se parecía a otro diablo.

—Así será, hombre. Pero si estas llegan a ser las candongas de mi mujer, ¡tenéte fino porque te sigo un sumario sin fiador!

—Bien pueda, don Santiago. Bien pueda… Y, ¿por cuánto me las va a hacer? Pero eso sí: que sean del mismo pesor di oro y así con candaíto de corazón y con su llavecita y todo. Y que tengan los mismos rubises y diamantes.

—Hombre, pues…, te las hago por tres mil pesos oro.

—Bueno, señor. Entonces mañana vengo por ellas a las diez. Es que me caso y quiero dáselas a la novia de regalo.

—Bueno.

Cogió el niño José Julián las candongas y se las echó al carriel. Di ai salió chiflando como de lo más tranquilo. Y al trastornar l’esquina, ¡curra, hermano!

Llegó onde Diolgina y él mismo le puso las candongas no más que por tocale las orejitas y güelele de cerquita el pelo, ese pelo negro que güelía a pura manzanilla y a jabón fino de caja.

A poquito llegó el marido, todavía con los ojos salidos:

—A ver sus candongas, m’hija, ¡muéstremelas!

—Eh, Santiago: ¡vos sí que sos desconfíao!, míralas… Don Santiago se apenó mucho y no sabía que decir, hasta que dijo francamente:

—Fue que allá estuvo otra vez ese maldingo, tipo, con unas candongas igualitas a estas…

— ¡Jm! Lo que pasa es qu’estás trabajando mucho de noche y la noche se hizo pa descansar. Y estás viendo y pensando cosas…

—Sí. Tenes razón… Bueno: adiós. Tengo mucho trabajo atrasao…

***

Al otro día llegó el niño José Julián a charlar con Diolgina y a lo último le dijo que le prestara el ajuar.

—Yo sí se lo presto, pero no lo vaya a llevar onde Santiago, qu’el mismo lo hizo y con seguridá lo reconoce. Aquí hay mucha gente que cose bien. No tiene que llévalo ond’el.

—¿Vusté es boba, Diolgina?

—No… —contestó ella—. Es que me da miedo de que le vaya a pasar a usté alguna cosa…

Y ai mismo se fue poniendo coloraíta, coloraíta.

Diolgina se puso a sacar el ajuar, que lo tenía guardao debajo de siete llaves. Y fue sacando primero el pañuelo de seda cordobaniao con letras di oro que decían la firma d’ella y adornao con florecitas de colores; después el vestido blanco enchaquirao con azabaches y diamantes y cortao en purito raso; y de ai las botas de cuero muy fino y bien trabajao, adornadas con hebillas di oro y cordones de seda. Así que li hubo entregao todo, le dijo:

—Tenga mucho cuidao. No se vaya a dejar coger estas cosas…

—Bueno, mi amor. Por mí podes estar tranquila que yo conozco el Bien y el Mal; conozco la ciencia y el pensamiento del príncipe Yosirosuto y los secretos de Mandol… Y salió. Salió derechito pa onde don Santiago y le dijo:

—Hombre, don Santiago: usté ya mi ha ganao mucha plata. Pero todavía me tiene que ganar más porque yo estoy muy contento de su trabajo. Eso sí, como usté, no trabaja nadie en el mundo y yo quiero aprovechar pa hacele otros encarguitos…

—A tus órdenes, hombre.

José Julián abrió el paquete que traía y fue sacando el ajuar y diciendo que quería uno igual, a todo lujo, y que bien pudiera y cobrara lo que le pareciera justo.

Así que vio el ajuar don Santiago se puso primero pálido, después rojo encendido, después verde y amarillo. Cambiaba de colores com’un pisco. El muchacho se hacía el que no notaba nada, pa no dar malicia. De lo más tranquilo sacó un tabaquito, rastrilló el deslabón pa sacar candela y se puso a humar. Hasta que va don Santiago y dice:

—¿Usté de dónde se sacó esto? ¡Este es el ajuar de mi mujer! ¡Usté se va a encartar conmigo!

—¿Sí? ¡No me charle tan pesao!

—Claro qu’es el ajuar de mi mujer. Yo mismo lo hice. Y lo qu’es a usté le sigo un sumario sin fiador, ¡pa que sepa!

—Vea, pues, hombre, qué sal la mía. Y usté cré que si fuera ajuar robao ¿yo se lu iba a traer a usté mismo? Y ultimadamente yo que l’he robao a usté, ¿ah? ¡Diga!

—Pero, señor: ¡sí yo mismo hice este ajuar!

—Es que vusté le tiene desconfianza a su mujer, o me la tiene a mí, o qué pues, ¡a ver!

Don Santiago se quedó callao porque había mucha gente en la tienda. Y a lo último dijo que bueno, que sí hacía el ajuar… Que por cinco mil pesos.

—Está bien. Hágalo, ¡Em pueda hágalo!

El niño José Julián se puso a hacer su envoltorio bien hecho, con toda calma. Y salió muy tranquilo, silbando cualquier bobada. Y así que trastornó l’esquina, ¡vuélele!

Pero esta vez, don Santiago aguardó a qu’el otro trastornara l’esquina y salió corriendo para la casa. Cuando llegó, la mujer no había tenido tiempo de abrir las siete llaves pa guardar el ajuar. Ella lo que hizo fue que lo regó en la cama y se hizo la qu’estaba arreglando todo bien, doblando el vestido con mucho cuidao. Esto que vio don Santiago y no dijo nada. Volvió a salir callao la boca.

***

Al otro día fue el niño José Julián por la ropa y todo estaba listo. Pagó este su plata y le dijo a don Santiago que había quedao muy contento del trabajo, que todo estaba hecho muy a conciencia y muy bien. Y que ya lo único que le faltaba por pedile era un favor.

—Me voy a casar mañana —le dijo— y espero que con su señora… usté me va a servir de padrino…

—Hombre, demás. Yo tengo mucho gusto. Pero, vea: yo me casé apenas hace unos diítas y no me he podido ir pa lun’e miel por tanto trabajo que mi ha caído con estos carnavales. Pero como ya terminan esta tarde, mañana me voy.

—Eso mismo pienso hacer yo, don Santiago.

—Me vas a tener que perdonar, pero no te puedo apadrinar. Yo no consiento que mi mujer salga a la calle por esta razón, aquí entre nos: a mi mujer no l’he tocao ni un pelito, por no ajála. Pero ya mañana sí nos vamos pa La Linda, en lun’e miel. Y… será bobada mía, pero no quiero qu’ella saiga a la calle todavía.

—Está muy bien. Entonces vaya usté sólo…

—Hombre, yo sí fuera de mil amores. Pero es que por la mañanita voy a tener qu’estar atendiendo aquí, que todavía quedan algunas cositas por entregar… y no puedo cerrar ni el ratico.

—Mire, don Santiago: hagamos una cosa: ustedes nos apadrinan desde aquí. Desde aquí nos ven. Y nosotros nos casamos en el atrio. Y así usté no tiene necesidá de cerrar.

—Eso sí. Nu hay ningún inconveniente, hombre. Y mi mujer puede asomase a la barranquita de la casa donde está y desde allá devisa la ceremonia.

***

Al otro día, muy de mañanita, se fué el niño José Julián onde los piones que li habían hecho el suterránio y les dijo:

—¿Ya me tienen listas las bestias que les encargué?

—Ah, sí: allá están listas onde usté nos dijo.

—Bueno. ¡Así me gusta! Cuando llegó a la iglesia con la novia, toda vestida de raso blanco enchaquirao con azabaches y diamantes y con el velo en la cara, ya estaba don Santiago en la puerta del almacén, echando ojo; a veces pegaba un vistazo pa la casa y veía, allí en la barranquita, a la mujer sentada en la silla, tal como él la había dejao.

A lo que terminó la ceremonia salió el niño José Julián con la novia y al mismo montaron en los caballos y se fueron a toda, ¡felices!

En estas llegaron algunos clientes al almacén de don Santiago y este se puso a despachalos y se envolató trabajando. Al rato sí notó que la mujer no se dentraba pa la casa. Pero siguió con mucho que hacer. Cuando ya eran las once, volvió a mirar y dijo: “¿Eh? ¡Aquella como que se amañó al solecito! Le voy a decir que s’entre pa entro”.

Cerró el almacén y llegó a hablale. Y ella ai sentada, sin contestar. Entonces él pensó que tal vez se había dormido, y la tocó pa despertala. Y así que la tenió vio que estaba dura, dura. Y era qu’el niño José Julián había hecho una mujer de yeso, igualita a Diolgina Soez y le había puesto todo el aguar d’ella.

***

Comprendió en seguida don Santiago todo lo que había pasao y la burla que li habían hecho y entró a la casa, sacó el revólver y ai mismo ensilló su buen caballo y salió a toda, a perseguir a los recién casados pa dales muerte.

Los chaquetirrotos que habían conseguido las bestias pal niño José Julián y Diolgina, así que vieron pasar a don Santiago, dijeron:

— ¡Ese don Santiago va tan bien montao, que en estico los alcanza!

En esas los tórtolos llegaban a un río muy caudoloso y el niño José Julián sacaba un librito mágico y veía en él que ya los estaban persiguiendo. Entonces, cuando llegó al puente, les dijo a los guardias:

— ¿Cuánto vale el paso del río?

—Vale a peso cada uno.

—Bueno. Aquí están los dos pesos y tomen cien más pa cada uno, pero con una condición: han de saber que un asaltante nos persigue con un revólver cuarenta y cuatro pa robanos las joyas que llevamos. ¡Juren que no le darán paso!

—¡Ni riesgos de dale paso, señor! Bien pueda seguir tranquilo, que lo qu’es ese, hasta aquí llega.

Pasaron.

Cuando, al rato, llega don Santiago a todo correr, en un caballo alazán lindo que tenía.

Y pregunta:

—¿Cuánto vale el paso?

—¿Pa usté? ¡Nada!

—Campo, ¡pues!

—Aguarde a ver… ¿Cómo que campo? ¿Y usté pa que anda con esa mod’e revólver?

—Eso no les importa a ustedes.

—Pues lo qu’es pa usté no hay paso, bien pueda sabelo. Y si trae su revólver, mire las escopeticas que nosotros tenemos aquí.

—Bueno: les doy diez pesos y den paso.

—No, señor.

—Les doy mucho más. ¡Les doy mil!

— ¡Ak-a! Pa mejor decile a usté no le damos paso por ninguna plata. Es bobada.

— Los vio tan resueltos don Santiago, que se apio ligero y s’echó a pasar el río nadando.

Pero como el río estaba en creciente, en las fases de la luna, llegó un caimán y se lo comió. Hasta dijeron que había sido suicidio, por despecho. Si todo el mundo sabía qu’en ese río había caimán…

***

Y así acabó el cuento.

Ah, y José Julián (ya no le volvieron a decir niño, sino don José Julián…) don José Julián llegó al pueblo con su mujer y salieron a recibilos el alcalde, el cura, la polecía, la band’el pueblo, los arrieros y todos los amigos. Y salió don Mariano, muy viejito ya el pobre y muy turulatico, salió a recibir a su muchacho y a conocer a la mujer y así que la vio le pareció tan linda tanto, que se fue hincando de rodillas, creyendo qu’era la Virgen… Y ai mismo empezaron unas fiestas que duraron nueve días. Esta vez yo sí llegué empezaíta la parranda, pero no pude ver los novios porqu’ellos ya’staban en pura lun’e miel…

 

Código: CLTC 609N

Año de recolección: 1985

Departamento: Antioquia

Municipio:

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante: 

Edad informante:

Recolector: Agustín Jaramillo Londoño

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuento popular andino. Colombia

Año de publicación: 1985

 

 

Los tres hermanos y la mágica

No recuerdo bien en qué pueblo d’estos de por aquí era qui habían una mágica muy linda, muy linda. Y tenía tres pretendientes. Tres hermanos. Pero ella se las arreglaba pa que ninguno supiera que tenía amores con los otros dos. Cada uno creía qu’era él solo. Ella los recibía en distintos días y muy de tarde en tarde a cada uno.

Al menor de los hermanos, que le había rogao mucho una tarde pa que se casara con él, le dijo ella, un domingo:

—Bueno. Yo sí me caso con usté, pero con una condición: que venga dentro de veinte días a pasar una noche conmigo.

El muchacho, claro, acetó con mucho gusto y dijo que pasara lo que pasara, él vendría a cumplir la cita.

Al segundo hermano, que también le rogaba que se casara con él, le dijo que viniera dentro de quince días, a pasar la noche. Y al tercero, el mayor, le dijo que dentro de diez. Y así fue que se llegó el día de la cita del hermano mayor. Este si arregló lo más bien arreglao que pudo y salió pa onde la mágica muy contento, que no aguantaba la dicha. Llegó y encuentra esa belleza de mujer, más linda que nunca, esperándolo en camisa de dormir. Cuando ya se fueron a acostar, dice la mágica:

—Andá primero y cerrá la puerta de la cocina que se quedó abierta, no vay s’entre alguno por el solar.

Llegó el muchacho a cerrar la puerta y la empujó. Y, sin sabese por qué, la misma puerta le dio al muchacho en las espaldas.

—¿Eh? ¡Esto sí qu’está bien raro!

Volvió a empujar la puerta y la puerta volvió a dale. Y en esas se fue quedando: cerraba la puerta pasito y la puerta le daba pasito; la tiraba duro y ella le daba duro. En el juego ese bregando a cerrar la puerta, lo cogió la madrugada. Así que vido que ya salía el sol, resolvió dejar la puerta abierta y correr onde la mágica. Pero halló la puerta cerrada y la mujer dormida sin ganas de dispertar ni de levantase a abrir.

***

Se llegó el día de la cita del segundo hermano y ocurrieron las cosas mesmamente como con el mayor. La mañana lo cogió bregando a cerrar la puerta.

A l’último llegó el día de la cita del menor d’ellos. El muchacho si arregló bien, bien afeitao y pien perjumao y él, que no era feo del todo, iba de lo más galano.

También lo mandó la mujer a cerrar la puerta y le pasó la misma: así que la iba a cerrar, la puerta lo golpiaba por detrás. El muchacho también dijo a porfiar por cerrala y cuando acató, ya era de día y la mujer no li abrió.

Los tres hermanos quedaron muy corridos con semejante chasco. Es que también a cualquiera se la pongo: ir uno seguro de su dicha, onde semejante belleza de mujer, uno bien enamorao: tragao, tragao. ¡Y amanecer golpiando una puerta!…

Pero, en fin. Lo qu’es constancia sí tenían los bobos esos… ¿o no? De modo que a poquito volvieron a pretender a la muchacha y a seguile rogando cada uno por su lao, que se casara, que se casara…

Hasta qui un día le dijo ella al mayor:

—Bueno: yo sí me caso pero con una condición: que si ha de ir a las nueve de la noche a la puerta de la iglesia y me ha d’esperar allá, metido en un ataúl, tapao y vestido’e muerto. Y m’espera hasta por la mañana.

—Nu hay inconveniente. Esta noche voy…

Llamó la mágica al segundo hermano y le dijo:

—He resuelto casame con usté, pero si primero me demuestra su amor yendo esta noche a la puerta de l’iglesia, a las diez de la noche. Allá va a incontrar un muerto entro su ataú; siéntese al pie de la caja y m’espera. Eso es todo…

— ¡Pilao! Yo sí voy…

Más tardecito la mujer le dijo al otro hermano, después di hacelo venir. Porque… ella los hacía venir: ¿no ven qu’era mágica?

—Vengo a decile que sí me caso con usté, pero aún qui usté mi haga un favor que yo le voy a pedir.

— ¡Lo que sea! —dijo el hombre

—No… ¡Si es muy fácil! No es sino qui usté se disfrace de diablo.

—¿Cuándo?

—Esta noche.

—Yo no tengo disfraz d’eso.

—No se preocupe que yo aquí tengo un disfraz muy bueno y yo misma lo arreglo…

—Ah…

—…y se va pa la iglesia; dentra por la puerta di atrás… con harta mañita… y apenas qu’esté en la iglesia comienza a gritar y a tumbar santos y a hacer harto escándalo… aviente candeleros… volque las bancas… ¿aoye?

— ¡Yo sí… lo qui usté pida!

—Y m’espera en la puerta de la iglesia, pa que nos casemos.

— ¡Bueno!

A todas estas ya el primer hermano si había acomodao en el ataúl y se había tapao. Ya había llegao el segundo y estaba sentao al pie.

Cuando, hermano, ¡entra ese patojo dando qué alaridos en es’iglesia vacía y tumbando los floreros de lata del altar y aventando santos a los infiernos, mientras volaba esa cola p’allí y p’acá! Con esa escandalera tan horrible, el hermano qu’estaba en la puerta, parao, apenas temblaba y sudaba frío, pensando qué sería aquello tan horrible, y sin atrévese a mover. Cuando, de golpe, en el oscuro, devisa al diablo que salía de l’iglesia, y pega ¡qué berrido!..

—“¡El diablo!!!”

Y ai mismo el del cajón si alevantó:

—¿A velo?

—Y así que el diablo vio qu’el muerto si alevanta, se orinó en los calzones y gritó:

—¡Un dijunto!!

Y salieron todos a cuantas tenían huyendo de güida, pidiendo socorro, con los ojos volaos de la cara. Los tres s’incontraron en la casa de la mágica, que los esperaba muert’a risa…

 

Código: CLTC 610N

Año de recolección: 1985

Departamento: Antioquia

Municipio:

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante: 

Edad informante:

Recolector: Agustín Jaramillo Londoño

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuento popular andino. Colombia

Año de publicación: 1985

 

 

Cuarta molienda. Ejemplo de los tres hermanos

Había una vez tres hermanos que vivían en una casita muy pobre, en un pueblo.

Cansao el mayor d’esa vida monótona y sin porvenir, resolvió partir a buscar la vida y con quien casase.

Le pidió la bendición a la madre y salió. A poco andar, s’encontró con una viejecita, que le dijo:

— ¿Aonde vas, buen hombre?

—Voy a conocer y a parrandiar y a gozar la vida.

La viejecita se puso seria y le dijo:

—No vaya a hacer eso, joven, si quiere ser feliz. Vea: allí, más adelantico, va a incontrar una mesa repleta de vinos y manjares: no los toque. No vay’a a comer d’ellos porqu’es perdido. Más adelante va a incontrar un baile; no vay’a dentrar. Siga derecho su camino… Por allá, mucho más adelante, va a topar un silguerillo cantando de lo más bonito: no l’oiga.

¡Cuidao! No lo vay’a oir, que no le conviene…

—Bueno, señora —contestó el muchacho y se fue.

Por allá s’encontraba muy cansao de tanto andar, cuando, de pronto, dio con la mesa servida de manjares y vinos y bebió todo lo que más pudo y comió manjares hasta que se los tocaba con el dedo. Quedó piponcho, y tan pesao, que casi que no puede seguir andando.

Adelante, más allá, incontró un baile muy prendido y él… él siempre se resolvió a dentrar: Eso siempre estaba como muy bueno. Bailó toda la noche con mujeres bellísimas y, al amanecer estaba cansao, enfermo y todo estragao. La cabeza le daba vueltas y no sabía pa onde era que debía seguir y ni an sabía si lo que quería era echar pa’delante o devolvese… Vea…

Al fin, logró echar pa’delante. Llegó ond’estaba el silguerillo cantando y se puso a oílo y a oílo. Por último llegó a una finca, a l’orilla del camino y le dijo al dueño:

—…A ver si usté me puede dar destino…

—Yo, sí: demás. Yo le doy destino. Todo lo que tiene qui hacer aquí es barrer, cuídame la bestia y traer agua pal gasto de la casa.

—Ah, bueno: eso’stá como facilito…

Fue y agarró l’escoba y se puso a barrer. Cuando, de pronto, s’encontró un grano di oro. Y ai mismo’se lo embolsicó. Él se creía muy avispao, pero el grano di oro era una trampa qu’el dueño de la casa li había puesto pa probale l’honradez.

Y así que notó que se lu había guardao, el amo no le dijo nada, sino que lo mandó por agua.

—Vaya y llene esta tinaja allá a esas rocas.

Se fue el muchacho con la tinaja, llegó a las rocas y puso la tinaja. Ai mismo cayó una gota di agua, pero una gota tan grande, que dejó llena la tinaja y todavía pringó pa los laos. El muchacho alzó la tinaja y se fue, pero renegando:

—¿Habráse visto? ¡lzque una gota llenar una tinaja d’estas! Maldita sea. Ni descanso tiene uno mientras se llena…

Al cabo de tres o cuatro días ya estaba el muchacho muy aburrido con la cosa y resolvió largase. ¡Ej! Ai ya se veía que no s’iba’cer nada y lo que fueron granitos di oro, ni por pienso.

—Págueme mis jornales, que yo me voy—. Le dijo al amo. —Bueno. Qué quiere que le dé: ¿su plata o tres consejos?

—¡Yo no vo’a comer consejos! ¡Eche mi plata!

Por allá fue a dar a un palacio muy grande que le llamó la atención.

—“Ej, yo voy a pedir posada aquí. ¡Imposible que no me la den!”.

Tocó. Le abrieron y le dieron posada.

Entró y cuando llegó al comedor s’encontró con un poco de gigantes de lo más azarosos qu’estaban sentaos a la mesa. Se sentó él a comer (qué tanta hambre llevaba) aunque muy cabriao. Cuando, de pronto, mirando por aquí y curiosiando por allá y viendo pa todos laos, alvierte qu’en el techo había un dijunto colgando, amarrao de una viga y con la cabeza p’abajo.

¿Qu’es eso que hay allá, chilinguiando? —preguntó—. ¿Qué’stá haciendo ese — dijunto all’arriba?

¿Y a vos quién te mandó a mirar?— fue la contesta de los gigantes. Y ai mismo — se le aventaron en manada y lo prendieron a pescozones, golpes, palmadas y aruñones, hasta que lo mataron. El sí gritó mucho rato pidiendo socorro, pero, ¿quién lo iba a oír? Agonizando todavía, lo amarraron de las patas y lo colgaron de la viga.

***

Salió el segundo hermano a recorrer y lo esperó la misma suerte qui al mayor. Halló la misma vieja que lo aconsejó, pero también desoyó los consejos; comió los manjares hasta ponese pesao como una piedra, bailó los bailes y s’embolató oyendo cantar al silguerillo; llegó a la misma casa a pedir trabajo y poco duró; llegó onde los gigantes a pedir posada y se sentó a la mesa con ellos, pero al notar que caía aguasangre en el mantel volvió a mirar pa’rriba y dijo:

¡Ej! ¿Eso qu’es…? ¡Diablos! ¡Allá arriba hay dos muertos chilinguiando! Entonces los gigantes dijeron:

—¿Sí…? ¡Qué tan raro! ¡Y a usté por qué no lo cuelgan allá arriba también! Le dieron sin piedá y allá lo colgaron.

***

Viendo que no venían noticias de los dos hermanos mayores, dijo el menor:

—Écheme la bendición, mama, que yo también me voy a recorrer…

Pero como se va’ir, m’hijo. Fíjese que usté es lo único que me queda. ¡Cómo se va’ir…!

—Sí, mamacita. —Insistió el muchacho—. Voy a aver si Dios me socorre y mi hago a unos centavitos pa traele a usté, que nunca le falte qué comer. Y a ver si alguna cosa sé di aquellos…

—Bueno, m’hijo —contestó la viejita, llorando—. Que Dios me lo lleve con bien y me lo libre de todo mal y peligro. Arrodíllese, pues, yo le doy la bendición: Nnnn padre, nnn hijo, stu Santo, amén.

Salió el muchacho y preciso: la vieja, a dale los mismos consejos de los otros. El muchacho puso cuidao y vio que le convenía seguilos. Por allá iba con much’hambre cuando s’incontró con la mesa de vinos y manjares. Se voltió pal otro lao y siguió su camino, andando ligerito, ligerito. Después pasó por el baile y esas mujeres tan lindas li hacían quizque así… quizque así!… llamándolo. Peru él ni siquiera se rió con ellas. Siguió ip’adelante! ¡P’adelante! Oyó cantar el silguerillo, que cantaba lindo, valga la verdá, y él si l’oyó, pero sin parase.

A l’último llegó a la casa del viejito y arrimó a pedir trabajo.

—Yo sí le doy trabajo —dijo el viejo—. Vea: toda lo que tiene que hacer es barrer el piso, cuidar un caballito que tengo y traer Tagua.

—Bueno, señor… Tá fácil…

Se fué a traer unas cañas y yerba pa pienlo al caballo, barrió bien barrido y fue y l’entregó al dueño un granito di oro que halló. Después fué con la tinaja a traer agua.

Llegó junto a las rocas, colocó la tinaja y se sentó a esperar. A nada, cayó una gota tan grande que llenó la tinaja. Entonces el suequito se maravilló y lleno di alegría le daba gracias a Dios y decía:

—¡Eh, avemaría! ¡Mi Dios siempre’ es qu’ es muy grande! ¡lzque llenase una tinaja d’estas con una gota di agua! Lo qu’es la divina Providencia…

Llegó a la casa y así se lo dijo al amo y el amo se formó muy buena impresión de lo qu’era el suequito y del fundamento que tenía.

Pasao com’un mes, el suequito dijo que se iba, porque tenía el empeño de averiguar por los dos hermanos. El viejito sintió mucho la ida del muchacho, pero no li opuso resistencia porque vio que tenía razón. Así que se iba, le dijo:

—¿Quiere que le dé su plata en plata, o que le dé tres consejos?

—Lo que usté quiera, señor. Bien sabe que soy pobre, pero usté sabrá lo que más me convenga.

—Así me gusta, hombre. Le voy a dar tres consejos que le van a valer más que cualquier plata. Primero: no ande nunca por atajos, sino siempre por el camino rial. Segundo sea guardoso con su dinero que cuando tenga todos estarán dispuestos a gástalo con usté, pero así que se li acabe no li ayudarán a conseguir más. Y tercero: no se meta nunca en lo que no le han encomendao, recuerde el dicho que dice: gallo pelón, peletas, aonde no te llamen, no te metas.

—Bueno, señor. Tendré muy en cuenta sus consejos y que Dios se lo pague.

—Adiós. Y que la Virgen lo acompañe.

***

Cogió el muchacho a andar y llegó al castillo a pedir posada. Ai mismo le dijeron que pasara al comedor que ya iban a comer. Entró y lo sentaron en medio de todos los gigantes.

Cuando… dicen a caer goteras di aguasangre a un lao. El patojito las vio, y ya iba a decir… cuando se acordó. Y se calló la boca.

Los gigantes apenas lo miraban disimulaos y si hacían señas. Uno d’ellos dijo:

—¿Qué será eso qu’está cayendo di allá arriba?

—Quién sabe, señor… —contestó el patojo.

—Parece sangre…

—Demás, señor.

—Y, ¿sangre di aonde?

—Quién sabe, señor.

—¿No será algún dijunto?

—Quién sabe qué será…

“¡Quién sabe, quién sabe…! Callao la boca, comiendo. “Quién sabe…”. ¡Y di ai nadie lo sacaba! No decía más.

Así que acabaron de comer lo llevaron a la pieza dél, qu’era una pieza muy grande con una cama muy fina con cobertores de raso y con toldos de mucho lujo.

Al otro día el patojito se levantó muy temprano, a seguir su camino y entonces salieron todos los gigantes a despedilo y le dieron de regalo tres cargas di oro y las mulas pa que las llevara.

El suequito al mismo mandó por la madre y quedó pero fue bien rico. Compró fincas y de todo y organizó un gran banquete pa todos los pobres qui hubieran; y todos los meses siguió con la costumbre di haceles banquetes. Los pobres, siempre que tenían hambre, acudían a él que siempre los atendía. De su puerta no dejaba ir a nadie con hambre o desnudo y todos lo querían a él con ropita y todo.

Cuando… una tarde, llegó a la finca una viejita y le dijo:

—Ay, señor, vea: usté que tiene tantas cabezas de ganao, ¿por qué no me regala aquel novillito qui hay allí?

—¡Avemaría, mi señora! ¡Usté si descogió el más bravo de todos y de golpe va y la mata! ¡No, no! No va ya a crér qu’es por no dáselo. Em pueda escoja otro cualquiera.

—No: el que yo quiero es ese.

—Qué vamos a hacer pues con usté, señora. Lléveselo, pero con mucho cuidao, qui a ese animal no hay quien lo lidé.

— ¡Eh, no li hace! Présteme un lacito yo voy a traélo.

Le prestaron el lazo y la viejita fue y lo cogió, y el novillo mansitico, mansitico… Vean, pues…

Ah, pero es que ustedes no saben quién era la viejita. ¡Nu era sino la Virgen!

Y un día se aparece un viejo todo harapiento, cubierto de llagas de arriba a’bajo. Izque a pedir posada.

—Con más gusto qui hast’ai, viejito. Déntrese, qu’esta es su casa… —dijo el patojo— Y ai mismo llamó a los criaos y les dijo:

—Me le traen a este viejito mi mejor vestido, y mis mejores botines y de todo lo que necesite. ¡Pero corran…!

Lavó al viejo, le curó las llagas, lo vistió bien vestido y le dio de comer y todavía le prestó la cama dél pa que durmiera, ¡en qué blandura de colchones!

Cuando… como a la media noche dispierta el viejito y dentra al cuarto onde si había acomodao a dormir el patojo y le dice que izque tenía mucha sé.

El patojo se levantó y cogió el viejito de la mano, pa llevalo a la poceta a que bebiera agüita. Cuando, de pronto, ¡guape!, se resbaló el suequito y allá se fue de bruces. ¡Abajo! allá cayó, esnucao…

Demás que ya adivinaron ustedes quién era el viejito, ¿no cierto? Era Nuestro Señor, qu’en premio, esa misma noche, se llevó al suequito pal cielo, en cuerpo y’alma.

 

Código: CLTC 611N

Año de recolección: 1985

Departamento: Antioquia

Municipio:

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante: 

Edad informante:

Recolector: Agustín Jaramillo Londoño

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuento popular andino. Colombia

Año de publicación: 1985

 

 

El Sombrerón

En un pequeño pueblo de Antioquia, vivían dos amigos: Santiago Echeverría y Camilo Restrepo, jugadores y tomadores empedernidos. Desde muy temprano, se dedicaban todos los días a la parranda hasta altas horas de la noche. El sombrerón, físicamente se describe como un hombre de rostro diabólico con un sombrero muy grande, vestido de negro con una gran capa, siempre acompañado de dos enormes perros cogidos por gruesas y ruidosas cadenas. Después de la parranda, Santiago y Camilo iniciaban el camino de regreso a casa, tambaleándose por la borrachera, de pronto, de la oscuridad emerge la figura de El Sombrerón y sus enormes perros que se abalanzan sobre los borrachitos. Camilo se mete al monte, mientras que Santiago siguió por la trocha, de pronto, se escucha una tenebrosa voz que dice: “si te alcanzo te lo pongo” y el sombrero del jinete sale disparado y comienza a aumentar de tamaño hasta caer cubriendo totalmente a Santiago. Luego el gigantesco sombrero regresa donde el jinete y este y sus perros desaparecen dejando un viento helado y maloliente. Santiago despertó después de varias horas, asustado por la aparición. El Sombrerón fue famoso en Medellín, cuando aparecía los viernes a altas horas de la noche. En la actualidad se le aparece a las personas explotadoras de los niños que los ponen a vender flores y cigarrillos hasta altas horas de la noche.

 

Código: CLTC 379N

Año de recolección: 2014

Departamento: Antioquia

Municipio: Medellín

Tipo de obra narrativa: Leyenda

Informante: 

Edad informante:

Recolector: Hugo León Ortiz Castellanos

Fuente: Video

Título de la publicación:

Año de publicación:

 

 

Quién hizo las mujeres y los animales feos

Toda mujer bonita es hija de Eva. Las feas, las chatas las hizo el diablo. También hizo la lechuza, el currucutú.

 

Código: CLTC 305N

Año de recolección: 1950

Departamento: Antioquia

Municipio: Segovia

Tipo de obra narrativa: Mito

Informante:  Isidoro Estrada Zapata, abuelo natural de Amalfi

Edad informante: 96

Recolector: Luis Flórez

Fuente: Artículo de revista

Título de la publicación: Medicina, magia y animismo en Segovia de Antioquia

Año de publicación: 1951

 

 

Sacerdotes

Entra un sacerdote a una mina y hay muerto o herido.

 

Código: CLTC 306N

Año de recolección: 1950

Departamento: Antioquia

Municipio: Segovia

Tipo de obra narrativa: Leyenda

Informante:  Tito Posada, curandero

Edad informante: 55

Recolector: Luis Flórez

Fuente: Artículo de revista

Título de la publicación: Medicina, magia y animismo en Segovia de Antioquia

Año de publicación: 1951

 

 

El número 13

El número 13 es de mal agüero. Si se sientan 13 a una mesa, hacen parar a uno. (Esta misma creencia la conocemos en el Tolima, la registra ACUÑA para Santander).

 

Código: CLTC 307N

Año de recolección: 1950

Departamento: Antioquia

Municipio: Segovia

Tipo de obra narrativa: Leyenda

Informante:  Tito Posada, curandero

Edad informante: 55

Recolector: Luis Flórez

Fuente: Artículo de revista

Título de la publicación: Medicina, magia y animismo en Segovia de Antioquia

Año de publicación: 1951

 

 

Deshacer los pasos

Los que se van a morir deshacen los pasos. (También se da esta creencia en el Tolima, en la Guajira, en el Putuma­yo, etc.).

 

Código: CLTC 308N

Año de recolección: 1950

Departamento: Antioquia

Municipio: Segovia

Tipo de obra narrativa: Leyenda

Informante:  Tito Posada, curandero

Edad informante: 55

Recolector: Luis Flórez

Fuente: Artículo de revista

Título de la publicación: Medicina, magia y animismo en Segovia de Antioquia

Año de publicación: 1951

 

 

Ojos

Vimos en Segovia que algunas personas llevan colgada al lado izquierdo del pecho, sobre el vestido, una plaquita. de oro o de plata con unos ojos dibujados encima. Al un señor portador de uno de dichos objetos, le preguntamos qué era y qué signi­ficaba. Dijo que son los ojos de Santa Lucía, para proteger las vistas.

 

Código: CLTC 309N

Año de recolección: 1950

Departamento: Antioquia

Municipio: Segovia

Tipo de obra narrativa: Leyenda

Informante:  Señor R. O.

Edad informante:

Recolector: Luis Flórez

Fuente: Artículo de revista

Título de la publicación: Medicina, magia y animismo en Segovia de Antioquia

Año de publicación: 1951