Señas del esposo

–Catalina, Catalina
la del quinto genovés,
mañana me voy pa’ Francia,
qué mandás o qué querés.
–Una carta tengo escrita
que a mi marido llevés.
–No conozco a tu marido,
ni tampoco sé quién es.
–Mi marido alto y delgado,
tiene tipo de francés,
caballero en su caballo,
y una palomita es.
–Por las señas que me das
tu marido muerto es,
en el balcón de una dama
lo mató un aragonés.
–No lo permita mi Dios,
ni el glorioso San José,
que si mi marido es muerto
yo viva me enterraré.
Dos hijas mujeres tengo
y a monja las meteré;
y un hijo varón que tengo
al rey se lo entregaré.
–Catalina, Catalina,
la del quinto genovés,
mujer como Catalina
yo nunca la olvidaré.
Catalina, Catalina,
yo nunca te olvidaré,
tu marido no está muerto,
estás hablando con él.

 

Código: CLTC 634N

Año de recolección: 2006

Departamento: Chocó

Municipio: Quibdó

Tipo de obra narrativa: Romance

Informante:  Madolia de Diego Parra

Edad informante: 77

Recolector: Alejandro Tobón

Fuente: Libro

Título de la publicación: Romances de Gualí

Año de publicación: 2015

 

 

El príncipe Tulicio

Este era un hombre casado con su mujer. Estuvieron viviendo, viviendo, pero no tenían hijos.
La casa de ellos quedaba cerquita del palacio del rey y eran gente muy pobre. Como no tenían hijos se valieron de una hechicera que a veces venía al pueblo y el hombre le pidió que le hiciera remedios a su mujer para que quedara preñada porque él quería un hijo que le ayudara en su vejez. Entonces la hechicera se encerró con la mujer en el cuarto y le hizo burundangas. Cuando salió, le dijo al hombre que su mujer quedaba lista para concebir un varón hermoso que sería como un príncipo y el hombre quedó contento con la diligencia y le pagó su plata.
Al poco tiempo la mujer quedó preñada y se alegraron tanto que a todos los vecinos les contaron la noticia y los convidaron para cuando fuera el alumbramiento. Llegó el día. iAy carajo! Ya vinieron los amigos y mataron un puerco que tenían engordando en la casa. Ya llamaron a la comadrona y se encerró en el cuarto con la parturienta.
Comían y bebían, comían y bebían. Y en eso oyeron el chillido de la criatura. ¡Nunca habían oído chillar a un recién nacido que llorara así, y la comadrona pega el grito, iAy cristiano!, la maldición ha caído sobre esta casa, esta mujer ha alumbrado a un lagarto. El papá entró a verlo y salió alunado. Ya se fueron yendo los invitados y la mamá de la criatura se puso echa maldiciones, echa maldiciones y no había quien la consolara.
El tulicio nació hablando y de mal genio. Pidió que le hicieran una poza en el patio para él vivir allí y que nadie fuera a molestarlo. Ese lagarto no salía para nada de su poza sino cuando se iba a calentar en el sol o le llevaban su comida. ¡Porque sí comía esa bestia! Pero cuando se enojaba salía como una maldición por toda esa casa dejándola batusita de barro. Barajo la maldicion, decía la mujer, pero más se enojaba el tulicio. Hasta que un día salió con los ojos bien colorados y le dijo a la mamá que fuera donde el rey a pedirle permiso porque el quería visitar a la mayor de las hijas.
El rey tenía cinco niñas, muy hermosas las criaturas. “Pero cómo hijo, si vos sos un tulicio, ¿cómo es que te atrevés a pedir permiso para entrar al palacio de su sacarrial majestá?, ¿cuándo se ha visto? Y se enojó ese lagarto y comenzó a tronar y esa casa se sacudía y la mamá no tuvo más remedio que ir donde el rey y llevarle la razón que le mandaba su hijo el tulicio. El rey se molestó porque cómo un lagarto barrialoso se atrevía a poner sus patas asquerosas en su palacio, no, eso ni muerto. Pero ahí fue la rabia del animal y encomenzó la tronamenta y rayos y centellas y el rey se asustó tanto que no tuvo más remedio que consentir que ese demonio viniera a visitar a su hija.
Así es que llegó don tulicio batusito de barro, cran, cran fue subiendo la escalera y ese palacio iba quedando peor que la poza donde él vivía. Se sentó a esperar a la príncipa en la sala, y mandando: ihey! rápido, que él no iba a hacerle nada. Vino la príncipa y muerta del susto se sentó al lado del tulicio, pero cuando él quería acercársele, ella se corría más para allá porque ese diablo apestaba y ella no quería llenarse su cuerpo de barro. El tulicio se enojó y le pegó un golpe con esa cola y ahí mismo quedó muerta la príncipa.
El rey que oye el estruendo y viene gritando que ese maldito lagarto le había matado a su muchacha y se formó el coge-coge en ese palacio. Los papás del tulicio no se consolaban, ese maldito les había traído la desgracia. Y el tulicio apenas asomaba la trompa y decía que quién la había mandado, que eso era para que lo respetaran. Tiempo va, tiempo viene y le dice don lagarto a la mamá que quería visitar a la segunda hija del rey y la mamá le dijo “¡¿cómo?!, si ya mataste a la primera, ¡cómo vas a matar a la segunda!”. ¡Que vaya donde el rey, le digo! Y empezaron a caer rayos y centellas y la mamá fue llorando a los pies del rey a decirle que su hijo el tulicio iba a venir a visitar a la segunda hija, pero el rey dijo que no. Entonces aumentó la tronamenta, ese palacio se sacudía como si fuera hamaca, hasta que el rey dijo que viniera pues ese maldito tulicio. Esta vez trajo más barro. Cran, cran fue subiendo esa escalera y el rey y la reina y todo el mundo llorando. Ha venido pues la príncipa y se ha sentado, pero cuando el tulicio quería abrazarla con esas garras ella se corría, ¡hasta que el lagarto se enojó y sacó la cola y ipam!, la mató. La enterraron con todo el pueblo llorando y él decía que por culpa de ellas, quién las mandaba ser malcriadas. Pasó el tiempo y dijo el tulicio que iba a visitar a la última hija del rey y ahí sí fue el llanto de la mamá porque esa era la niña de los ojos del rey y cómo iba a matar también a semejante pimpollo de la tierra. Otra vez la tronamenta y los rayos. La mamá se fue llorando donde el rey y su sacarrial majestá se desmayó pero dijo que ya que había matado a las dos mayores que viniera también por la niña de sus ojos. iAhora sí trajo barro el tulicio! ¡Vino lleno de porquería hasta los ojos y subió icran, cran! las escaleras y se sentó con las patas cruzadas a esperarla.
La última príncipa no era ninguna pendeja. Se consiguió como cien pañuelos y llegó saludándolo: “buenos días, don Tulicio”, “buenos días, señorita, siéntese que si se porta como es no le hago daño”. Y se ha sentado la príncipa y eso era hágale mimos y con los pañuelos le limpiaba el barro y se le acercaba, pero ahora era el tulicio el que le decía: no se me acerque mucho que le ensucio el vestido y la príncipa más se le acercaba. Estaban pues todos esperando que el animal ese matara también a la príncipa, pero cuando los vieron conversando como buenos amigos se han alegrado el rey la reina y los sirvientes y todo el mundo volvió a su juicio. “Usté es una señorita muy educada”, le decía el tulicio y más coqueterías le hacía la principa. Entonces el tulicio le dijo que con el permiso de ella se iba a quedar durmiendo en su cuarto y que se iba por la madrugada, que no tuviera miedo, que él no pensaba perjudicarla y por eso iba a dormir debajo de la cama, pero que ella no fuera a acercársele. La príncipa le llevó la corriente y le dijo que le iba a arreglar una cama al lado; que no, dijo el lagarto, que iba a dormir en el suelo. Así acordaron y la príncipa lo llevó a su cuarto a escondidas y lo metió bajo la cama. iY en eso, ¡pum!, llega la maldita hechicera! Viene y dice que quiere hablar con la príncipa algo muy importante para la vida de ella.
A esa hechicera la querían porque curaba a la gente, nadie sabía que era una bruja malvada. Ahí mismo llamaron a la príncipa y se la llevó aparte y le dijo que ese lagarto que tenía escondido bajo la cama era un príncipo de verdad, el hombre más hermoso de la tierra, sino que pasaba que estaba encanta’o y para desencantarlo había que alumbrarlo con la vela y dejarle caer tres gotas de esperma en el ombligo y entonces vería semejante príncipo, digno de casarse con ella. iQué le han dicho! Ya le entró la curiosidad a esa niña, engatusada con las palabras de la bruja y ahora sí, espere la noche, mujer al fin, pues, espere la noche para conocer a ese príncipe.
Llegó la noche y ella entró en su cuarto y encomenzó a decirle que le iba a pasar unas cobijas; que no, que lo dejara tranquilo. Que se iba a acostar ahí con él; que no, que él no quería perjudicarla. Así estuvieron hasta que ella oyó roncando al lagarto. Roncaba como un bajo. Se bajó de la cama y encendió una vela, alumbró debajo de la cama y vio a ese lagarto durmiendo y le echó tres gotas de esperma en el ombligo. Ahí mismo se sacudió ese lagarto como si lo hubiera tocado el Diablo y no fue cuento que se convirtió en un príncipo, en un hombre hermoso que dejó maravillada a la señorita. IAy muchacha, me perdiste y perdiste a tus hermanas! Me mandaste a un limbo. Ya me faltaba un día para desencantarme; tus hermanas también están encantadas. Zapaticos de oro te va a costar encontrarme”. El príncipo desapareció. La príncipa se ha puesto llore y llore, porque había perdido a semejante príncipe, hasta que le dijo al rey ya la reina: Papá y mamá, échenme la bendición y denme la parte de mi herencia que me voy a recorrer el mundo en busca de mi príncipo Tulicio”.
Se dolieron mucho, pero le dieron su parte de la herencia y le echaron la bendición y se ha hecho la príncipa camina a andar, camina a andar y entre más caminaba más andaba y le parecía que no andaba, pero andando iba. Llegó a la casa de la Luna, tocó ¡tun, tun! Abrió la puerta la mamá de la Luna. “iAy gusanito de la tierra!, ¿qué has venido a hacer a estas alturas por donde no camina la gente? La príncipa le dijo que andaba buscando al príncipo Tulicio, la mamá de la Luna le dijo que jamás había oído hablar de ningún tulicio, pero que aguardara que llegara el día para que hablara con su hija, la Luna, pues ella andaba mucho y podía darle noticias. “Y escóndase bien porque mi hija, la Luna, llega con mucha hambre y de pronto se la come”. Por la madrugada llegó la Luna diciendo:
A carne humana me huele
mis narices no me engañan
si no me la dan por las buenas
me la darán por las malas.
iAy!”, dijo la mamá, “lo que tengo aquí es una Criatura hermosa, no me le vas a hacer daño”. “Mostrámela”, dijo la Luna y cuando la vio le dijo: ¡ay gusanito de la tierra!, ¿qué andás buscando por estas ásperas tierras? Ando buscando al príncipo Tulicio el hombre más hermoso de la tierra que lo tiene encantado una hechicera”. La Luna le dijo que ella jamás había oído hablar de ningún tulicio pero la iba a llevar donde el Sol, que comprara unos cincuenta novillos porque el viaje iba a ser muy largo y le iba a dar mucha hambre.
Así lo hizo la príncipa y cogieron camino, casí se muere de frío pero se arropó bien. Llegaron a la casa del Sol, ahí la dejó Luna y le pidió que se cuidara bien, ella, la Luna, se iba muy triste. ¡Tocó, tun, tun! y le abrió la mamá del Sol. iAy gusanito de la tierra!, ¿qué has venido a hacer por estas tierras?” La príncipa le contó en qué diligencia andaba y la mamá del Sol le dijo que no tenía noticias de ese príncipo Tulicio, que por lo visto tenía que ser un hombre muy principal para que una criatura tan hermosa y tan delicada llegara hasta ahí buscándolo; que esperara que fuera de noche y llegara el Sol, como él alumbra toda la Tierra le podía dar noticias. “Escóndase en un canasto porque el Sol llega con mucha hambre y de pronto se la come”. Por la noche llego el Sol resoplando, esa casa se sacudió. “A carne humana me huele, mis narices no me engañan. iHay traición en esta casa! “iAy no!”, dijo la mamá del Sol, es una criaturita de la Tierra que ha venido a buscarte para que le des noticias del príncipo Tulicio que lo tiene encantado una bruja”. Ya el Sol se aplacó y le dijo que se la mostrara, que no le haría daño y salió la príncipa y el Sol se maravilló de esa hermosura y le dijo que él alumbraba todos los rincones de la tierra pero que jamás había oído hablar de ese príncipo y que la llevaría donde el Viento que andaba más bajito que él por toda la Tierra. El Sol le dijo que comprara unos cien novillos y unos cien cántaros de agua porque el viaje era largo.
Cogieron camino bien temprano y el Sol la dejó en una montaña donde quedaba la casa del Viento. “Me voy con guayabo de usté”, dijo el Sol. Allá venía el viento tumbando loma, tumbando raíces de todo palo que veía. ¡Virgen santísima! La mamá del Viento le abrió la puerta a la príncipa. Llegó el Viento. “Mamá, a carne humana me huele, mis narices no me engañan. iHay traición en esta casa!” “No mijo, no hay traición”. “Y si no me la como a usté”. Ya le dijo la mamá al Viento que se bajara, que ahí estaba su comida. Se largó un lambú de comida y un tanque de agua. Y le dijo la mamá: si vieras un gusanito de la tierra, ¿qué le harías?” “No mamita, no le haría nada”. Y le dijo que ahí estaba una príncipa que andaba en una misión muy grave y ella la nabla detenido porque como él se llama Viento, socorre más que el Sol y la Luna, “vos le podés dar una noticia sobre el príncipo Lagarto. Estoy invitado para la boda del príncipo Lagarto que está de matrimonio con la hija de las brujas. Ahí salió la señorita, “estrecho su mano señor Viento”. “Ay manjar, venga manjar. La abrazó y le dijo que estaba invitado a la boda del príncipo Lagarto para el día de mañana. “De aquí de donde vivo yo hasta allá hay varias horas, si hay plata yo la llevo sin problemas”. “Plata hay”, dijo la señorita y le cogió terremoto cuando supo que se casaba el príncipo.
Pero esas viejas [las brujas que obligaban a casarse a Tulicio con una de sus hijas] criaron un hijo al que le enseñaron todo y él les ganó en inteligencia porque él ponía aparatos y ellas no lo veían a él, sabía más que ellas. Se llamaba el hombre Amor Caballo y era un hijo adoptivo. Amor Caballo se había enamorado de una de las príncipas encantadas, que por eso mismo las brujas habían encantado a su novia. Amor Caballo dijo: Viene una señorita, mi cuñada. Se arregló el mundo. Yo pensaba llegar donde ella, pero ya que mi cuñada llega, me salvé yo y se salvó ella con su novio también. Ya tienen todo arreglado, pero yo no dejo casar a mi hermana de crianza porque la novia del príncipo es mi cuñada”.
El Viento venía dele pa’rriba dale pa’rriba y como la vio con frío la arropó. Y le dijo: “Cuando sienta bastante calor también me avisa”. Dele pa’rriba, dele pa’rriba, dele pa’rriba. Vamos a bajar ahora sí”. Ya llevaban un solo galón de agua. Ya va bajando el viento y va bajando y ipas! cayó a la carretera. Por aquí por esta carretera se queda. Es muy peligrosa. No se vaya a dejar matar. Pero no puedo hacer más. Por allá está su cuñado, él ya debe haberla visto porque ese hombre es muy hábil, él sabe”. Cuando ya llegó a la carretera, apareció allí el cuñado. “Venga acá cuñada que aquí estoy, le dijo Amor Caballo. “Esto está bastante lejos y yo no sé cómo usté ha dado acá. Pero la felicito, cuñada, eso esperaba de usté. Vamos a estar bastante pendientes porque esas brujas son las diablas. Yo sé bastante pero no voy a poder y de pronto pierde usté a su novio y pierdo yo a mi novia.
Allá tienen esa torombollota, pero pueda que de un tiro se desquite el que no tenga miedo. Ahora que ellas la vean a uste, ya saben a qué va. Pero estése tranquila que yo la voy cuidando, váyase donde la primera”. Se fue la señorita tras, tras, tras por la carretera y Amor Caballo iba allí junto pero invisible. “¡Ay carajo!”-dijo la bruja- “¿Así es que mujer por marido viene hasta acá? En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, este es el Diablo que ha llegado acá. iAy cristiano!, ¿por hombre venir hasta acá? Pero nosotras somos, heimanitas, el mundo está tranquilo”.
Buenos días”, dijo la señorita. Buenos días”, contestó la bruja. Barajo que uste es bastante puta. ¿Y usté por hombre se viene hasta acá a pasar miles de trabajos con zapaticos de oro? Pero a usté no le interesa, señora, usté sabe que yo no vengo ni por hombre ni por nada”.
Entonces la bruja le dijo que entrara para dentro y le llenara un tanque inmediatamente. Era un tanque de agua que cabía como tres mil damajuanas de agua y tenía que llenarlo por gotas y si no le llenaba el tanque de agua, pena de la vida. Amor Caballo le dijo al oído que tranquila y como a él no lo veían llenó ese tanque en un bendito.
iMaidito Amoi Caballo, ya se metió ese maidito!, como no podemos ve’ al maidecido, ese tanque lo llenó esa peidición de nosotros. Ese tanque lo llenó Amoi Caballo”.
“¿Cuál Amor Caballo?”, dijo la príncipa, yo no conozco ningún Amor Caballo; ¿ese come gente? ¡Sí, sí, come gente, come gente!”, decía la bruja por asustarla. Ya vino Amor Caballo y le dijo que al otro día la iban a mandar donde las otras brujas que comían muerto; matan y comen a la gente. Le van a dar una toronjonita y una toronjonota, esa toronjonita tiene que cogerla bien agarrada porque si se le sale de las manos, le cae encima y la mata. iAy cuñada no la vaya a largar porque ahí está el peligro de su vida! Le va a coger rasquiña en la mano pero aguántese. Ellas le van a decir que las venidas son quedadas, entonces usté va a decir que las venidas son idas. No se vaya a olvidar: aquí le manda la señora una toronjonita y una toronjonota y que las venidas son idas, así va a decir usté”
Entonces vino la bruja y le dijo: “Usté va ir donde mi heimanita. Se lleva esta toronjonita y esta toronjonota, que ahí le mando yo y dígale que las venidas son quedadas. ¿Cómo es que va a decir?”. “Que las venidas son quedadas”, respondió la señorita y la bruja se alegró y le decía que ella era una mujer muy inteligente. “No le diga más”, le dijo la otra hermana, “porque esa es muchacha inteligente y el inteligente no habla tanto”. “Cierto, la inteligencia es cosa bonita, esa muchacha se aprendió eso al instante. ¿Que las venidas son…? “quedadas”, volvió a decir la príncipa y otra vez se alegraron las brujas porque el recado iba a llegar bien llegado. Pero la mayor de las brujas empezó a gritarle a Amor Caballo que no le fuera a transmitir mal las cosas y Amor Caballo le dijo al oído: “Cuidado Cuñada, las venidas son idas” y la señorita le dijo que no tuviera preocupación.
Se va la príncipa y le coge una rasquiña en la mano que llevaba la toronjonita y por aquí y por acá no aguantaba esa manito tan débil y se le salió y Amor Caballo brincó y pau la cogió y se la puso en la mano vuelta. Cuando la vieron las otras brujas brincaban en una sola pata, ay que mujer por hombre se vuelve la misma diabla, ay no cristiano el gusanito de la tierra, nosotras somos, heimanitas, tranquilas que el mundo está salvao.
“Aquí le mandó la señora su hermana esta toronjonita y esta toronjonota y que las venidas eran idas”
“¿Cómo? -dijo una de las brujas- no me diga eso, usté se olvidó, no me diga esas cosas. Diga otra vez, que estamos conociendo que usté es una muchacha estudiada”.
“No señora, ella me dijo que las venidas eran idas”
“Recordate que vos sos hija de gente grande, una mujer tan inteligente como vos no tiene por qué olvidarse”.
“No señora, ella me dijo que las venidas eran idas”.
Entonces se enfureció la bruja y le dijo:
“¿Ellas tenían su caido allá, no?”
“Yo no sé caldo qué cosa es”, dijo la príncipa.
“Ellas se tendrán que entrevistá conmigo”, dijo la bruja”
“Coja su encargo y hasta luego”, dijo la señorita.
Amor Caballo se le juntó de nuevo y le dijo que esa noche era la boda. Las brujas habían matado puerco, gallinas, iban a hacer un convite entre ellas. Cuando se juntaron todas, preguntó la que vivía en la otra casa:
“Heimanita, ¿qué razón me mandaste a decir con la señorita?
“Que las venidas eran quedadas”.
“Ella me dijo fue que las venidas eran idas”.
Y maldijeron la vida de Amor Caballo porque lo habían criado para la perdición de ellas. Cargaron un naranjero, un cañón viejo que ellas tenían, para matar a la señorita. Amor Caballo se le acercó y le dijo: “Oiga bien, a las doce de la noche van a sacar al príncipo para el matrimonio con esa torombollota que está ahí. Una culona grandota. Ahí está el peligro de nosotros. Ahí no la puedo favorecer. La van a mandá a usté a sentar frente a la puerta y la boca del cañón va a estar apuntándole. Ellas van a sacar a la torombollota y usté a las once y media en punto le va a decir que la reemplace en ese puesto porque no puede estar solo. Si ella dice que no, yo la obligo. A las doce en punto descargan el cañon para volverla polvo a usté. Mire bien su reló”.
Vinieron las brujas y le dijeron que se sentara en la puerta a vigilar a los que llegaban pero no se fuera a levantar ni un momento, y si se levantaba, pena de su vida. Llegaron las once y media en punto y la señorita llamó a la torombollota. “Señora, haga el favor y me reemplaza porque este puesto no puede quedar solo”.
La torombollota dijo que no y ahí vino Amor Caballo y le dijo que le hiciera el favor a la dama que estaba cansada. La torombollota se ha sentado y a las doce en punto dijeron las brujas que era hora de disparar el cañón y ipum! Cuando vieron lo que habían hecho se llevaron las manos a la cabeza. iAy! Matamos a la hija de nosotros. iMaidito Amor Caballo!” Amor Caballo le dijo a la muchacha: “Cuñada, cuando yo coja a la bruja usté brinca y le quita el mazo de llaves”. “Tranquilo”, dijo ella. Así lo hicieron y la muchacha le quitó el mazo de llaves y se fueron los dos corriendo y la muchacha azotó a las que se le atravesaron. Amor Caballo le pidió las llaves y abrió la puerta del cuarto donde estaba el príncipo Lagarto. Allá adentro estaba un verrugoso grandísimo y una de las brujas se abotó con una peinilla para matar al lagarto pero Amor Caballo la detuvo y la echó a un lado. Cuando en eso apareció la belleza de hombre que había en la concha del tulicio. “iMe conseguiste! “, dijo el príncipo.
Y se togaron esas dos almas, se quedaron ahí abrazados como el largo de un rosario y aparecieron también las hermanas de la señorita, así que Amor Caballo también cogió su hembra. “Zapaticos de oro me costó encontrarte”, dijo la príncipa. Amanecieron en la casa del rey y cuando el rey vio a sus hijas hizo llamar a los padres del tulicio. Él les dijo: “Padre y madre, yo era el tulicio”, y cuando el hombre vio esa belleza de hijo se enloquecieron todos, el rey contrató quinientos hombres para tirar los tiros y el papá sacó todo la que tenía y bailaron como quince días y quince noches y Amor Caballo también se casó y el mundo volvió a lo mismo.
Termina’o el cuento.

 

Código: CLTC 635N

Año de recolección: 1986

Departamento: Cauca

Municipio: Guapi

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante:  José Montaño Ruiz

Edad informante:

Recolector: Alfredo Vanín

Fuente: Libro

Título de la publicación: El príncipe Tulicio

Año de publicación: 2010

 

 

Juan Bobo y sus hermanos

Eran Juan Bobo y sus hermanos Pedro y Manuelito. Un día dijo Pedro a Manuelito que esa noche se iban y dejarían a Juan Bobo. Pero él que estaba oyéndolo detrás de la puerta, se quedó quieto y vio que sus hermanos se acostaron. Así vinieron las doce de la noche y salieron los hermanos listos para irse y Juan Bobo se les fue atrás. Y cogió la puerta de la casa y se la echó al hombro. Así se fueron todos tres y al día siguiente, a eso de las seis de la noche arrimaron a la casa de una señora que les dijo que siguieran y les daría posada. Juan Bobo guindó una hamaca arriba del zarzo y ya como a las doce de la noche, cogió un cuchillo la señora para comérselos. Y Juan Bobo decía: “Aquí sí hay mosquitos”. La señora inquieta le respondía “¡Duérmete! ¡Duérmete!” Entonces Juan Bobo mochó las pegas de la hamaca y cayó al suelo. Cogió la puerta y sus hermanos se fueron también con él. En el camino los hermanos iban regañándolo porque no esperó que amaneciera. Entonces él les dijo que lo había hecho porque la señora se los iba a comer a todos y entonces los hermanos quedaron contentos porque Juan Bobo los había salvado. Y siguieron caminando. Por la tardecita se montaron en un árbol que tenía un pozo dentro de sus raíces y ese árbol era de unos ladrones porque allí metían todo lo que robaban. Por la tardecita llegaron los ladrones a meterse al pozo y dijeron: “¡Ábrete, perejil!” Y el pozo se abrió. En ese momento a Juan Bobo le dieron ganas de orinar y se lo dijo a sus hermanos. “Miércoles, Juan Bobo tú si eres malo, nos vas a ser matar. ¡Orina pues!” Y Juan Bobo orinó y los ladrones dijeron: “Agua del cielo!”. Y los ladrones se bebieron el orín de Juan Bobo. Entonces dijo este a sus hermanos: “Yo ahora tengo ganas de cagar”. Y los hermanos le dijeron: “¡Caga, pues!” Vino Juan Bobo y cagó y los ladrones decían: “¡Don del cielo! ¡Pan del cielo!”. Y se comieron la mierda de Juan Bobo. Después Juan Bobo les dijo a los hermanos: “Ya yo estoy cansado, dejo caer esta puerta, ¿verdad?”. Y dejó caer la puerta sobre la cabeza de los ladrones y del golpe se les mochó la lengua. Llenos de miedo, los ladrones se fueron. Entraron al pozo Juan Bobo y sus hermanos, llenándose toda la ropa de plata. Los hermanos se fueron corriendo, dejando a Juan Bobo detrás. Así fue como yendo detrás, pudo recoger lo de los hermanos que por correr se les caía. Así cargó con todo y llegó gordo a su casa donde les repartió a sus hermanos lo que les correspondía.

 

Código: CLTC 621N

Año de recolección: 1985

Departamento: Córdoba

Municipio:

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante: 

Edad informante:

Recolector: Manuel Zapata Olivella

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuento popular andino. Colombia

Año de publicación: 1985

 

 

Juan Bobo y la vieja

Había una vieja como de 70 años y el hijo era Juan Bobo. Entonces la vieja le dijo: “Juan, ponte a pilar el maíz para hacer un poco de mazamorra”. Bueno. Juan Bobo se puso a hacer la mazamorra, tira para acá el palote, tira para allá. “Mae, ya está la mazamorra”. Y la vieja le gritó: “Sí, mijito”. Juan Bobo tenía que darle a beber la mazamorra, pues a la vieja le había dado la parálisis y no podía agarrar la cuchara. Entonces Juan Bobo cogió la mazamorra hirviendo y la echó en una totuma grande y le dice: “Mae, abre la boca para echarle la mazamorra”. Y la vieja abrió la boca. Y entonces le rempujó toda la mazamorra caliente. Cuando ya terminó de arrempujársela toda, Juan Bobo viéndola con la boca abierta, le dijo: “¡Je!, parece que quiere más”. Entonces como la vieja estaba con los dientes pelados, pues estaba muerta, Juan Bobo se decía: “Va, ¡mi mama como que quiere montar a caballo!”. Y se fue a buscarle un caballo, lo trajo y se lo ensilló. La montó sobre él y le amarró una garrocha en la mano. Entonces como ellos tenían una paja, Juan Bobo la soltó en ella para que garrochara ganado. En esos momentos, cuando le metió dos lapos al caballo, pasó un cura en una yegua. Y sucede que el caballo y la yegua estaban alegres. Y el caballo desde que vio a la yegua se le fue detrás y el cura que había visto a la vieja con la garrocha, se puso a correr, pero al fin la vieja lo clavó con la garrocha por el cogote, mientras Juan Bobo que los veía, se decía: “¡Mierda, mi mama es que sabe garrochar!”. El caballo saltando detrás de la yegua, echó a la vieja al suelo. Y entonces fue cuando Juan Bobo se dio cuenta de que la madre estaba muerta.

 

Código: CLTC 622N

Año de recolección: 1985

Departamento: Córdoba

Municipio:

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante: 

Edad informante:

Recolector: Manuel Zapata Olivella

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuento popular andino. Colombia

Año de publicación: 1985

 

 

Este era un rey que tenía dos hijas bonitas

Este era un Rey que tenía dos hijas bonitas y se puso a apostar con un hombre a que éste no le decía coja a su hija. Y entonces le dice el tipo: “¡A que sí!”. Un día salió el hombre a vender flores y se acercó al palacio, gritando: “¡Flores! ¡Vendo flores!”. Entonces salieron las hijas del Rey y le dice el hombre: “¡Usted es coja!”. Y el tipo le ganó la apuesta al Rey.

 

Código: CLTC 623N

Año de recolección: 1985

Departamento: Córdoba

Municipio:

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante: 

Edad informante:

Recolector: Manuel Zapata Olivella

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuento popular andino. Colombia

Año de publicación: 1985

 

 

El conejo y el gigante

El padre del conejo tenía un marrano muy grande y muy bonito. Y un día el conejo le dijo al padre:

—Papá, déme ese marranito que tiene usté…

— ¿Pa qué, m’hijo?

—Es que yo he resuelto ime a recorrer… Y pá no ime sin nada… Al fin de mucho ruego, el padre accedió que sí y dejó ir al conejo con el marrano. Y salió a despedilo.

En fin, qu’el conejo cogió a andar y andar, arriando su marranito. Hasta que por allá llegó a una casa onde vivía un gigante que robaba y mataba. Pero el conejo no tenía ni malicia d’eso y llegó muy tranquilo izque a pedir posada.

—Demás —le dijo la mujer del gigante, que le abrió la puerta.

—Dentre, bien pueda.

—Pero es que ando con este marranito…

—Eso no. Déjelo allá en el chiquero con aquellos otros. Allá él tiene de comer y encuentra agüita pa que beba. Resulta qu’el gigante tenía nueve marranos gordos. La señora del gigante le preguntó al conejo:

—Dígame qué marca tiene su marranito.

—Uno y dos.

—Bueno. Déjelo allá pues…

Le sirvieron la comida al conejo y después de que comió le mostraron la cama onde tenía que dormir. El conejo si acostó, pero al ratico se le ocurrió volver a levantase a cualquier diligencia que se le había olvidao hacer antes di acostase y oyó por allá runrunes en el cuarto del gigante, que planiaba matar al conejo pa robale. El conejo lo que hizo fue llevase el pilón pal cuarto. Lo acostó en la cama, lo acobijó bien y él se acurrucó debajo.

Cuando… a la media noche, se da cuenta de que venía el gigante. Ai mismo se puso a roncar, haciéndose el dormido. Llegó el gigante, con mañita… y levanta esa manota: ¡Guape! Su macho de pescozón! “Ai lo maté”, pensó el gigante. Cuando va saliendo el conejo y dice:

—¿Ej? ¿Aquí es que hay cucarachas o qué? ¿Qué fue ese ruidito qui oí? El gigante ai mismo salió y se fué. Entonces el conejo volvió a poner el pilón en la cocina y se trajo la piedr’e moler: una piedra coca, grande. La acomodó encim’e la cama y él se guareció debajo.

—¿Lo mataste? —pregunta a todas estas la mujer del gigante. ¿Más harto?

¡Si esi hombre es más duro qu’el diablo! Casi me quiebro la mano y — él ni siquiera se mosquió. Creyó qu’eran las cucarachas…

¡No te creo! ¡Imposible…! ¡Ij…! ¡Bala le vas a tener qu’echar, entonces! Ve: — Alli’stá tu escopeta.

Cogió el gigante esa casinada d’escopeta que tenía y se puso a preparala. L’echó medio cañón de pólvora, la taquió con cabuya y di ai l’acabó de llenar con unos perdigones que parecían corozos di árbol. Salió en puntillas y s’entró al cuarto del conejo. Y, este, quizque roncando… El gigante tendió l’escopeta, midió bien y ¡¡pum!! Tembló la tierra y las puertas traquiaron. Cuando va saliendo el conejo, todavía silbándole los oídos y dice:

¡Fo… Fooo..! ¡Quién fue el cochino que entró aquí a tirase un peo? ¡Gas! — ¿Qué moda de pensión es esta, pues, que ni dejan dormir a uno tranquilo? Ya mismito me voy..! Y mira al gigante ai parao al pi’e la cama, que no salía del asombro, y le dice:

—¡Andá!… andá, langaruto: hacé levantar esa asquerosa de tu mujer pa que mi haga café, que ya me voy. ¡Corre ligerito, tuntuniento! El conejo estaba tan caliente cuando fue al chiquero por su marranito, que resolvió arriar con los diez marranos qui había, de un viaje. Según decía, todos tenían la marca uno y dos.

Llegó muy temprano a la feria y los vendió todos breve, breve.

Con la plata de los marranos se compró una muda nueva y botó la que tenía. Se compró su buen carrielito amalfitano y… plata sobró.

Andando por ai en el pueblo, luciéndose, supo que la mama del gigante se llamaba Tomancia y que vivía en Francia.

Ya de regreso pa la casa, bien vestido y con plata, volvió a cogelo la noche en la mitá del camino, cerquita de la casa del gigante. Entró.

—Por estos laos nu hay más onde posar qu’en este rancho. ¡Qué remedio! Una mala noche se pasa de cualquier manera.

—Prosiga, señor… —le dice la mujer del gigante.

— ¡Pis… será! Entró derecho pal cuarto y se tiró en la cama a descansar mientras le preparaban la comida. Cuando, a poquito, va entrando el gigante y comienza: que usté de aond’es, que usté qué trabaja, qué esto y lo otro, qué lo de más acá y lo de más allá… En fin. Que acabaron charlando. Y, de golpe, el gigante le pregunta:

—Dígame una cosa: usté es muy recorrido, ¿no?

—Algo, señor… Me conozco casi tod’Antioquia.

—Y… cuénteme: ¿sabe de juego di armas?

—Me sé todas las paradas qui hay, más una que no la sabe nadie.

—¿De veras?

—Como l’oye.

—Ah… pues, si quiere, démole una repasaíta al juego di armas, mientras está la comida.

Y el conejo, que nunca había cogido un arma en la vida, responde muy campante:

—¡Apure!

—Entonces suba al zarzo y baje l’espada. Allá hay una pa usté. Suba.

—Yo, no.

—Suba, suba.

—Nnnn. Suba usté adelante.

Subió el gigante y bajo l’espada. Se la dio al conejo y le dijo:

—¡Juego di armas!

—¡Aguárdi a ver! ¡Nu acose!

—¡Juego di armas! —grita el gigante.

Entonces el conejo pegó un brinco pal medio, hizo revolar l’espada que sacaba chispas del suelo y grito:

—Espada lanza:

¡Aandate pa Francia,
le pegás a misiá Tomancia
en la panza
y te volvés p’acá!

—¡Ak-á! —dice el gigante.

—¡Con mi mama, no!

—Es que pienso acabar con toda la generación di ustedes, —dice el conejo.

—Nu hay pelea. ¡Mm! ¡Nu hay pelea!

—Entonces, guarde l’espadita esa y ¡déjese de carajadas con yo!

—Está bien.

En esas entró la giganta y dijo que la comida estaba lista. Se fueron a comer juntos y… ¡amigos hasta el sol di hoy…!

 

Código: CLTC 608N

Año de recolección: 1985

Departamento: Antioquia

Municipio:

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante: 

Edad informante:

Recolector: Agustín Jaramillo Londoño

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuento popular andino. Colombia

Año de publicación: 1985

 

 

El niño José Julián

Como había sido el único hijo, se le había seguido llamando izque el niño José Julián, pero ya no era ningún niño, sino un hombre hecho y derecho y sobre todo lo primero.

El viejo, el padre, lo seguía mimando como a muchacho chiquito; y es qu’el viejo ya estaba muy chonchito el pobre, valga la verdá. Era muy rico. Tenía más de veinte fincas.

El niño José Julián manejaba l’arriería de tres rebaños de mulas, pero como era hombre muy inteligente, aprendió a mágico en los raticos que le quedaban por ai. Aprendió a mágico y podía retratar a las más lindas en sueños.

Don Mariano, que así era la gracia del taita del niño José Julián, era un hombre muy guapo y nunca había llorao por nada, pero una noche cogió a llorar y a llorar, tan duro, que ispertó a los piones. Y ninguno sabía por qué lloraba.

Esa noche estaba el niño José Julián en una de las fincas más lejos, a tres estados de distancia, pero, como era mágico, ispertó también.

Los arrieros sí le preguntaron que qué le pasaba, pero él no dijo nada. Ensilló y se vino. ¡A la carrerita! Onde se le cansaba un caballo ai lo dejaba y compraba otro pa seguir.

Cuando llegó incontró el pobre viejo hincao de rodillas al pie del Santocristo, emperraíto llorando.

—¿Qué le pasa a usté papa? ¿Por qué está llorando?

—Estoy muy triste, m’hijo. Pienso que ya casi me voy a morir y sin velo a usté casao ¡y quién sabe qué mujer le tocará en la vida!

—¡Deje de ser pendejo, papa! ¿Usté sí qu’es bien bobo, no? —Uno no sabe, m’hijo.

—No se preocupe por eso, que esta misma noche le muestro el retrato de la que ha de ser su nuera.

Don Mariano se consoló alguito con esto y esperó hasta que fuera de noche.

El niño preparó un pedacito de lienzo bien blanco y lo pegó en la paré. A golpe de las doce, él hizo sus cosas ai de magia y fue apareciendo poco a poco el retrato de una mujer con la firma d’ella. Una mujer tan linda como no se conocía. Diolgina Soez llamaba.

El niño José Julián arrimó al viejo y le puso los antiojos pa que la viera bien. Don Mariano s’entusiasmó mucho y s’encantó con la muchacha:

—¡No, no, no, m’hijo! ¡Yo sí que sería bien feliz si usté contrajiera con una mujer tan linda y tan distinguida!

—Yo sí me caso con ella, papá. ¡Es ya que me voy a buscala! Pero, eso sí: le alvierto qu’está a siete estados de lejo. ¿Usté sí me dá platica pal viaje?

—Yo sí, m’hijo. Demás. Madrúguese mañana a herrar ocho mulas pa llevar la plata del viaje.

Madrugó el hombre, hizo todos los preparativos y se fue.

* * *

Cada que llegaba a un pueblo preguntaba por Diolgina Soéz y mostraba el retrato d’ella, pero en ninguna parte le daban razón.

Hasta que ya iba muy lejo, muy lejo, y ya había gastao la mita de la plata, y nada.

A lo último llegó a un pueblo onde estaban comenzando unos carnavales de nueve días. Así que llegó, vio en la plaza dos cambullones de cachacos y entonces se arrimó a uno d’ellos:

—Buenas tardes, señores.

—Buenas tardes —le respondieron de lo más edúcaos.

—Tengan la bondá di atendemen dos palabras: a ver si alguno de ustedes me dá razón de esta señorita… —y mostró el retrato.

Los cachacos, así que la miraron bien, dijeron:

—Sí, la conocemos. Esa es Diolgina Soéz, la mujer más linda qui ha’bido por estos laos.

—¿Y aonde la puedo encontrar?

—Vea, señor: ¿ve aquella joyería que hay allí? Esa es la joyería de don Santiago.

—Don Santiago era el mejor platero del pueblo y trabajaba la herrería, la sastrería, la zapatería, ¡todo, todo! Pero lo que mejor trabajaba sí era la joyería. La joyería la trabajaba mucho mejor que en la estranjería… Y los cachacos le dijeron: —Allá encuentra usté un hombre alto y rosao: ese es don Santiago, el marido de Diolgina Soéz.

—¡No me lo digan, señores! ¿Es casada?

—Desde hace ya tres días. Imagínesen vustedes el despecho que sentiría el niño José Julián. Pero, ¿se volvió pa la casa? ¡no! Aguárdesen y verán, que ahora viene lo bueno.

Se puso a averiguase todo lo más que pudo en un librito de mágico que él llevaba siempre y supo que don Santiago estaba pensando pasar su luna de miel en “La Linda”, una finquita que tenía cerca del pueblo, pero que como no se quería ir hasta que pasaran los carnavales, había dejao a Diolgina encerrada debajo de llave y no li había dao todavía ni un piquito tansiquiera, por no ájala. Hasta que se fueran pa La Linda.

***

En ese tiempo no habían como ahora casas de balcón. Don Santiago tenía encerrada a la mujer en una casa qu’estaba encaramada arriba di una barranquita.

Entonces se fue el niño José Julián y buscó piones: —¿Ustedes quieren ganasen una plata?

—Claro… Ajá.

—Bueno, ¿Por cuánto mi hacen un suterránio?

—Pis… por treinta pesos.

Que por treinta pesos. ¡Eso era mucha plata en esa época!

—Bueno —dijo el niño José Julián—. Les voy a dar los treinta pesos, pero me lo hacen de afán. ¡Y cuidaito con ile a decir una palabra a nadie!

—Muy bien —respondieron los piones— Dénos una palita bien cortante y una barrita bien costante.

Él se las dio y di ai les indicó onde li hacían el suterránio, que llegara preciso debaju’e la cama de Diolgina, que no fuera sino levantar un ladrillo pa poder entrar. Los piones dijieron que así lo harían. Entonces el niño José Julián se fue muy tranquilo a tomase unos aguardienticos, mientras tanto.

***

Al día siguiente fueron a buscalo los piones pa decile queya’staba listo el suterránio, y él entonces les pagó los treinta pesos que habían convenido y les encimó seis por lo bien hecho qu’estaba, y lo ligero.

—Y no se pierdan muchachos —les dijo— que todavía me tienen que ganar más plata.

—A la orden…

Así que salieron los piones, llegó el niño José Julián y levantó los ladrillos con mañitica.

Apenas ella lo vio aparecer pegó un grito y se puso a hacer qué escándalo creyendo que podía ser un ladrón, un bandido o hasta el diablo.

¡Podía ser el Diablo! Pero el niño la calmó:

—No se preocupe, señora, que no tiene nada que temer —le dijo— Yo no vengo a nada malo. Yo soy Fulano de Tal, que vengo desde siete estados de lejo, no más que a conocela a usté. Mi papá es muy rico: tiene más de viente fincas… Y yo vine no más que a conocela pa casame con usté.

—¡Ay, señor! Pero es que yo soy casada…

—Eso no tiene chiste, señora.

—¡Ay, señor! Y si mi marido llega a saber…

—Él no tiene por qué saber… ¡Aja!… desde que usté no le diga nada. Si usté va y le dice cualquier cosa, claro qu’el si se noja y arriesga a que nos mate a los dos… pero si usté no le dice nada… ¡Aja! Bien pueda esté tranquilita…

—Señor… es que usté no sabe lo bravo qu’es Santiago…

—No se le dé nada…

Yo le digo que conmigo no tiene nada que temer. Entonces le dijo qu’el era mágico y que por eso era qu’el había venido a vela sin conocela y le mostró el retrato d’ella:

—Mire que no le miento.

—Sí, señor: ese es mi retrato y esa es mi firma.

—Entonces ¡nu hay más que hablar! Porque lo qu’es usté se casa conmigo. Déjeme a mí, que yo sé hacer las cosas muy bien hechas… ¡Avemaria, hombre! Uno con una mujer así de linda, así de bella, así d’hermosa, porqu’es más hermosa qui un atardecer en el río Cauca, y déjala izque encerrada por estar trabajando por ganar más plata. ¿Teniendo? ¡Eso es pecao! Vea: hágame el bien y me presta su anuncial.

—¡Qué tal! ¿Y si va y llega mi marido y me ve sin él?

—Préstemelo que no se lo demoro. Ya le digo que yo soy mágico.

Ella se le fue sacando y se lo entregó; entonces él le pidió también la ilusión, la ilusión que se ponen las ricas en el dedo pa pisar el anuncial…

—Le voy a mandar hacer otros iguales.

—Ay, ¡pero no vaya a ir onde Santiago!

—Aja? ¿Y por qué no? A mí me han dicho qu’es el mejor joyero di aquí.

—Eso es verdá, pero… él mismo hizo ese anuncial y esa ilusión con la firma del. Apenas los vea los reconoce y ¿aonde me meto yo?.

—Eso no tiene chiste. Un diablo se parece a otro diablo.

***

Salió el niño José Julián, acomodó los ladrillos lo mejor que pudo, y se fue pa la joyería de don Santiago.

El viejo estaba muy ocupao porque en esos días de carnavales s’estaba casando mucha gente y él era el que hacía los anuncíales y los ajuares de las novias. Y estaba ganando mucha plata. Montones. Tanta, que allá en el fondo tenía una lacena taquiaíta de monedas di oro. Por eso era que no se quería ir pa La Linda hasta que no terminaran los carnavales.

A lo qu’entró el niño José Julián a la joyería, se quedó abismao viendo todo lo que tenía don Santiago pa vender y las cosas tan hermosas que hacía: “¡Este hombre siempre es que trabaja muy lindo!”, pensaba.

—Yo vengo a ver si puede haceme un anuncial y una ilusión igualitos a estos pero con la firma mía.

—A ver… —dijo don Santiago. Y así que los vio, abrió tamañas pepas di ojos.

—¿Y estos por qué llevan la firma mía y son igualitos a los que yo te di a mi mujer? ¿Ah?

—Eso no tiene chiste, señor. Un diablo se parece a otro diablo y habemos gentes de muchos nombres.

—¿Y a usté aonde le hicieron estas alhajas?

—En Cali.

—¿En Cali? Vea, ¡como si hay gente que trabaje igual a yo!

—Bueno, pero diga pues si usté sí me los va a hacer endividuales a estos… El mismo pesor di oro, el mismo estilo y las mismas piedras.

Porque esa ilusión era toda llena de piedras de todos los colores; llena de diamantes y rubises que, a la luz de la vela se veía un ramo d’estrellas.

—Hombre, yo sí te las hago. ¡Pero te valen mil seiscientos pesos!

—Está bien. Pero me las hace pa mañana.

—Venite por ellas, a las diez.

Así que don Santiago midió bien las alahajas, el niño Julián se las guardó en el carriel envuelticas en el pañuelo y salió silbando muy disimulao. Apenitas trastornó l’esqüina, ¡ábrase a correr! Llegó onde Diolgina y le puso el anuncial y la ilusión… aprovechando pa acaricíale esa manito más linda y más suave qu’el pecho di un pajarito fino.

Cuando, a nada, tun, tun. Golpiando la puerta. Y entra don Santiago:

—A ver, m’hija, sus anillos.

—Aquí’stán, m’hijo. Pero… ¿qué le pasa, que viene todo sofocao?

—No. Nada. Que acaba de ir un hombre, con un par igualito…

—Eso no tiene chiste, m’hijo. Un diablo se parece a otro diablo…

—Pero es que eran igualitos, igualitos… Y por un momento pensé…

—¿Qué?

—¡No… Nada!

—Vea, m’hijo: usté lo que tiene que hacer es dejar de trabajar tanto, día y noche. Mi Dios hizo la noche pa descansar y usté la gasta trabajando…

—Hasta razón tendres, m’hija. Pero ya se van a acabar los carnavales pa que nos vamos a descansar a La Linda… a dormir harto, a levántanos bien tarde…

Y volvió a salir a trabajar, porque tenía que entregar los anillos del niño José Julián.

***

Al día siguiente llegó éste a reclámalos y los pagó. Fue y se los llevó a Diolgina y ai mismo le dijo:

—Usté me va a tener que hacer otro favor: présteme sus candongas.

— ¡Ay, por Dios! ¿Usté qué va a hacer?

—Yo sabré…

Ella le prestó las candongas y él se fue a llevalas onde don Santiago.

—Don Santiago —le dijo—. Yo quedé muy contento con su trabajo y aquí le traigo otra cosita pa que mi haga.

—A ver, hombre, qué traes. Mostrá…

—Estas candonguitas…

—Y las fue sacando del carriel. A don Santiago, así que las vio, se le salieron los ojos de la cara, como a sabaleta pescada con taco, y apenas se rascaba la cabeza y decía que eran igualitas a las que él había hecho pa la mujer. Al niño José Julián no se le daba nada y decía que un diablo se parecía a otro diablo.

—Así será, hombre. Pero si estas llegan a ser las candongas de mi mujer, ¡tenéte fino porque te sigo un sumario sin fiador!

—Bien pueda, don Santiago. Bien pueda… Y, ¿por cuánto me las va a hacer? Pero eso sí: que sean del mismo pesor di oro y así con candaíto de corazón y con su llavecita y todo. Y que tengan los mismos rubises y diamantes.

—Hombre, pues…, te las hago por tres mil pesos oro.

—Bueno, señor. Entonces mañana vengo por ellas a las diez. Es que me caso y quiero dáselas a la novia de regalo.

—Bueno.

Cogió el niño José Julián las candongas y se las echó al carriel. Di ai salió chiflando como de lo más tranquilo. Y al trastornar l’esquina, ¡curra, hermano!

Llegó onde Diolgina y él mismo le puso las candongas no más que por tocale las orejitas y güelele de cerquita el pelo, ese pelo negro que güelía a pura manzanilla y a jabón fino de caja.

A poquito llegó el marido, todavía con los ojos salidos:

—A ver sus candongas, m’hija, ¡muéstremelas!

—Eh, Santiago: ¡vos sí que sos desconfíao!, míralas… Don Santiago se apenó mucho y no sabía que decir, hasta que dijo francamente:

—Fue que allá estuvo otra vez ese maldingo, tipo, con unas candongas igualitas a estas…

— ¡Jm! Lo que pasa es qu’estás trabajando mucho de noche y la noche se hizo pa descansar. Y estás viendo y pensando cosas…

—Sí. Tenes razón… Bueno: adiós. Tengo mucho trabajo atrasao…

***

Al otro día llegó el niño José Julián a charlar con Diolgina y a lo último le dijo que le prestara el ajuar.

—Yo sí se lo presto, pero no lo vaya a llevar onde Santiago, qu’el mismo lo hizo y con seguridá lo reconoce. Aquí hay mucha gente que cose bien. No tiene que llévalo ond’el.

—¿Vusté es boba, Diolgina?

—No… —contestó ella—. Es que me da miedo de que le vaya a pasar a usté alguna cosa…

Y ai mismo se fue poniendo coloraíta, coloraíta.

Diolgina se puso a sacar el ajuar, que lo tenía guardao debajo de siete llaves. Y fue sacando primero el pañuelo de seda cordobaniao con letras di oro que decían la firma d’ella y adornao con florecitas de colores; después el vestido blanco enchaquirao con azabaches y diamantes y cortao en purito raso; y de ai las botas de cuero muy fino y bien trabajao, adornadas con hebillas di oro y cordones de seda. Así que li hubo entregao todo, le dijo:

—Tenga mucho cuidao. No se vaya a dejar coger estas cosas…

—Bueno, mi amor. Por mí podes estar tranquila que yo conozco el Bien y el Mal; conozco la ciencia y el pensamiento del príncipe Yosirosuto y los secretos de Mandol… Y salió. Salió derechito pa onde don Santiago y le dijo:

—Hombre, don Santiago: usté ya mi ha ganao mucha plata. Pero todavía me tiene que ganar más porque yo estoy muy contento de su trabajo. Eso sí, como usté, no trabaja nadie en el mundo y yo quiero aprovechar pa hacele otros encarguitos…

—A tus órdenes, hombre.

José Julián abrió el paquete que traía y fue sacando el ajuar y diciendo que quería uno igual, a todo lujo, y que bien pudiera y cobrara lo que le pareciera justo.

Así que vio el ajuar don Santiago se puso primero pálido, después rojo encendido, después verde y amarillo. Cambiaba de colores com’un pisco. El muchacho se hacía el que no notaba nada, pa no dar malicia. De lo más tranquilo sacó un tabaquito, rastrilló el deslabón pa sacar candela y se puso a humar. Hasta que va don Santiago y dice:

—¿Usté de dónde se sacó esto? ¡Este es el ajuar de mi mujer! ¡Usté se va a encartar conmigo!

—¿Sí? ¡No me charle tan pesao!

—Claro qu’es el ajuar de mi mujer. Yo mismo lo hice. Y lo qu’es a usté le sigo un sumario sin fiador, ¡pa que sepa!

—Vea, pues, hombre, qué sal la mía. Y usté cré que si fuera ajuar robao ¿yo se lu iba a traer a usté mismo? Y ultimadamente yo que l’he robao a usté, ¿ah? ¡Diga!

—Pero, señor: ¡sí yo mismo hice este ajuar!

—Es que vusté le tiene desconfianza a su mujer, o me la tiene a mí, o qué pues, ¡a ver!

Don Santiago se quedó callao porque había mucha gente en la tienda. Y a lo último dijo que bueno, que sí hacía el ajuar… Que por cinco mil pesos.

—Está bien. Hágalo, ¡Em pueda hágalo!

El niño José Julián se puso a hacer su envoltorio bien hecho, con toda calma. Y salió muy tranquilo, silbando cualquier bobada. Y así que trastornó l’esquina, ¡vuélele!

Pero esta vez, don Santiago aguardó a qu’el otro trastornara l’esquina y salió corriendo para la casa. Cuando llegó, la mujer no había tenido tiempo de abrir las siete llaves pa guardar el ajuar. Ella lo que hizo fue que lo regó en la cama y se hizo la qu’estaba arreglando todo bien, doblando el vestido con mucho cuidao. Esto que vio don Santiago y no dijo nada. Volvió a salir callao la boca.

***

Al otro día fue el niño José Julián por la ropa y todo estaba listo. Pagó este su plata y le dijo a don Santiago que había quedao muy contento del trabajo, que todo estaba hecho muy a conciencia y muy bien. Y que ya lo único que le faltaba por pedile era un favor.

—Me voy a casar mañana —le dijo— y espero que con su señora… usté me va a servir de padrino…

—Hombre, demás. Yo tengo mucho gusto. Pero, vea: yo me casé apenas hace unos diítas y no me he podido ir pa lun’e miel por tanto trabajo que mi ha caído con estos carnavales. Pero como ya terminan esta tarde, mañana me voy.

—Eso mismo pienso hacer yo, don Santiago.

—Me vas a tener que perdonar, pero no te puedo apadrinar. Yo no consiento que mi mujer salga a la calle por esta razón, aquí entre nos: a mi mujer no l’he tocao ni un pelito, por no ajála. Pero ya mañana sí nos vamos pa La Linda, en lun’e miel. Y… será bobada mía, pero no quiero qu’ella saiga a la calle todavía.

—Está muy bien. Entonces vaya usté sólo…

—Hombre, yo sí fuera de mil amores. Pero es que por la mañanita voy a tener qu’estar atendiendo aquí, que todavía quedan algunas cositas por entregar… y no puedo cerrar ni el ratico.

—Mire, don Santiago: hagamos una cosa: ustedes nos apadrinan desde aquí. Desde aquí nos ven. Y nosotros nos casamos en el atrio. Y así usté no tiene necesidá de cerrar.

—Eso sí. Nu hay ningún inconveniente, hombre. Y mi mujer puede asomase a la barranquita de la casa donde está y desde allá devisa la ceremonia.

***

Al otro día, muy de mañanita, se fué el niño José Julián onde los piones que li habían hecho el suterránio y les dijo:

—¿Ya me tienen listas las bestias que les encargué?

—Ah, sí: allá están listas onde usté nos dijo.

—Bueno. ¡Así me gusta! Cuando llegó a la iglesia con la novia, toda vestida de raso blanco enchaquirao con azabaches y diamantes y con el velo en la cara, ya estaba don Santiago en la puerta del almacén, echando ojo; a veces pegaba un vistazo pa la casa y veía, allí en la barranquita, a la mujer sentada en la silla, tal como él la había dejao.

A lo que terminó la ceremonia salió el niño José Julián con la novia y al mismo montaron en los caballos y se fueron a toda, ¡felices!

En estas llegaron algunos clientes al almacén de don Santiago y este se puso a despachalos y se envolató trabajando. Al rato sí notó que la mujer no se dentraba pa la casa. Pero siguió con mucho que hacer. Cuando ya eran las once, volvió a mirar y dijo: “¿Eh? ¡Aquella como que se amañó al solecito! Le voy a decir que s’entre pa entro”.

Cerró el almacén y llegó a hablale. Y ella ai sentada, sin contestar. Entonces él pensó que tal vez se había dormido, y la tocó pa despertala. Y así que la tenió vio que estaba dura, dura. Y era qu’el niño José Julián había hecho una mujer de yeso, igualita a Diolgina Soez y le había puesto todo el aguar d’ella.

***

Comprendió en seguida don Santiago todo lo que había pasao y la burla que li habían hecho y entró a la casa, sacó el revólver y ai mismo ensilló su buen caballo y salió a toda, a perseguir a los recién casados pa dales muerte.

Los chaquetirrotos que habían conseguido las bestias pal niño José Julián y Diolgina, así que vieron pasar a don Santiago, dijeron:

— ¡Ese don Santiago va tan bien montao, que en estico los alcanza!

En esas los tórtolos llegaban a un río muy caudoloso y el niño José Julián sacaba un librito mágico y veía en él que ya los estaban persiguiendo. Entonces, cuando llegó al puente, les dijo a los guardias:

— ¿Cuánto vale el paso del río?

—Vale a peso cada uno.

—Bueno. Aquí están los dos pesos y tomen cien más pa cada uno, pero con una condición: han de saber que un asaltante nos persigue con un revólver cuarenta y cuatro pa robanos las joyas que llevamos. ¡Juren que no le darán paso!

—¡Ni riesgos de dale paso, señor! Bien pueda seguir tranquilo, que lo qu’es ese, hasta aquí llega.

Pasaron.

Cuando, al rato, llega don Santiago a todo correr, en un caballo alazán lindo que tenía.

Y pregunta:

—¿Cuánto vale el paso?

—¿Pa usté? ¡Nada!

—Campo, ¡pues!

—Aguarde a ver… ¿Cómo que campo? ¿Y usté pa que anda con esa mod’e revólver?

—Eso no les importa a ustedes.

—Pues lo qu’es pa usté no hay paso, bien pueda sabelo. Y si trae su revólver, mire las escopeticas que nosotros tenemos aquí.

—Bueno: les doy diez pesos y den paso.

—No, señor.

—Les doy mucho más. ¡Les doy mil!

— ¡Ak-a! Pa mejor decile a usté no le damos paso por ninguna plata. Es bobada.

— Los vio tan resueltos don Santiago, que se apio ligero y s’echó a pasar el río nadando.

Pero como el río estaba en creciente, en las fases de la luna, llegó un caimán y se lo comió. Hasta dijeron que había sido suicidio, por despecho. Si todo el mundo sabía qu’en ese río había caimán…

***

Y así acabó el cuento.

Ah, y José Julián (ya no le volvieron a decir niño, sino don José Julián…) don José Julián llegó al pueblo con su mujer y salieron a recibilos el alcalde, el cura, la polecía, la band’el pueblo, los arrieros y todos los amigos. Y salió don Mariano, muy viejito ya el pobre y muy turulatico, salió a recibir a su muchacho y a conocer a la mujer y así que la vio le pareció tan linda tanto, que se fue hincando de rodillas, creyendo qu’era la Virgen… Y ai mismo empezaron unas fiestas que duraron nueve días. Esta vez yo sí llegué empezaíta la parranda, pero no pude ver los novios porqu’ellos ya’staban en pura lun’e miel…

 

Código: CLTC 609N

Año de recolección: 1985

Departamento: Antioquia

Municipio:

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante: 

Edad informante:

Recolector: Agustín Jaramillo Londoño

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuento popular andino. Colombia

Año de publicación: 1985

 

 

Los tres hermanos y la mágica

No recuerdo bien en qué pueblo d’estos de por aquí era qui habían una mágica muy linda, muy linda. Y tenía tres pretendientes. Tres hermanos. Pero ella se las arreglaba pa que ninguno supiera que tenía amores con los otros dos. Cada uno creía qu’era él solo. Ella los recibía en distintos días y muy de tarde en tarde a cada uno.

Al menor de los hermanos, que le había rogao mucho una tarde pa que se casara con él, le dijo ella, un domingo:

—Bueno. Yo sí me caso con usté, pero con una condición: que venga dentro de veinte días a pasar una noche conmigo.

El muchacho, claro, acetó con mucho gusto y dijo que pasara lo que pasara, él vendría a cumplir la cita.

Al segundo hermano, que también le rogaba que se casara con él, le dijo que viniera dentro de quince días, a pasar la noche. Y al tercero, el mayor, le dijo que dentro de diez. Y así fue que se llegó el día de la cita del hermano mayor. Este si arregló lo más bien arreglao que pudo y salió pa onde la mágica muy contento, que no aguantaba la dicha. Llegó y encuentra esa belleza de mujer, más linda que nunca, esperándolo en camisa de dormir. Cuando ya se fueron a acostar, dice la mágica:

—Andá primero y cerrá la puerta de la cocina que se quedó abierta, no vay s’entre alguno por el solar.

Llegó el muchacho a cerrar la puerta y la empujó. Y, sin sabese por qué, la misma puerta le dio al muchacho en las espaldas.

—¿Eh? ¡Esto sí qu’está bien raro!

Volvió a empujar la puerta y la puerta volvió a dale. Y en esas se fue quedando: cerraba la puerta pasito y la puerta le daba pasito; la tiraba duro y ella le daba duro. En el juego ese bregando a cerrar la puerta, lo cogió la madrugada. Así que vido que ya salía el sol, resolvió dejar la puerta abierta y correr onde la mágica. Pero halló la puerta cerrada y la mujer dormida sin ganas de dispertar ni de levantase a abrir.

***

Se llegó el día de la cita del segundo hermano y ocurrieron las cosas mesmamente como con el mayor. La mañana lo cogió bregando a cerrar la puerta.

A l’último llegó el día de la cita del menor d’ellos. El muchacho si arregló bien, bien afeitao y pien perjumao y él, que no era feo del todo, iba de lo más galano.

También lo mandó la mujer a cerrar la puerta y le pasó la misma: así que la iba a cerrar, la puerta lo golpiaba por detrás. El muchacho también dijo a porfiar por cerrala y cuando acató, ya era de día y la mujer no li abrió.

Los tres hermanos quedaron muy corridos con semejante chasco. Es que también a cualquiera se la pongo: ir uno seguro de su dicha, onde semejante belleza de mujer, uno bien enamorao: tragao, tragao. ¡Y amanecer golpiando una puerta!…

Pero, en fin. Lo qu’es constancia sí tenían los bobos esos… ¿o no? De modo que a poquito volvieron a pretender a la muchacha y a seguile rogando cada uno por su lao, que se casara, que se casara…

Hasta qui un día le dijo ella al mayor:

—Bueno: yo sí me caso pero con una condición: que si ha de ir a las nueve de la noche a la puerta de la iglesia y me ha d’esperar allá, metido en un ataúl, tapao y vestido’e muerto. Y m’espera hasta por la mañana.

—Nu hay inconveniente. Esta noche voy…

Llamó la mágica al segundo hermano y le dijo:

—He resuelto casame con usté, pero si primero me demuestra su amor yendo esta noche a la puerta de l’iglesia, a las diez de la noche. Allá va a incontrar un muerto entro su ataú; siéntese al pie de la caja y m’espera. Eso es todo…

— ¡Pilao! Yo sí voy…

Más tardecito la mujer le dijo al otro hermano, después di hacelo venir. Porque… ella los hacía venir: ¿no ven qu’era mágica?

—Vengo a decile que sí me caso con usté, pero aún qui usté mi haga un favor que yo le voy a pedir.

— ¡Lo que sea! —dijo el hombre

—No… ¡Si es muy fácil! No es sino qui usté se disfrace de diablo.

—¿Cuándo?

—Esta noche.

—Yo no tengo disfraz d’eso.

—No se preocupe que yo aquí tengo un disfraz muy bueno y yo misma lo arreglo…

—Ah…

—…y se va pa la iglesia; dentra por la puerta di atrás… con harta mañita… y apenas qu’esté en la iglesia comienza a gritar y a tumbar santos y a hacer harto escándalo… aviente candeleros… volque las bancas… ¿aoye?

— ¡Yo sí… lo qui usté pida!

—Y m’espera en la puerta de la iglesia, pa que nos casemos.

— ¡Bueno!

A todas estas ya el primer hermano si había acomodao en el ataúl y se había tapao. Ya había llegao el segundo y estaba sentao al pie.

Cuando, hermano, ¡entra ese patojo dando qué alaridos en es’iglesia vacía y tumbando los floreros de lata del altar y aventando santos a los infiernos, mientras volaba esa cola p’allí y p’acá! Con esa escandalera tan horrible, el hermano qu’estaba en la puerta, parao, apenas temblaba y sudaba frío, pensando qué sería aquello tan horrible, y sin atrévese a mover. Cuando, de golpe, en el oscuro, devisa al diablo que salía de l’iglesia, y pega ¡qué berrido!..

—“¡El diablo!!!”

Y ai mismo el del cajón si alevantó:

—¿A velo?

—Y así que el diablo vio qu’el muerto si alevanta, se orinó en los calzones y gritó:

—¡Un dijunto!!

Y salieron todos a cuantas tenían huyendo de güida, pidiendo socorro, con los ojos volaos de la cara. Los tres s’incontraron en la casa de la mágica, que los esperaba muert’a risa…

 

Código: CLTC 610N

Año de recolección: 1985

Departamento: Antioquia

Municipio:

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante: 

Edad informante:

Recolector: Agustín Jaramillo Londoño

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuento popular andino. Colombia

Año de publicación: 1985

 

 

Cuarta molienda. Ejemplo de los tres hermanos

Había una vez tres hermanos que vivían en una casita muy pobre, en un pueblo.

Cansao el mayor d’esa vida monótona y sin porvenir, resolvió partir a buscar la vida y con quien casase.

Le pidió la bendición a la madre y salió. A poco andar, s’encontró con una viejecita, que le dijo:

— ¿Aonde vas, buen hombre?

—Voy a conocer y a parrandiar y a gozar la vida.

La viejecita se puso seria y le dijo:

—No vaya a hacer eso, joven, si quiere ser feliz. Vea: allí, más adelantico, va a incontrar una mesa repleta de vinos y manjares: no los toque. No vay’a a comer d’ellos porqu’es perdido. Más adelante va a incontrar un baile; no vay’a dentrar. Siga derecho su camino… Por allá, mucho más adelante, va a topar un silguerillo cantando de lo más bonito: no l’oiga.

¡Cuidao! No lo vay’a oir, que no le conviene…

—Bueno, señora —contestó el muchacho y se fue.

Por allá s’encontraba muy cansao de tanto andar, cuando, de pronto, dio con la mesa servida de manjares y vinos y bebió todo lo que más pudo y comió manjares hasta que se los tocaba con el dedo. Quedó piponcho, y tan pesao, que casi que no puede seguir andando.

Adelante, más allá, incontró un baile muy prendido y él… él siempre se resolvió a dentrar: Eso siempre estaba como muy bueno. Bailó toda la noche con mujeres bellísimas y, al amanecer estaba cansao, enfermo y todo estragao. La cabeza le daba vueltas y no sabía pa onde era que debía seguir y ni an sabía si lo que quería era echar pa’delante o devolvese… Vea…

Al fin, logró echar pa’delante. Llegó ond’estaba el silguerillo cantando y se puso a oílo y a oílo. Por último llegó a una finca, a l’orilla del camino y le dijo al dueño:

—…A ver si usté me puede dar destino…

—Yo, sí: demás. Yo le doy destino. Todo lo que tiene qui hacer aquí es barrer, cuídame la bestia y traer agua pal gasto de la casa.

—Ah, bueno: eso’stá como facilito…

Fue y agarró l’escoba y se puso a barrer. Cuando, de pronto, s’encontró un grano di oro. Y ai mismo’se lo embolsicó. Él se creía muy avispao, pero el grano di oro era una trampa qu’el dueño de la casa li había puesto pa probale l’honradez.

Y así que notó que se lu había guardao, el amo no le dijo nada, sino que lo mandó por agua.

—Vaya y llene esta tinaja allá a esas rocas.

Se fue el muchacho con la tinaja, llegó a las rocas y puso la tinaja. Ai mismo cayó una gota di agua, pero una gota tan grande, que dejó llena la tinaja y todavía pringó pa los laos. El muchacho alzó la tinaja y se fue, pero renegando:

—¿Habráse visto? ¡lzque una gota llenar una tinaja d’estas! Maldita sea. Ni descanso tiene uno mientras se llena…

Al cabo de tres o cuatro días ya estaba el muchacho muy aburrido con la cosa y resolvió largase. ¡Ej! Ai ya se veía que no s’iba’cer nada y lo que fueron granitos di oro, ni por pienso.

—Págueme mis jornales, que yo me voy—. Le dijo al amo. —Bueno. Qué quiere que le dé: ¿su plata o tres consejos?

—¡Yo no vo’a comer consejos! ¡Eche mi plata!

Por allá fue a dar a un palacio muy grande que le llamó la atención.

—“Ej, yo voy a pedir posada aquí. ¡Imposible que no me la den!”.

Tocó. Le abrieron y le dieron posada.

Entró y cuando llegó al comedor s’encontró con un poco de gigantes de lo más azarosos qu’estaban sentaos a la mesa. Se sentó él a comer (qué tanta hambre llevaba) aunque muy cabriao. Cuando, de pronto, mirando por aquí y curiosiando por allá y viendo pa todos laos, alvierte qu’en el techo había un dijunto colgando, amarrao de una viga y con la cabeza p’abajo.

¿Qu’es eso que hay allá, chilinguiando? —preguntó—. ¿Qué’stá haciendo ese — dijunto all’arriba?

¿Y a vos quién te mandó a mirar?— fue la contesta de los gigantes. Y ai mismo — se le aventaron en manada y lo prendieron a pescozones, golpes, palmadas y aruñones, hasta que lo mataron. El sí gritó mucho rato pidiendo socorro, pero, ¿quién lo iba a oír? Agonizando todavía, lo amarraron de las patas y lo colgaron de la viga.

***

Salió el segundo hermano a recorrer y lo esperó la misma suerte qui al mayor. Halló la misma vieja que lo aconsejó, pero también desoyó los consejos; comió los manjares hasta ponese pesao como una piedra, bailó los bailes y s’embolató oyendo cantar al silguerillo; llegó a la misma casa a pedir trabajo y poco duró; llegó onde los gigantes a pedir posada y se sentó a la mesa con ellos, pero al notar que caía aguasangre en el mantel volvió a mirar pa’rriba y dijo:

¡Ej! ¿Eso qu’es…? ¡Diablos! ¡Allá arriba hay dos muertos chilinguiando! Entonces los gigantes dijeron:

—¿Sí…? ¡Qué tan raro! ¡Y a usté por qué no lo cuelgan allá arriba también! Le dieron sin piedá y allá lo colgaron.

***

Viendo que no venían noticias de los dos hermanos mayores, dijo el menor:

—Écheme la bendición, mama, que yo también me voy a recorrer…

Pero como se va’ir, m’hijo. Fíjese que usté es lo único que me queda. ¡Cómo se va’ir…!

—Sí, mamacita. —Insistió el muchacho—. Voy a aver si Dios me socorre y mi hago a unos centavitos pa traele a usté, que nunca le falte qué comer. Y a ver si alguna cosa sé di aquellos…

—Bueno, m’hijo —contestó la viejita, llorando—. Que Dios me lo lleve con bien y me lo libre de todo mal y peligro. Arrodíllese, pues, yo le doy la bendición: Nnnn padre, nnn hijo, stu Santo, amén.

Salió el muchacho y preciso: la vieja, a dale los mismos consejos de los otros. El muchacho puso cuidao y vio que le convenía seguilos. Por allá iba con much’hambre cuando s’incontró con la mesa de vinos y manjares. Se voltió pal otro lao y siguió su camino, andando ligerito, ligerito. Después pasó por el baile y esas mujeres tan lindas li hacían quizque así… quizque así!… llamándolo. Peru él ni siquiera se rió con ellas. Siguió ip’adelante! ¡P’adelante! Oyó cantar el silguerillo, que cantaba lindo, valga la verdá, y él si l’oyó, pero sin parase.

A l’último llegó a la casa del viejito y arrimó a pedir trabajo.

—Yo sí le doy trabajo —dijo el viejo—. Vea: toda lo que tiene que hacer es barrer el piso, cuidar un caballito que tengo y traer Tagua.

—Bueno, señor… Tá fácil…

Se fué a traer unas cañas y yerba pa pienlo al caballo, barrió bien barrido y fue y l’entregó al dueño un granito di oro que halló. Después fué con la tinaja a traer agua.

Llegó junto a las rocas, colocó la tinaja y se sentó a esperar. A nada, cayó una gota tan grande que llenó la tinaja. Entonces el suequito se maravilló y lleno di alegría le daba gracias a Dios y decía:

—¡Eh, avemaría! ¡Mi Dios siempre’ es qu’ es muy grande! ¡lzque llenase una tinaja d’estas con una gota di agua! Lo qu’es la divina Providencia…

Llegó a la casa y así se lo dijo al amo y el amo se formó muy buena impresión de lo qu’era el suequito y del fundamento que tenía.

Pasao com’un mes, el suequito dijo que se iba, porque tenía el empeño de averiguar por los dos hermanos. El viejito sintió mucho la ida del muchacho, pero no li opuso resistencia porque vio que tenía razón. Así que se iba, le dijo:

—¿Quiere que le dé su plata en plata, o que le dé tres consejos?

—Lo que usté quiera, señor. Bien sabe que soy pobre, pero usté sabrá lo que más me convenga.

—Así me gusta, hombre. Le voy a dar tres consejos que le van a valer más que cualquier plata. Primero: no ande nunca por atajos, sino siempre por el camino rial. Segundo sea guardoso con su dinero que cuando tenga todos estarán dispuestos a gástalo con usté, pero así que se li acabe no li ayudarán a conseguir más. Y tercero: no se meta nunca en lo que no le han encomendao, recuerde el dicho que dice: gallo pelón, peletas, aonde no te llamen, no te metas.

—Bueno, señor. Tendré muy en cuenta sus consejos y que Dios se lo pague.

—Adiós. Y que la Virgen lo acompañe.

***

Cogió el muchacho a andar y llegó al castillo a pedir posada. Ai mismo le dijeron que pasara al comedor que ya iban a comer. Entró y lo sentaron en medio de todos los gigantes.

Cuando… dicen a caer goteras di aguasangre a un lao. El patojito las vio, y ya iba a decir… cuando se acordó. Y se calló la boca.

Los gigantes apenas lo miraban disimulaos y si hacían señas. Uno d’ellos dijo:

—¿Qué será eso qu’está cayendo di allá arriba?

—Quién sabe, señor… —contestó el patojo.

—Parece sangre…

—Demás, señor.

—Y, ¿sangre di aonde?

—Quién sabe, señor.

—¿No será algún dijunto?

—Quién sabe qué será…

“¡Quién sabe, quién sabe…! Callao la boca, comiendo. “Quién sabe…”. ¡Y di ai nadie lo sacaba! No decía más.

Así que acabaron de comer lo llevaron a la pieza dél, qu’era una pieza muy grande con una cama muy fina con cobertores de raso y con toldos de mucho lujo.

Al otro día el patojito se levantó muy temprano, a seguir su camino y entonces salieron todos los gigantes a despedilo y le dieron de regalo tres cargas di oro y las mulas pa que las llevara.

El suequito al mismo mandó por la madre y quedó pero fue bien rico. Compró fincas y de todo y organizó un gran banquete pa todos los pobres qui hubieran; y todos los meses siguió con la costumbre di haceles banquetes. Los pobres, siempre que tenían hambre, acudían a él que siempre los atendía. De su puerta no dejaba ir a nadie con hambre o desnudo y todos lo querían a él con ropita y todo.

Cuando… una tarde, llegó a la finca una viejita y le dijo:

—Ay, señor, vea: usté que tiene tantas cabezas de ganao, ¿por qué no me regala aquel novillito qui hay allí?

—¡Avemaría, mi señora! ¡Usté si descogió el más bravo de todos y de golpe va y la mata! ¡No, no! No va ya a crér qu’es por no dáselo. Em pueda escoja otro cualquiera.

—No: el que yo quiero es ese.

—Qué vamos a hacer pues con usté, señora. Lléveselo, pero con mucho cuidao, qui a ese animal no hay quien lo lidé.

— ¡Eh, no li hace! Présteme un lacito yo voy a traélo.

Le prestaron el lazo y la viejita fue y lo cogió, y el novillo mansitico, mansitico… Vean, pues…

Ah, pero es que ustedes no saben quién era la viejita. ¡Nu era sino la Virgen!

Y un día se aparece un viejo todo harapiento, cubierto de llagas de arriba a’bajo. Izque a pedir posada.

—Con más gusto qui hast’ai, viejito. Déntrese, qu’esta es su casa… —dijo el patojo— Y ai mismo llamó a los criaos y les dijo:

—Me le traen a este viejito mi mejor vestido, y mis mejores botines y de todo lo que necesite. ¡Pero corran…!

Lavó al viejo, le curó las llagas, lo vistió bien vestido y le dio de comer y todavía le prestó la cama dél pa que durmiera, ¡en qué blandura de colchones!

Cuando… como a la media noche dispierta el viejito y dentra al cuarto onde si había acomodao a dormir el patojo y le dice que izque tenía mucha sé.

El patojo se levantó y cogió el viejito de la mano, pa llevalo a la poceta a que bebiera agüita. Cuando, de pronto, ¡guape!, se resbaló el suequito y allá se fue de bruces. ¡Abajo! allá cayó, esnucao…

Demás que ya adivinaron ustedes quién era el viejito, ¿no cierto? Era Nuestro Señor, qu’en premio, esa misma noche, se llevó al suequito pal cielo, en cuerpo y’alma.

 

Código: CLTC 611N

Año de recolección: 1985

Departamento: Antioquia

Municipio:

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante: 

Edad informante:

Recolector: Agustín Jaramillo Londoño

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuento popular andino. Colombia

Año de publicación: 1985

 

 

Rambao

Rambao es un señor muy trabajador de todos los, como se dice, trabajos materiales, pero de muy poca suerte, sin fortuna, no tenía suerte, todo lo que hacía fracasaba y allegó a una edad de 30 años y la vida de él era muy triste. Entonces resolvió de casarse. Después de casado comenzó a trabajar con una fe y pedirle tanta suerte a Dios y a María. Pero no podía conseguir nada sino que la mujer siempre le alumbraba en el año sus dos o tres niños y tenía una caterva de hijos y no tenía suerte. Asín después de todos esos atropellos él cogió y abandonó la casa y se fue a andar, andando, caminando. Llevaba de casualidad una gallina que había guisado en la casa el día que se retiró. Se le presentó a la hora de la comida una señora que le dijo para comerse esa gallina. Le respondió que no, quesque él nunca había tenido compañeros y ella le dijo que sí, que ella era María. Él dijo: “Jamás, yo nunca he conocido a María; en tanto tiempo que le he pedido a María nunca ha querido ayudarme; hoy se me presenta porque yo tengo mi gallina, por lo cual mi gallina no se la va a comer María, me la comeré yo solo. Pero si usted es María, María pues que se vaya a rogar a otra parte, yo sigo solo y me como mi gallina solo”. Despreció a María y siguió. Más adelante vuelve el hambre y lo atacó y comenzó a comerse su gallina y se le presentó un señor y le dijo que él era Jesús y le respondió que jamás nunca había conocido a Jesús, jamás. Él le pedía mucho a Jesús con mucho empeño y nunca le había querido brindar nada ni ayudarlo y ahora que él llevaba una gallina guisada era que quería ayudarlo y acompañarlo, pero para comerse la gallina y así no; él no tenía campañas con nadie con su gallina. También lo despreció. Se fue él y quedó ahí Jesús. Más adelante vuelve y lo atacó el hambre y se puso a comer; cuando estaba comiendo oyó una voz muy profunda que le gritó y le dijo: “Rambao! Rambao!” Él le contestó muy furioso y le dijo: “¿Para qué me necesitas? A nadie tengo quien me llame por aquí, porque yo no le debo a ninguno”. Al fin la voz se le presentó con un trueno; una tempestad que lo atemorizó mucho, le dio mucho miedo y al llegar donde él estaba, se presentó una mujer que le dijo: “¿Tú eres Rambao?” Dijo: “Yo si soy Rambao, ¿para qué me necesitas?” La mujer le respondió: “Advierta que yo soy la Muerte”. Dijo: “Si usted es la Muerte con usted me como mi gallina”. Entonces la Muerte agarró la gallina y viendo que él tenía la pierna de la gallina agarrada, le dejó ese muslito. La Muerte le dijo: “Advierta Rambao que su señora está de parto”. Respondió: “Bueno, usted será mi comadre”. Y siguió su vía. Más adelante él se encontró con un viejo, que le dijo: “¿Pa dónde Rambao?” Él le respondió: “Pa dónde a mí me de la gana, a nadie tengo que darle cuenta cual es mi vida”. Entonces el viejo le dijo: “Sépase que yo soy compañero suyo”. Rambao contestó: “Si usted es compañero mío, no lo va a ser, porque yo no ando con nadie ni tengo que ver con ninguno. Ando mi vida solo, yo no tengo que ver con nadie”. El viejo dijo: “Bueno, sépase que lo sigo a donde usted vaya, voy yo”. Le respondió: “Bueno, ahí veremos”. Comenzó Rambao a andar y el viejo atrás, atrás, atrás. Cuando llevaban el día de camino, ya Rambao iba un poco fatigado y con hambre; ya esperó al viejo y charló con él. Le dijo: “Ah viejo, y… usted que es más conocedor de estas montañas ¿por aquí no hay casas? Llevo un hambre que no sé qué es”. El viejo le dijo: “Hombre aquí no hay casas. Había unas viviendas y las abandonaron, pero sí sé que quedaron unos palos de naranjas que tienen muchas naranjas. Si tú no procedes de coger más de cuatro o cinco naranjas, yo te llevo a donde está este palo”. Dijo Rambao: “Le prometo mi palabra que yo no voy a coger más de cuatro naranjas”. El viejo lo llevó. Estaba este palo de naranjas quesque amarillaban. “Bueno, este es el palo de naranja, Rambao”. De una vez corrió y se montó arriba y comenzó a menear ese palo y ¡cómo caía la naranja! ¡Cómo caía mango maduro! Rambao cogió y se llenó los bolsillos y el viejo que mordía clavo. Salieron. Más adelante, el viejo le dijo: “Hombre Rambao, lo primero que te dije, lo primero que hicistes, hombre”. Rambao le respondió: “Vea Dios, a mí no me embrome mi vida ni me amargue la vida porque esos frutos no los ha sembrado usted. ¡Hombre, no sea usted pendejo! ¡Hombre carajo! Usted me lleva muy ardido. Yo tengo mucha hambre, yo con cuatro naranjas no me iba a hartar nada”. Bueno, y siguieron con su pelea. Pasaron ese día; al día siguiente otra vez viajaron. Al fin del día otra vez, Rambao muerto de hambre le dijo: “Hombre, viejo, usted no tiene conocidos por aquí, amigos. Yo vengo muerto de hambre y no llevamos dinero”. El viejo le respondió: “Yo tengo una comadre que nos dá un bocado de comida, pero hay que conformarnos con lo que ella nos brinde, es que usted no obedece”. Dijo: “Bueno, yo hago lo que usted ordene”. Así cogieron y allegaron a donde la comadre. El viejo le dijo: “Bueno comadre, aquí estoy para que nos venda o nos regale cualquier comida por ahí”. Bueno, ella les preparó y les hizo chocolate. Comieron. Después de que ya comen de lo que la vieja les sirvió, se paró Rambao y se fue al fogón y le dijo: “Vea mi señora, ¿no le quedó más nada? Déme de comer que yo no me he hartado”. Entonces el pedacito de comida que la vieja dejó para ella tuvo que regalárselo. Al viejo tampoco le gustó eso. Al día siguiente siguieron y otra vez le reclamó la misma cosa, pero Rambao le dijo: “Hombre, usted no trabajó eso. Yo tenía mucha hambre, yo tenía que comer”. Otra vez aplacaron esta pelea y siguieron. Al día siguiente les tocó allegar a una ciudad, una ciudad muy grande, pero casi ya no había juventud, sino puro viejo. El más nuevo tenía 70 años. Cuando ya pasaron esta ciudad, dice Rambao: “Vea, viejo, ¿y nosotros a dónde vamos a morir de hambre? Pues ya salimos de la ciudad y tanto que hay que comer y ¿a dónde es que nosotros vamos a comer?” Entonces el viejo le dijo: “Yo no llevo cinco, Rambao, yo no tengo conocidos aquí, tú tampoco, ¿qué vamos a hacer? Tenemos que coger el camino del monte, comer al monte”. A lo que le respondió Rambao: “¿Cómo es posible?” Pero sin embargo, el viejo le dijo: “Vaya donde aquella señora que está allá barriendo, allá en la calle y dígale que me mande cincuenta centavos de pan”. Fue él y le dijo el mandado y la señora le respondió: “Sí, como no, dele los panes”. Fue y le dio los cuatro panes. Se regresó Rambao y le dijo: “Aquí tienes, viejo, y que no tenía conocidos, y qué no lo conocían”. El viejo le respondió: “No, esas son las obras de arte que uno consigue. Coge un pan”. Y Rambao protestó: “¿Pero debo yo coger un pan, hombre? Si yo lo fui a fiar hombre”. “Sí, pero los panes me los fiaron fue a mí, no a ti”. Rambao insistió: “Pero yo tengo derecho a dos panes y usted a dos, si eso es a medias”. El viejo le dijo: “No señor, los panes son míos, coge un pan y nada más”. Rambao le dijo: “Bueno yo me voy a coger un pan, pero advierta que si no me lleno con un pan, lo mato; porque usted tiene que darme otro pan”. Siguió el viejo alante y él atrás comiéndose su pan. Cuando se terminó de comer el pan, Rambao ya no sabía si en el mundo había hambre ni nada, iba completamente lleno y ni le mentó, más nunca pan al viejo. Siguieron. En la noche llegaron a un lugar donde había muchos matorrales, muy llenitos para dormir y allí se quedaron. Al día siguiente le dijo el viejo a Rambao: “Ah, Rambao, vamos a seguir vía; vamos al monte donde podemos trabajar. Si estás listo ve a trabajar, yo también”. Rambao, le respondió: “Bueno, vamos a trabajar”. Se pusieron a hacer rozas y a sembrar maíz, cuando ese maíz estaba sembrado, le dijo el viejo: “Bueno, Rambao ¿por qué no vas a la ciudad y pegas el grito de que de viejos te atreves a hacer hombres nuevos?” Rambao le responde: “¿Usted porque no va? ¿Qué quiere que vaya yo a gritar eso ahí y me coja el gobierno y me mate?” El viejo, le dijo: “Nada de eso, no tengas miedo y haz lo que te digo”. Rambao obedece y se fue a la ciudad donde se puso a gritar con voz tétrica: “Yooo soy Rambao que de hombre viejo me atrevo a hacer nuevo”. Más adelante dio la misma voz. “Yooo soy Rambao, que de hombre viejo me atrevo a hacer nuevo”. Entonces un policía lo cogió por la mano y le dijo: “¿Qué es lo que usted habla? ¿Viene borracho? ¡Aquí no se viene con escándalos!” Rambao le respondió: “No, lo que yo hablo lo cumplo. Yo de viejo me atrevo a hacer nuevo y si quiere dígame con quién es que vamos hacer la prueba”. El policía le dijo: “Bueno, camine y siga conmigo, vamos a la Policía”. Lo llevó a la Policía; allí lo investigaron. Entonces el Alcalde le entregó un viejito y lo mandó con dos policías. Lo llevaron a donde estaba el compañero. Él lo había dejado allí, preciso, en una ramadita que ellos habían hecho en dos trojitas. Pero ya él no ve eso, ya allí encuentra un palacio. Dijo: “Pero ¿qué es lo que a mí me pasa? ¿Yo me habré perdido o el viejo es que me está jugando brujerías?” Le dijo a los policías: “Espérenme ahí, y comenzó a buscar y no encontraba a nadie y se puso a llamar al viejo. “¿Qué te pasa Rambao?”, le responde: “Hombre, deje de ser brujo: ¿usted a qué hora ha hecho este palacio? Usted me está… a mí no me está agradando esto”. El viejo le respondió: “Hombre, que va, Rambao. Nada de eso, cosas de la naturaleza, el que anda con Dios con Dios atermina”. Rambao le respondió: “No, no, no” y por fin le dijo: “Bueno ahí te traigo un viejo, para probar la cosa”. El viejo lo calmó: “Dile a esa gente que pase para acá”. Se presentaron los dos policías con el viejo. “Ahí está el señor”, le dijo Rambao cuando regresaron. Entonces el viejo ordenó: “Bueno, Rambao, coge este señor y mételo ahí en esa hornilla que está ahí bien prendida”. Rambao arrempujó al viejo y lo echó a la candela. Cuando ya se terminó de quemar, el viejo, le ordenó: “Cógeme estas cenizas ahí y traémelas para acá”. Rambao cogió las cenizas y le dijo: “Vea, Dios, si usted a ese hombre no lo vuelve a hacer, usted advierta que enseguida antes que esta policía me mate a mí, lo mato yo a usted. Y usted cuándo puede hacer a este cristiano vuelva otra vez a ser gente, si eso se ha quemao, esto está vuelto cenizas. No sea usted tan bruto, hombre. ¡Viejo animal! Pero a mí no me pone usted ese cuento, a usted lo mato yo”. El viejo, solo le respondió: “Hombre, haga caso Rambao, échele esa ceniza aquí a la mesa”. Asina lo hizo, cogió un puñado y se puso a hacer la figura de una persona con la ceniza. Al descuido, cuando espabiló Rambao, vio fue ya la figura cuadrá. Le dijo: “Vaya y dígale a los señores policías que si de que edad quieren al viejo”. Rambao obedeció: “Vea señor agente, que de qué edad quieren ustedes al viejito”. Uno le respondió: “Hombre, que lo ponga de 14 años, joven”. A lo que aceptó el viejo: “Bueno, de 14 años y asina lo hizo. “Aquí está, es la prueba”. Los policías se fueron con ese muchacho más contentos. Siguieron a la ciudad y al llevar ahí ese muchacho que llegaba muy jovencito, se avalanzó ese pueblo y se comienza a venir gente y ¡eso eran chorros! ¡Y Rambao a quemar gente y el viejo a parar gente! Rambao recibiendo dinero y echándolo en un depósito que tenían. Ya Rambao no daba abasto de reempujar gente para esa hornilla y entonces encargaron otros dos más para que los ayudaran. Al fin ellos volvieron la ciudad toda joven, Rambao y el viejo quedaron con tres depósitos llenitos de dinero. Ahí había de toda prenda, de toda plata, de todo oro. Ya terminaron el trabajo y dice Rambao: “¡Ah, viejo! ¿Y ahora? ¿Esa plata?”. El viejo le respondió: “Esa plata tenemos que dividirla, Rambao”. Aceptó gustoso, “Bueno, vamos a dividirla. Como no la parta a medias, a medias conmigo, lo mato”. Claro, quería decir que como él había quemado los viejos y el compañero los puso nuevos, tenía derecho a la mitad de la plata. Pero el viejo le ordenó: “Haz tres partes, Rambao”. Dijo: “¿Y tres partes por qué, hombre? Son dos partes. Nosotros somos dos”. El viejo le aclaró: “Somos tres Rambao. Haga las tres partes”. Rambao obedeció: “Bueno; yo voy hacer las tres partes, pero yo le voy a aprobar que no más somos dos”. Se hicieron las tres partes. Cuando ya dividieron todo, el viejo dijo: “Bueno coge tu parte”. Rambao se apresuró a agarrarla: “Sí, esta es la mía”. El viejo separó la otra diciendo: “Yo cojo ésta”. Rambao entonces preguntó: “¿Y esa otra?”. Y el viejo le dijo: “Esta parte es para pagar los panes, ¿no ves que de una vez se te quitó el hambre?”. Rambao le respondió: “¡Ah! pero es que los panes los debo soy yo; yo los fié, soy yo, yo tengo que coger esa parte para yo ir a pagar los panes”. El viejo entonces, le dijo: “¿Cómo va a ser, Rambao, si los panes el que los debe soy yo?” Dijo: “No señor, yo fui quien fue a fiar los panes, y yo tengo que ir a llevar la plata”. El viejo terminó por decir “Bueno, así será, coge tú la parte, pues no vamos a entrar en pelea”. Así le tocaron dos partes a Rambao. Entonces el viejo, finalmente le dijo: “Bueno, Rambao, esa otra parte también cógela y es tuya; la plata toda es tuya, yo me quedo con la casa y la cosecha, pero yo no me muevo de aquí, yo no camino más. Así con esa plata puedes irte para tu casa”. Rambao contento le respondió: “¡Verdad es, vamos a arreglar!”. Empacó su dinero y se dispuso a regresar para su casa. De modo que se fue. Se regresó. Allegó a la ciudad de él por la tardecita y no da con la choza en que él dejó a su familia y hasta tanto, tuvo que pedir una posada en otra casa, donde se hospedó. Hablando ya después que comió y que retiró a los trabajadores que llevó y quedó allí solo, le preguntó a la dueña: “Vea mi señora, y usted de casualidad no oyó comentar aquí en esta ciudad de un señor llamarse Rambao, ¿un hombre muy pobre y trabajador, muy católico? Dijo la señora: “Sí Uuuh! pobrecito hombre, ¡yo no sé qué le habrá pasado! Este hombre se fue de aquí aburrido, decepcionado de la vida y dejó a la familia, toditos más bien desnudos y en la calle, ahí en una chocita. Y eso fue como una bendición, desde que este señor se perdió de aquí, que más que nunca se ha sabido de él, desde esa noche, digo, a él le viene todos los días de Dios un señor con una carga de plata que manda Rambao y no se ha sabido más nunca dónde está Rambao y así ahí está. Aquí en esta ciudad se hace lo que manda esta casa, esto es, la viuda de Rambao. Allí hay policía, allí hay todo, para entrar a esa casa es como entrar a un cuartel, con tanta guardia”. Rambao, haciéndose el bobo, le siguió preguntando: “¿Pero él no existe ahí?” Y la señora le respondió: “No, no, es que más nunca se ha sabido de él”. Por la mañanita cogió Rambao y se paró, se fue al centro y se tomó un tinto. Se devolvió, fue a la primera guardia y pidió un permiso, lo dejaron pasar. Siguió a la otra y también. Siguió a la otra y entonces le reclamaron los papeles. Le pegó un empellón a un guardia y le dijo: “Qué papeles ni qué papeles voy yo a cargar si esta casa es mía, yo soy Rambao. No necesito de más nada, soy el dueño de esto”. En esa pelea con la policía salió el hijo mayor de él, diciendo: “Hombre pero dejen pasar al pobre viejo, si él dice que es mi papá, pues vamos a reconocerlo bien”. Y después de mirarle bien a la cara, gritó: “¡Él es mi papá!”. Eso fue una alegría para los hijos, pero entonces la vieja no le quería mucho, dizque estaba repelente, que no era Rambao y que así al fin se dieron cuenta y era Rambao. Ya hubo el matrimonio otra vez. Queda Rambao ordenando en el mundo, mandando su casa y toda la ciudad. Pero él tenía una merced del viejo, que le pidió antes de salir: morir cuando le diera la gana. El viejo se la dio, pero con el compromiso de poner una caja de plata todos los días de Dios en la ciudad para el pagamento de los pobres y así siguieron, él cumpliendo su promesa, pero también haciendo maldad. Llegaba a una mesa de juego y no lo aguantaban, Rambao la limpiaba, y con él no había modo… Todo lo que encontraba de juegos, de muchachas, eso lo echaba por delante. Ya el mundo estaba apurado con Rambao. Tanto, que hubo que pedir que acabaran con Rambao, que ya Rambao no podían con él. Pedro le dijo al Señor: “Hombre, pero que vamos a hacer con Rambao, tanto reclamo con Rambao”. Le respondió el Señor: “Pero hombre, cómo hago, es una merced que yo le di”. Pedro insistió: “Bueno, pero ya quitársela, es que el mundo está muy apurado con Rambao, quítesela, vamos a mandar a la Muerte por él”. Al fin el Señor ordenó: “Bueno, mándele a María a buscarlo, pues”. Mandó a la Muerte a buscar a Rambao y ésta le dijo: “Rambao, alístate que vengo a buscarte”. Entonces dijo él: “Casualidad, te estaba esperando, estoy aburrido de estar en el mundo ya. Siéntate ahí y te alcanzo unos manzanos maduros que tengo en ese zarzo para comérnoslos para irnos”. Allá se montó María y cuando estaba allá le dice Rambao: “Bueno, ahí te estás”. Ahí la castigó dos años. Aguantando humo. Entonces no moría nadie porque la Muerte estaba presa. A los dos años la soltó. Se fue María, asustada, ¡fun! ¡fun!, Volando hacia el cielo, huyendo de Rambao. Al llegar allí, le dijo: “Mi, Señor, a mí no me mande a buscar más a Rambao, este hombre me ha matado a mí. El señor le respondió: “No, tienes que irlo a buscar otra vez. A Rambao hay que recogerlo ya. En la próxima te lo traes, yo te aviso”. Siguió Rambao con sus maldades en el mundo y entonces dijo Pedro: “Hombre, mi señor, qué hacemos con Rambao, ya estoy cansado de tanta queja de Rambao.” El señor le respondió: “Vuelve a llamar a María, vamos a mandarla”. La llamaron, siguió María a buscar a Rambao y cuando este la vio, se dijo: “Mira, allá viene María a buscarme, ahora sí la vamos a engañar para que no me ponga más problema” Se vistió, se raspó la cabeza como un muchacho chiquito y se puso al suelo y se puso a gatear, a jugar. “Buenos días,” dijo María a la mujer de Rambao. “Buenos días… Siéntese”, respondió ella. Pero María le dijo: “No, yo tengo que irme ¡y Rambao?”. Respondióla señora: “Rambao está por allá jugando, puede que esté jugando, yo no sé qué jugará”. Entonces María le dijo: “Bueno, mientras que Rambao va y viene yo me llevo este pelao” y le volteó el garabato al muchacho que estaba ahí con el ropón. ¡Tan! Lo arregló. Y así se llevó a Rambao. Al llegar al cielo, María dijo al Señor: “Aquí está, mi señor, Rambao”. Entonces él le dijo: “Bueno pues déjalo. Él tiene que ir donde Pedro. Y así pasó, llego Rambao a la Gloria. Tun! tun! tun! tun! Al fin responde Pedro. “¿Quién es?” Y le contestan: “Rambao”. Dijo Pedro: “Rambao no es de aquí. Rambao es del Infierno”. A lo que dijo Rambao: “No señor, Rambao es de la Gloria”. Pedro le respondió: “Rambao es del Infierno. Largúese”. Cerraron la puerta y sigue Rambao para el Infierno. Llegó al Infierno y se puso a tocar: Tun! tun! tun! ¿Quién?”, le pregunta el diablo y le responde: “Rambao”. Entonces el diablo le grita: “Rambao no es de aquí Rambao es de la Gloria. Rambao no es del Infierno”. Entonces Rambao caliente, le dice: “Hombre, pero si vengo de la Gloria y me dicen que soy del Infierno, ahora usted me dice que soy de la Gloria”. El diablo le dice: “Váyase, que usted es dé allá, yo aquí no lo quiero”. Lo echaron para la Gloria otra vez. Vuelve y llama a Pedro. Tun! tun! tun! “¿Quién?”, le pregunta y le responde: “Rambao”. Entonces Pedro le grita: “Le he dicho que Rambao no es de aquí”. Entonces Rambao le dice que el viejo le había dado un recado para él, que quería decirle dos palabras, que no se iba a meter. Pedro le obedeció, medio entreabrió la puerta y por ahí run!, se metió Rambao. Ahí atrás estaba un antioqueño que tenía días de estar esperando y no lo habían dejado entrar y al meterse Rambao, se puso a tocar la puerta. Tun! tun! tun! “¿Qué pasa?” Preguntó Pedro. A lo que responde el antioqueño: “Pues que va a pasar, pues yo soy el equipajero de Rambao, ábrame la puerta que voy apurado con mi equipaje también”. Ahí siguió el antioqueño y se metió por medio de Rambao y ahí se terminó el chiste.

 

Código: CLTC 612N

Año de recolección: 1985

Departamento: Córdoba

Municipio:

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante: 

Edad informante:

Recolector: Manuel Zapata Olivella

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuento popular andino. Colombia

Año de publicación: 1985