Para algunos negros de la costa, Tumaco no está clavado en terreno de formación marina, sino sobre el lomo de una ballena que llegó del Ecuador después de navegar mucho tiempo. Así se explica el ribereño el origen de la isla que está allí desde el terciario inferior probablemente, cubierta la frente de corales y de conchas las orejas. El hecho ocurrió en fecha indeterminada. El mundo estaba niño cuando eso. El suceso se verificó antes del endurecimiento de las cosas, antes del silencio en la realidad de las estrellas, antes que los dibujos caprichosos de los montes tomasen la forma que ahora tienen. Para el crédulo, lo inesperado sobrevino después de Adán o del Diluvio.
El animal nació arriba del Daule y Babahoyo, cerca de los volcanes. Una noche, una chispa de la Cruz del Sur le dio la vida. En adelante empezó a crecer y a engordar. Cavando en sus ratos de ocio, hizo un lago de aguas turbias que rugía con el viento, aullaba al sentir el vuelo de los pájaros, y se salía de madre con las hojas menudas que le caían del cielo. La cama que la sostenía era una olla que hervía en todas las estaciones.
Una tarde la tierra no pudo más con ella y se quebró. Rodando, rodando, bajó por la corriente del Daule aruñando las lomas, pelándolas. Había que verla dando vueltas por los saltos, secando los pozos, tumbando cedros, montándose sobre los sembrados. Tallos, cortezas, flores, semillas, todo cayó en su remolino. En los lugares secos rajaba la capa del suelo formando nuevas hondonadas. De esta manera llegó al mar, en donde abrió el estuario del Guayas y las bocanas de Cabo Manglares.
Ya en el océano, combatió con el agua salada-amarga que se le metía en las fauces. No estando acostumbrada a los colores variables, a las anchuras movibles, a lo que avanza y retrocede, golpeó las espumas, las olas y peces relampagueantes con sus aletas renegridas. Cuando se zambullía, como huyendo del marco que la aprisionaba, se iba contra los arenales, y, haciendo temblar la costa, abría entradas en los bosques.
Con los ríos sostuvo encuentros impresionantes. El Esmeraldas la cubrió con piedras basta formar un cerco de varios metros por donde pasaron los primeros hombres que venían de las Tierras del Fuego; en Río Verde estuvo prisionera cien años por playones calientes y por plantas rastreras que descendían hasta ella por los peñascos y las breñas; el Cayapas quebrantó sus ímpetus de caza al ame liarle la trompa con que hocicaba los barrancos; el Mira quiso atraparla, meterla bajo su lodo amarillo arrancado en tormentas de siglos … Pero de todos triunfó. Tomas y playas, hierbas y horcones, altozanos y animales sin nombres que descansaban en su espalda, vinieron abajo en un día cualquiera. Siniestra, corneó las presas de barro y pedruscos, y, con la cola parada, ancha y abombada, siguió adelante… adelante…
Las islas, que eran vivas y humanas, se opusieron a su paso. La Tola y su hija, Santa Rosa y Bolívar, Valdés y La Palma se confabularon en su contra. Unidas y rabiosas, ordenaron a sus taguales y caobos, mangles, cauchos y cocoteros que hundieran sus raíces más allá de los cimientos del mundo para frenar las incursiones de la que azotaba las rocas y los troncos. Al fin, con cargas mortales y con la ayuda de las tempestades, atravesó la muralla.
Vio la sirena un Viernes Santo en los esteros del Mataje, y conoció el oro de los minerales de Santiago. Destruyó muchas veces el paisaje ribereño y lo volvió a crear. Pescó en los cantiles y convirtió en nubes parte del agua que la conducía. Cada mil años levantaba la cabeza que parecía promontorio, por ver, quizá, los tintes de los atardeceres…
Así llegó a Tumaco. Se dice que se quedó allí por el clima calmado y por el espacio suficiente, porque deseaba descansar de los combates, y por el bienestar y la alegría que le produjeron los brazos de mar y los meandros. Al acomodarse de nuevo, la comarca crujió como si sus diques se rompieran. Con este último esfuerzo partió a Bocananueva y metió su rabo pelado entre el Pindo y El Bajito.
Sobre su superficie nacieron los árboles maderables y las plantas medicinales. Dejó que la Viciosa y el Morro jugaran sobre su espinazo. Encima del pescuezo se le montó el Viudo a llorar sus desengaños. Después… Llegaron los hombres, la ciudad, la raza que piensa cada siglo en poner en muralla a la ballena que vino de arriba… De arriba… Del pie de los volcanes…