El mocho y el tigre

Una vez salió un mocho (cojo) con su compañero a cazar un tigre. El amigo llevaba al mocho en los hombros, pues no podía caminar. Cuando llegaron al sitio donde iba a cazar el tigre, mientras lo esperaban con la escopeta por un lado, el tigre se les fue por detrás. Cuando el mocho se dio cuenta de que tenían al tigre allí, le dijo al compañero: “Tienes al tigre al lado”. Y en seguida el compañero tiró al mocho al suelo y pegó a correr. Cuando aquél llegó a su casa, le dijo a la mujer: “Mija, prepárame la hamaca que vengo cansado de tanto correr”, despreocupado de la suerte del mocho. “Mijo —le respondió la mujer— qué hamaca te voy a preparar si el mocho está acostado en ella”, pues éste había corrido más rápido que su compañero, a pesar de su cojera.

 

Código: CLTC 626N

Año de recolección: 1985

Departamento: Córdoba

Municipio:

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante: 

Edad informante:

Recolector: Manuel Zapata Olivella

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuento popular andino. Colombia

Año de publicación: 1985

 

 

¿Quién manda más en casa, el hombre o la mujer?

Un día hubo una discusión entre dos compadres sobre quién mandaba en casa. El uno afirmaba que el hombre y el otro que la mujer. La discusión se prolongó sin que se pusieran de acuerdo. El otro día, el compadre que afirmaba que la mujer era quien mandaba, salió con unas gallinas y unos gallos y se fue a visitar a varios amigos casados. A los primeros les ofreció un ave de las que llevaba y la mujer se adelantó a decir al marido: “Mira, es mejor que nos quedemos con una gallina”. Y así se hizo. Más tarde fue a donde otros amigos y volvió a ofrecerles un ave. El marido se adelantó a decir: “Que bien, ¡me gusta el gallo!” A lo que la mujer agregó. “Pero, mijo, mira que ya tenemos uno, ¿por qué no cogemos una gallina?”. Y así se hizo. Así llegó a casa de su otro compadre y les ofreció las aves. Entonces este se decidió por el gallo, a lo que la mujer agregó: “Mira, mijo, es mejor que cojamos la gallina que es más gorda”. Después de reparar en las aves, el compadre cambió de idea y se decidió por la gallina. A lo que compadre respondió: “¿No le dije, compadre, que la mujer es la que manda en casa?”.

 

Código: CLTC 627N

Año de recolección: 1985

Departamento: Córdoba

Municipio:

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante: 

Edad informante:

Recolector: Manuel Zapata Olivella

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuento popular andino. Colombia

Año de publicación: 1985

 

 

El príncipe Tulicio

Este era un hombre casado con su mujer. Estuvieron viviendo, viviendo, pero no tenían hijos.
La casa de ellos quedaba cerquita del palacio del rey y eran gente muy pobre. Como no tenían hijos se valieron de una hechicera que a veces venía al pueblo y el hombre le pidió que le hiciera remedios a su mujer para que quedara preñada porque él quería un hijo que le ayudara en su vejez. Entonces la hechicera se encerró con la mujer en el cuarto y le hizo burundangas. Cuando salió, le dijo al hombre que su mujer quedaba lista para concebir un varón hermoso que sería como un príncipo y el hombre quedó contento con la diligencia y le pagó su plata.
Al poco tiempo la mujer quedó preñada y se alegraron tanto que a todos los vecinos les contaron la noticia y los convidaron para cuando fuera el alumbramiento. Llegó el día. iAy carajo! Ya vinieron los amigos y mataron un puerco que tenían engordando en la casa. Ya llamaron a la comadrona y se encerró en el cuarto con la parturienta.
Comían y bebían, comían y bebían. Y en eso oyeron el chillido de la criatura. ¡Nunca habían oído chillar a un recién nacido que llorara así, y la comadrona pega el grito, iAy cristiano!, la maldición ha caído sobre esta casa, esta mujer ha alumbrado a un lagarto. El papá entró a verlo y salió alunado. Ya se fueron yendo los invitados y la mamá de la criatura se puso echa maldiciones, echa maldiciones y no había quien la consolara.
El tulicio nació hablando y de mal genio. Pidió que le hicieran una poza en el patio para él vivir allí y que nadie fuera a molestarlo. Ese lagarto no salía para nada de su poza sino cuando se iba a calentar en el sol o le llevaban su comida. ¡Porque sí comía esa bestia! Pero cuando se enojaba salía como una maldición por toda esa casa dejándola batusita de barro. Barajo la maldicion, decía la mujer, pero más se enojaba el tulicio. Hasta que un día salió con los ojos bien colorados y le dijo a la mamá que fuera donde el rey a pedirle permiso porque el quería visitar a la mayor de las hijas.
El rey tenía cinco niñas, muy hermosas las criaturas. “Pero cómo hijo, si vos sos un tulicio, ¿cómo es que te atrevés a pedir permiso para entrar al palacio de su sacarrial majestá?, ¿cuándo se ha visto? Y se enojó ese lagarto y comenzó a tronar y esa casa se sacudía y la mamá no tuvo más remedio que ir donde el rey y llevarle la razón que le mandaba su hijo el tulicio. El rey se molestó porque cómo un lagarto barrialoso se atrevía a poner sus patas asquerosas en su palacio, no, eso ni muerto. Pero ahí fue la rabia del animal y encomenzó la tronamenta y rayos y centellas y el rey se asustó tanto que no tuvo más remedio que consentir que ese demonio viniera a visitar a su hija.
Así es que llegó don tulicio batusito de barro, cran, cran fue subiendo la escalera y ese palacio iba quedando peor que la poza donde él vivía. Se sentó a esperar a la príncipa en la sala, y mandando: ihey! rápido, que él no iba a hacerle nada. Vino la príncipa y muerta del susto se sentó al lado del tulicio, pero cuando él quería acercársele, ella se corría más para allá porque ese diablo apestaba y ella no quería llenarse su cuerpo de barro. El tulicio se enojó y le pegó un golpe con esa cola y ahí mismo quedó muerta la príncipa.
El rey que oye el estruendo y viene gritando que ese maldito lagarto le había matado a su muchacha y se formó el coge-coge en ese palacio. Los papás del tulicio no se consolaban, ese maldito les había traído la desgracia. Y el tulicio apenas asomaba la trompa y decía que quién la había mandado, que eso era para que lo respetaran. Tiempo va, tiempo viene y le dice don lagarto a la mamá que quería visitar a la segunda hija del rey y la mamá le dijo “¡¿cómo?!, si ya mataste a la primera, ¡cómo vas a matar a la segunda!”. ¡Que vaya donde el rey, le digo! Y empezaron a caer rayos y centellas y la mamá fue llorando a los pies del rey a decirle que su hijo el tulicio iba a venir a visitar a la segunda hija, pero el rey dijo que no. Entonces aumentó la tronamenta, ese palacio se sacudía como si fuera hamaca, hasta que el rey dijo que viniera pues ese maldito tulicio. Esta vez trajo más barro. Cran, cran fue subiendo esa escalera y el rey y la reina y todo el mundo llorando. Ha venido pues la príncipa y se ha sentado, pero cuando el tulicio quería abrazarla con esas garras ella se corría, ¡hasta que el lagarto se enojó y sacó la cola y ipam!, la mató. La enterraron con todo el pueblo llorando y él decía que por culpa de ellas, quién las mandaba ser malcriadas. Pasó el tiempo y dijo el tulicio que iba a visitar a la última hija del rey y ahí sí fue el llanto de la mamá porque esa era la niña de los ojos del rey y cómo iba a matar también a semejante pimpollo de la tierra. Otra vez la tronamenta y los rayos. La mamá se fue llorando donde el rey y su sacarrial majestá se desmayó pero dijo que ya que había matado a las dos mayores que viniera también por la niña de sus ojos. iAhora sí trajo barro el tulicio! ¡Vino lleno de porquería hasta los ojos y subió icran, cran! las escaleras y se sentó con las patas cruzadas a esperarla.
La última príncipa no era ninguna pendeja. Se consiguió como cien pañuelos y llegó saludándolo: “buenos días, don Tulicio”, “buenos días, señorita, siéntese que si se porta como es no le hago daño”. Y se ha sentado la príncipa y eso era hágale mimos y con los pañuelos le limpiaba el barro y se le acercaba, pero ahora era el tulicio el que le decía: no se me acerque mucho que le ensucio el vestido y la príncipa más se le acercaba. Estaban pues todos esperando que el animal ese matara también a la príncipa, pero cuando los vieron conversando como buenos amigos se han alegrado el rey la reina y los sirvientes y todo el mundo volvió a su juicio. “Usté es una señorita muy educada”, le decía el tulicio y más coqueterías le hacía la principa. Entonces el tulicio le dijo que con el permiso de ella se iba a quedar durmiendo en su cuarto y que se iba por la madrugada, que no tuviera miedo, que él no pensaba perjudicarla y por eso iba a dormir debajo de la cama, pero que ella no fuera a acercársele. La príncipa le llevó la corriente y le dijo que le iba a arreglar una cama al lado; que no, dijo el lagarto, que iba a dormir en el suelo. Así acordaron y la príncipa lo llevó a su cuarto a escondidas y lo metió bajo la cama. iY en eso, ¡pum!, llega la maldita hechicera! Viene y dice que quiere hablar con la príncipa algo muy importante para la vida de ella.
A esa hechicera la querían porque curaba a la gente, nadie sabía que era una bruja malvada. Ahí mismo llamaron a la príncipa y se la llevó aparte y le dijo que ese lagarto que tenía escondido bajo la cama era un príncipo de verdad, el hombre más hermoso de la tierra, sino que pasaba que estaba encanta’o y para desencantarlo había que alumbrarlo con la vela y dejarle caer tres gotas de esperma en el ombligo y entonces vería semejante príncipo, digno de casarse con ella. iQué le han dicho! Ya le entró la curiosidad a esa niña, engatusada con las palabras de la bruja y ahora sí, espere la noche, mujer al fin, pues, espere la noche para conocer a ese príncipe.
Llegó la noche y ella entró en su cuarto y encomenzó a decirle que le iba a pasar unas cobijas; que no, que lo dejara tranquilo. Que se iba a acostar ahí con él; que no, que él no quería perjudicarla. Así estuvieron hasta que ella oyó roncando al lagarto. Roncaba como un bajo. Se bajó de la cama y encendió una vela, alumbró debajo de la cama y vio a ese lagarto durmiendo y le echó tres gotas de esperma en el ombligo. Ahí mismo se sacudió ese lagarto como si lo hubiera tocado el Diablo y no fue cuento que se convirtió en un príncipo, en un hombre hermoso que dejó maravillada a la señorita. IAy muchacha, me perdiste y perdiste a tus hermanas! Me mandaste a un limbo. Ya me faltaba un día para desencantarme; tus hermanas también están encantadas. Zapaticos de oro te va a costar encontrarme”. El príncipo desapareció. La príncipa se ha puesto llore y llore, porque había perdido a semejante príncipe, hasta que le dijo al rey ya la reina: Papá y mamá, échenme la bendición y denme la parte de mi herencia que me voy a recorrer el mundo en busca de mi príncipo Tulicio”.
Se dolieron mucho, pero le dieron su parte de la herencia y le echaron la bendición y se ha hecho la príncipa camina a andar, camina a andar y entre más caminaba más andaba y le parecía que no andaba, pero andando iba. Llegó a la casa de la Luna, tocó ¡tun, tun! Abrió la puerta la mamá de la Luna. “iAy gusanito de la tierra!, ¿qué has venido a hacer a estas alturas por donde no camina la gente? La príncipa le dijo que andaba buscando al príncipo Tulicio, la mamá de la Luna le dijo que jamás había oído hablar de ningún tulicio, pero que aguardara que llegara el día para que hablara con su hija, la Luna, pues ella andaba mucho y podía darle noticias. “Y escóndase bien porque mi hija, la Luna, llega con mucha hambre y de pronto se la come”. Por la madrugada llegó la Luna diciendo:
A carne humana me huele
mis narices no me engañan
si no me la dan por las buenas
me la darán por las malas.
iAy!”, dijo la mamá, “lo que tengo aquí es una Criatura hermosa, no me le vas a hacer daño”. “Mostrámela”, dijo la Luna y cuando la vio le dijo: ¡ay gusanito de la tierra!, ¿qué andás buscando por estas ásperas tierras? Ando buscando al príncipo Tulicio el hombre más hermoso de la tierra que lo tiene encantado una hechicera”. La Luna le dijo que ella jamás había oído hablar de ningún tulicio pero la iba a llevar donde el Sol, que comprara unos cincuenta novillos porque el viaje iba a ser muy largo y le iba a dar mucha hambre.
Así lo hizo la príncipa y cogieron camino, casí se muere de frío pero se arropó bien. Llegaron a la casa del Sol, ahí la dejó Luna y le pidió que se cuidara bien, ella, la Luna, se iba muy triste. ¡Tocó, tun, tun! y le abrió la mamá del Sol. iAy gusanito de la tierra!, ¿qué has venido a hacer por estas tierras?” La príncipa le contó en qué diligencia andaba y la mamá del Sol le dijo que no tenía noticias de ese príncipo Tulicio, que por lo visto tenía que ser un hombre muy principal para que una criatura tan hermosa y tan delicada llegara hasta ahí buscándolo; que esperara que fuera de noche y llegara el Sol, como él alumbra toda la Tierra le podía dar noticias. “Escóndase en un canasto porque el Sol llega con mucha hambre y de pronto se la come”. Por la noche llego el Sol resoplando, esa casa se sacudió. “A carne humana me huele, mis narices no me engañan. iHay traición en esta casa! “iAy no!”, dijo la mamá del Sol, es una criaturita de la Tierra que ha venido a buscarte para que le des noticias del príncipo Tulicio que lo tiene encantado una bruja”. Ya el Sol se aplacó y le dijo que se la mostrara, que no le haría daño y salió la príncipa y el Sol se maravilló de esa hermosura y le dijo que él alumbraba todos los rincones de la tierra pero que jamás había oído hablar de ese príncipo y que la llevaría donde el Viento que andaba más bajito que él por toda la Tierra. El Sol le dijo que comprara unos cien novillos y unos cien cántaros de agua porque el viaje era largo.
Cogieron camino bien temprano y el Sol la dejó en una montaña donde quedaba la casa del Viento. “Me voy con guayabo de usté”, dijo el Sol. Allá venía el viento tumbando loma, tumbando raíces de todo palo que veía. ¡Virgen santísima! La mamá del Viento le abrió la puerta a la príncipa. Llegó el Viento. “Mamá, a carne humana me huele, mis narices no me engañan. iHay traición en esta casa!” “No mijo, no hay traición”. “Y si no me la como a usté”. Ya le dijo la mamá al Viento que se bajara, que ahí estaba su comida. Se largó un lambú de comida y un tanque de agua. Y le dijo la mamá: si vieras un gusanito de la tierra, ¿qué le harías?” “No mamita, no le haría nada”. Y le dijo que ahí estaba una príncipa que andaba en una misión muy grave y ella la nabla detenido porque como él se llama Viento, socorre más que el Sol y la Luna, “vos le podés dar una noticia sobre el príncipo Lagarto. Estoy invitado para la boda del príncipo Lagarto que está de matrimonio con la hija de las brujas. Ahí salió la señorita, “estrecho su mano señor Viento”. “Ay manjar, venga manjar. La abrazó y le dijo que estaba invitado a la boda del príncipo Lagarto para el día de mañana. “De aquí de donde vivo yo hasta allá hay varias horas, si hay plata yo la llevo sin problemas”. “Plata hay”, dijo la señorita y le cogió terremoto cuando supo que se casaba el príncipo.
Pero esas viejas [las brujas que obligaban a casarse a Tulicio con una de sus hijas] criaron un hijo al que le enseñaron todo y él les ganó en inteligencia porque él ponía aparatos y ellas no lo veían a él, sabía más que ellas. Se llamaba el hombre Amor Caballo y era un hijo adoptivo. Amor Caballo se había enamorado de una de las príncipas encantadas, que por eso mismo las brujas habían encantado a su novia. Amor Caballo dijo: Viene una señorita, mi cuñada. Se arregló el mundo. Yo pensaba llegar donde ella, pero ya que mi cuñada llega, me salvé yo y se salvó ella con su novio también. Ya tienen todo arreglado, pero yo no dejo casar a mi hermana de crianza porque la novia del príncipo es mi cuñada”.
El Viento venía dele pa’rriba dale pa’rriba y como la vio con frío la arropó. Y le dijo: “Cuando sienta bastante calor también me avisa”. Dele pa’rriba, dele pa’rriba, dele pa’rriba. Vamos a bajar ahora sí”. Ya llevaban un solo galón de agua. Ya va bajando el viento y va bajando y ipas! cayó a la carretera. Por aquí por esta carretera se queda. Es muy peligrosa. No se vaya a dejar matar. Pero no puedo hacer más. Por allá está su cuñado, él ya debe haberla visto porque ese hombre es muy hábil, él sabe”. Cuando ya llegó a la carretera, apareció allí el cuñado. “Venga acá cuñada que aquí estoy, le dijo Amor Caballo. “Esto está bastante lejos y yo no sé cómo usté ha dado acá. Pero la felicito, cuñada, eso esperaba de usté. Vamos a estar bastante pendientes porque esas brujas son las diablas. Yo sé bastante pero no voy a poder y de pronto pierde usté a su novio y pierdo yo a mi novia.
Allá tienen esa torombollota, pero pueda que de un tiro se desquite el que no tenga miedo. Ahora que ellas la vean a uste, ya saben a qué va. Pero estése tranquila que yo la voy cuidando, váyase donde la primera”. Se fue la señorita tras, tras, tras por la carretera y Amor Caballo iba allí junto pero invisible. “¡Ay carajo!”-dijo la bruja- “¿Así es que mujer por marido viene hasta acá? En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, este es el Diablo que ha llegado acá. iAy cristiano!, ¿por hombre venir hasta acá? Pero nosotras somos, heimanitas, el mundo está tranquilo”.
Buenos días”, dijo la señorita. Buenos días”, contestó la bruja. Barajo que uste es bastante puta. ¿Y usté por hombre se viene hasta acá a pasar miles de trabajos con zapaticos de oro? Pero a usté no le interesa, señora, usté sabe que yo no vengo ni por hombre ni por nada”.
Entonces la bruja le dijo que entrara para dentro y le llenara un tanque inmediatamente. Era un tanque de agua que cabía como tres mil damajuanas de agua y tenía que llenarlo por gotas y si no le llenaba el tanque de agua, pena de la vida. Amor Caballo le dijo al oído que tranquila y como a él no lo veían llenó ese tanque en un bendito.
iMaidito Amoi Caballo, ya se metió ese maidito!, como no podemos ve’ al maidecido, ese tanque lo llenó esa peidición de nosotros. Ese tanque lo llenó Amoi Caballo”.
“¿Cuál Amor Caballo?”, dijo la príncipa, yo no conozco ningún Amor Caballo; ¿ese come gente? ¡Sí, sí, come gente, come gente!”, decía la bruja por asustarla. Ya vino Amor Caballo y le dijo que al otro día la iban a mandar donde las otras brujas que comían muerto; matan y comen a la gente. Le van a dar una toronjonita y una toronjonota, esa toronjonita tiene que cogerla bien agarrada porque si se le sale de las manos, le cae encima y la mata. iAy cuñada no la vaya a largar porque ahí está el peligro de su vida! Le va a coger rasquiña en la mano pero aguántese. Ellas le van a decir que las venidas son quedadas, entonces usté va a decir que las venidas son idas. No se vaya a olvidar: aquí le manda la señora una toronjonita y una toronjonota y que las venidas son idas, así va a decir usté”
Entonces vino la bruja y le dijo: “Usté va ir donde mi heimanita. Se lleva esta toronjonita y esta toronjonota, que ahí le mando yo y dígale que las venidas son quedadas. ¿Cómo es que va a decir?”. “Que las venidas son quedadas”, respondió la señorita y la bruja se alegró y le decía que ella era una mujer muy inteligente. “No le diga más”, le dijo la otra hermana, “porque esa es muchacha inteligente y el inteligente no habla tanto”. “Cierto, la inteligencia es cosa bonita, esa muchacha se aprendió eso al instante. ¿Que las venidas son…? “quedadas”, volvió a decir la príncipa y otra vez se alegraron las brujas porque el recado iba a llegar bien llegado. Pero la mayor de las brujas empezó a gritarle a Amor Caballo que no le fuera a transmitir mal las cosas y Amor Caballo le dijo al oído: “Cuidado Cuñada, las venidas son idas” y la señorita le dijo que no tuviera preocupación.
Se va la príncipa y le coge una rasquiña en la mano que llevaba la toronjonita y por aquí y por acá no aguantaba esa manito tan débil y se le salió y Amor Caballo brincó y pau la cogió y se la puso en la mano vuelta. Cuando la vieron las otras brujas brincaban en una sola pata, ay que mujer por hombre se vuelve la misma diabla, ay no cristiano el gusanito de la tierra, nosotras somos, heimanitas, tranquilas que el mundo está salvao.
“Aquí le mandó la señora su hermana esta toronjonita y esta toronjonota y que las venidas eran idas”
“¿Cómo? -dijo una de las brujas- no me diga eso, usté se olvidó, no me diga esas cosas. Diga otra vez, que estamos conociendo que usté es una muchacha estudiada”.
“No señora, ella me dijo que las venidas eran idas”
“Recordate que vos sos hija de gente grande, una mujer tan inteligente como vos no tiene por qué olvidarse”.
“No señora, ella me dijo que las venidas eran idas”.
Entonces se enfureció la bruja y le dijo:
“¿Ellas tenían su caido allá, no?”
“Yo no sé caldo qué cosa es”, dijo la príncipa.
“Ellas se tendrán que entrevistá conmigo”, dijo la bruja”
“Coja su encargo y hasta luego”, dijo la señorita.
Amor Caballo se le juntó de nuevo y le dijo que esa noche era la boda. Las brujas habían matado puerco, gallinas, iban a hacer un convite entre ellas. Cuando se juntaron todas, preguntó la que vivía en la otra casa:
“Heimanita, ¿qué razón me mandaste a decir con la señorita?
“Que las venidas eran quedadas”.
“Ella me dijo fue que las venidas eran idas”.
Y maldijeron la vida de Amor Caballo porque lo habían criado para la perdición de ellas. Cargaron un naranjero, un cañón viejo que ellas tenían, para matar a la señorita. Amor Caballo se le acercó y le dijo: “Oiga bien, a las doce de la noche van a sacar al príncipo para el matrimonio con esa torombollota que está ahí. Una culona grandota. Ahí está el peligro de nosotros. Ahí no la puedo favorecer. La van a mandá a usté a sentar frente a la puerta y la boca del cañón va a estar apuntándole. Ellas van a sacar a la torombollota y usté a las once y media en punto le va a decir que la reemplace en ese puesto porque no puede estar solo. Si ella dice que no, yo la obligo. A las doce en punto descargan el cañon para volverla polvo a usté. Mire bien su reló”.
Vinieron las brujas y le dijeron que se sentara en la puerta a vigilar a los que llegaban pero no se fuera a levantar ni un momento, y si se levantaba, pena de su vida. Llegaron las once y media en punto y la señorita llamó a la torombollota. “Señora, haga el favor y me reemplaza porque este puesto no puede quedar solo”.
La torombollota dijo que no y ahí vino Amor Caballo y le dijo que le hiciera el favor a la dama que estaba cansada. La torombollota se ha sentado y a las doce en punto dijeron las brujas que era hora de disparar el cañón y ipum! Cuando vieron lo que habían hecho se llevaron las manos a la cabeza. iAy! Matamos a la hija de nosotros. iMaidito Amor Caballo!” Amor Caballo le dijo a la muchacha: “Cuñada, cuando yo coja a la bruja usté brinca y le quita el mazo de llaves”. “Tranquilo”, dijo ella. Así lo hicieron y la muchacha le quitó el mazo de llaves y se fueron los dos corriendo y la muchacha azotó a las que se le atravesaron. Amor Caballo le pidió las llaves y abrió la puerta del cuarto donde estaba el príncipo Lagarto. Allá adentro estaba un verrugoso grandísimo y una de las brujas se abotó con una peinilla para matar al lagarto pero Amor Caballo la detuvo y la echó a un lado. Cuando en eso apareció la belleza de hombre que había en la concha del tulicio. “iMe conseguiste! “, dijo el príncipo.
Y se togaron esas dos almas, se quedaron ahí abrazados como el largo de un rosario y aparecieron también las hermanas de la señorita, así que Amor Caballo también cogió su hembra. “Zapaticos de oro me costó encontrarte”, dijo la príncipa. Amanecieron en la casa del rey y cuando el rey vio a sus hijas hizo llamar a los padres del tulicio. Él les dijo: “Padre y madre, yo era el tulicio”, y cuando el hombre vio esa belleza de hijo se enloquecieron todos, el rey contrató quinientos hombres para tirar los tiros y el papá sacó todo la que tenía y bailaron como quince días y quince noches y Amor Caballo también se casó y el mundo volvió a lo mismo.
Termina’o el cuento.

 

Código: CLTC 635N

Año de recolección: 1986

Departamento: Cauca

Municipio: Guapi

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante:  José Montaño Ruiz

Edad informante:

Recolector: Alfredo Vanín

Fuente: Libro

Título de la publicación: El príncipe Tulicio

Año de publicación: 2010

 

 

Juan Bobo y sus hermanos

Eran Juan Bobo y sus hermanos Pedro y Manuelito. Un día dijo Pedro a Manuelito que esa noche se iban y dejarían a Juan Bobo. Pero él que estaba oyéndolo detrás de la puerta, se quedó quieto y vio que sus hermanos se acostaron. Así vinieron las doce de la noche y salieron los hermanos listos para irse y Juan Bobo se les fue atrás. Y cogió la puerta de la casa y se la echó al hombro. Así se fueron todos tres y al día siguiente, a eso de las seis de la noche arrimaron a la casa de una señora que les dijo que siguieran y les daría posada. Juan Bobo guindó una hamaca arriba del zarzo y ya como a las doce de la noche, cogió un cuchillo la señora para comérselos. Y Juan Bobo decía: “Aquí sí hay mosquitos”. La señora inquieta le respondía “¡Duérmete! ¡Duérmete!” Entonces Juan Bobo mochó las pegas de la hamaca y cayó al suelo. Cogió la puerta y sus hermanos se fueron también con él. En el camino los hermanos iban regañándolo porque no esperó que amaneciera. Entonces él les dijo que lo había hecho porque la señora se los iba a comer a todos y entonces los hermanos quedaron contentos porque Juan Bobo los había salvado. Y siguieron caminando. Por la tardecita se montaron en un árbol que tenía un pozo dentro de sus raíces y ese árbol era de unos ladrones porque allí metían todo lo que robaban. Por la tardecita llegaron los ladrones a meterse al pozo y dijeron: “¡Ábrete, perejil!” Y el pozo se abrió. En ese momento a Juan Bobo le dieron ganas de orinar y se lo dijo a sus hermanos. “Miércoles, Juan Bobo tú si eres malo, nos vas a ser matar. ¡Orina pues!” Y Juan Bobo orinó y los ladrones dijeron: “Agua del cielo!”. Y los ladrones se bebieron el orín de Juan Bobo. Entonces dijo este a sus hermanos: “Yo ahora tengo ganas de cagar”. Y los hermanos le dijeron: “¡Caga, pues!” Vino Juan Bobo y cagó y los ladrones decían: “¡Don del cielo! ¡Pan del cielo!”. Y se comieron la mierda de Juan Bobo. Después Juan Bobo les dijo a los hermanos: “Ya yo estoy cansado, dejo caer esta puerta, ¿verdad?”. Y dejó caer la puerta sobre la cabeza de los ladrones y del golpe se les mochó la lengua. Llenos de miedo, los ladrones se fueron. Entraron al pozo Juan Bobo y sus hermanos, llenándose toda la ropa de plata. Los hermanos se fueron corriendo, dejando a Juan Bobo detrás. Así fue como yendo detrás, pudo recoger lo de los hermanos que por correr se les caía. Así cargó con todo y llegó gordo a su casa donde les repartió a sus hermanos lo que les correspondía.

 

Código: CLTC 621N

Año de recolección: 1985

Departamento: Córdoba

Municipio:

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante: 

Edad informante:

Recolector: Manuel Zapata Olivella

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuento popular andino. Colombia

Año de publicación: 1985

 

 

Juan Bobo y la vieja

Había una vieja como de 70 años y el hijo era Juan Bobo. Entonces la vieja le dijo: “Juan, ponte a pilar el maíz para hacer un poco de mazamorra”. Bueno. Juan Bobo se puso a hacer la mazamorra, tira para acá el palote, tira para allá. “Mae, ya está la mazamorra”. Y la vieja le gritó: “Sí, mijito”. Juan Bobo tenía que darle a beber la mazamorra, pues a la vieja le había dado la parálisis y no podía agarrar la cuchara. Entonces Juan Bobo cogió la mazamorra hirviendo y la echó en una totuma grande y le dice: “Mae, abre la boca para echarle la mazamorra”. Y la vieja abrió la boca. Y entonces le rempujó toda la mazamorra caliente. Cuando ya terminó de arrempujársela toda, Juan Bobo viéndola con la boca abierta, le dijo: “¡Je!, parece que quiere más”. Entonces como la vieja estaba con los dientes pelados, pues estaba muerta, Juan Bobo se decía: “Va, ¡mi mama como que quiere montar a caballo!”. Y se fue a buscarle un caballo, lo trajo y se lo ensilló. La montó sobre él y le amarró una garrocha en la mano. Entonces como ellos tenían una paja, Juan Bobo la soltó en ella para que garrochara ganado. En esos momentos, cuando le metió dos lapos al caballo, pasó un cura en una yegua. Y sucede que el caballo y la yegua estaban alegres. Y el caballo desde que vio a la yegua se le fue detrás y el cura que había visto a la vieja con la garrocha, se puso a correr, pero al fin la vieja lo clavó con la garrocha por el cogote, mientras Juan Bobo que los veía, se decía: “¡Mierda, mi mama es que sabe garrochar!”. El caballo saltando detrás de la yegua, echó a la vieja al suelo. Y entonces fue cuando Juan Bobo se dio cuenta de que la madre estaba muerta.

 

Código: CLTC 622N

Año de recolección: 1985

Departamento: Córdoba

Municipio:

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante: 

Edad informante:

Recolector: Manuel Zapata Olivella

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuento popular andino. Colombia

Año de publicación: 1985

 

 

Este era un rey que tenía dos hijas bonitas

Este era un Rey que tenía dos hijas bonitas y se puso a apostar con un hombre a que éste no le decía coja a su hija. Y entonces le dice el tipo: “¡A que sí!”. Un día salió el hombre a vender flores y se acercó al palacio, gritando: “¡Flores! ¡Vendo flores!”. Entonces salieron las hijas del Rey y le dice el hombre: “¡Usted es coja!”. Y el tipo le ganó la apuesta al Rey.

 

Código: CLTC 623N

Año de recolección: 1985

Departamento: Córdoba

Municipio:

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante: 

Edad informante:

Recolector: Manuel Zapata Olivella

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuento popular andino. Colombia

Año de publicación: 1985

 

 

Tío Sapo y Cangrejo

Iba Tío Sapo por la calle y se encontró con Cangrejo y se pusieron a discutir, saliendo de pelea. Luego Tío Cangrejo coge a Tío Sapo con la muela y este gritaba: “Quítenmelo que es cachaco y tiene navaja”.

 

Código: CLTC 624N

Año de recolección: 1985

Departamento: Córdoba

Municipio:

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante: 

Edad informante:

Recolector: Manuel Zapata Olivella

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuento popular andino. Colombia

Año de publicación: 1985

 

 

El viaje al cielo

Este era un día en que iban para la fiesta del Cielo todos los animales: el Sapo, el Gotero, Tía Zorra, Armadillo, Lechuza, etc., Iban en un bus donde Conejo era el chofer. Cuando estaban a mitad del camino por la carretera, se les acabó la gasolina. Entonces dijo Conejo: “El más maluco va a buscar la gasolina”. Y se quedaron Lechuza y Sapo mirándose las caras. Y dice Lechuza: “¿Y qué me ves? ¡Coge el galón y vamos!”.

 

Código: CLTC 625N

Año de recolección: 1985

Departamento: Córdoba

Municipio:

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante: 

Edad informante:

Recolector: Manuel Zapata Olivella

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuento popular andino. Colombia

Año de publicación: 1985

 

 

Los tres hermanos y la mágica

No recuerdo bien en qué pueblo d’estos de por aquí era qui habían una mágica muy linda, muy linda. Y tenía tres pretendientes. Tres hermanos. Pero ella se las arreglaba pa que ninguno supiera que tenía amores con los otros dos. Cada uno creía qu’era él solo. Ella los recibía en distintos días y muy de tarde en tarde a cada uno.

Al menor de los hermanos, que le había rogao mucho una tarde pa que se casara con él, le dijo ella, un domingo:

—Bueno. Yo sí me caso con usté, pero con una condición: que venga dentro de veinte días a pasar una noche conmigo.

El muchacho, claro, acetó con mucho gusto y dijo que pasara lo que pasara, él vendría a cumplir la cita.

Al segundo hermano, que también le rogaba que se casara con él, le dijo que viniera dentro de quince días, a pasar la noche. Y al tercero, el mayor, le dijo que dentro de diez. Y así fue que se llegó el día de la cita del hermano mayor. Este si arregló lo más bien arreglao que pudo y salió pa onde la mágica muy contento, que no aguantaba la dicha. Llegó y encuentra esa belleza de mujer, más linda que nunca, esperándolo en camisa de dormir. Cuando ya se fueron a acostar, dice la mágica:

—Andá primero y cerrá la puerta de la cocina que se quedó abierta, no vay s’entre alguno por el solar.

Llegó el muchacho a cerrar la puerta y la empujó. Y, sin sabese por qué, la misma puerta le dio al muchacho en las espaldas.

—¿Eh? ¡Esto sí qu’está bien raro!

Volvió a empujar la puerta y la puerta volvió a dale. Y en esas se fue quedando: cerraba la puerta pasito y la puerta le daba pasito; la tiraba duro y ella le daba duro. En el juego ese bregando a cerrar la puerta, lo cogió la madrugada. Así que vido que ya salía el sol, resolvió dejar la puerta abierta y correr onde la mágica. Pero halló la puerta cerrada y la mujer dormida sin ganas de dispertar ni de levantase a abrir.

***

Se llegó el día de la cita del segundo hermano y ocurrieron las cosas mesmamente como con el mayor. La mañana lo cogió bregando a cerrar la puerta.

A l’último llegó el día de la cita del menor d’ellos. El muchacho si arregló bien, bien afeitao y pien perjumao y él, que no era feo del todo, iba de lo más galano.

También lo mandó la mujer a cerrar la puerta y le pasó la misma: así que la iba a cerrar, la puerta lo golpiaba por detrás. El muchacho también dijo a porfiar por cerrala y cuando acató, ya era de día y la mujer no li abrió.

Los tres hermanos quedaron muy corridos con semejante chasco. Es que también a cualquiera se la pongo: ir uno seguro de su dicha, onde semejante belleza de mujer, uno bien enamorao: tragao, tragao. ¡Y amanecer golpiando una puerta!…

Pero, en fin. Lo qu’es constancia sí tenían los bobos esos… ¿o no? De modo que a poquito volvieron a pretender a la muchacha y a seguile rogando cada uno por su lao, que se casara, que se casara…

Hasta qui un día le dijo ella al mayor:

—Bueno: yo sí me caso pero con una condición: que si ha de ir a las nueve de la noche a la puerta de la iglesia y me ha d’esperar allá, metido en un ataúl, tapao y vestido’e muerto. Y m’espera hasta por la mañana.

—Nu hay inconveniente. Esta noche voy…

Llamó la mágica al segundo hermano y le dijo:

—He resuelto casame con usté, pero si primero me demuestra su amor yendo esta noche a la puerta de l’iglesia, a las diez de la noche. Allá va a incontrar un muerto entro su ataú; siéntese al pie de la caja y m’espera. Eso es todo…

— ¡Pilao! Yo sí voy…

Más tardecito la mujer le dijo al otro hermano, después di hacelo venir. Porque… ella los hacía venir: ¿no ven qu’era mágica?

—Vengo a decile que sí me caso con usté, pero aún qui usté mi haga un favor que yo le voy a pedir.

— ¡Lo que sea! —dijo el hombre

—No… ¡Si es muy fácil! No es sino qui usté se disfrace de diablo.

—¿Cuándo?

—Esta noche.

—Yo no tengo disfraz d’eso.

—No se preocupe que yo aquí tengo un disfraz muy bueno y yo misma lo arreglo…

—Ah…

—…y se va pa la iglesia; dentra por la puerta di atrás… con harta mañita… y apenas qu’esté en la iglesia comienza a gritar y a tumbar santos y a hacer harto escándalo… aviente candeleros… volque las bancas… ¿aoye?

— ¡Yo sí… lo qui usté pida!

—Y m’espera en la puerta de la iglesia, pa que nos casemos.

— ¡Bueno!

A todas estas ya el primer hermano si había acomodao en el ataúl y se había tapao. Ya había llegao el segundo y estaba sentao al pie.

Cuando, hermano, ¡entra ese patojo dando qué alaridos en es’iglesia vacía y tumbando los floreros de lata del altar y aventando santos a los infiernos, mientras volaba esa cola p’allí y p’acá! Con esa escandalera tan horrible, el hermano qu’estaba en la puerta, parao, apenas temblaba y sudaba frío, pensando qué sería aquello tan horrible, y sin atrévese a mover. Cuando, de golpe, en el oscuro, devisa al diablo que salía de l’iglesia, y pega ¡qué berrido!..

—“¡El diablo!!!”

Y ai mismo el del cajón si alevantó:

—¿A velo?

—Y así que el diablo vio qu’el muerto si alevanta, se orinó en los calzones y gritó:

—¡Un dijunto!!

Y salieron todos a cuantas tenían huyendo de güida, pidiendo socorro, con los ojos volaos de la cara. Los tres s’incontraron en la casa de la mágica, que los esperaba muert’a risa…

 

Código: CLTC 610N

Año de recolección: 1985

Departamento: Antioquia

Municipio:

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante: 

Edad informante:

Recolector: Agustín Jaramillo Londoño

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuento popular andino. Colombia

Año de publicación: 1985

 

 

Cuarta molienda. Ejemplo de los tres hermanos

Había una vez tres hermanos que vivían en una casita muy pobre, en un pueblo.

Cansao el mayor d’esa vida monótona y sin porvenir, resolvió partir a buscar la vida y con quien casase.

Le pidió la bendición a la madre y salió. A poco andar, s’encontró con una viejecita, que le dijo:

— ¿Aonde vas, buen hombre?

—Voy a conocer y a parrandiar y a gozar la vida.

La viejecita se puso seria y le dijo:

—No vaya a hacer eso, joven, si quiere ser feliz. Vea: allí, más adelantico, va a incontrar una mesa repleta de vinos y manjares: no los toque. No vay’a a comer d’ellos porqu’es perdido. Más adelante va a incontrar un baile; no vay’a dentrar. Siga derecho su camino… Por allá, mucho más adelante, va a topar un silguerillo cantando de lo más bonito: no l’oiga.

¡Cuidao! No lo vay’a oir, que no le conviene…

—Bueno, señora —contestó el muchacho y se fue.

Por allá s’encontraba muy cansao de tanto andar, cuando, de pronto, dio con la mesa servida de manjares y vinos y bebió todo lo que más pudo y comió manjares hasta que se los tocaba con el dedo. Quedó piponcho, y tan pesao, que casi que no puede seguir andando.

Adelante, más allá, incontró un baile muy prendido y él… él siempre se resolvió a dentrar: Eso siempre estaba como muy bueno. Bailó toda la noche con mujeres bellísimas y, al amanecer estaba cansao, enfermo y todo estragao. La cabeza le daba vueltas y no sabía pa onde era que debía seguir y ni an sabía si lo que quería era echar pa’delante o devolvese… Vea…

Al fin, logró echar pa’delante. Llegó ond’estaba el silguerillo cantando y se puso a oílo y a oílo. Por último llegó a una finca, a l’orilla del camino y le dijo al dueño:

—…A ver si usté me puede dar destino…

—Yo, sí: demás. Yo le doy destino. Todo lo que tiene qui hacer aquí es barrer, cuídame la bestia y traer agua pal gasto de la casa.

—Ah, bueno: eso’stá como facilito…

Fue y agarró l’escoba y se puso a barrer. Cuando, de pronto, s’encontró un grano di oro. Y ai mismo’se lo embolsicó. Él se creía muy avispao, pero el grano di oro era una trampa qu’el dueño de la casa li había puesto pa probale l’honradez.

Y así que notó que se lu había guardao, el amo no le dijo nada, sino que lo mandó por agua.

—Vaya y llene esta tinaja allá a esas rocas.

Se fue el muchacho con la tinaja, llegó a las rocas y puso la tinaja. Ai mismo cayó una gota di agua, pero una gota tan grande, que dejó llena la tinaja y todavía pringó pa los laos. El muchacho alzó la tinaja y se fue, pero renegando:

—¿Habráse visto? ¡lzque una gota llenar una tinaja d’estas! Maldita sea. Ni descanso tiene uno mientras se llena…

Al cabo de tres o cuatro días ya estaba el muchacho muy aburrido con la cosa y resolvió largase. ¡Ej! Ai ya se veía que no s’iba’cer nada y lo que fueron granitos di oro, ni por pienso.

—Págueme mis jornales, que yo me voy—. Le dijo al amo. —Bueno. Qué quiere que le dé: ¿su plata o tres consejos?

—¡Yo no vo’a comer consejos! ¡Eche mi plata!

Por allá fue a dar a un palacio muy grande que le llamó la atención.

—“Ej, yo voy a pedir posada aquí. ¡Imposible que no me la den!”.

Tocó. Le abrieron y le dieron posada.

Entró y cuando llegó al comedor s’encontró con un poco de gigantes de lo más azarosos qu’estaban sentaos a la mesa. Se sentó él a comer (qué tanta hambre llevaba) aunque muy cabriao. Cuando, de pronto, mirando por aquí y curiosiando por allá y viendo pa todos laos, alvierte qu’en el techo había un dijunto colgando, amarrao de una viga y con la cabeza p’abajo.

¿Qu’es eso que hay allá, chilinguiando? —preguntó—. ¿Qué’stá haciendo ese — dijunto all’arriba?

¿Y a vos quién te mandó a mirar?— fue la contesta de los gigantes. Y ai mismo — se le aventaron en manada y lo prendieron a pescozones, golpes, palmadas y aruñones, hasta que lo mataron. El sí gritó mucho rato pidiendo socorro, pero, ¿quién lo iba a oír? Agonizando todavía, lo amarraron de las patas y lo colgaron de la viga.

***

Salió el segundo hermano a recorrer y lo esperó la misma suerte qui al mayor. Halló la misma vieja que lo aconsejó, pero también desoyó los consejos; comió los manjares hasta ponese pesao como una piedra, bailó los bailes y s’embolató oyendo cantar al silguerillo; llegó a la misma casa a pedir trabajo y poco duró; llegó onde los gigantes a pedir posada y se sentó a la mesa con ellos, pero al notar que caía aguasangre en el mantel volvió a mirar pa’rriba y dijo:

¡Ej! ¿Eso qu’es…? ¡Diablos! ¡Allá arriba hay dos muertos chilinguiando! Entonces los gigantes dijeron:

—¿Sí…? ¡Qué tan raro! ¡Y a usté por qué no lo cuelgan allá arriba también! Le dieron sin piedá y allá lo colgaron.

***

Viendo que no venían noticias de los dos hermanos mayores, dijo el menor:

—Écheme la bendición, mama, que yo también me voy a recorrer…

Pero como se va’ir, m’hijo. Fíjese que usté es lo único que me queda. ¡Cómo se va’ir…!

—Sí, mamacita. —Insistió el muchacho—. Voy a aver si Dios me socorre y mi hago a unos centavitos pa traele a usté, que nunca le falte qué comer. Y a ver si alguna cosa sé di aquellos…

—Bueno, m’hijo —contestó la viejita, llorando—. Que Dios me lo lleve con bien y me lo libre de todo mal y peligro. Arrodíllese, pues, yo le doy la bendición: Nnnn padre, nnn hijo, stu Santo, amén.

Salió el muchacho y preciso: la vieja, a dale los mismos consejos de los otros. El muchacho puso cuidao y vio que le convenía seguilos. Por allá iba con much’hambre cuando s’incontró con la mesa de vinos y manjares. Se voltió pal otro lao y siguió su camino, andando ligerito, ligerito. Después pasó por el baile y esas mujeres tan lindas li hacían quizque así… quizque así!… llamándolo. Peru él ni siquiera se rió con ellas. Siguió ip’adelante! ¡P’adelante! Oyó cantar el silguerillo, que cantaba lindo, valga la verdá, y él si l’oyó, pero sin parase.

A l’último llegó a la casa del viejito y arrimó a pedir trabajo.

—Yo sí le doy trabajo —dijo el viejo—. Vea: toda lo que tiene que hacer es barrer el piso, cuidar un caballito que tengo y traer Tagua.

—Bueno, señor… Tá fácil…

Se fué a traer unas cañas y yerba pa pienlo al caballo, barrió bien barrido y fue y l’entregó al dueño un granito di oro que halló. Después fué con la tinaja a traer agua.

Llegó junto a las rocas, colocó la tinaja y se sentó a esperar. A nada, cayó una gota tan grande que llenó la tinaja. Entonces el suequito se maravilló y lleno di alegría le daba gracias a Dios y decía:

—¡Eh, avemaría! ¡Mi Dios siempre’ es qu’ es muy grande! ¡lzque llenase una tinaja d’estas con una gota di agua! Lo qu’es la divina Providencia…

Llegó a la casa y así se lo dijo al amo y el amo se formó muy buena impresión de lo qu’era el suequito y del fundamento que tenía.

Pasao com’un mes, el suequito dijo que se iba, porque tenía el empeño de averiguar por los dos hermanos. El viejito sintió mucho la ida del muchacho, pero no li opuso resistencia porque vio que tenía razón. Así que se iba, le dijo:

—¿Quiere que le dé su plata en plata, o que le dé tres consejos?

—Lo que usté quiera, señor. Bien sabe que soy pobre, pero usté sabrá lo que más me convenga.

—Así me gusta, hombre. Le voy a dar tres consejos que le van a valer más que cualquier plata. Primero: no ande nunca por atajos, sino siempre por el camino rial. Segundo sea guardoso con su dinero que cuando tenga todos estarán dispuestos a gástalo con usté, pero así que se li acabe no li ayudarán a conseguir más. Y tercero: no se meta nunca en lo que no le han encomendao, recuerde el dicho que dice: gallo pelón, peletas, aonde no te llamen, no te metas.

—Bueno, señor. Tendré muy en cuenta sus consejos y que Dios se lo pague.

—Adiós. Y que la Virgen lo acompañe.

***

Cogió el muchacho a andar y llegó al castillo a pedir posada. Ai mismo le dijeron que pasara al comedor que ya iban a comer. Entró y lo sentaron en medio de todos los gigantes.

Cuando… dicen a caer goteras di aguasangre a un lao. El patojito las vio, y ya iba a decir… cuando se acordó. Y se calló la boca.

Los gigantes apenas lo miraban disimulaos y si hacían señas. Uno d’ellos dijo:

—¿Qué será eso qu’está cayendo di allá arriba?

—Quién sabe, señor… —contestó el patojo.

—Parece sangre…

—Demás, señor.

—Y, ¿sangre di aonde?

—Quién sabe, señor.

—¿No será algún dijunto?

—Quién sabe qué será…

“¡Quién sabe, quién sabe…! Callao la boca, comiendo. “Quién sabe…”. ¡Y di ai nadie lo sacaba! No decía más.

Así que acabaron de comer lo llevaron a la pieza dél, qu’era una pieza muy grande con una cama muy fina con cobertores de raso y con toldos de mucho lujo.

Al otro día el patojito se levantó muy temprano, a seguir su camino y entonces salieron todos los gigantes a despedilo y le dieron de regalo tres cargas di oro y las mulas pa que las llevara.

El suequito al mismo mandó por la madre y quedó pero fue bien rico. Compró fincas y de todo y organizó un gran banquete pa todos los pobres qui hubieran; y todos los meses siguió con la costumbre di haceles banquetes. Los pobres, siempre que tenían hambre, acudían a él que siempre los atendía. De su puerta no dejaba ir a nadie con hambre o desnudo y todos lo querían a él con ropita y todo.

Cuando… una tarde, llegó a la finca una viejita y le dijo:

—Ay, señor, vea: usté que tiene tantas cabezas de ganao, ¿por qué no me regala aquel novillito qui hay allí?

—¡Avemaría, mi señora! ¡Usté si descogió el más bravo de todos y de golpe va y la mata! ¡No, no! No va ya a crér qu’es por no dáselo. Em pueda escoja otro cualquiera.

—No: el que yo quiero es ese.

—Qué vamos a hacer pues con usté, señora. Lléveselo, pero con mucho cuidao, qui a ese animal no hay quien lo lidé.

— ¡Eh, no li hace! Présteme un lacito yo voy a traélo.

Le prestaron el lazo y la viejita fue y lo cogió, y el novillo mansitico, mansitico… Vean, pues…

Ah, pero es que ustedes no saben quién era la viejita. ¡Nu era sino la Virgen!

Y un día se aparece un viejo todo harapiento, cubierto de llagas de arriba a’bajo. Izque a pedir posada.

—Con más gusto qui hast’ai, viejito. Déntrese, qu’esta es su casa… —dijo el patojo— Y ai mismo llamó a los criaos y les dijo:

—Me le traen a este viejito mi mejor vestido, y mis mejores botines y de todo lo que necesite. ¡Pero corran…!

Lavó al viejo, le curó las llagas, lo vistió bien vestido y le dio de comer y todavía le prestó la cama dél pa que durmiera, ¡en qué blandura de colchones!

Cuando… como a la media noche dispierta el viejito y dentra al cuarto onde si había acomodao a dormir el patojo y le dice que izque tenía mucha sé.

El patojo se levantó y cogió el viejito de la mano, pa llevalo a la poceta a que bebiera agüita. Cuando, de pronto, ¡guape!, se resbaló el suequito y allá se fue de bruces. ¡Abajo! allá cayó, esnucao…

Demás que ya adivinaron ustedes quién era el viejito, ¿no cierto? Era Nuestro Señor, qu’en premio, esa misma noche, se llevó al suequito pal cielo, en cuerpo y’alma.

 

Código: CLTC 611N

Año de recolección: 1985

Departamento: Antioquia

Municipio:

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante: 

Edad informante:

Recolector: Agustín Jaramillo Londoño

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuento popular andino. Colombia

Año de publicación: 1985