Había un matrimonio indígena que tenía dos hijos: un niño y una niña. Un día murió la madre y el padre se casó entonces con otra india; quedó así con sus hijos y la nueva mujer. Pero la madrastra no quería a los dos niños y les daba muy poquita comida, mientras al marido le servía raciones suficientes. Los dos niños le pedían entonces al papá cuando estaba comiendo, pero como a la madrastra no le gustara eso, resolvió esconderlos a las horas de comida de su marido. Al padre le dijo que los escondía porque ellos eran muy golosos, y viendo entonces el padre que no podía mantenerlos con la comida que llevaba a la casa, no hallaba qué hacer, hasta que cierto día, resolvió llevarlos al monte; antes de salir dio a cada uno de ellos un poco de maíz en una mochila.
-Vámonos al monte a buscar miel de abejas, dijo el padre a los hijos, y tomó un hacha y se fue con ellos. Cuando estaba ya bastante lejos encontró un árbol que tenía un panal de miel y lo cortó.
-Quédense aquí tomando la miel, mientras yo voy a buscar otro, y entonces les gritaré para que nos reunamos.
Pasaron las horas y viendo los niños que ya era tarde y su padre no los llamaba, comenzaron a gritar para ver si les contestaba, pero no oían nada.
El maíz que les echara el padre en las mochilas al salir de la casa, lo habían ido regando por el camino, como éste les dijo, para poder encontrar el regreso a su casa; pero las aves se comieron el maíz.
El varoncito, cuando ya se estaba oscureciendo, pues eran las cinco de la tarde y ellos no podían salir del monte, subió entonces a lo alto de un árbol muy grande. Desde allá gritaba fuertemente: ¡papá!, para ver si su padre le respondía; pero nadie contestaba. Bajó del árbol y dijo a su hermanita: -vámonos a coger el camino que señalamos con el maíz.
Tomaron el camino pero cuando iban un poco adelante no encontraron el maíz ni supieron cuál era el sendera que conducía a su casa, porque había varios.
-No podemos irnos de aquí sin saber cuál es el camino, dijo el niño.
Mientras tanto, el padre ya había llegado a la casa.
Los niños subieron otra vez al árbol y vieron como la luz de una candela por allá lejos.
-Por allá queda la casa, dijeron y se fueron y subieron más allá a otro árbol, y no vieron nada. Caminaron y subieron a otro árbol, y divisaron de nuevo la luz que habían visto antes, y siguieron entonces caminando hasta llegar a ella.
Cuando se acercaron, vieron que esa no era su casa, sino la de una vieja, y observaron que en el fogón había un caldero grande con “friche” (fritanga); entonces dijo el niño a la niña:
-Vámonos hasta el fogón que allá hay un caldero.
-¿Y esto qué será?, dijo la niña, y cogiendo una presa se la comió.
Continuaron comiendo, pero como el friche estaba muy caliente, tomaron un cucharón, que por descuido de los niños hizo ruido contra el caldero, y entonces la vieja dueña de la casa que era ciega y tenía un gato, pensando que era éste el que hacía el ruido con el caldero gritó:
-¡Zape gato!, ¿qué estás haciendo con lo que estoy cocinando en el caldero?
Y los niños reían, pero no podían soltar la risa porque entonces la vieja se daba cuenta de que eran ellos. Otra vez sonó el cucharón y la vieja gritó:
-¡Zape gato!
Ellos metieron otra vez el cucharón y sonó muy duro, entonces la vieja dijo -¡zape!, -y tiró una piedra y los niños se echaron a reír a carcajadas.
-Creíamos que la vieja nos veía, dijeron ellos. Y la vieja al oírlos:
-¡Ah llegaron mis nietecitos!, y los cogió. Los llevó adentro de la casa; los bañó en una batea; les restregó bien la mugre en poca agua y luego los obligó a tomar el agua en que se habían bañado, colocándolos después debajo de un tambor (tómpor, caneca de hierro) grande, y pronto llegaron los hijos de la vieja que se habían ido a cazar venados. Percibieron el olor de los niños y dijeron:
-Por aquí huele a melón.
La vieja les dijo que no había melón, que de dónde iba ella a sacarlo; que fueran a comer al caldero lo que ella había cocinado.
-Váyanse otra vez al monte a cazar venados, les dijo, y ellos obedecieron y se fueron.
Entonces la vieja lavó el caldero y le dijo a la niña:
-Vaya a aquella fuente a buscar agua y le mostró un sitio junto a unas rocas.
Cuando la niña estaba recogiendo el agua vio a una señora que tenía un niño en sus brazos, y que caminaba por encima del agua. La señora dirigiéndose a la niña le dijo:
-¿Qué estás haciendo? ¿Para qué quieres agua?
-La vieja chama la necesita. No sé qué irá a cocinar con ella respondió la niña.
-¿En qué lo va a cocinar?, preguntó la señora.
-En la casa tiene un caldero grande y en eso es en lo que va a echar el agua para cocinar.
-Pobrecita de ti, dijo la señora, tú estás inocente de lo que va a hacer contigo.
-¿Qué me va a hacer, si me quiere mucho?, dijo la niña.
Es que ella va a hervir el agua. Cuando esté hirviendo pondrá una escalera, y encima una rueda para que vosotros bailéis en ella, dijo la señora, y eso es para que os caigáis en el caldero, y entonces cocinaros para que os coman sus hijos que están en el monte.
La niña se puso muy triste, pero la señora la consoló diciéndole:
-No te pongas triste. Cuando os diga que bailéis, decidle vosotros que baile ella primero, y cuando lo haga, cogedle entonces la manta atrás, para que sea ella la que caiga entre el caldero.
-Así lo haremos, dijo la niña.
La señora entonces desapareció como había venido.
La niña trajo el agua a la casa y la vieja les dijo:
-Vayan, ahora, los dos, a buscar leña al monte.
Por el camino, la niña contó a su hermano lo que le había sucedido, y éste no le creyó, pero cuando estaban recogiendo la leña volvió a aparecérselos la señora y les preguntó:
-¿Qué queréis hacer con esa leña? ¿Qué váis a cocinar con ella?
La vieja chama nos mandó por ella pero no sabemos para qué es.
-Esa leña es para el fogón, para hervir el agua que llevó la niña, que es para cocinaros a vosotros, dijo la señora. Ya está arreglada la escalera y la rueda en que vosotros váis a bailar. Vosotros no debéis bailar, porque la vieja lo que quiere es mataros y comeros después. Si os dice: “Suban para bailar”, contestadle: “Es que no sabemos bailar; sube tú primero para que nos enseñes”, y ella entonces os hará caso. Vosotros tenéis que agarrarle entonces la pata para que se vaya al agua dentro del caldero, y echarle después bastante candela al fogón para que se cocine ligero. Cuando ya esté bien cocinada debéis cogerla, partirle la cabeza y los animales que tenga adentro, os los lleváis para vosotros y ahora, ¡marcháos!
Esa aparición era la Virgen.
Cuando estaba hirviendo el agua la vieja, tal como lo había anunciado la señora, dijo a los niños que subieran por la escalera y que bailaran en esa rueda que estaba encima del caldero.
-Baila tú primero, para ver si aprendemos, dijeron los niños.
-Tenéis que bailar así, dijo la vieja. Yo lo hago despacio, porque ya estoy muy anciana, pero vosotros tenéis que bailar ligerito.
-¿Cómo podemos hacerlo ligerito, si tú no lo haces? Hazlo ligero para nosotros poderlo hacer lo mismo, dijeron.
La vieja lo hizo, y cuando estaba bailando, los niños le cogieron una pierna y la vieja se fue al fondo del caldero; entonces ellos echaron bastante candela al fogón y cuando ya estaba bien cocida, le cogieron la cabeza, la partieron, y hallaron dentro de ella dos perros y dos huevos de gallina. Los tomaron y se fueron y cuando iban saliendo, llegaron los hijos de la vieja.
-¿Y la comida para nosotros?, preguntaron.
-Está dentro del caldero, contestaron los niños y se fueron.
Los hijos de la vieja comenzaron a comer y el gato habló entonces para decirles que lo que ellos estaban comiendo era a su mamá. Los hombres tomaron sus flechas y se fueron detrás de los niños para alcanzarlos y matarlos.
Camino adelante los alcanzaron, pero el niño tiró un huevo al ojo de uno de los hombres y la niña el otro huevo al ojo del otro hombre, y ambos quedaron ciegos y no pudieron perseguirlos más.
Andando, andando, llegaron los niños a un palacio de un rey. A este palacio llegaba siempre una culebra grande y fiera que devoraba a toda la gente, no quedando en él más que el rey y su hija. El rey recibió a los niños con cariño y los hizo entrar a la casa, con los dos perros grandes y hermosos que habían sacado de la cabeza de la chama y que los acompañaban.
-Estos perros deben ser buenos cazadores, dijo el rey.
-Sí lo son, respondió el muchacho.
-En la ciudad hay una culebra fiera que devora a toda la gente, y sólo falta mi hija por ser devorada. Si matas con tus perros la culebra, mi palacio será vuestro, y mi hija para ti, dijo al muchacho.
Al siguiente día vino la culebra como de costumbre y los niños al verla azuzaron a los perros y los mandaron a matarla. Los perros se tiraron encima de ella y la mataron.
El rey cumpliendo su palabra, les dio el palacio.
La hija del rey se casó con el muchacho.
Código: CLTC 288N
Año de recolección: 1947
Departamento: La Guajira
Municipio: Uribía
Tipo de obra narrativa: Cuento
Informante: Clara Elisa Ortiz, niña mestiza del poblado de Nazareth, educada en el Orfelinato de la Sagrada Familia
Edad informante: 17
Recolector: Roberto Pineda Giraldo
Fuente: Artículo de revista
Título de la publicación: La chama, un mito guajiro
Año de publicación: 1947
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