Había una vez dos compadres. Uno de ellos era muy pobre, como que vivía en un rancho miserable de propiedad de su compadre rico, para quien trabajaba diariamente en cambio del suero de la leche, con el que se sustentaban él, su mujer y sus numerosos hijos.
No tenía la familia por toda riqueza más que una gallinita. Los hijos y la mujer estaban muertos de hambre, por lo cual ella propuso vender la gallina para comprar algunos comestibles, pero entonces el hombre tuvo una idea, que manifestó así:
—Voy a hacer una cosa: mata la gallina porque voy a invitar a comer a Nuestro Señor.
— ¡Ocurrente!, le repuso su mujer, ¿Cómo lo vas a hacer bajar del cielo?
— ¡Mátala, mujer, porque yo lo mando!—
—Y como donde manda capitán no manda marinero, la esposa puso a hervir el agua para pelar su gallinita, a la que mató, mal de su grado.
Sin decir palabra se fue el marido hacia la iglesia, se arrodilló ante el Cristo, a quien le habló de esta manera:
—¡Señor! Yo estoy muy pobre, pero quiero invitarte a comer esta tarde en mi rancho. No te puedo dar sino lo único que tenemos, mi gallinita. ¿Vas?.
El Cristo por toda respuesta inclinó afirmativamente la cabeza, con lo que el hombre se fue muy contento derechamente hacia su choza.
La casa quedó muy bien barrida, sacaron una caja al patio y encima extendieron un paño blanco como para que sirviera de mantel, y después de dorar muy bien la gallina al fuego la pusieron completa sobre un plato cuidadosamente lavado, sin que olvidasen colocar también el único tenedor y el único cuchillo que tenían los que fueron lavados con ceniza.
Se les volvía a todos, en particular a los hambreados niños, la boca agua al mirar la gallina dorada y al oler aquel tufillo tan sabroso que despedía, pero nadie quiso tocar nada.
Y esperar y esperar en vano, porque el invitado no llegaba. Impaciente la mujer decía:
—¿No te dije que no venía?
—El viene porque me lo dijo, le respondía invariablemente su marido.
En esas llegó un pobre, que estiró su mano temblorosa y dijo: —¡Una limosnita por amor de Dios! —
Démosle a este hombre una alita, propuso el marido.
—No, dejémoselo todo a Nuestro Señor, le contestó la mujer.
—El no dirá nada y este pobre hombre quitará el hambre, dijo el marido, mientras cortaba una alita de gallina y se la entregaba al pordiosero, quien le recibió diciendo:
—¡Dios se lo pague a mis amitos! Y se despidió de ellos.
Como ya caía la noche y nada que venía Nuestro Señor, la mujer ordenó a su esposo:
—Corre y averigua por qué no ha llegado.
No tardó nada el hombre en llegar a los pies de Cristo, a quien le dijo, reconviniéndolo:
—¡Señor! ¿Por qué no fuiste y nos dejaste esperando?
Y entonces el Cristo le habló por vez primera:
—Ya estuve en tu casa. Ese pobre a quien le diste un ala de gallina, ese era yo. Y como me atendiste debidamente te voy a recompensar.
No pudo contestar nada el hombre por la emoción, sino que se levantó después de hacer una venia y se fue para su casa a contar lo sucedido, muy pesaroso de no haberle obsequiado al mendigo siquiera fuese la mitad de la gallina.
No menos preocupada quedó la mujer al conocer lo acontecido y en silencio se culpaba a sí misma de haber influido en su marido para no darle mayor regalo al pordiosero. Los que sí se pusieron felices con el incumplimiento del invitado fueron los niños, porque entrevieron el regio banquete que habrían de proporcionarse, como en efecto sucedió.
* * *
A la mañana siguiente despertó primero el marido y cuál no sería su sorpresa al verse acostado entre lujosos edredones y en un palacio de belleza sin igual. No tardó su mujer en recordarse y quedar ahí como alelada ante la vista de tanta magnificencia.
Y ambos se abrazaron de gozo a la vista de sus niños, que dormían con placidez cubiertos con ropajes de seda en sus camitas doradas…
Y por entre las cortinas de terciopelo se entraba el canto triunfante del gallo; los aspavientos de las gallinas y de los pavos; el bramido de las vacas que iban a ver a sus becerros, adormilados en el corral; y el relincho de los briosos caballos que hacían piruetas en los potreros como regocijándose por la ventura de sus amos.
Vestidos éstos con prendas nuevas, encontradas ahí no más al alcance de su mano, tuvieron de nuevo para quedarse de una pieza al notar ya en el corredor cómo su choza habíase convertido en el palacio más suntuoso de cuantos habían visto, y cómo el castillo de sus compadres ricos se había retirado considerablemente, cuando en la noche anterior lo habían dejado ahí cerca, a pocos pasos de distancia y que entre los dos habían surgido dehesas pobladas de envidiable variedad de ganados.
— ¡Gracias, Señor pordiosero! exclamó el marido levantando sus manos al cielo y cayendo de rodillas.
Y como si fuera de resorte, fue a despertar a sus maravillados hijitos y sin perder tiempo todos se encaminaron a prosternarse ante el Cristo de la iglesia, para manifestarle su reconocimiento, con muchas lágrimas y rezos.
* * *
—¡Levántate aprisa, hombre, y mira lo que estoy viendo!
—¿Qué veo? ¿Palacios, ganados? ¿Y la choza de nuestro compadre qué se hizo?, exclamó la mujer del compadre rico cuando se asomó al balcón y dejó ir su vista hacia el tugurio de sus compadres pobres.
Y al contemplar ambos desde sus palacios la mágica transformación, no pudo la mujer resistir la curiosidad, porque inmediatamente tomó camino del nuevo palacio.
—Buenos días mis queridos compadres, dijo al llegar. Vengo en primer lugar a felicitarlos y luego a que me cuenten cómo, cómo ha sucedido tanta maravilla.
Y pues los compadres pobres no eran envidiosos, se lo contaron todo, punto por punto, sin perdonar detalle.
—¡Ah, gracias! Si todo esto les dio, nada más que por un ala de gallina, cuánto nos dará a nosotros por una novilla que le vamos a matar, dijo la ambiciosa mujer, al despedirse.
Y dicho y hecho, porque prepararon un opíparo banquete para el cual sacrificaron la novilla más gorda que hallaron en sus potreros. Y pasaron muchas invitaciones a sus amigos a fin de que concurrieran al banquete de Nuestro Señor.
Sin perder tiempo, llegóse a la iglesia la mujer y humillando su rica vestimenta a los pies de Cristo le habló de esta manera:
—¡Señor! Vengo á invitarte a un banquete que te tengo preparado para esta tarde a las tres, en mi casa. Si los otros no te dieron más que un ala, yo te daré una novilla gorda.
Muerta de gusto quedó cuando vio que el Cristo inclinaba su cabeza afirmativamente, conforme se lo había contado su comadre. Y voló a su casa.
Los invitados fueron llegando con sus más ricos vestidos, porque se trataba de comer con Nuestro Señor.
Las tres, y todo el mundo impaciente por ver la llegada del Rey. Cuando sintieron golpear a la puerta y abrieron los lacayos, todo el mundo se puso en pie y la mujer de un brinco salió a hacer los honores, pero no encontraron sino a un mendigo ciego que era conducido por una viejecita, tan haraposa como él. Y de los labios del hombre andrajoso, al mismo tiempo que estiraba su mano, salió un ruego:
—¡Una limosnita, por amor de Dios!
¡Imprudente! ¡Retírate de aquí! ¿No sabes que en este momento va a venir — Nuestro Señor y tú aquí con esos harapos? ¡Fuera de aquí!
Y los mendigos se retiraron cabizbajos sin decir palabra.
Había transcurrido una hora y Nuestro Señor no llegaba. Todos estaban impacientes. La señora no pudo resistir más y salió para la iglesia a reclamar por qué no había correspondido a la invitación.
—Señor, le dijo, ¿por qué nos has dejado esperando? ¡Mira, que todos los invitados han llegado ya y anhelan verte!
— ¡Ya estuve en tu casa! Ese pobre que fue a pedirte una limosna, ese era yo, que iba con mi Madre. Como nos despreciaron, ahora recibirán el castigo.
Y la mujer, toda confundida, regresó a su palacio pero no lo encontró, porque en el sitio no había sino una miserable casita, dentro de la cual halló a su marido y a sus hijos vestidos como labriegos.
Y los ricos tuvieron que resignarse a vivir del suero, que diariamente sus vecinos compadres, después de cuajar la leche de las vacas de sus hatos, les enviaban…
Código: CLTC 594N
Año de recolección: 1980
Departamento: Cundinamarca
Municipio: Fómeque
Tipo de obra narrativa: Cuento
Informante:
Edad informante:
Recolector: José Antonio León Rey
Fuente: Libro
Título de la publicación: Cuento popular andino
Año de publicación: 1985
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