Esta era una vieja que tenía una hija y una hijastra, huérfana de padre y madre, a la que odiaba ciegamente. Si en la casa había un plátano, era para la hija, que estaba obligada a comérselo y a botar al río lo que no le cupiera. Si hacía frío, la huérfana se arrimaba al fogón para calentarse, en tanto que la otra se regodeaba entre mantas finas y pesadas. Los oficios caseros más bajos y las ocupaciones más rudas estaban encomendadas a la huérfana. La otra disponía de tiempo para hablar de la vida ajena, pintarse las uñas, aprender canciones, conversar con su novio, ir al cine, pasear, montar carro, y dormir a pierna suelta hasta las once o doce del día.
Una vez la vieja se ingenió la manera de salir de la huerfanita. Para ello, les dio a las niñas, al borde de un pozo profundo, una aguja a cada una para que cosieran un paño que el rey necesitaba. Las agujas habían sido enhebradas de la siguiente manera: la de la hija, con hilo resistente y fino que no se reventaba, y la de la otra, con un cordel fácil de romper. La vieja advirtió que a la primera que se le partiera la hebra la arrojaría al pozo que tenían a sus pies.
Como es de suponer, la fibra de la huérfana se rompió, y fue arrojada al hoyo. Dentro del hueco había un camino largo, largo, largo, que tuvo que seguir, hasta que, cansada y con hambre, se detuvo en un horno que botaba panes. No vio al panadero que fabricaba los bollos de harina, ni supo por dónde los introducían al fuego, ni vio a nadie recibiéndolos, ni adivinó el destino que les daban. Sin atemorizarla, el horno le brindó su alimento, indicándole que llevara las migajas para los gatos que hallaría más adelante. Así lo hizo, y continuó andando, andando, andando…
Muy adelante tuvo sed. Al tocar la pared del socavón, saltó el agua fresca. Con un jarro de plata que encontró en un rincón, tomó hasta saciarse. Al día siguiente llegó a la vivienda de una vieja que le dio posada. Había caminado mil años, y estaba todavía como cuando había salido de la casa de su madrastra.
La dueña de la posada quiso probarla. La obligó a regar maíz, a tumbar árboles, a trabajar como sirvienta. Un día en que estaba cansada, aparecieron unos muchachos que dijeron tener hambre. Sin molestarse fue a la cocina y les hizo un churí (rata salvaje) que había en el humo (barbacoa que recibe el humo del fogón), y, como si nada hubiera pasado, continuó su trabajo. Otro día fueron unos gatos los que le pidieron las migajas del pan que había comido en el camino. Ya casi olvidada de éstas, las buscó pacientemente y se las dio en su propia mano.
La vieja la sometió a nuevas pruebas. Una de ellas estribó en llevarle agua en una susunga. Afligida, se fue al río, pues no sabía la manera de cumplir esta orden. Los gatos se presentaron entonces, y, con ceniza en el fondo del cernidor, llevó el agua que su patrona necesitaba. Otra vez la vieja la mandó a lavar una madeja de hilo negro en el mar, hasta que se volviera blanca. En esta ocasión los muchachos que había alimentado, le indicaron el sitio donde debiera restregar el hilo para que alcanzara el color de la nieve. La patrona quedó maravillada de la sabiduría de la niña.
Para recompensarla, la vieja –que era una maga de la cueva de Salamanca (campo de encuentro de los brujos y brujas)- la puso en un cuarto donde había una cantidad de arquillas, para que escogiera la que le gustara. Los gatos le aconsejaron tomar la más sucia y gorobeteada (arqueada, desvencijada). La vieja, admirada de la prudencia de la joven, la puso en libertad, muy cerca de su antigua casa, de donde había salido hacía marras (mucho tiempo).
En la casa de su madrastra le dieron para dormir un cuarto del gallinero. Allí abrió la arquilla para ver qué contenía. Con el brillo de las monedas de oro, piedras preciosas y joyas, la noche se iluminó y se puso como el día. La vieja, al ver esto, envió a su hija a la cueva para que regresara más rica que la chucha muerta (sin gracia) de su hijastra.
La ambiciosa partió. Al llegar al horno echando baba de cansancio, comió de los panes que le brindaron, pero no tuvo el cuidado de guardar las migas que le sobraron. Cuando tuvo sed, tomó agua, sin que colocara después el jarro de plata en el sitio que tenía que dejarlo. En lugar de echarse al bolsillo a los muchachos, les negó la comida, intratándolos (tratándolos mal) con ajos (groserías) y otros improperios. Echando candela recibió a los gatos, quienes la amenazaron por no darles las sobras del pan que había engullido en el camino. La muchacha estaba pendiente del oro, nada más que del oro, y de la salida de la cueva.
Sometida a las pruebas, no dio bola (fracasó en sus intentos). Los gatos no le dieron la arena para cubrir el cedazo, ni los muchachos le indicaron dónde debía lavar el manojo de hilo, ni tampoco le indicaron la arquilla que debería tomar. Se atabanó (enfrentarse) con la caja más grande, la más brillante y con piedras relumbrosas en la tapa. La maga la dejó ir, colocándola también muy cerca de su posada.
Ya en su cuarto, con las puertas bien cerradas, madre e hija abrieron el baúl. En lugar de riquezas salió una enorme culebra que las envolvió por el cuello, ahogándolas para siempre.
Así terminaron las malvadas. La pobre huérfana, jurando ser mejor cada día con los hombres y los animales, se casó con un príncipe rubio que venía de España. Tuvo muchos hijos bonitos, y fue feliz con su marido hasta hace pocos días.
Código: CLTC 422N
Año de recolección: 1960
Departamento: Chocó
Municipio: Sipí
Tipo de obra narrativa: Cuento
Informante:
Edad informante:
Recolector: Rogerio Velásquez M.
Fuente: Artículo de revista
Título de la publicación: Leyendas y cuentos de la raza negra
Año de publicación: 1960
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