Había un conejo que tenía mucha hambre y andaba paseando, en busca de comida y no encontró nada.

Llegó, por fin, a la casa de una zorra que tenía diez hijos, la cual lo recibió y preguntó de dónde venía, a lo que el conejo respondió que venía de su casa en busca de qué comer:
-Yo vine aquí a ver si tú me das algo, dijo el conejo.
-Yo no tengo nada, dijo la zorra, pero si tú tienes tanta hambre quédate cuidando mis hijos mientras yo salgo a buscar iguaraya (fruto del cardón).

Bueno, dijo el conejo, yo me quedaré aquí meciendo tus hijos.

En efecto, el conejo quedó con los hijos de la zorra y ésta salió con una mochila a buscar las iguarayas.

Durante la ausencia de la zorra, el conejo mató a nueve de los hijos de ésta y no dejó sino uno. Los cocinó, comió hasta hartarse y dejó la mitad de los zorritos para que comiera la zorra cuando llegara.

La zorra llegó.

-¿Trajo bastante iguaraya?, preguntó el conejo.
-Sí, respondió la zorra. -¿Y mis hijos dónde están?

El conejo respondióle que todos estaban durmiendo en la otra pieza.

-Tráelos para darles de mamar, dijo la zorra.
-Te los voy a traer uno por uno, dijo el conejo. Y traía y llevaba cada vez al único zorrito que había dejado vivo.
-Pero están bien llenos, porque no quieren mamar, dijo la zorra.
-Es que yo preparé una sopa y les di caldo de una carne que me trajo mi tío, dijo el conejo. -Te la voy a traer para que tú comas también…

El conejo trajo la sopa de zorritos a la zorra, y se dispuso a marcharse. La zorra, inocente de lo que pasaba, trató de detenerlo, para que comieran las iguarayas:

-Es que yo quiero ir al monte a ensuciar, fue la excusa del conejo para poderse escapar.

Cuando ella terminó de comer entró a la pieza a buscar a los zorritos y no encontró sino uno y le gritó al conejo: – Tú eres muy malo conmigo. El conejo salió corriendo y la zorra no pudo alcanzarlo.

-Qué risa me da de la zorra que come a sus hijos sancochados por mí, dijo el conejo, cuando iba monte adentro.

Como la zorra no podía alcanzar al conejo pidió al alguacil (gallinazo de cabeza calva y colorada) que le ayudara a matar al conejo que le había sancochado a sus nueve zorritos y se los había hecho comer.

El alguacil, que resolvió ayudar a la zorra, le dijo al conejo:

-Mira amigo conejo, métete en este hoyo que yo te voy a esconder para que no te mate la zorra. Pero esto no era más que un engaño de que se valía el alguacil.

El conejo se metió en el hoyo, y mientras estaba allí escondido, el alguacil fue a llamar a la zorra.

-Estáte allá cuidando que yo voy a llevar una pala para taparlo, dijo la zorra al alguacil.

El alguacil regresó y tapó el hueco donde estaba el conejo, con ceniza caliente.

-Este me engañó, dijo el conejo; salió del hoyo donde estaba escondido y llamó la atención del alguacil:

-Mira amiguito mío qué lindo es esto.

El alguacil miró, y el conejo aprovechó la oportunidad para echarle la ceniza caliente en la cara y en la cabeza que se le quemaron, y salió corriendo. Desde entonces el alguacil tiene la cabeza pelada y colorada, porque antes la tenía negra y llena de plumas como los gallinazos.

Ni el alguacil ni la zorra pudieron con el conejo. Se quedaron burlados.

 

Código: CLTC 291N

Año de recolección: 1947

Departamento: La Guajira

Municipio: Uribía

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante:  Clara Elisa Ortiz, mestiza de Nazaret

Edad informante:

Recolector: Roberto Pineda Giraldo

Fuente: Artículo de revista

Título de la publicación: La chama, un mito guajiro

Año de publicación: 1947

 

 

Recommended Posts

No comment yet, add your voice below!


Add a Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *