La Tunda es una cosa misteriosa que toma forma de mujer. Vive en las cavernas rodeada de moscos que pican, garrapatas que asaltan y arañas gigantes que acometen. En su escondrijo, escoltada por pantanos y hormigas, no hay fuego ni luz. Puesto que no duerme jamás, se entretiene volteando la cabeza sobre el hueso del cuello y apartando con las manos mezquinas los abejorros y los grajos.
Dios la condenó a ser lo que es, por mala madre. Un día dejó a su único hijo perdido en los caminos para que lo devorasen los tigres uñones. Pero, aunque desfigurada y vencida, tiene rasgos maternales que pone en práctica con los que arrastra a su encierro. Sea que llore su crimen o hunda sus piernas sin pie en el barro de las travesías, ama, por minutos, las criaturas que roba, hasta que aparecen en ella los instintos bajos y groseros. Entonces vuelve a ser la bestia, el endriago maldito que se solaza matando.
Transformada su cara en la de la madre del niño que desea perder, baja a los ranchos de los trabajadores silenciosamente, como los ladrones. Conquistada la presa, la conduce a su madriguera medio tonta con los olores ingratos que exhala por el rabo. Antes de exprimirla entre sus dedos, la eleva a los árboles, la sienta en los pajonales, hace tintinear las hebras de su cabello, canta y baila. Cuando tales cosas ejecuta, flota en su torno un humo denso y bochornoso que marea y desazona.
A medida que los juegos progresan, el niño va sufriendo. Se siente como levantado y atraído, sacudido y empujado por una fuerza extraña. Comienza a respirar con dificultad; crecen los párpados para impedir la visión; zumban los oídos; los pies se hacen de plomo. Así se llega al embrutecimiento, a la muerte.
Otras veces el niño es engordado. En un nido de chamizas recibe los alimentos que se reducen a vegetales, a pulpa de táparos, a jugos de ciertas plantas amargas y espinosas. Un caldo de cañabrava se da por las mañanas. Para aplacar los lanzones del sol, hay lluvias y manantiales raros que brotan de las peñas u oleadas de viento. En estos días de ceba, la montaña se resuelve en rayos y centellas.
La caza de la alimaña se ataca con perros que ladran y con escopetas cargadas con pólvora únicamente. Al lado de esto van látigos y tambores, agua bendita y hombres que golpean los montes con palos y macanas. Para aplacar la tempestad, si se levanta, se reza la oración de Santa Bárbara:
Santa Bárbara, santa flor,
en la cruz del Salvador.
Cuando retumbe el trueno,
Santa Bárbara nos guarde;
por la virtú que ella tiene
que nos libre de los rayos.La criatura que se encuentra muestra rasguños, cortadas, fiebre. Frente a la multitud, busca para huir selva adentro, soltando olores por el rabo. Aprisionada, muerde, patea, escupe, gruñe como los cerdos. Por momentos aparece embobada, zonza, distraída. Para volverla a la realidad se la bautiza de nuevo. Con hebras de pelo de mellizos o gemelos, incienso y ramo bendito se hace un sahumerio que, utilizado, se esparcen las cenizas por donde sale el sol.
Para sujetar los espíritus que merodean por el bosque, en la atmósfera, en el vuelo y canto de los pájaros deben decirse oraciones, algo que concluya con los raptos futuros, con las molestias que persiguen. Es la hora de invocar la maunifica, que somete las cosas creadas e increadas a la voluntad de lo divino:
Maunífica ánimas mea,
creo en Dios y en Jesucristo,
el santo mayó.
Porque estas palabras
las dijo mi Dios.
Virgo prudentísima,
Virgo veneranda,
Virgo predicanda,
las dijo mi Dios,
los coros diciendo:
ora pro no.
Avé, avé,
Ave Maríaaa!Entre trago y trago por la alegría del encuentro, se va regresando a la casa. La excitación es profunda, por haber vencido al demonio que estaba en los desfiladeros y barrancos, en la clausura de los bosques, en el calor y en silencio. Para cerrar el paso a futuros ataques se clavan cruces y se canta, mirando los abismos:
Santo Dios,
Santo Fuerte,
Santo Dios imortal.
Librános, Señó,
de toro mal…
Código: CLTC 411N
Año de recolección: 1960
Departamento: Chocó
Municipio:
Tipo de obra narrativa: Leyenda
Informante:
Edad informante:
Recolector: Rogerio Velásquez M.
Fuente: Artículo de revista
Título de la publicación: Leyendas y cuentos de la raza negra
Año de publicación: 1960
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