Era una mujer que vivía sola en el monte con su hijo. El padre se había muerto. Un día el joven fue al río a pescar. Cuando estaba así pescando vio un puerco de agua. Al mismo tiempo oía una voz de mujer gritando: “¡Corre, corre!” El joven se fue corriendo a la casa y tenía mucho miedo. El próximo día el hombre fue otra vez al río a pescar. Entonces salió de golpe de la tierra una india muy bonita y toda embijada y dijo: “¡Venga a mi casa!” El hombre se asustó pero entonces dijo: “¡Venga más cerquita!” Pero como la mujer no quiso acercarse, el hombre hizo un paso adelante como para abrazarla. Entonces dijo la mujer: “Tienes que bañarte con flores del monte. Si haces eso, llegaré a tu casa esta noche”.
En la casa el hombre se bañó con flores y contó a su madre de la mujer. A media noche la india entró por la puerta. “Allí viene” dijo el hombre. “¿Adónde está?” dijo su madre. “Yo no veo a nadie”. Así estuvieron hasta la mañana. Después la mujer se fue. Dos noches más tarde preguntó el indio: “¿Adónde vives?” “Cerquita” dijo la mujer; “Somos muchos”; entonces dijo el hombre: “¿Por qué no vienes a vivir aquí a mi casa?” La mujer aceptó pero entonces dijo el hombre: “¿Por qué no te puede ver mi madre también?” La mujer dijo: “Ella tiene también que bañarse con flores del monte’ ‘. Así hicieron y así la madre también pudo ver a la mujer que se quedó en la casa.
Tuvieron dos niños. Un día el hombre se fue a visitar una gente vecina y allí encontró otra mujer y se casó con ella. Pero la mujer en su casa sabía de eso. Cuando el hombre volvió la castigó y le dijo: “¡Véte, ya conseguí otra mujer!” Pero la madre de él no quiso que se fuese la mujer. Entonces la mujer dijo a la madre: “¡Ven conmigo a conocer mi gente!” Así se fueron y la mujer mostró a la madre los tambos (casas indígenas sobre pilotes) en la orilla del río. Pero la madre que conocía bien el río, se asombró mucho porque nunca había visto antes estos tambos. Así hizo en el suelo, bajo de una casa, una seña para reconocer el lugar. Luego la madre se devolvió a su casa y allá le preguntó el hombre: “¿Adónde estuvistes?” La madre dijo: “En la casa de mi nuera”. Entonces el hombre dijo: “Muéstrame la casa. Quiero que venga otra vez porque la quiero mucho”. Así los dos se fueron a buscar los tambos, pero no encontraron nada. Hubo solo monte allá en la orilla del río. Entonces la madre mostró el lugar donde había hecho la seña y dijo: “Aquí estaba la casa”.
El próximo día volvió el hombre adonde la seña y lloraba mucho. Entonces oyó la voz de la mujer embijada: “Véte a tu casa. Tú me echaste y mi familia ya está muy brava”. Cuando el hombre oía eso, cogió un palo y se puso a cavar la tierra adonde había salido la voz. Pero entonces salieron muchas hormigas y le picaron duro. El hombre mató una hormiga y entonces gritó otra vez la voz de su mujer: “¡No dañes el caballete de mi casa! ¡Mi familia está muy brava!”. Entonces el hombre se fue otra vez para su casa. Se fue a ver sus cultivos. Había sembrado mucho porque su mujer le había ayudado y con ella habían venido muchas hormigas que también ayudaron en el sembrado. Entonces vio el hombre que todos sus sembrados estaban destrozados por las hormigas.
Entonces su trabajo ya no rindió y él se quedó solo.
Código: CLTC 355N
Año de recolección: 1945
Departamento: Valle del Cauca
Municipio: Riofrío
Tipo de obra narrativa: Leyenda
Informante: Grupo de indígenas Chamí, vereda Corozal, Riofrío
Edad informante:
Recolector: Gerardo Reichel-Dolmatoff
Fuente: Artículo de revista
Título de la publicación: Algunos mitos de los indios Chamí
Año de publicación: 1953
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