Esto quedó encantado todo, quedó una laguna encantada, de ahí para acá era muy brava, ella no dejaba arrimar a personas, animales, nada, porque las olas lo absorbían. Para ver de amansar esa laguna o controlar ese encanto les tocó traer sal de Zipaquirá, sal de las minas de Zipaquirá y echarle a esa laguna para amansarla, para quitarle el encantamiento que tenía. Todas las noches de menguante, cada que era menguante esa laguna se secaba, se secaba y se miraba una gran ciudad reluciente, amarillo, amarillo, reluciente esa gran ciudad, y luego que partía la menguante volvía otra vez se llenaba de agua. Resulta que una noche de menguante hubo un hombre que se tomó sus aguardienticos y dijo: “Yo voy a mirar a ver qué es lo que hay en esa ciudad o qué es lo que hay”.
Se tomó sus aguardienticos y se lanzó, se fue a esa ciudad y para él fue todo raro porque era todo maravilloso, un encanto, un tesoro, entonces le salió al paso un señor todo simpático o sea con su barba larga, muy simpático y le dijo: “Hombre, usted se dentró acá sin ningún permiso, y tiene que salir rápido, toma este pan y este tabaco y salga lo más rápido que pueda porque el agua te atrapa”. Entonces el hombre le hizo caso, él salió corriendo y entre todo eso se le pasó la borrachera y se asustó todo y salió corriendo, cuando ya salió a lorilla él que pone el pie así a la orilla y lagua que le tocó el otro pie, mejor dicho por poquitico y lo agarra.
Esa historia nos la contaba mi abuelo cuando nos sentábamos al redondo del fogón, en ese tiempo no había estufas, no había fogón de leña que eran tres piedras y ponían las ollas encima y ahí por debajo metían la leña.
Código: CLTC 502N
Año de recolección: 2018
Departamento: Boyacá
Municipio: Iza
Tipo de obra narrativa: Cuento
Informante: Carlos Adolfo Preciado
Edad informante: 60
Recolector: Adrián Freja
Fuente: Trabajo de campo sin publicar
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