Este era un hombre casado con su mujer, y la mujer casada con su marido. Al cabo del tiempo tuvieron un hijo que llamaron Juan. Para criarlo, se lo entregaron a pariente que era sacerdote. Mal dirigido, sostenido ovachonamente (sin oficio), se volvió travieso, un hurga la vida (molestoso, patán, travieso), por lo que el cura se lo quería quitar de encima, es decir, zafarse ese pereque (molestia). Mas como el muchacho era cariduro (sin vergüenza, cínico) no se iba de la casa cural.
Una noche de los fieles difuntos, le dijo el tío que fuera al cementerio a traerle un libro que se había olvidado. Más presto que volando, Juan tomó el camino del camposanto, que distaba del caserío muchas varas. Camina andar, camina andar, le parecía que no andaba, y andando estaba. Al fin llegó al cementerio.
Como las ánimas estaban recibiendo el fresco de la noche sobre las sepulturas, el muchacho, con la luna que hacía, vio cómo un muerto le pasaba el libro a otro que lo abría, a otro que lo fojeaba, a otro que lo pesaba, a otro que se lo acercaba al oído, a otro que lo llevaba a la cabeza, al pecho, o se lo metía debajo del brazo.Juan, sin miedo de ninguna clase, vio hacer todo esto escondido detrás de unos árboles. Amenazando con un lazo que había llevado, indicó a las ánimas que había ido por el libro que pertenecía a su tío. Los muertos entregaron el misal. Para no hacer el viaje ñanga (inútil), determinó Juan llevar a su tío unas cuantas almas de esas, suponiendo que al sacerdote le agradaría ver caras conocidas.
Así lo pensó, y así lo hizo. Las amarró de las manos y las fue hurriando (empujando) hasta la casa de su padrino. Esta gracia no le cuadró al cura, quien, temblando de miedo, ordenó llevarlas de nuevo al camposanto. Pero Juan, que estaba cansado, las amarró en un guayabo que estaba en la plaza del pueblo, y se echó a dormir.
Con este pasaje, el sacerdote juró hacer morir al sobrino. Para ello lo mandó a la casa de un rico que había muerto hacía muchos años, dejando la plata enterrada en los cuartos de su habitación. Todos decían que a la posada esa no se podía arrimar ni de día ni de noche, puesto que el espíritu del dueño vagaba por allí arrastrando cadenas, dando gritos, llamando, maldiciendo, llorando, hablando lenguaradas que no se entendían. Los que habían oído estas cosas habían muerto. Por esta razón, Juan debía dormir en el castillo hasta el otro día.
Colocado en la casa abandonada, Juan se instaló en la cocina. Encendió candela, hizo de comer, y esperó fumando a que fuera más tarde para cenar y acostarse. Sentado estaba, cuando oyó una voz que decía: “¿Caigo, Juan?” El cojonudo (valeroso, fuerte) del muchacho dijo que sí, pero que como los alimentos preparados eran escasos, no había parte para él. El ánima dejó caer primero la cabeza, después las otras partes del cuerpo que se iban soldando en donde tenían que ir. Juan comía y veía esto, como quien oye llover.
Mucha gracia le hizo al visitante ver cómo la lengua se metía en la boca, los brazos buscaban los hombros, que el cabello se adhiriera a la cabeza, que los ojos buscaran la frente para hundirse en las cejas, que la carne temblando se echara sobre los huesos, que las venas se fueran engordando con la sangre como rellena de puerco. Le llamó la atención todo lo de este fantasma, que se vestía con ruido, ajustándose sobre la nariz unas antiparras viejas y gruesas que le tapaban los ojos.
Cuando estuvo completo el espanto, comenzó la lucha por saber cuál de los dos debía quedarse en el castillo. Juan sacó un rejo de vaca que mojaba en agua bendita y golpeaba al espíritu, y éste daba a Juan con una espada larga y mohosa. De esta forma se pasaron la noche. Al cantar los gallos, hora en que los muertos vuelven a sus tumbas, dijo el esqueleto:
-Vencido estoy, Juan. Con el castigo que me has dado, puedo, ahora, ver la cara de Dios. En el mundo estuve engolfado (creído, engreído), y fui mal hijo. Me dejé llevar de la riqueza, y le negué a mis padres lo que les correspondía. Te dejo esta casa con todo lo que tiene. Aquí están las llaves. En el cuarto más grande hallarás riquezas, y en la cocina y los patios hay oro enterrado.
Dicho esto, el fantasma desapareció.Juan hizo trasladar al castillo a sus padres y hermanos. Vivieron felices muchos años, sirviéndole a los pobres.
Código: CLTC 423N
Año de recolección: 1960
Departamento: Chocó
Municipio: Itsmina
Tipo de obra narrativa: Leyenda
Informante:
Edad informante:
Recolector: Rogerio Velásquez M.
Fuente: Artículo de revista
Título de la publicación: Leyendas y cuentos de la raza negra
Año de publicación: 1960
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