Un indio se enamoró de una señorita, y resolvió comprarla para esposa. El hermano de esta señorita pidió por ella veinte reses y el hombre las entregó. Le otorgaron entonces la muchacha y él la llevó a su casa.

Cuatro hermanos de la mujer lIegaron un día a la casa donde vivía el matrimonio y le rogaron a ella que dejara que su esposo los acompañara a cazar, ya que tenía diez maravillosos perros de cacería.

El cuñado salió con ellos y en el monte se partieron; unos fueron a la derecha, otros a la izquierda y así… se regaron.

Al cabo de un rato uno de los cuñados comenzó a gritar:

-Ay cuñado, ahí va el venao, y después de que gritó eso se presentó un tigre y el indio, el marido de Ia muchacha gritaba:
-Ay cuñado, dónde estás que este animal me quiere comer.

Nadie le contestaba porque el tigre no era más que uno de los hermanos, de la muchacha, que había tomado esa figura de animal.

El tigre se abalanzó encima de él y se puso debajo de un árbol a descuartizarlo, y terminado esto hizo la misma operación con los perros, que sucumbieron entre las garras del tigre.

Por la noche, después de que había recobrado su figura de hombre, regresó a la casa y contó a su hermana que su marido se había embolatado en el monte y que por más que había buscado no los había visto ni a él ni a los perros.

La mujer se puso a llorar.

-Tú tienes la culpa, ¿para qué lo convidaste si él no conocía tan lejos? Tú tienes la culpa, porque lo invitaste y no lo buscaste cuando se perdió.

-Ah, yo lo busqué. No llores, quizá otro día lo encontraré, dijo el indio a su hermana. Durante tres días seguidos el hombre que se convertía en tigre hizo la farsa de buscarlo, y durante tres veces consecutivas, volvió donde su hermana diciendo que no lo había encontrado

La hermana, empezó entonces a maliciar:

-Él siempre llega lleno, lleno cuando sale a buscar a mi marido; ¿qué haría con él?
Resolvió entonces seguirle los pasos y atrasito, atrasito, atrasito, lo encontró durmiendo debajo de un árbol; cerca de él había una cocina extendida, que no era otra cosa que la carne de su marido y de los perros.

La mujer, entonces, volvió a la casa, buscó un machete y lo afiló para matar al hermano. Lloró mucho, recordando la cecina, que era su marido.

Con el machete bien afilado regresó al monte y de nuevo encontró a su hermano durmiendo debajo del árbol; alzó el arma, le cortó la cabeza y luego la partió en varias partes, vengando así la muerte de su marido.

(La muchacha que fue comprada por el hombre era chama porque su hermano comía gente. Explicación de las indias que hicieron el relato).

 

Código: CLTC 290N

Año de recolección: 1947

Departamento: La Guajira

Municipio: Uribía

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante:  Ana Isolina Ipuana (de Jarara) y Ana Ofelia Ortiz (indígena de Nazaret)

Edad informante:

Recolector: Roberto Pineda Giraldo

Fuente: Artículo de revista

Título de la publicación: La chama, un mito guajiro

Año de publicación: 1947

 

 

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