Este era un hombre casado con una mujer. Estuvieron viviendo por aquí y por allá, arriba y abajo, hasta que al cabo del tiempo se llenaron de hijos. Sin dinero, la vida se les hizo dura, el pan escaso, poca la ropa, y abultadas las deudas. Para evitar las cobranzas, salían temprano del rancho que les servía de albergue, y volvían a él tarde de la noche, cuando los vecinos ya iban en la mitad del primer sueño.
A tanto llegó la cosa, que el marido decidió irse a caminar tierras para ver si mejoraba la situación. Como para toda mujer su marido es haragán, la de este matrimonio consideró que su hombre se marchaba por dejarla encartada con los compromisos, en tanto que él iba a echar bueno por esas tierras extrañas. Al preguntarle ella qué ocupación iba a tomar, le respondió que haría el oficio de adivino. Nada de trabajos materiales que dañan la mano, cansan el cuerpo, cortan la carne y hacen salir canas antes de la hora. Si engañaba, lo haría a esos blancos que estaban por allá ricos, gordos, quebrando botines y haciendo política. Si fracasaba, dejaría sus huesos en el presidio o su cabeza en una horca.
La respuesta de la mujer fue hiriente. “Adivino de mierda, serás”. Y sin darle importancia lo vio arreglar su fiambre, su mudita de ropa y otros embelecos de hombre. Sin decir adiós, salió una mañana con rumbo a la capital. Andando, andando, durmiendo bajo los árboles, comiendo frutas, bebiendo agua en las manos, llegó a las afueras de una ciudad como Medellín. Allí se quedó en casa de una vieja.
La posadera interrogó mucho al viajero. Le llamaba la atención el matalotaje que traía, el bastón de caminante sin pulir, las abarcas, el no fumar tabaco sino pipa, la franela manchada que vestía, la pampanilla, su mismo parecido a un correísta de esos que viajaban de Nóvita a Cartago. Después de darle una taza de caldo, le manifestó que lo ayudaría con el rey, que era su amigo.
El tipo no dijo nada, pero creyó que la vieja era una de tantas pajudas (charlatanas) del lugar. Con todo, se acostó y durmió como un bendito. Al otro día se encontró con las tropas del rey, que lo obligaron a seguir a palacio, porque se sabía ya que era adivino. Por el camino, los que tocaban un churo (cuerno de cacería) hacían apartar la muchedumbre, diciendo:
-¡Abran paso, que aquí va el adivino!
Ante el rey, se creía perdido. Temblándole la voz, dándole vueltas a un sombrero de paja que llevaba, manifestó que estaba recién llegado, que buscaba trabajo, que no lo mataran. A esto respondió el monarca:
-Como eres adivino, te hemos mandado traer para probarte. Si no resultas, te haré cortar la cabeza.
Y mostrándole una vara alta, agregó:
-Encima de esa guadua hay un vaso con un polvo. Tienes que decir el nombre de la cosa que está dentro del vaso, o de lo contrario, te hago decapitar. Ya sabes que palabra de rey no puede faltar.
Con lágrimas en los ojos, se acordó de lo que le había dicho su mujer. Y, sin más ni más, jugando la vida, y con la cabeza entambulucada (revuelta, desordenada) dijo:
-¡Bien me dijo mi mujer que adivino de mierda debía ser!
-¡Adivinó! ¡Adivinó!, fueron las palabras de los que lo rodeaban. Como premio le dieron mil pesos que llevó a guardar a casa de la vieja. Quedó, sin embargo, con la obligación de volver a palacio, ya que el rey tenía interés en presentarlo en otra oportunidad.
El día de la otra prueba, hubo mucha gente. Blancos vestidos de gala, ministros y caballeros, la reina y sus princesas, el rey y su corte, el pueblo, todos estaban alegres esperando el momento del espectáculo. El ensayo era severo. Su sacra real majestad con deseos de tirarse (causarle daño) al montañero, había metido él mismo una lechona de color rucio en un baúl, y colocada a distancia para que no se oyera el gruñido del animal, le solicitó al adivino lo que contenía esa caja. Nuestro hombre, pasándose las manos por la cabeza, respondió:
-¡Aquí fue donde la puerca rucia torció el rabo!
No bien había hablado, la concurrencia prorrumpió en “¡adivinó!, ¡adivinó!” De esta manera el viajero obtuvo una gran recompensa en dinero, con lo que pudo pasar con su familia días felices.
Código: CLTC 424N
Año de recolección: 1960
Departamento: Chocó
Municipio: Quibdó
Tipo de obra narrativa: Cuento
Informante:
Edad informante:
Recolector: Rogerio Velásquez M.
Fuente: Artículo de revista
Título de la publicación: Leyendas y cuentos de la raza negra
Año de publicación: 1960
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