Había una vez tres hermanos que vivían en una casita muy pobre, en un pueblo.

Cansao el mayor d’esa vida monótona y sin porvenir, resolvió partir a buscar la vida y con quien casase.

Le pidió la bendición a la madre y salió. A poco andar, s’encontró con una viejecita, que le dijo:

— ¿Aonde vas, buen hombre?

—Voy a conocer y a parrandiar y a gozar la vida.

La viejecita se puso seria y le dijo:

—No vaya a hacer eso, joven, si quiere ser feliz. Vea: allí, más adelantico, va a incontrar una mesa repleta de vinos y manjares: no los toque. No vay’a a comer d’ellos porqu’es perdido. Más adelante va a incontrar un baile; no vay’a dentrar. Siga derecho su camino… Por allá, mucho más adelante, va a topar un silguerillo cantando de lo más bonito: no l’oiga.

¡Cuidao! No lo vay’a oir, que no le conviene…

—Bueno, señora —contestó el muchacho y se fue.

Por allá s’encontraba muy cansao de tanto andar, cuando, de pronto, dio con la mesa servida de manjares y vinos y bebió todo lo que más pudo y comió manjares hasta que se los tocaba con el dedo. Quedó piponcho, y tan pesao, que casi que no puede seguir andando.

Adelante, más allá, incontró un baile muy prendido y él… él siempre se resolvió a dentrar: Eso siempre estaba como muy bueno. Bailó toda la noche con mujeres bellísimas y, al amanecer estaba cansao, enfermo y todo estragao. La cabeza le daba vueltas y no sabía pa onde era que debía seguir y ni an sabía si lo que quería era echar pa’delante o devolvese… Vea…

Al fin, logró echar pa’delante. Llegó ond’estaba el silguerillo cantando y se puso a oílo y a oílo. Por último llegó a una finca, a l’orilla del camino y le dijo al dueño:

—…A ver si usté me puede dar destino…

—Yo, sí: demás. Yo le doy destino. Todo lo que tiene qui hacer aquí es barrer, cuídame la bestia y traer agua pal gasto de la casa.

—Ah, bueno: eso’stá como facilito…

Fue y agarró l’escoba y se puso a barrer. Cuando, de pronto, s’encontró un grano di oro. Y ai mismo’se lo embolsicó. Él se creía muy avispao, pero el grano di oro era una trampa qu’el dueño de la casa li había puesto pa probale l’honradez.

Y así que notó que se lu había guardao, el amo no le dijo nada, sino que lo mandó por agua.

—Vaya y llene esta tinaja allá a esas rocas.

Se fue el muchacho con la tinaja, llegó a las rocas y puso la tinaja. Ai mismo cayó una gota di agua, pero una gota tan grande, que dejó llena la tinaja y todavía pringó pa los laos. El muchacho alzó la tinaja y se fue, pero renegando:

—¿Habráse visto? ¡lzque una gota llenar una tinaja d’estas! Maldita sea. Ni descanso tiene uno mientras se llena…

Al cabo de tres o cuatro días ya estaba el muchacho muy aburrido con la cosa y resolvió largase. ¡Ej! Ai ya se veía que no s’iba’cer nada y lo que fueron granitos di oro, ni por pienso.

—Págueme mis jornales, que yo me voy—. Le dijo al amo. —Bueno. Qué quiere que le dé: ¿su plata o tres consejos?

—¡Yo no vo’a comer consejos! ¡Eche mi plata!

Por allá fue a dar a un palacio muy grande que le llamó la atención.

—“Ej, yo voy a pedir posada aquí. ¡Imposible que no me la den!”.

Tocó. Le abrieron y le dieron posada.

Entró y cuando llegó al comedor s’encontró con un poco de gigantes de lo más azarosos qu’estaban sentaos a la mesa. Se sentó él a comer (qué tanta hambre llevaba) aunque muy cabriao. Cuando, de pronto, mirando por aquí y curiosiando por allá y viendo pa todos laos, alvierte qu’en el techo había un dijunto colgando, amarrao de una viga y con la cabeza p’abajo.

¿Qu’es eso que hay allá, chilinguiando? —preguntó—. ¿Qué’stá haciendo ese — dijunto all’arriba?

¿Y a vos quién te mandó a mirar?— fue la contesta de los gigantes. Y ai mismo — se le aventaron en manada y lo prendieron a pescozones, golpes, palmadas y aruñones, hasta que lo mataron. El sí gritó mucho rato pidiendo socorro, pero, ¿quién lo iba a oír? Agonizando todavía, lo amarraron de las patas y lo colgaron de la viga.

***

Salió el segundo hermano a recorrer y lo esperó la misma suerte qui al mayor. Halló la misma vieja que lo aconsejó, pero también desoyó los consejos; comió los manjares hasta ponese pesao como una piedra, bailó los bailes y s’embolató oyendo cantar al silguerillo; llegó a la misma casa a pedir trabajo y poco duró; llegó onde los gigantes a pedir posada y se sentó a la mesa con ellos, pero al notar que caía aguasangre en el mantel volvió a mirar pa’rriba y dijo:

¡Ej! ¿Eso qu’es…? ¡Diablos! ¡Allá arriba hay dos muertos chilinguiando! Entonces los gigantes dijeron:

—¿Sí…? ¡Qué tan raro! ¡Y a usté por qué no lo cuelgan allá arriba también! Le dieron sin piedá y allá lo colgaron.

***

Viendo que no venían noticias de los dos hermanos mayores, dijo el menor:

—Écheme la bendición, mama, que yo también me voy a recorrer…

Pero como se va’ir, m’hijo. Fíjese que usté es lo único que me queda. ¡Cómo se va’ir…!

—Sí, mamacita. —Insistió el muchacho—. Voy a aver si Dios me socorre y mi hago a unos centavitos pa traele a usté, que nunca le falte qué comer. Y a ver si alguna cosa sé di aquellos…

—Bueno, m’hijo —contestó la viejita, llorando—. Que Dios me lo lleve con bien y me lo libre de todo mal y peligro. Arrodíllese, pues, yo le doy la bendición: Nnnn padre, nnn hijo, stu Santo, amén.

Salió el muchacho y preciso: la vieja, a dale los mismos consejos de los otros. El muchacho puso cuidao y vio que le convenía seguilos. Por allá iba con much’hambre cuando s’incontró con la mesa de vinos y manjares. Se voltió pal otro lao y siguió su camino, andando ligerito, ligerito. Después pasó por el baile y esas mujeres tan lindas li hacían quizque así… quizque así!… llamándolo. Peru él ni siquiera se rió con ellas. Siguió ip’adelante! ¡P’adelante! Oyó cantar el silguerillo, que cantaba lindo, valga la verdá, y él si l’oyó, pero sin parase.

A l’último llegó a la casa del viejito y arrimó a pedir trabajo.

—Yo sí le doy trabajo —dijo el viejo—. Vea: toda lo que tiene que hacer es barrer el piso, cuidar un caballito que tengo y traer Tagua.

—Bueno, señor… Tá fácil…

Se fué a traer unas cañas y yerba pa pienlo al caballo, barrió bien barrido y fue y l’entregó al dueño un granito di oro que halló. Después fué con la tinaja a traer agua.

Llegó junto a las rocas, colocó la tinaja y se sentó a esperar. A nada, cayó una gota tan grande que llenó la tinaja. Entonces el suequito se maravilló y lleno di alegría le daba gracias a Dios y decía:

—¡Eh, avemaría! ¡Mi Dios siempre’ es qu’ es muy grande! ¡lzque llenase una tinaja d’estas con una gota di agua! Lo qu’es la divina Providencia…

Llegó a la casa y así se lo dijo al amo y el amo se formó muy buena impresión de lo qu’era el suequito y del fundamento que tenía.

Pasao com’un mes, el suequito dijo que se iba, porque tenía el empeño de averiguar por los dos hermanos. El viejito sintió mucho la ida del muchacho, pero no li opuso resistencia porque vio que tenía razón. Así que se iba, le dijo:

—¿Quiere que le dé su plata en plata, o que le dé tres consejos?

—Lo que usté quiera, señor. Bien sabe que soy pobre, pero usté sabrá lo que más me convenga.

—Así me gusta, hombre. Le voy a dar tres consejos que le van a valer más que cualquier plata. Primero: no ande nunca por atajos, sino siempre por el camino rial. Segundo sea guardoso con su dinero que cuando tenga todos estarán dispuestos a gástalo con usté, pero así que se li acabe no li ayudarán a conseguir más. Y tercero: no se meta nunca en lo que no le han encomendao, recuerde el dicho que dice: gallo pelón, peletas, aonde no te llamen, no te metas.

—Bueno, señor. Tendré muy en cuenta sus consejos y que Dios se lo pague.

—Adiós. Y que la Virgen lo acompañe.

***

Cogió el muchacho a andar y llegó al castillo a pedir posada. Ai mismo le dijeron que pasara al comedor que ya iban a comer. Entró y lo sentaron en medio de todos los gigantes.

Cuando… dicen a caer goteras di aguasangre a un lao. El patojito las vio, y ya iba a decir… cuando se acordó. Y se calló la boca.

Los gigantes apenas lo miraban disimulaos y si hacían señas. Uno d’ellos dijo:

—¿Qué será eso qu’está cayendo di allá arriba?

—Quién sabe, señor… —contestó el patojo.

—Parece sangre…

—Demás, señor.

—Y, ¿sangre di aonde?

—Quién sabe, señor.

—¿No será algún dijunto?

—Quién sabe qué será…

“¡Quién sabe, quién sabe…! Callao la boca, comiendo. “Quién sabe…”. ¡Y di ai nadie lo sacaba! No decía más.

Así que acabaron de comer lo llevaron a la pieza dél, qu’era una pieza muy grande con una cama muy fina con cobertores de raso y con toldos de mucho lujo.

Al otro día el patojito se levantó muy temprano, a seguir su camino y entonces salieron todos los gigantes a despedilo y le dieron de regalo tres cargas di oro y las mulas pa que las llevara.

El suequito al mismo mandó por la madre y quedó pero fue bien rico. Compró fincas y de todo y organizó un gran banquete pa todos los pobres qui hubieran; y todos los meses siguió con la costumbre di haceles banquetes. Los pobres, siempre que tenían hambre, acudían a él que siempre los atendía. De su puerta no dejaba ir a nadie con hambre o desnudo y todos lo querían a él con ropita y todo.

Cuando… una tarde, llegó a la finca una viejita y le dijo:

—Ay, señor, vea: usté que tiene tantas cabezas de ganao, ¿por qué no me regala aquel novillito qui hay allí?

—¡Avemaría, mi señora! ¡Usté si descogió el más bravo de todos y de golpe va y la mata! ¡No, no! No va ya a crér qu’es por no dáselo. Em pueda escoja otro cualquiera.

—No: el que yo quiero es ese.

—Qué vamos a hacer pues con usté, señora. Lléveselo, pero con mucho cuidao, qui a ese animal no hay quien lo lidé.

— ¡Eh, no li hace! Présteme un lacito yo voy a traélo.

Le prestaron el lazo y la viejita fue y lo cogió, y el novillo mansitico, mansitico… Vean, pues…

Ah, pero es que ustedes no saben quién era la viejita. ¡Nu era sino la Virgen!

Y un día se aparece un viejo todo harapiento, cubierto de llagas de arriba a’bajo. Izque a pedir posada.

—Con más gusto qui hast’ai, viejito. Déntrese, qu’esta es su casa… —dijo el patojo— Y ai mismo llamó a los criaos y les dijo:

—Me le traen a este viejito mi mejor vestido, y mis mejores botines y de todo lo que necesite. ¡Pero corran…!

Lavó al viejo, le curó las llagas, lo vistió bien vestido y le dio de comer y todavía le prestó la cama dél pa que durmiera, ¡en qué blandura de colchones!

Cuando… como a la media noche dispierta el viejito y dentra al cuarto onde si había acomodao a dormir el patojo y le dice que izque tenía mucha sé.

El patojo se levantó y cogió el viejito de la mano, pa llevalo a la poceta a que bebiera agüita. Cuando, de pronto, ¡guape!, se resbaló el suequito y allá se fue de bruces. ¡Abajo! allá cayó, esnucao…

Demás que ya adivinaron ustedes quién era el viejito, ¿no cierto? Era Nuestro Señor, qu’en premio, esa misma noche, se llevó al suequito pal cielo, en cuerpo y’alma.

 

Código: CLTC 611N

Año de recolección: 1985

Departamento: Antioquia

Municipio:

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante: 

Edad informante:

Recolector: Agustín Jaramillo Londoño

Fuente: Libro

Título de la publicación: Cuento popular andino. Colombia

Año de publicación: 1985

 

 

Recommended Posts

No comment yet, add your voice below!


Add a Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *