Cantantún era un muchacho que lo crió el pagrino. Era supremamente rico, tenía un palacio con más de catorce puertas; era su hijo, ahijaro, amigo, confidente, la mano derecha del pagrino. Por eso le dio el mazo de llaves a Cantantún: mire, ahijaro, todas las puertas de este palacio las puede abrir, menos esta, nunca la vaya a abrir, porque si usted la abre nos quedamos en la ruina. Pero el muchacho, que tenía más o menos dieciséis años, estaba con esa inquietud de saber qué tenía el pagrino adentro de esa pieza que nunca abría, ni se la dejaba abrir a él. El pagrino se iba a hacer sus vueltas y lo dejaba en su palacio.
Un buen día el pagrino le dejó el mazo de llaves. Tan pronto salió lo primero que hizo Cantantún jue abrir esa puerta prohibida. Cuando la abrió salió un caballito a todo flete a correr, tenía más de dos mil colores y Cantantún corrió atrás de ese caballito pero no lo pudo alcanzar. Cuando llegó el pagrino al otro día le dice al muchacho: ¿que pasó aquí? Pagrino, yo abrí esa puerta y salió un caballo de ahí que yo nunca había visto. Maldito muchacho, te he querido al alma, pero ahora mismo te me vas de aquí, no quiero verte nunca porque me dejaste en la ruina.
Cogió y lo metió a una llave de oro, que en vez de agua botaba oro, y lo bañó de oro de los pies a la cabeza y lo achicó (botó) a la calle pa’ que lo mataran. Le dio mucha rabia al pagrino, por haberlo desobedecido.
Cantantún se jue, camina, camina, camina por los montes; de hambre se caía, hasta que llegó a un desierto y incontró el pellejo de un hombre negro que habían matao y lo habían desellejao (desollado). Lo lavó bien lavado y se lo colocó, llegó a la casa de otro rey a pedir trabajo. Ese rey tenía tres hijas; tan pronto lo vieron le dijeron: ¿tú quieres trabajar aquí? Sí señor, por favor, que ando muriéndome de hambre, no tengo nada más qué hacer. Le dieron trabajo, era el cocinero de ese palacio, pero él por la noche se metía a su cuarto, se quitaba la ropa que le habían dado en el trabajo, lavaba el pellejo negro. La hija última del rey lo vigilaba, siempre que él se iba a acostar lo iba a rebrujiar (observar). Vio pues que él no era negro, que era un hombre bien bonito y que brillaba todo; cuando él se quitaba el pellejo se iluminaba la pieza.
Un día el rey y la reina dijeron: muchachas ustedes van a buscar sus novios, sus príncipes, porque ya están de edad pa’ casarse. Contestó la última: yo no necesito novio, porque yo ya tengo mi novio. ¿Tú tienes novio? Sí papá, yo tengo un novio, bien bonito. ¿Quién es que nunca me lo has presentado? Uuuuuh, algún día lo van a ver, ahora no se los voy a presentar, y tú hermanita, y tú hermanita. No, nosotras nos vamos a casar con los príncipes más elegantes y más ricos de esta ciurá.
El rey tenía que peliar con un batallón de otro rey de otra ciurá, así que Cantantún tenía un anillo con iniciales que decía, CanTún, donde él ponía el golpe quedaba el sello, pero nunca en esa casa se lo habían visto, no lo conocían. La única que lo conocía era la hija última del rey. Empezó la batalla de los dos bandos: el primer día llegaron setenta hombres a peliar al palacio del otro rey, y Cantantún se compró una parada (vestido) bien bonita, de esos nunca vistos pue y se montó ese jinete con una espada y mató a todos los setenta hombres y a todos les quedó el sello Can-Tún. ¿Quién es ese hombre que apareció?, decía el rey.
Al otro día, mató a todos esos tipos. ¿Y este sello? Yo nunca he contratado a este hombre en mi palacio, yo no lo conojco. ¡No sé quién es! Pero de todas maneras es un ángel de la guarda. Le dice la hija: yo sí lo conojco y yo me voy casar con él. ¿Tú te vas a casar con él y lo conoces? Sí, papá, yo lo conojco. Estás loca, le dicen las hermanas, tú estás loca hermanita, van a tener que llevarte yo no sé pa’ donde.
Pasaron los días. Cantantún siguió sirviendo en su casa, lo querían mucho y la muchacha todos los días iba a pistiarlo por la rendija, hasta que un día la hermana no se aguantó y le preguntó: bueno yo quiero que tú me digas, ¿quién es tu novio, hermanita? Mi novio es Cantantún. ¡Ay! Ese negro tan feo, ese sirviente, ese que vino jue pidiendo limosna aquí. Tú estás loca hermanita, voy a decirle a mi papá pa’ que te saque de aquí y te tire a los puercos que te coman. Haz lo que quieras hermanita, pero el novio mío es Cantantún.
La otra noche llegaban ciento setenta hombres a peliar de nuevo al palacio. Cantantún como el primer día consiguió la ropa del mejor jinete y el mejor caballo. El segundo día, Cantantún mató los ciento setenta guerreros, a todos les quedó el sello de Can-Tún. ¿Quién es ese hombre? La muchacha sabía, pero nunca decía, ella lo vía. Cuando él se vestía, salía, entraba, lo vía peliar, pero a nadie le decía nada en la casa. Te burlaste de mi novio, le dijo a su hermana, vas a ver que te vas a quedar con la boca abierta, porque es lo mejor que ha pasado por este palacio, vas a ver, vas a ver. Le dijo la hermana: mi papá te va a dar de comer a los cerdos.
La última pelea era con quinientos hombres. Cantantún se puso el mejor traje de jinete, buscó el mejor caballo que podía montar y salió a la plaza y les dijo: aquí estoy, y con la ayuda de Dios Todopoderoso creo que los voy a combatir. El rey: bueno, ¿pero quién es ese hombre? ¿Quién lo conoce aquí? Porque nunca lo he contratado. ¿Tú lo conoces hija?, dijo a la mayor. No papá, nunca lo he visto. A la segunda: ¿tú lo conoces, hija? No papá, nunca lo he visto y tú hija, a la última. Sí, él es mi novio. ¿Es tu novio y no me lo has presentado? Sí, papá, vas a ver que te lo voy a presentar.
Llegó Cantantún y se enfrentó con los quinientos hombres y a los quinientos hombres les combatió; todos quedaron con la marca Can-Tún, y ahora sí, en presencia de todos los que estaban presentes, se bajó del caballo y les dijo: yo soy Cantantún el hombre que sus hijas desprecian, el que llegó aquí casi pidiendo limosna, me voy a casar con su hija porque ella me lo pidió. Así que miraron todos los muertos con la marca de Can-Tún, le miraron el sello, y no creían, solo cuando le miraron el sello en la mano vinieron a creer, así es que el rey le dijo: todo lo que está aquí es tuyo, todo. Si quieres mis tres hijas también te las doy, esa jue la suerte de Cantantún.
Código: CLTC 559N
Año de recolección: 2010
Departamento: Cauca
Municipio: Guapi
Tipo de obra narrativa: Cuento
Informante: Faustina Orobio Solís
Edad informante: 70
Recolector: Baudilio Revelo Hurtado, Camilo Revelo González y Carolina Revelo González
Fuente: Libro
Título de la publicación: Cuentos para dormir a Isabela. Tradición oral afropacífica colombiana
Año de publicación: 2010
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