Anancio vivía en un pueblecito, lleno de deudas. Por su pobreza era el mingo (el blanco) de todos. Un día se fue al monte a ver qué conseguía para llevar a su casa, donde lo esperaban su mujer y sus hijos, que eran numerosos. De sopetón dio con un hombre que le preguntó por el objeto de sus andanzas. Anancio le hizo saber que por su pobreza andaba buscando frutas de chanó y táparo para alimentar a su familia.

Oídas estas palabras el desconocido trasladó, en lo que se santigua un cura ñato (en un momento), a Anancio a su posada. Después de darle un buen refrigerio, le solicitó si tenía hijas casaderas, a lo que respondió el infeliz que tenía una que se llamaba Isabelita, que era la mayor; Juanita, la mediana, y Antuquita, la secaleche (hija última del matrimonio). El chapetón (diablo, espanto), apasionado por ésta, prometió dar carne seca todos los días si le daba a esta rajona (hija mujer).

Habiendo cedido a esta propuesta, Anancio tomó de la barbacoa (aparador de la cocina) la carne que pudo cargar y se empuntó (irse, seguir hacia alguna parte) para su casa. Pasada la cena, que fue muy abundante, contó lo sucedido. Las hijas comenzaron a discutir por quererse ir a vivir con el hombre que tenía para dar tanta carne. Anancio les hizo saber que la que se iría sería Antuquita, en cumplimiento de su palabra.

Tiñe no tiñe (giro literario para indicar el amanecer), partió Anancio con su hija. Como no hallara en su casa al desconocido, Antuquita se quedó esperando al que sería su marido. Anancio cargó con más carne y volvió al pueblo, que estaba sorprendido de la buena vida que se pasaba en la casa del antiguo limosnero.

Terminada esta ración, Anancio volvió a la montaña. Conforme al compromiso, se dirigió a la cocina por más carne. Cuál no sería su sorpresa al hallar en el humo la cabeza, los pies y las manos de su hija. Con un garrote acometió al diablo, quien al verse atacado se mandó sobre Anancio, buscando asesinarlo.

Anancio huyó. Llegado a su casa contó lo sucedido. El hombre de la montaña era un gigante que mataba a los cristianos que cruzaban el monte alto. La carne de éstos era la que había dado al desgraciado de Anance para que se alimentara con su gente, para obligarlo a trabajar como Dios manda.

 

Código: CLTC 402N

Año de recolección: 1955

Departamento: Nariño

Municipio: Tumaco

Tipo de obra narrativa: Cuento

Informante: 

Edad informante:

Recolector: Rogerio Velásquez M.

Fuente: Artículo de revista

Título de la publicación: Cuentos de la raza negra

Año de publicación: 1959

 

 

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